Una chica nos cuenta su primera vez con varios de sus amigos
Mi nombre es Andrea, antes que nada quiero adelantarles que todo lo que aquí les narraré constituye la verdad de los hechos; ya habrán otros momentos para hablarles también de mis fantasías y divagaciones.
En este primer contacto con ustedes quiero desahogarme, aprovechar el anonimato para narrarles una experiencia que jamás creí vivir, algo sórdido, oscuro y a la vez maravilloso, que me permitió descubrir lo instintivo, lo irracional que es el ser humano, cuando las circunstancias se lo permiten.
Soy peruana, de Lima; a estas alturas me desempeño como profesional y trabajo para el Estado.
Estoy aprovechando un largo período de trabajo destacada en provincias para recrear los mejores momentos de mi vida como universitaria; claro que también me he aplicado, gozando otras buenas experiencias por aquí; pero esas no vienen al caso en este escrito
Recuerdo cada detalle de ese viaje, la angustia con la que esperé y la alegría y temor que sentía al partir; para mí significaba algo más que conocer el Cuzco y las ruinas de Machu Picchu; mucho más que mi primer congreso de estudiantes; por primera vez salía de viaje sin familiares a una distancia tan lejana, quería divertirme sin restricciones con mis amigas y amigos, pero sobre todo presentía que en este viaje dejaría definitivamente la etapa de niña y me convertiría en mujer; porque, aunque estaba a punto de cumplir 20 años, aun no había hecho el amor y la verdad mi cuerpo ya no resistía más, me pedía a gritos que le claven esa divina estaca que rompería por siempre el velo de mis angustias.
No es que desconociera del calor masculino, la verdad que ya muchos meses antes del viaje compartía mis tardes en los pastos universitarios con mi enamorado (dos años menor que yo, bellísimo, me embobaba) pero –aunque retozábamos de lo lindo- no había llegado a hacer el amor con él.
Cierto que me hizo avanzar muchísimo, al tenerlo cerca me desinhibía al punto que adoptaba por completo la iniciativa; mis manos cobraban vida propia y recorrían, palpaban y acariciaban por completo su delgado pero firme cuerpo, haciendo malabares para meterse por debajo de sus odiosos jeans, de modo tal que no fuéramos descubiertos por las otras parejas o los mirones que rondan los pastizales.
El hacía otro tanto, pero era demasiado tímido, de modo que cuando yo le decía que se detuviera lo hacía el muy obediente.
Así, mientras yo tenía pleno dominio sobre sus partes más sensibles (las que no solo palpaba, sino que además devoraba con inusitado gusto) mi hermoso niño sólo posaba sus hábiles manos y labios en mis colinas superiores, tal como yo le pedía.
Yo ansiaba que avance más, pero al mismo tiempo, mis valores, temores y la situación de no tener total privacidad me llamaban a contenerme; por dentro esperaba que algún día mi galán venciera todas mis defensas, que me emborrachara y luego me llevará a un hotel para destrozarme por completo.
El, (caballerito) quería que yo aceptara de buena gana sus pedidos sexuales, quería convencerme para que le diera el sí.
En realidad lo hubiera hecho, estuve a punto, pero descubrí que el muy canalla me engañó con una infeliz que lo perseguía de mucho tiempo atrás; quizá ella lo provocó y el idiota solo cedió (es lo más probable), no lo he averiguado nunca y no me importó nada más; fue suficiente motivo para impedir que se apodere de mi cuerpo en ese momento.
Decidí vengarme, deseaba hacer el amor con él y lo iba a hacer de todos modos, porque a pesar de todo lo quería; pero si yo no había sido su primera mujer, él tampoco sería el que me goce primero.
Ya para entonces muchos hombres, amigos de mi salón, me andaban rondando.
En nuestras fiestas, llenas de cerveza y pisco, más de uno se me había mandado.
Algunos lo hacían con delicadeza, poemas y canciones que aludían a mis ojos, mi sonrisa o mi morena piel; otros, preferían la lascivia, palabras ardientes y manos imprudentes que buscaban mis piernas gruesas o el culo grande y redondito que muevo con gracia y que tanto gusta a nuestros hombres peruanos.
Sabía además, por dicho de algunas amigas, que varios apostaban a ver quien era el primero que se acostaba conmigo, cosa que a mi me excitaba sobremanera.
Yo siempre guardaba las formas por respeto a mi enamorado (que nunca asistía a nuestras reuniones, por ser de otro año de estudios); luego de enterarme de su traición, cambié mi actitud para con mis amigos, sonreía con picardía ante sus palabras e incluso, ayudada por los tragos, dejaba que un par de ellos (dos amigos inseparables) disfrutaran de ciertas libertades en mi cuerpo cada vez que bailaba con alguno; yo también disfrutaba del contacto que me permitía sentir el calor enorme de esas entrepiernas, que prácticamente se amarraban con la mía, mientras una mano se posaban un poco más allá de donde la espalda cambia de nombre.
De no ser por mis prudentes amigas, siempre atentas para llevarme a casa, seguro que en alguna de esas fiestas hubiese quedado mi virginidad, que cada día me estorbaba más.
Me he dilatado en pormenores, pero quería que supieran como llegaba a aquel viaje, herida por mi enamorado y con más ansias de sexo que nunca en la vida. No sabía a cual de los pretendientes le daría el premio que anhelaban; ambos eran buenos cueros.
También pensé en la posibilidad de acostarme con algún turista (en Cuzco abundan), ya que mi tipo, caderona y de piel morena, les ha resultado siempre exótico y atractivo a los gringos.
Para llegar a Cuzco y pagar la inscripción en el congreso todos hicimos un esfuerzo económico, aunque algunos teníamos recursos, en colectivo acordamos que nadie debía separarse el grupo por gozar de sus ventajas económicas, nada de mejores hospedajes para algunos, o mejores comidas.
Así que los delegados se las ingeniaron para que podamos pasar toda la semana con las mayores comodidades posibles, a un costo mínimo, en un club deportivo, del cual ocupamos dos grandes pabellones (uno para hombres y otro para mujeres).
Lo malo es que, siendo un club de fútbol, sólo contaba con un gran baño, donde las duchas era un fila de pequeñas cabinas con puertas que no llegaban hasta el suelo, y que estaban en muy mal estado.
Pronto nos acomodamos y celebramos la llegada; como era obvio, el famoso congreso pasó a segundo plano, sólo unos pocos «chanconcitos» se quedaron a escucharlo por completo, los demás disfrutamos de la ciudad: de la belleza y majestuosidad del paisaje durante el día y de sus alucinantes discotecas durante la noche.
Las borracheras, ni se diga, si ya en Lima nos desbandábamos, con toda la responsabilidad de llegar a casa en la noche, aquí, libres de cualquier control, nos bebimos medio Cuzco, bailamos de lo lindo y dejamos correr nuestros sentidos a mil por hora.
En una de estas reuniones, la segunda noche, el momento llegó.
Era aun muy temprano, las 9:30 más o menos, pero yo ya estaba hecha una uva, me tambaleaba de ebria, aun así quería bailar y se me pego para ello uno de los candidatos, bastante mayor que yo, de veintisiete años, muy guapo e interesante.
El no era como los otros mocosos de mi salón; este tipo siempre sabía que hacer y que decir, tenía la voz muy sexi y la mirada penetrante, te daba la sensación de que podía ver tus pensamientos.
Bueno, bailamos, recordamos una conversación de un mes atrás cuando él me había hecho confesarle que era virgen y sorprendido me preguntó que como era posible siendo tan atractiva y además tan coqueta; aquella vez me dijo que sólo necesitaba un hombre que despertara todas mis emociones, que me hiciera sentir lo suficiente.
El recuerdo de esa conversación me había desvelado por días y allí recordándolo, me estaba mojando todita.
Sus manos se movían sobre mi cintura, aprovechando que la salsa de fondo era suavecita y cadenciosa, en un momento se me pegó y sentí un fierro caliente en medio de sus piernas, latiendo ansioso dentro de su prisión.
No realicé ningún esfuerzo por liberarme y él siguió, olió mi cabello, me dijo que le gustaba y me besó la frente repetidas veces, bajando por las mejillas hasta llegar a mis labios que lo esperaban abiertos.
De seguro que los demás nos estarían viendo, a mi no me importó y mientras nuestras lenguas medían fuerzas, lo dejé hacer de todo, acaricio mis nalgas por encima de la falda larga y transparente que estaba usando y subió por mi piel hasta encontrar mis pechos, jugando con los erectos pezones que delataban el grado de mi ansiedad.
Me pidió que nos fuéramos y yo lo saque de un empujón hasta la calle. Fuera de la disco, nos abrazamos con furia loca y le dimos un buen espectáculo a la gente que entraba y salía del local, recibimos silbidos y aplausos a granel, eso nos devolvió un poco a la realidad así que me sugirió ir a la casa de un amigo suyo que estaba vacía, yo acepté.
Antes de partir, entró a la discoteca «para despedirse», me pareció raro pero en el estado en que me encontraba tenía muy poca capacidad de reacción. Luego salió y me subió a un taxi, en el asiento trasero conocí a su socio, un monstruo de casi veinte centímetros que rebalsaba mis dos manos juntas, tuve que tragar saliva para no babear.
Llegamos al lugar, sin hablar me despojó de toda la ropa antes de que yo pudiera ver bien donde estábamos, yo le hice lo propio.
Así desnuda, con el frío de la ciudad y el brutal instrumento a la vista, de pronto me sentí desprotegida, temerosa, quería hacer el amor pero al mismo tiempo pensaba en el dolor de la penetración, por un momento dude y le pedí que sólo jugáramos.
El muy zorro aceptó, comprensivo.
Me hecho sobre una cama y empezó a acariciar mi cuerpo con suavidad, calmándome y prometiendo que sólo me tocaría para relajar mi ansiedad; luego de jugar con mis pezones y de recorrer con maestría mi vientre, posó sus dedos en mi almejita, jamás tocada por manos ajenas; eso me electrizó y lancé el primer gemido de los muchos que emitiría en esta bella ciudad.
Cuidadosamente separó mis labios vaginales con la mano derecha mientras me acariciaba la boca con un dedo de la izquierda que yo trataba de morder sin éxito; por primera vez comprobé la total conexión sensitiva que tenemos las mujeres en nuestros dos juegos de labios y eso me excitó por completo.
Cuando subió hasta mi clítoris para frotarlo rítmica y suavemente, perdí el control, al minuto tuve mi primer orgasmo entre gritos de placer que de seguro escucharon los vecinos.
Estaba tan lubricada que casi no sentí el dolor del desgarro cuando se me echó encima y me introdujo su enorme pinga hasta el estomago (así lo sentí yo).
Una vez que estuvo sobre mí atacó sin piedad, recién había disfrutado de mi orgasmo y me sentía como gelatina, mi cuerpo sólo recibía a aquel taladro humano, que entraba y salía con una destreza sin par, yo no tenía fuerzas para mover ni un músculo.
Vaya si lo estaba disfrutando el muy animal, jadeaba y me decía todo tipo de obscenidades que en ese momento me hacían sentir la mujer más puta del mundo (y a todas las mujeres nos encanta sentirnos putas mientras nos penetran); pasaron como quince minutos y yo, aunque disfrutaba mucho, no llegaba a tener otro orgasmo.
El estaba ansioso pero no se desesperó; me dio la vuelta y me dijo que mi culo era lo mejor de este mundo, que siempre que me veía caminar se lo imaginaba bailando desnudo al compás de su pene; mientras decía todo aquello me abrió las piernas y me penetro por detrás.
No es que me hubiese desvirgado también mi orificio menor, simplemente se había acomodado de otra manera, dándome como a una perra, y eso me dijo!!eres una perra!! !!muévete perra!!, yo ya no tenía voluntad propia, así que sólo repetía sus palabras !!soy una perra!!.
En esa posición, su fierro entraba por completo y me frotaba completamente las paredes de mi conchita; con cada salida su glande me jalaba el clítoris hacia arriba y al entrar nuevamente me lo jalaba hacia abajo, yo estaba en la gloria.
Me volví loca, el alcohol y la pinga que tenía dentro me habían dominado totalmente; entre gritos incoherentes alusivos al tamaño de su miembro y suplicas para que me cache más fuerte hasta partirme en dos, llegué a mi segundo orgasmo, infinitamente mejor que el primero; en ese momento pensé que Dios me había bendecido, que medía veinte centímetros y que me estaba llenando por atrás.
Terminé, pero él no, se salió de mi concha, me puso boca arriba y se masturbó durante unos segundos frente a mi cara hasta derramar todo su mágico fluido en mi rostro; me dio un poco de asco, pero también morbo; nunca mi enamorado había eyaculado aunque yo se la chupaba por varios minutos consecutivos. Pese a no ser agradable, dejé que él acabará cerrando los ojos, total, en ese momento era su esclava, una esclava agradecida.
Estaba muerta, pero él no me dejaba dormir, me dijo que antes tomara una ducha, para limpiarme el semen; tambaleante, ayudada por sus musculosos brazos, me levanté de la cama y me dirigí a la ducha; puse el agua caliente y entré.
Sentí un gran alivio y a la vez un poco de vergüenza; como que recuperaba la conciencia de todo lo que él me había dicho: ¡¡puta, zorra, perra cachera, come pingas!! ¿en verdad me gustaba que me traten así? ¿Cómo a una ramera? me deleité con sus comentarios, me habían servido como complemento para gozar del sexo, quizá dentro de mi siempre había querido ser una mujer fácil, de esas que se acuestan con cualquiera que les invita algo, tal vez tenía vocación de ramera y no lo sabía.
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando un cuerpo se puso detrás mío y dos manos recorrieron mis senos y vagina con total impunidad.
¿Nunca te cansas? pregunté mientras tenía los ojos cerrados por el jabón que me cubría la cara, no hubo respuesta, sentí que se agachaba, más bien se ponía de rodillas y me empezaba a besar el culo, me dio vuelta y me metió la lengua en medio de mi conchita; ¡¡¡¡hay ya no, por favor !!! le dije con sincero hastío.
Sin embargo, la sensación me resultó mucho más grata de lo que me imaginé, en verdad una delicia (con el tiempo aprendí que eso es lo que más me gusta) así que lo dejé seguir, pronto estaba excitada de nuevo, me quería acostar para facilitar su trabajo y relajar mis cansadas piernas, cuando de pronto siento un flash en plena cara, abrí los ojos y vi a mi amante frente a mí, cámara en mano, fotografiando mis morbosos gestos de placer.
Recién me percaté que la lengua que tanta dicha me estaba dando no era de T, sino de su inseparable amigo CH, el otro de los candidatos a desvirginarme. ¿Qué pasa aquí?, ¿Qué me estás haciendo, de donde saliste? le dije mientras jalaba sus cabellos, con poca fuerza, la verdad sea dicha. T me acaricio los labios nuevamente y yo quise morder su dedo otra vez, sin lograrlo.
No pasa nada, calmadita, tu sigue gozando, ¿o es que no te gusta? ¿acaso CH no lo hace bien?. Yo pensé que eras tú, dije, !!!hay ya no por favor, CH sueltamente, te lo ruego¡¡¡. Como respuesta se despegó de mi vagina -súper mojada ya-, me levantó en peso y me llevó hasta la cama, allí me tiro boca arriba para continuar con su trabajo, parecía disfrutarlo mucho, mientras T seguía tomando fotografías una tras otra; quise jalar sus cabellos otra vez, pero al tomar contacto con su cabeza, inexplicablemente, lo acaricie e incluso lo empuje hacia dentro de mi concha, para que la lengua larga y movediza se pegara más a mi cuerpo.
Mi reacción no tardó, toda la escena de pronto apareció en mi mente, me veía allí disfrutando de esa nueva emoción con la cabeza de CH entre mis piernas, veía mi cara de gozo y los dos cuerpos desnudos de esos entrañables amigos.
Sentí que desde dentro de mi ser, desde mi vientre, se abría paso una energía que hipersensilizaba mi cuerpo centímetro a centímetro, pronto estallé, esta vez con gritos más fuertes pero entrecortados, como si en vez de un solo orgasmo largo fueran varios pequeños, que se interrumpían el uno al otro, de modo que siempre el que venía después era más fuerte, eso creó una escala ascendente de gritos que me dejaron sin aliento, creí que nunca acabaría, creí que moriría ahogada, y lo dije, ¡¡¡¡me muero, me muero!!!!!; T se reía, CH me soltó apiadado de mis lamentos y convulsiones, también se río de mí el muy bastardo.
Las mujeres han de saber que los orgasmos producidos por la lengua (aunque menos fuertes) dejan una secuela un poco más larga que los coitales; incluso nos dan la sensación de que el orgasmo sigue, que va desapareciendo poco a poco, hasta extinguirse por si sólo; en ese estado me encontraba yo cuando el animal de CH me metió su pinga entre las piernas; me enfadé, quería que me deje terminar de gozar tranquila, además, esta vez en verdad estaba agotada, hecha un trapo realmente.
A este hombre no le importaban mis reclamos, su miembro se había puesto a mil con mis manifestaciones de gozo, así que quería saciarse; me dio con más fuerza que T.
Aunque su pene era más pequeño, estaba durísimo y era muy, muy grueso.
Yo quería que acabe ya, en verdad no aguantaba más; le suplique que ya termine, que no siguiera penetrando, nada, cada palabra mía hacía que esa daga se le hinchara más, aumentando mi dolor.
En ese momento pensé que Dios me había abandonado y que tenía adentro al mismísimo demonio, haciéndome pagar por todos mis pecados.
Le pedí a T que me ayude, que no me tome más fotos (él seguía), por fin grité a quien pudiera escucharme, ¡¡¡¡socorro, me violan!!!!, nada.
Al fin una palabra emergió de mi boca ¡¡¡piedad, piedad CH!!!, por fin salió un chorro de leche caliente, con una fuerza tan brutal que pareció golpear mi útero; la bestia gritó de placer y por fin su instrumento de tortura se ablandó, aunque mantenía los mismos volúmenes ya no me haría daño, al menos por ahora. Poco a poco fue deshinchándose, dentro de mi, en verdad había sobrevivido, casi no podía creerlo.
T se hecho en la cama, junto a CH y a mí; me explicó que ellos, como buenos amigos, habían decidido que no importaba quien triunfara en la conquista de mi culo, finalmente ambos compartirían el premio, el ganador sólo tendría derecho a cachar primero y así lo habían cumplido.
CH había llegado pocos minutos después que nosotros, escuchó mi primer orgasmo y vio mientras T me penetraba, mientras fotografiaba también las escenas de mi desfloración.
Yo reclamé, insistí en que era una canallada lo que me habían hecho y acusé a CH de haberme violado, ellos me dijeron que yo me lo merecía, que los había provocado a los dos, haciéndolos pelear, era mi castigo por ofrecida. Ante tal argumento sólo me quedo callar.
Ellos decidieron que merecía más castigo, así que me pusieron boca abajo para que CH pudiera darme de nalgadas, mientras su compañero me metía el instrumento entre los labios y me instruía sobre la mejor forma de hacerle una mamada.
Ya estaba resignada a lo que quisiesen, en verdad me sentía su sirvienta, así que traté de chupar lo mejor que pude aunque los palmazos en el culo en verdad dolían y por momentos me obligaban a apretar mis dientes sobre el pene de T (cosa que no le gustaba demasiado) al poco rato ya estaba duro de nuevo, enorme, no podía chuparle ni la mitad. Fue entonces cuando me cambiaron de posición, pasé a degustar el pene de CH y a recibir las rudas manos de T en mis generosas carnes.
Mientras estaba chupando la nueva verga (que recibí ya casi erecta) sentí una nueva penetración por detrás, esta vez eran dos dedazos, que recorrían toda mi vagina y le dedicaban especial atención al botoncito de mi clítoris, yo quería gemir, pero el miserable de CH me obligaba a seguir chupando; en verdad que mi amigo de atrás sabía lo que hacía, no tardé ni cinco minutos en tener un nuevo orgasmo, que me obligó a sacar el pene de mi boca, para gritar mi placer. Justo al acabar ese grandioso momento sentí una nueva penetración por detrás ¡!!que dolor tan maldito!! me acababan de romper el culo, podía notar con total claridad que el tremendo mazo de T se había metido, rompiendo en su camino mi piel circundante.
Esta vez no me iba a dejar, lo insulté, traté de zafarme, moviéndome como una comadreja en batalla, pero el otro macho me sujetó las manos y el propio T ya me tenía bien asida de la cintura, de modo que no me quedó más remedio que resignarme a que me reviente todo el culo, pensé que si seguía insultándolo mantendría algo de dignidad.
No obstante, al poco rato todo cambió, empecé a sentir que ese dolor era agradable y sin darme cuenta yo misma estaba impulsando mis caderas hacia el tubo de mi violador, obvio que mis insultos también fueron remplazados, para mi sorpresa estaba gritándole cosas como ¡papito!, ¡dame hasta el fondo!, ¡méteme más!, ¡rómpeme toda!, en fin, quien sabe cuantas puterías más se me escaparon ese día.
CH quería penetrarme también, ya estaba a mil, pero no encontraba una posición adecuada, además notó que T ya estaba para acabar; así que se contentó con que se la frotara mientras el otro me culeaba, cosa que le agradecí, porque me dejó llegar a mi orgasmo justo al mismo tiempo que T tenía el suyo, la experiencia –aunque ruda- fue también muy bonita, en realidad debe ser el momento de mayor compenetración humana.
Cuando T acabó ya sabía lo que me esperaba, el otro cachero quería su porción, así que resignada me eché ante él y lo llamé, esta vez boca arriba.
Ni que decir que estaba recontra excitado, así que me cogió las dos piernas y se las puso al hombro ¡vaya una penetración profunda!, aunque no era tan grande como el otro, yo sentía que me estaba perforando el útero, así se lo dije y el muy canalla presionó más y más fuerte, hasta hacerme alcanzar el último orgasmo de la noche; luego de ello sacó su grueso miembro y se masturbó sobre mi cara, yo no tuve fuerzas ni para taparme con una mano, simplemente recibí, mientras el desgraciado de T tomaba fotos de esta nueva humillación.
Luego de acabar se bañaron y se marcharon, dejándome dormida, más dormida que nunca.
Al día siguiente desperté en esta casa extraña, con dolor de cabeza, de estómago y con un tremendo ardor en el culo; también la vagina la sentía hipersensible, pero no me dolía realmente.
Haciendo un esfuerzo me levanté ¡ya eran las nueve!, un rápido duchazo y a la conferencia de la mañana; me sentía terriblemente culpable y deseaba rapar mi falta aprovechando en algo el tiempo, además, quería escaparme de la curiosidad de mis amigas, que ya estarían ansiosas de saber como me fue.
Por la noche, ya en el club deportivo, pensaba en lo que había hecho, cuanto de ello había sido mi culpa y cuanto fue abuso.
Estaba claro que yo quería tener sexo, cedí a la seducción de T y acepté –aunque borracha-que él me desvirgara.
Pero no habría accedido a tener sexo con dos tipos si me lo hubieran propuesto, tampoco quería que me dieran por detrás, menos aun que tomasen fotos de todo; llegué a la conclusión de que eran unos abusivos, se habían aprovechado de mi arrechura para hacerme cosas horribles. Apenas los viese les reclamaría indignada.
En estas meditaciones me hallaba cuando llegaron mis amigas, me rodearon y me preguntaron sobre la noche anterior, me habían visto salir de la discoteca en un tremendo agarre y suponían lo mejor; alguna me preguntó también por CH, si nos había hecho problemas o algo, ya que nos siguió y no regresó nunca.
Les confesé que había perdido la virginidad, les dije que estuvo muy bien y que T era lo máximo, que la tenía muy grande y que era muy agresivo en la cama, un poco rudo, pero te hacía sentir riquísimo.
Es decir que no les mentí, simplemente omití algunos detalles que resultaban demasiado bochornosos para mi.
Una de ellas –la más audaz y recorrida en el sexo- declaró que había motivos para celebrar; tenía un par de botellas de pisco y estábamos solo un grupo de cuatro, así que no dudo en comprar una Coca Cola de litro y medio y preparar un trago que mataría a cualquiera.
Nos lo acabamos a las dos horas y quedamos recontra empiladas. Decidimos salir a una discoteca, como habían hecho todas las demás, pero para ello teníamos que quitarnos esta sensación de borrachera. Por eso fuimos al baño, con la idea de despejarnos con un buen duchazo.
Ya he descrito este largo corredor de las duchas, cabinas cubiertas con una puerta de madera que no llega a tocar el suelo. Llegamos en silencio porque desde varios metros antes de la puerta pudimos escuchar el sonido del agua ( lo que nos sorprendió, o que supuestamente todos estaban en la discoteca).
Al entrar al corredor, notamos que sólo una de las duchas estaba siendo utilizada y reconocimos por los pies que afloraban al compañero que estaba adentro, ese color negro de su piel era único, y tenía un cuerpo muy atlético; las chicas siempre nos habíamos preguntado si sería cierto ese mito de los negros y sus penes enormes; no queríamos desaprovechar esta oportunidad para develar el misterio.
Nos acercamos en silencio, y me tocó a mi el honor de espiar primero por la gruesa rendija de la puerta, que permitía una visión panorámica.
Puede verlo muy bien, de costado recibiendo el agua sobre su cuerpo negro y fibroso, más musculoso de lo que yo esperaba, de costado se apreciaban sus brazos poderosos, su culo paradito y su enorme falo colgando, estaba flácido, pero aun así era hermoso, con una cabeza tremenda y redondita, que brillaba bajo el agua.
Pronto mi amiga (la malograda) me empujó para ganarse alguito también, se relamió con descaro mientras el negro se volteaba bajo el chorro de agua.
Una fuerte carcajada interrumpió nuestra labor de espionaje, la voz de nuestro compañero retumbó en todo el baño ¡mira nada más, tan seriecitas que parecían!, ¿ganándose?, ¡K, sal de allí que tienes aquí unas putas esperándote!.
Mientras el muchacho (medio ebrio) decía todo esto, sus diez compañeros nos rodearon, impidiendo que vayamos a escapar.
Estábamos realmente turbadas, y más aun cuando K abrió la puerta de su ducha y salió tal cual estaba; pese a la vergüenza que sentíamos, todas nos deleitamos con ese cuerpazo, sin ningún disimulo.
Nos acusaron de arrechas, de putas, de fisgonas; decidieron hacernos un favor y tirarnos entre todos allí mismo.
Por supuesto que protestamos, pero ya no nos tenían ningún respeto y dada la inferioridad numérica y el estado etílico en que ellos se encontraban (también nosotras) no tenía sentido defenderse.
El negro exigió que nos mostráramos desnudas, ya que el había sido observado sin su permiso; como no queríamos hacerlo, el mismo nos arrancó las batas una a una, dejándonos tal como el estaba, pura piel, puro deseo.
Yo fui la afortunada a la que él decidió cachar, me besó lo senos, chupando y mordiendo sin piedad mis enormes pezones colorados.
Pude ver que mis amigas también eran atendidas, tres machos para cada una, primero besándolas y manoseándolas a placer y luego buscando la mejor posición para empalarlas entre todos.
Estaba recontra mojada y le pedí a K que me penetrara de una buena vez, este no se hizo de rogar y me puso a cuatro patas (a todos los hombres les gusta esa posición o es que mi cuerpo es más apreciado cuando cachó como perra) pronto tenía su fierrazo entre mis labios inferiores y movía mis caderas lo mejor que podía: Dos muchachos (uno de ellos el poeta que escribía sobre mis ojos) se me pusieron en frente para meterme sus instrumentos en la boca, por turnos, pronto alcancé el orgasmo, mientras dos chorros de semen me hacían un nuevo tratamiento facial; escuché los gritos de dos de mis amigas antes que yo y la otra empezó justo al momento en que yo terminaba.
El negro no había eyaculado, así que me puso boca arriba, sobre el suelo frío, y se me hecho encima para menearme por cinco minutos más, aunque no lo crean, fue suficiente para que tuviera otro orgasmo ¡que rico!, esa posición es buenaza.
Fueron siete los desgraciados que me poseyeron esa noche, ensayando el kamasutra completo; parece que yo era la que más admiradores tenía, así que me dedicaron más atención que a mis amigas, hasta que me derrumbé, llorando de placer, dolor y cansancio.
Pese a todo, creo que la pasé mejor que J y L, a ellas, que son flaquitas, simpaticonas, casi del mismo físico, las obligaron a ponerse a cuatro patas, culo contra culo y a introducirse un artilugio de plástico, que era como un largo pene de dos cabezas, una a cada extremo; cada chica tenía la mitad del instrumento en su conchita (quince centímetros más o menos).
Les dijeron que era el juego de la puta mas rápida, consistía en ponerse culo a culo, con el falo que las atravesaba a ambas y moverse simulando una penetración real; la que se corriera primero perdía el juego, así que si una quería ganar tenía que moverse de tal modo que el aparato hiciera gozar más a su compañera.
Ellas estaban tan excitadas que ni siquiera objetaron las reglas, ni preguntaron cual era el castigo, L estuvo a punto de reclamar algo, pero apenas la puta de J empezó a moverse ella la siguió, con una habilidad inusitada para todos los presentes (pues además de mí, ella era la menos experimentada, según creíamos).
Luego de un largo jaleo, L se corrió primero – apenás medio minuto antes que J) y le tocó –como castigo- chupar los falos de los tres chicos que aun tenían ansiedad. Acabó con las mandíbulas cansadas y llena de líquido pegajoso en todo su cabello.
Menos mal que ya amanecía, sino que otra perrada nos viesen hecho los muy ladinos, nos dejaron tiradas en el suelo, humilladas pero contentas; nos bañamos sin pronunciar palabra y casi a rastras llegamos a nuestras camas a dormir como lirones; menos mal que las otras chicas no llegaban aun de la discoteca.
A la mañana siguiente J concertó un reunión con el grupo de violadores, todas asistimos y les dijimos que lo que había pasado en Cuzco no debía ser de conocimiento público; porque podían destruirnos la vida (familia, enamorados, una de mis amigas incluso estaba comprometida para casarse).
En ese momento nos dimos cuenta de que los chicos no eran tan desgraciados, se comprometieron a guardar nuestro secreto, a cambio de que de vez en vez -con total discreción- repitiésemos jornadas similares.
Aceptamos gustosas y desde entonces, hasta acabar la carrera, fuimos la clase más divertida de toda la universidad.
Otro día les contaré que pasó con mis dos amantes y con mi novio al volver a Lima.