Capítulo 1
Carolina y yo: su cornudo sumiso
Carolina es una mujer espléndida, de armas tomar, tiene carácter, una personalidad muy definida y siempre ha sabido lo que quería en la vida.
Es rubia, mide 1,68, y sus demás medidas son, según me dice, 90/60/90. Sus pezones son carnosos y turgentes y cuando se arregla sofisticada como señora, con su coleta suelta, los tíos se derriten al verla, y se vuelven siempre por la calle.
Le gusta llevar botas de tacón y cuando aparecía ante mí para hacer el amor, se colocaba las tetas por encima de su bra. Eso era en aquella época de novios en la que nos queríamos, éramos cómplices y confidentes.
Cuando ella me preguntaba por mis fantasías, por qué era lo que me excitaba más y cuando me animaba a que se lo contara todo.
Se ponía muy cariñosa y dulce, me acariciaba la nuca, me atraía hacia ella y me besaba mojándome los labios con su lengua.
Yo le contestaba que no las tenía, que era normal y le daba largas, pues no quería perderla, no quería que al saber el calado de mis fantasías me tomara por un perverso crápula, por un enfermo y me dejara.
Porque ella me quería, de eso no había duda, pues se compraba toda la ropa que yo le insinuaba para complacerme e, incluso, al saber que a mí me excitaban los labios del sexo gordos, muy gordos, fue a que le hicieran una pequeña operación para engordarlos, como ahora hacen algunas mujeres con los labios de la boca.
A mí me gustaba verla así porque parecía más expuesta y porque al llevar tangas transparentes se le veían nítidos, rollizos, a través de la braguita.
Y también, claro, porque cuando iba por la calle el pantalón se le metía entre los labios y le hacía el «efecto hucha» que a tantos tíos excita.
Y así seguíamos, queriéndonos, haciendo el amor y llevando una vida plácida aunque yo no quisiera contarle mis fantasías más ocultas.
Ella me había dicho que las suyas eran estar con dos tíos fornidos, fuertes y bien dotados que la trataran como una verdadera hembra en celo, que la poseyeran y la rindieran como una hembra que claudica ante el poderío de dos machos, rindiéndose y ofreciéndose a ellos para ser follada por los dos, en canal.
Yo sonreía y callaba al oír estas fantasías porque en realidad se parecían mucho a las mías.
Entonces ella insistía en que le contara mis fantasías, me acariciaba por todo el cuerpo, me pasaba rozando las uñas de sus manos por mi pecho, mis muslos, por mi polla y por mis huevos, mientras me animaba a que le contara mis fantasías.
Y yo me erizaba con sus caricias pero callaba.
No quería perderla, que me despreciara, que al saber mi deseos más secretos me dejara.
Pero ella insistía todas las noches, seguía acariciándome y acariciándome, arañándome ligeramente con sus uñas, hasta que una noche por lo visto se cansó y cogiéndome fuerte de las pelotas me obligo a que cantara:
– ¿Quizás tu fantasía sea verme follar con otro? -me decía mientras me las cogía y apretaba.
– Sí, sí –le decía yo apurado por la apretura.
Pero ella insistía en que había algo más, que no se lo había dicho todo, que le ocultaba algo más y que ella lo quería saber todo.
– ¿Quizás verme con otros… y a la vez sentirte cornudo? –volvió a preguntarme.
Pero en esta ocasión no esperó a que le respondiera porque no necesito oírme decir nada. Mi polla dura, muy dura en ese preciso momento, hablaba por mí, lo contaba todo, confesaba de plano. Y ella sonrío y se levantó.
– No te preocupes que te voy a hacer muy feliz, el hombre más feliz del mundo, el cornudo más satisfecho, porque sé que si no te lo hago te irás con otra que si te lo haga y por ahí si que no paso. No quiero perderte.
Eso dijo pero no añadió nada más.
No me especificó nada.
Pasaron los días en perfecta armonía, con la normalidad habitual, haciendo el amor como siempre, con cariño, ternura y pasión, con la única salvedad de que de vez en cuando ella me cogía de pronto las pelotas, me miraba a los ojos y sonreía.
Sin decir nada más, pero como queriendo que recordara la primera vez que me lo hizo, cuando me sugirió que a lo mejor lo que yo quería ser era cornudo consentido y sumiso.
Quizás tramara algo, pero yo no le di mayor importancia y seguía cogiéndole sus braguitas usadas del cesto de la ropa sucia cuando me salía algún viaje por motivos de trabajo, para llevármelas conmigo a todas partes, porque eran de ella, habían tocado su sagrado cuerpo y sabían a ella. En mis solitarias noche de hotel las ponía sobre la almohada, pegaba mi cabeza a ellas y las olía profundamente hasta llenarme del sabor de su excitación, de los jugos de su hermoso coño.
Pero un día me sorprendió con ellas en la cartera, las sacó, me preguntó qué hacían allí y se lo expliqué.
Ella sonrío pero me advirtió también que si las llevaba puestas podría sentir sobre mi polla la tela, la tela que había tocado su hermoso coño y que ahora tocaría mi polla y mis huevos.
Me pareció una idea excelente y por eso, cuando ella me bajó los pantalones, me los quitó y me colocó sus braguitas, me excité mucho hasta el punto de que mi dura polla se salía.
Ella me miró a los ojos, la colocó bien, la volvió a meter dentro de la braguita, me dio un cachete y me volvió a subir los pantalones. Ya estás preparado, dijo.
Desde entonces todos los días ella me ponía las braguitas que se quitaba y yo iba a todos sitios con ellas bajo el pantalón.
Tiró todos mis calzoncillos a la basura porque dijo que ya no los necesitaba y era verdad pues ella y yo usábamos las mismas bragas.
Ella se quitaba todos los días sus braguitas, me las pasaba por la cara para que las oliera, me quitaba las del día anterior, las echaba a la lavadora y me ponías las suyas, las que ella había usado y mojado el día anterior. Todo era perfecto.
Un día regresé de un corto viaje, entré en la casa no la vi, y me metí en el dormitorio para cambiarme.
Y allí la vi allí abrazada y besándose con un chico cachas que recordé haber visto portero en una discoteca a la que solíamos a ir.
Él la sobaba, le metía mano bajo la falda, le acariciaba sus muslos y la morreaba, mientras que ella le ofrecía la lengua.
Parecían novios. El cachas de discoteca al verme se separó de inmediato, pero ella lo volvió a abrazar, a besar y le dijo que no me preocupara porque yo era sumiso cornudo consentido y me gustaba verla con otros y sentirme cornudo.
– Es un cornudo de verdad –le explicaba a él-, de mucho mérito, de lo que quieren sentir que lo son hasta la médula, porque eso del intercambio, de las parejas swingers y todo eso a él no le va. A él lo que le va es la humillación de sentirse cornudo, de saber que otro macho ocupa su lugar por méritos propios y satisface a su mujer en sus mismos morros. Lo supe al mirarlo a los ojos cuando lo conocí de novios, pero he aguardado hasta encontrar a un macho de verdad que a mí me gustara para entregarme y que los dos gozáramos, porque sabía, y sé, que si no lo hago cornudo me dejará por otra que lo haga y por ahí no paso. Yo creo en la pareja.
Carolina se vino entonces hacía mi, me bajó los pantalones y me dejó con sus braguitas puestas, en evidencia ante su macho.
– Ves –le dijo al otro mirándolo-, lleva bragas para sentirse humillado las 24 horas del día, todos los segundos del año y esté donde esté. Así recuerda constantemente que es mío, que su placer me pertenece y que es mi cornudo sumiso.
Y yo allí, humillado por mi mujer ante su macho, con sus braguitas puestas y con mi polla dura, muy dura, durísima, viendo como ella se volvía a abrazar a él, lo morreaba, le ofrecía la lengua y le metía el muslo por la entrepierna, mientras que su macho le tocaba las tetas y se las amasaba con fruición.
Parecían novios que llevaran tiempo sin verse.
Y entonces ella se sentó en la cama mirándome de frente, abrió sus muslazos, se miró su braguita tanga transparente que solíamos usar y puso un dedo sobre su sexo para ver si estaban mojadas.
Lo debían de estar porque se las quitó, se vino hacía mí, me puso la mano en la cabeza para que me arrodillara y me las colocó en la cabeza con la parte que había estado junto a su coño pegada a mi nariz, muy cerca de mi boca.
Luego se volvió a abrazar a él.
– Quiero que huela la excitación que le ha provocado a su mujer otro macho, que la sienta en su nariz y en su boca, que sepa que ese sabor y ese olor es producto de la excitación que otro macho le ha causado a su mujer y que ese olor se le meta en el cerebro y lo disfrute porque a partir de ahora es el único placer que va a tener. Ese, el oler la excitación que otro macho le ha provocado a su querida mujer y sentirse sumiso cornudo consentido.
Y se echaron desnudos sobre la cama para follar mientras que yo permanecía allí de rodillas, con sus bragas pegadas a mi nariz y viendo a través de la transparencia de la braga como ella se agarraba a su culo con las uñas para atraerlo más hacía sí y que la clavara más, como le echaba los pies a la espalda y lo golpeaba con los talones para acercarlo más a su coño, para que se la follara con más ímpetu.
– Soy tuya, mi macho, puedes hacer conmigo lo que quieras; disfrútame, gózame y úsame como hacen los hombres de verdad, los machos que no llevan braguitas. Fóllame hasta el alma porque este coño te pertenece las 24 horas del día y como las gasolineras, siempre estará abierto a todas horas para que te lo folles como sólo los machos saben hacer a las hembras como yo que gozan convirtiendo a sus maridos en cornudos sumisos. Porque eso es un arte que no todas saber hacer y el placer de conseguirlo es inenarrable, porque necesito sus cuernos como para gozar.
A mí me miraba, sonreía, y me lanzaba algunos besos, que venían a decirme algo así como «disfruta al ver como un verdadero macho se folla a tu mujer».
Y disfrute, o al menos mi polla así lo revelaba porque andaba tiesa, muy tiesa, dura como una roca, como nunca lo había estado y unas gotitas aparecían por la punta.
Estaba gozando como un sumiso cornudo consentido.
Como un cornudo feliz.