Capítulo 2

Teléfono erótico II

Todo parecía haber concluido. El Sr. Arkin se había corrido y ella también; seguramente tomarían un descanso para luego continuar, o se despedirían.

Pero, sorprendentemente, él comenzaba a estar excitado de nuevo.

Su polla ya no pendía lánguidamente tras su corrida, ahora recobraba tamaño y complexión aunque todavía no estaba del todo erecta.

Asimismo, él parecía que quería seguir disfrutándola.

Eso la halagó y volvió a subir el primer peldaño de la excitación que conduce al clímax.

Se alegró de estar dispuesta a otro buen polvo. Era cierto que cada vez podía disfrutar más del sexo, cada vez necesitaba más y más.

Él también se dio cuenta de que ella estaba dispuesta a seguir.

No entendía cómo aquella zorra había conseguido que tuviera ganas otra vez, pero lo cierto es que le apetecía seguir disfrutando de esa guarra; no siempre era posible disponer de una puta así y que encima no exigiera nada, dispuesta a dejarse hacer de todo.

Es que sus pensamientos retorcidos asomaban a su mente sin saber por qué, quería hacerle a esa zorra todas las perversiones que había imaginado y que pudiera imaginar. Recordó que su socio estaba a punto de llegar y avisó a recepción de que lo pasaran a su despacho cuando viniese.

Continuó sin dirigirle la palabra y ella parecía estar esperando que la usaran de nuevo. Le dijo que se abrochara la blusa y se sentara de nuevo en la silla.

Lorna obedeció expectante ante la nueva aventura que se le presentaba: el rol que interpretaba su amo traspasaba un pequeño límite más hacia la realidad. Definitivamente era un hombre que había sabido entenderla y se proponía no dejar de hacerlo.

Su jefe también se sentó y la miraba con intención incluso de perturbarla, de que pasara vergüenza; lascivamente su mirada se centraba en sus senos y en su sexo, incluso en sus ojos se reflejaba cierto desprecio que pretendía mostrar hacia ella, desprecio a su cuerpo provocador y a sus ganas de follar.

Pero ella, a pesar de sentirse ciertamente avergonzada, a la vez experimentaba un grado de excitación muy alto, con esa nueva forma de dominación que nadie le había enseñado.

Su nuevo amo no parecía querer liberarla de la pequeña tortura y tampoco ella pretendía que lo hiciera, porque se sentía plenamente excitada, otra vez, admirándose de que simplemente una determinada situación morbosa pudiera haberla llevado a calentarla de aquella forma.

Ansiaba saber lo que aún le quedaba por llegar, su imaginación volaba elucubrando acerca de lo que todavía pudiera pasar.

Y, por supuesto, su coño se humedecía como si hubiera sido la primera vez que lo hiciera. En esos minutos, que a la vez se hicieron interminables, experimentó el gran placer de sentirse una puta de verdad.

Su otro jefe abrió la puerta del despacho y entró en la habitación con naturalidad, no esperaba encontrarse ninguna situación fuera de lo normal, pero, sin embargo, debió notar la tensión y humedad que había en el ambiente, a decir por la expresión significativa de su rostro.

Los dos compañeros hablaron de sus asuntos por algunos minutos, pareciendo ambos ignorar el cuerpo de esa mujer que parecía estar ardiendo por dentro. Cuando terminaron, el Sr. Arkin preguntó a su socio:

– ¿Sabes que hacíamos yo y esta puta antes que tú llegaras? – no le dejó que contestara, le explicó que se la estaba follando haciéndola correr como loca. Se levantó y se dirigió hacia ella, le manoseó el pecho y lo dejó expuesto, preguntándole a su invitado:

– ¿Has visto que buena que está esta zorra?, ¿no me digas que no te apetece echarle un polvo?. Te aseguro que a mí, hace un momento, me ha hecho sentir, la muy puta. La cogió por la barbilla y subió su cabeza para exhibirla como si de un animal se tratara. Inquirió a su invitado que contestara, cuando saliera de su asombro. Inmediatamente, el Sr. Luyet respondió insistente y afirmativamente sobre sus ganas de follársela.

– ¿Qué te gustaría hacerle a esta puta?. Creo que ella está dispuesta a hacer lo que haga falta, total de que la hagamos que se corra como una puerca.

Hablaban de ella como si no estuviera allí delante, como si ni siquiera mereciera la pena hablarle, como si no fuera nada, sólo un objeto para dar placer a sus amos que tanto la hacían disfrutar. Y eso, ¡cómo la excitaba!.

– No te cortes, di lo que te apetece. Yo acabo de follármela por el coño y después le he metido el consolador que tenemos para las putas, por todos los sitios, ya sabes. Se ha corrido como loca, la muy cerda.

– Pues la verdad, a mí me encantaría follármela por el culo, tiene que tener un culo tremendo…

– Eso le gustará,… a ver… ¿le decimos que te la chupe un poquito primero?.

– Sí, me parece bien.

Luyet se apresuró a desabrocharse la bragueta para dejar al aire su verga erecta; ella fue levemente obligada por su amo a bajar la cabeza hasta la altura de esa polla para proceder a comérsela.

Lo hizo al principio suavemente, pasando su lengua por todas las partes de la polla, desde su base hasta el glande; la mojaba con su saliva y se excitaba con ese miembro del que iba a gozar en un momento.

Entonces, el Sr. Arkin le ordenó que se la metiera entera en su boca y que se la chupara con fuerza; y así lo hizo, poniendo todo el ímpetu del que fue capaz; la ahogaba esa gran polla en la boca, pero no podía dejar de hacerlo, era una puta y tenía que dar placer a los hombres.

Su otro jefe apartó su polla de la boca y le dijo que no siguiera, que iba a correrse, que prefería follarla por detrás y llegar al orgasmo dentro de su culo.

La dieron la vuelta, la ordenaron que se inclinara sobre la silla y que abriera bien sus piernas para recibir las pollas que la iban a follar.

Ofrecida, le clavó primero la polla en su coño y la embestía con fuerza, haciéndola gemir de placer y desear el orgasmo intenso que quería sentir.

Totalmente mojada, soltando además la corrida previa de su amo por el coño, anhelaba más placer y se estremecía por el que sentía.

Su mejor amo tenía la polla tiesa y se la tocaba mientras miraba cómo se la estaban follando. Y le dijo al que la estaba jodiendo que le metiera ahora la verga por el culo, que se lo destrozara… hasta que le saliera por la boca.

Ella se estremeció de placer y miedo, a la vez, pensando en lo que le iban a hacer; le dolería a la vez que subiría al cielo con cada empujón.

Así fue; al principio le costó metérsela, pero lo consiguió y se la introdujo todo lo dentro que podía, abriéndola para él.

Lorna llegó al orgasmo al poco tiempo y fue una de los mejores corridas que podía recordar.

Ellos advirtieron su placer y se excitaron con él aún más, por lo que el hombre que la estaba penetrando se corrió a gusto y le cubrió el ano de semen.

Pero el otro hombre quería volver a correrse, le metió la polla en la boca y la obligó a que se la tragara.

Después de un rato de suculenta mamada, la folló también por el culo; a pesar de que ahora ella gritaba más de dolor que de placer, no le importaba, estaba enloquecido de placer y sólo pensaba en correrse; siguió embistiéndola con fuerza y, finalmente,… se corrió, al mismo tiempo que le gritaba que se aguantara el dolor, le pegaba cachetadas y la insultaba.

Al notar su corrida, ella respiró aliviada.

Había sido alucinante, se encontraba como drogada de tanto placer.

Una vez que ambos hombres hubieron terminado, se vistieron y se sentaron como si tal cosa, dejándola a ella todavía extasiada y destrozada. Fumaron un cigarrillo y se felicitaron por la buena jodida que habían echado.

Ella entendió que debía vestirse y marcharse; tras despedirse, ya en la puerta de salida de la habitación, su gran jefe la llamó y le dijo que había sido una buena putita, que al menos se merecía una buena recompensa.

Ella dio por hecho que iba a pagarle dinero por lo que había hecho, porque eso era lo que deseaba: ¡iba a ser una puta de verdad a la que pagan!.

Pero él pensaba en otro tipo de contraprestación, aunque fue lo suficientemente inteligente como para comprender que ella se excitaría mucho si se la pagaba como puta.

Sacó su billetera del bolsillo y le entregó 300 Euros. Encima de todo, la habían pagado muy generosamente.

Un escalofrió recorrió su cuerpo, ¡cómo podía ser posible que aún quisiera seguir jodiendo!.

A Lorna siempre la había excitado pensar en llegar a ser una puta de verdad, pero jamás hubiera creído que pudiera serlo.

La experiencia la había hecho enloquecer de placer, de sexo puro y duro, y nada más recordar lo vivido se excitaba hasta tal punto que una emoción escalofriante recorría su cuerpo.

Durante los días posteriores, no pudo dejar de recordar varias veces al día lo que su jefe le había hecho, ansiando que se repitiera.

Pero, sin embargo, en esos días sus jefes pasaron olímpicamente de ella y no le hicieron ni puto caso, simplemente la miraban con sonrisa maliciosa sin ni siquiera dirigirle la palabra.

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