Capítulo 3
Hogar, dulce hogar III
Así es que sigo cumplimentando a mi mujer, a la mujer que amo, en todo aquello que puedo y sin limitación alguna, y por eso, para comprobar que realizo bien el trabajo, que la dejo a ella en buen lugar cuando acudo a casa de su amiga Eva para realizarle las labores domésticas, sé que ha instalado en la casa de su amiga una webcam de una página web, por lo que desde su trabajo puede conectarse y verme, controlarme y vigilar que hago bien mi trabajo de fregar el suelo del piso de su amiga a cuatro patas y con bayeta.
E incluso encerarlo.
Y mientras estoy ahí, con mis braguitas y el delantal de doncella francesa, fregando a mano el piso, pienso en la suerte que tengo de tenerla a ella, un mujer muy mujer que incluso monta a caballo y se hace de querer por cualquier potro y por cualquier humano. Y cuando la veo sacar la fusta, ponerse la ropa para montar, me echo a llorar apenado sintiendo envidia del caballo que la lleva, la soporta y tiene el placer de sentirla y verla tan hermosa.
Porque en esto de estar a cuatro patas yo también tengo experiencia pues cuando se trae a su macho a follar a nuestra cama, me coloca un delantal de doncella francesa, me mete un consolador en el culo y me deja a cuatro patas cerca de la puerta del dormitorio, premeditadamente entreabierta, para que oiga sus jadeos mientras folla con su macho y esté atento por si me llaman y tengo que entrar para servirles.
Y yo tan feliz porque la amo con toda mi alma, porque me gusta ser suyo, su cornudo sumiso y porque la quiero sin límites y así se lo digo una vez que termina de follar con su macho y como es mi deber, me arrodillo entre sus muslos para limpiarla, mientras le digo que la amo.
– Te quiero, amor mío, te quiero –le confieso arrobado-, y soy feliz sintiendo que tu poder sobre mí es total, que yo desaparezco, me vació para que me llenes de ti, de tus caprichos, de tus deseos, de tus antojos. Soy tuyo, en cuerpo y alma, porque te quiero más allá del bien y del mal. Te has convertido en la mujer de mis sueños, porque la mujer con la que siempre he soñado existe, eres tú. Y te suplico que me transformes en un objeto a tu servicio, en un animal o en un mueble pendiente de atender lo que te dicte tu coño, para estar atento a él, de lo que se le encapriche, para servirlo, adorarlo y conseguir todo lo que él quiera. Todo lo que a ti te apetezca y te salga del coño, sin límite. Quiero ser tu coño para vivir en él, dormir en él comer en él y beber todo lo que salga de él. Quiero ser un animal a tu servicio pendiente sólo te atender lo que te sale de coño, de tus ovarios, de ti, de la mujer más bella (físicamente e intelectualmente) que jamás he conocido.
Y ella me felicita, mientras le lamo su hermoso coño, me dice que me quiere, que también me ama y que me va a hacer todavía más feliz porque su felicidad y su placer depende de ver que yo soy feliz siendo su cornudo sumiso.
Y por eso, algunas noches, cuando salimos a la calle, ella se pone una falda muy corta, se deja las braguitas tanga transparentes, se coloca las sandalias de alto y fino tacón y me coge de la mano para salir a dar una vuelta y a sentarnos en una terraza, donde inexcusablemente abre mucho sus muslos para que todos vean sus braguitas mientras me susurra al oído que se siente como una puta salida y muy excitada porque, al verla, todos sepan que lo es.
– Y obviamente, claro, que el que está a mi lado es el cornudo de mi pareja que no le importa que su mujer vaya enseñando por ahí el coño a todo el mundo a través de la braguita transparente.
Y lo soy, porque antes de salir le he tenido que recortar con una tijera pequeña, muy pequeña, los pelos de su coño para que se le viera bien la raja y los labios, y mientras lo hacía ella me humillaba, como es natural, diciéndome lo que yo ya sabía: que es imposible encontrar un cornudo como yo que goce arreglándole a su mujer el coño para que otros machos lo vean y disfruten por la calle.
Y desde abajo, arrodillado entre sus muslos, yo la veo majestuosa, guapa, hermosa, como una reina que necesitara sumisos para ser adorada y muchos machos para ser satisfecha. Y entonces acerco mi cara a su coño, lo beso con ternura, con devoción y le digo que la amo, que la quiero con toda mi alma; que mi placer es sufrir para que ella goce con mi sufrimiento y que se lo ofrezco para que lo disfrute, para que se corra de placer al ver como sufro y gozo por ella, al sentir todo su poder sobre mí.
– Eres tan bella –le digo-, que comprendo que mi misión por el resto de esta vida es dedicarme en cuerpo y alma a conseguirte el placer, a que goces, a que disfrutes de todos los machos que te gusten, que se te encaprichen, mientras que yo te adoro, reverencio y beso el suelo que pisas, las cosas que tocas, el sillón en el que te sientas y el aire que respiras. Te quiero, amor mío, te quiero con toda mi alma.
¿Sí, de verdad me amas así? –me suele preguntar ella.
Sí, amor mío, sí; te quiero, haz conmigo lo que quieras.
– Pues entonces llama al macho para que vaya a la terraza a verme y luego nos vendremos aquí, cariño, porque con tu declaración de amor me has puesto todo mojada, y lo que ahora lo que me pide el coño no es un cariñoso enamorado, sino un macho de verdad que me folle y que a ti te haga cornudo, porque ya sabes que mi placer depende del poder que siento al humillarte.
Y yo la quiero tanto que lo acepto todo gustoso, y por eso, cuando vienen sus amigos a cenar vestidos de etiqueta con smoking y trajes de noche, me hace servirles la cena ataviado con sus braguitas tanga transparentes y el corto delantalito de doncella francesa que deja ver mis braguitas y mi culo.
Sus amigos, los matrimonios que vienen a cenar a casa, saben de nuestra relación y no comentan absolutamente nada, se comportan como si yo no existiera e incluso, cuando poco después llega el macho que se la está follando y delante de todos la abraza, la besa con pasión en la boca y le toca las tetas y el culo con las dos manos, ellos lo saludan, le hacen sitio en la mesa y me invitan a que lo sirva, a que le traiga la cena.
Y yo se la traigo, le sirvo y le pregunto si quiere vino, y procuro disimular el sofoco de mi cara cuando él mete la mano bajo el delantalito y saca mi pito duro, pese a la humillación de servirle al macho que se está follando a mi mujer.
Luego, si el amante se queda a dormir, yo duermo sobre la alfombra, junto a la cama y oigo y veo toda la noche como follan y se aman.
Pero no me importa y soy feliz porque además ahora debo de escribir todas las mañanas, antes de despertarla a ella lamiéndole el culito para traerle luego el desayuno, un texto de amor, una declaración de amor, una carta de sumisa adoración que, una vez que he preparado el desayuno, debo llevarle en la bandeja.
Y cuando llegó a un lado de su cama, me arrodillo, le ofrezco la bandeja y ella, mientras desayuna sus tostadas y su café con leche, la lee con atención como si fuera el periódico de la mañana.
Y se sonríe, porque en ella le digo que me gusta tener que escribir todo los días una carta adorándote, Carol, y lo más excitante es que tú me lo hayas ordenado porque me excita cómo lo ordenas todo, con naturalidad, como si supieras que se te va a obedecer de inmediato, como si te saliera del alma eso de gobernar y dominar a tus sumisos, a mí.
Me lo dices de una manera tan segura, pero tan cariñosa, que se me pone el pito duro al oír tu orden.
Y te obedezco como si hacerlo fuera lo más natural del mundo, como si llevaras dominándome toda la vida y yo no conociera otra situación que la de obedecerte de inmediato sin preguntar jamás por qué.
Porque el no preguntar jamás por qué fue lo primero que me enseñaste a obedecer, en mi camino y adiestramiento irreversible en mi sumisión a ti.
No preguntar nunca por qué he de hacer esto o lo otro, por qué he de obedecer de inmediato, por qué he de comportarme así o asá, por qué he de pensar eso que me dices que piense. Porque, como es natural y obvio, tú mi ama Carolina, piensas por mí.
Soy feliz sintiéndome tu sumiso esclavo, carolina, y nunca me había sentido así. Has cambiado mi vida y a partir de ahora ya nunca será igual.
Te llevo grabada a fuego en el corazón y pase lo que pase, aunque desaparezcas de mi vida, nunca podré olvidarte.
A partir de ahora mi vida será. «Antes de Carolina y después de Carolina». Y te obedezco, siento placer en obedecerte, en ser tu sumiso cornudo.
Y entonces la miro y la veo allí recostada en la cama, con su mano apoyada en mi sexo mientras lee mi carta, y beso sus manos, chupo sus dedos que ella se ha metido en su hermoso coño y que encuentro mojados, húmedos y que lamo y lamo con frenesí, con devoción, porque son los dedos de mi ama, de mi querida ama Carolina a la que quiero por encima de todo, por encima del bien y del mal, por encima de mi mismo porque soy feliz al empequeñecerme ante ella, al humillarme para que ella goce y disfrute con el placer que sientes al hacerlo.
– No hay mayor placer para un esclavo como yo que el ver como mi ama, como tú mi querida Carolina, gozas con mi humillación –le digo, mientras beso con fervor los dedos de su mano.