Capítulo 4
Teléfono erótico IV
Con el dinero que había ganado, pudo permitirse un viaje a las Islas Canarias por un fin de semana, lo justo para cargar baterías.
Sobre todo le apetecía disfrutar del sol y descansar, descansar mucho.
Su primer deseo tras instalarse en el hotel era ir a la playa.
Consultó la información turística que le habían dejado en su habitación, y buscó la playa nudista más cercana.
Ahora que estaba fuera de su tierra, que allí nadie la conocía, iba a aprovechar para bañarse y tomar el sol desnuda.
Siempre lo había querido hacer, debía de sentirse una sensación muy especial, aparte de la excitación que también le provocaba.
Cuando llegó a la playa, ya a las seis de la tarde, el sol calentaba pero no quemaba.
No había mucha gente, por lo que estaban dispersados a relativa distancia en la arena.
La mayoría de ellos desnudos por completo y una gran mayoría de hombres frente a unas cuantas mujeres.
Se sentó a unos metros prudenciales de las personas más cercanas y se desnudó por completo (estaba loca por hacerlo); sabía que los hombres de alrededor la mirarían y clavarían sus ojos en todas las partes de su cuerpo; no le importaba, al contrario, tenía madera de exhibicionista.
Una vez en la arena, observó a las personas que tenía en su entorno, evidentemente, todos ellos desviaron la mirada hacia otro lado disimulando haberla observado en su desnudo.
Primero se fijó en las mujeres más cercanas, algunas eran atractivas pero ninguna tanto como ella.
Los hombres eran casi todos jóvenes y parecían bien dotados. También había parejas de homosexuales tomando el solo tranquilamente.
Se relajó tumbándose al sol y dejando que el calor acariciara todo su cuerpo, la primera vez que lo sentía así, en cada centímetro de su piel.
La sensación de desnudez en los senos no le era extraña, acostumbraba a hacer topless, pero su sexo al aire le producía nuevas sensaciones que, por supuesto, la excitaban. Pensó que los hombres la miraban, y se atrevió a entreabrir sus piernas para provocarlos (si hubieran estado a la suficiente distancia, hubieran podido ver cómo estaban de mojados sus labios).
Permaneció allí relajada durante algún tiempo, hasta que tanto calor la invitó a bañarse.
Tendría que levantarse y exhibirse desnuda hasta la orilla.
Se puso de pie y sus senos comenzaron a encogerse con el viento; caminó despacio hacia la orilla, con toda la naturalidad de la que fue capaz, y se metió en el agua.
No pudo hacerlo de golpe, estaba demasiado fría, aunque quería hacerlo lo antes posible dado que sabía tener clavados muchos ojos.
Disfrutó tranquilamente de su baño y salió del agua con sus pezones duros y totalmente encogidos por el frío; todos volvían a mirarla con deseo.
Se dejó secar al sol y se incorporó para volver a prestar atención a sus vecinos. Uno de ellos parecía no quitarle ojo de encima y, además, resultaba bastante atractivo.
Si él no le quitaba la mirada, ella tampoco lo haría. Al cabo de unos minutos, tumbado de costado en la arena, se llevó la mano a la polla que ya tenía dura.
Ella siguió el ejemplo y se tocó su clítoris con suavidad; también se acarició sus pechos y se excitó mucho pensando en cómo la gente los estaban mirando.
Él se levantó, se dirigió hacia ella, y extendió su toalla al lado de la suya.
No mediaron palabras, simplemente se miraron con deseo y siguieron tocándose a si mismos.
Después comenzaron a hacer el amor, delante de todos los bañistas.
Fue espectacular. Tanto que uno de los hombres se acercó también y les preguntó si podía participar.
Ella sonrió y se incorporó para comerle la polla al nuevo invitado, mientras su primer admirador le metía la polla por el coño suavemente.
Follaron como locos hasta que se corrieron.
Cuando terminaron, uno de los hombres le ofreció un cigarrillo y los tres fumaron relajadamente, riéndose ante la cara de alguna gente que no salían de su asombro por lo que habían presenciado.