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Teléfono erótico VII

Teléfono erótico VII

Dos meses después, Lorna se encontraba totalmente obsesionada con ese hombre. Todas las experiencia con él habían sido emocionantes, placenteras. Se preguntaba qué le quedaba ya por descubrir.

Carlos la llamó esa noche para decirle que tenía trabajo para ella, sin explicarle nada más. Quedaron para el fin de semana para cumplir con su misterioso trabajo. Evidentemente, podía imaginar más o menos en qué podría consistir.

A la hora en punto, él la recogió como siempre a la puerta de su casa.

Esa vez viajaron durante más de dos horas y parecían dirigirse a una ciudad cercana. Cuando llegaron, fueron a un hotel lujoso. La habitación que tenían reservada era muy amplia y disponía de sala de estar, baño con ¡yakuzi! y dormitorio.

Le dijo que tenía un cliente para ella, que pedirían la cena en la habitación y, seguidamente, llamó por teléfono con el móvil. Quedaron en una hora y media aproximadamente.

Carlos le había comprado una lencería muy especial, totalmente sensual. Era un conjunto Burdeos medio transparente, con bordados, sujetador, braguitas tanga y liguero. Encima, una blusa negra de gasa totalmente transparente.

Después de que se lo había puesto todo cuidadosamente en el baño, pegaron a la puerta. Parecía que era del servicio de habitaciones trayendo la cena.

Carlos le ordenó que abriera la puerta tal y como estaba vestida. Así lo hizo; en los ojos del camarero no podía ocultarse su admiración, por más que trataba de simular una situación normal. Proseguía haciendo su trabajo evitando mirar a la señora.

Tras dejar el carrito en su sitio, le preguntó al señor si deseaban algo más. Le contestó que no, y cuando ya se volvía, le preguntó si le gustaba su mujer. El camarero la miró obscenamente y sonrió afirmando que sí, que le gustaba mucho.

Carlos le pidió que se retirara y le dio las gracias con una buena propina. El hombre se marchó desilusionado por no haber obtenido otro tipo de propina.

La cena era exquisita, servida con un buen vino. Después de tomar el postre, unos deliciosos crepes, él se levantó y se marchó sin despedirse.

Ella se quedó aburrida y encendió el televisor. Zapeando entre un montón de canales, encontró una película porno; decidió verla para amenizar la espera. El hecho de que no supiera que iba a pasar la excitaba, a la vez que le provocaba cierto desasosiego.

Después de un rato, llamaron a la puerta. A pesar de que le daba un poco de vergüenza, decidió abrir tal y como estaba vestida, más bien medio desnuda. Tras la puerta, un hombre de unos 35 años de edad, elegantemente vestido con traje pero sin corbata, el pelo engominado y corto, muy atractivo, alto; en décimas de segundo la escudriñó de arriba abajo. Después la saludó y como ella parecía no reaccionar, le preguntó si podía pasar. Ella asintió y le permitió la entrada a la habitación.

El hombre se sentó en uno de los sofás de la sala de estar y examinó con la mirada la habitación. Se presentó, dijo llamarse Alberto y le preguntó a ella su nombre.

Se quedó mirando la televisión donde aparecía una pareja follando y ella se encendió un cigarrillo permaneciendo de pie y a la expectativa.

– Carlos me ha hablado muy bien de ti. Espero no ser decepcionado. He pagado una importante cantidad de dinero.

Ella no dijo nada. Seguía esperando, esperando órdenes por lo que parecía.

– ¿Te estabas masturbando mientras veías esta película?.

– No. Sólo la miraba.

– Prefiero que la quites y pongas música.

Después le pidió que se sentara en una silla enfrente de él. Ella situó la silla a unos tres metros de distancia y se sentó.

– Abre bien las piernas y tócate.

Ella lo hizo sin quitarle la mirada. Se tocó suavemente los senos dejándolos al descubierto; luego se levantó al braguita y le enseñó su hermoso sexo. Comenzaba a estar mojado, pero todavía le faltaba mucho para estar totalmente excitado.

Durante mucho rato el cliente se limitó a mirar y ella a masturbarse ante sus ojos. Para entonces la putita comenzaba a desear con ansia que la usaran. Además, se sentía muy atraída por ese hombre tan atractivo e imaginaba como sería sentirlo.

Alberto empezó a tocarse por encima del pantalón, y luego se desabrochó para sacar una polla tremenda. Ella se relamió admirando esa maravilla.

Entonces se levantó hacia ella y le acarició los pechos, pasando después su mano por su coño totalmente mojado. Le quitó el tanga y se arrodilló para comerse ese coñito tan excitante. Era extraño y especial como lo hacía, le pasaba su lengua por todo su sexo, de abajo a arriba, hasta poco más arriba de su clítoris, una y otra vez.

– Estás pidiendo a gritos que te meta algo por el coño. Eres tan puta y tan calentona como me habían prometido.

Metió dos dedos en su coño y ella se estremeció. Sus palabras la habían excitado más. Aquello prometía.

Sacó los dedos de su coño y se los pasó por los labios para que los lamiera.

Le ordeno que se arrodillara para comerle la polla.

Comenzó a hacerlo con ansia, tragándosela todo lo que podía. Él le cogió la cabeza y se la apretaba hacia sí obligándola a que se la metiera más dentro.

Cuando tuvo suficiente de buena mamada, la puso en el sofá de rodillas y le metió la polla hasta dentro, moviéndose despacio, abriéndole el coño con su enorme polla. Ella se tocaba el clítoris y gemía suavemente.

Comenzó a embestirla más fuerte y rápidamente, teniendo que parar de vez en cuando para no correrse. Finalmente no pudo más y la llenó de leche, tanto que su esperma le salía goteando y manchando el sofá. Él se corrió sintiendo los espasmos de la corrida de ella. Definitivamente era una buena puta.

Cuando llegó Carlos, ellos estaban en el yacuzzi. Alberto le dijo que tenía razón, que le había hecho disfrutar y que parecía que podría servirle adecuadamente.

Carlos les esperó en el dormitorio a que salieran de la bañera. Le contó lo que esta puta había estado haciendo con dos perros y dos hombres a la vez, y se rieron.

Alberto se vistió y a ella le dijeron que se pusiera de nuevo la lencería tan erótica que había estrenado.

Se metió en el cuarto de baño y desde allí pudo oír como llegaban varias personas a la habitación. Al salir, estaban instalando focos, cámaras y demás. Parecía que le tocaba rodar una película porno.

Le pidió a Carlos hablar en privado, porque no estaba de acuerdo con aquello, podrían reconocerla quién sabe quién y eso era un riesgo que no podía correr.

Carlos no le respondió nada. Simplemente sacó de un cajón una peluca negra y un antifaz del mismo color.

En esas condiciones, no había nada que objetar.

Se maquilló intensamente y se colocó la peluca y el antifaz. La verdad es que era casi imposible reconocerla.

Cuando salió a la sala de estar, todo estaba preparado y la esperaban. Procedieron a rodar sin más y Alberto se fue hacia ella para manosearla y exhibirla ante las cámaras que la perseguían.

Después, el que parecía ser el director, le ordeno que se tumbara en la cama y comenzara a tocarse.

El hecho de que la estuvieran grabando la excitaba todavía más. El objetivo se centro en su sexo, que estaba de nuevo chorreando.

Tanto Carlos, Alberto como otro chico más la insultaban y la obligaban a chuparles las pollas o masturbarlos. Su coño se encogía de expectación, sentir como la penetraban.

Los cámaras no paraban de rodar y el director la jaleaba sobre lo bien que lo estaba haciendo.

El tercer hombre la cogió violentamente de las caderas para embestirla por detrás.

Empezó a moverse como un loco, y ella, tocándose el clítoris se corrió en oleadas, saliendo incluso líquido de su sexo, lo cual fue filmado pormenorizadamente.

Siguió follándosela con más fuerza, ignorando su corrida, haciéndole daño, hasta que él también se corrió derramando en sus nalgas.

Entonces Carlos le abrió su culo con el semen del otro, y le metió la polla hasta el fondo. Ella chillaba de dolor, pero luego éste se fue convirtiendo en un placer inusitado; se acariciaba el clítoris con vehemencia, disfrutando de la jodienda.

El hombre que acababa de follarla, no hacía más que repetir lo puta que era, que nunca había disfrutado de una zorra así.

Ella no podía evitar sentirse halagada, en esos momentos de placer pretendía ser la más zorra de todas y estaba dispuesta a todo; que hicieran con ella lo que quisieren…

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