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Carolina y yo II: su cornudo sumiso

Carolina y yo II: su cornudo sumiso

Carolina ha seguido montándoselo con su macho, con el portero de la discoteca, aunque con la salvedad de que ahora ella lleva en los labios de su sexo, junto al clítoris, un adorno de metal que se los cierra y del que caen dos cadenitas.

Su macho le dijo que quería que lo llevara para recordarle a ella que era suya y para recordarme a mí, todos los días, al verlo, que soy un cornudo sumiso.

También adquirió por Internet un cinturón de castidad, el CB2000, que ella me puso porque, según su macho, quería quitarme de la cabeza la idea de que podría volver a follar con mi mujer.

Ella lleva la llave colgada de la cadenita del cuello y cuando follan siento como la llavecita se bambolea de un lado al otro, según las embestidas de su macho al follarla, lo que me produce una mayor sensación de humillación, de que le pertenezco a ella en cuerpo y alma, que mi placer le pertenece y sólo puedo gozar con su permiso, mientras que ella puede follar y disfrutar con el macho que le apetezca o con el primero que se cruce por la calle.

La cadenita que ella lleva en el cuello ayuda mucho, porque cuando alguno le pregunta de qué es, qué cierra esa llavecita, ella le confiesa sin ningún pudor al que se lo pregunta, qué es la llave del cinturón de castidad del cornudo de su marido.

Como es natural está revelación excita mucho a los tíos que nada más oírlo acrecientan su galanteo para follársela y cuando consiguen su anuencia, no la animan a ir a algún Hotel , por ejemplo, sino a nuestra propia casa, a nuestra propia cama porque les da más morbo. Y así que el otro día vino a casa con un tío que le gustaba, que había conocido en el trabajo y cuando llegaron nos presentó.

– Aquí te presento a mi nuevo macho –me dijo-, un tío que me vuelve loca porque sabe lo que una mujer necesita, lo que una hembra desea, que la follen bien follada con una buena polla.

Y entonces ella le bajó la bragueta y se metió su polla ya empalmada en su boquita de piñón porque aunque es pequeñita, según ella a los tíos les gusta más así porque sirve mejor para chupársela al darles más placer al estar apretadita.

– A mí marido lo quiero mucho, no te creas, porque es un cornudo universal –comentaba cuando se la sacaba para acariciarla sólo con las manos-, le he puesto los cuernos con tíos de los cinco continentes. La última vez fue la otra noche con dos negrazos norteafricanos que conocí en una discoteca, con unas pollas para matarte y que comparadas con la suya eran una temeridad y él mismo, mi querido marido cornudo, tuvo que reconocer ante los negros que su polla era más pequeñita que las de ellos y suplicarles que me follaran porque se lo habían ganado. De hecho las pollas de los cinco continente que me han follado y lo han hecho cornudo, han sido todas mayores que la suya. Como podrás ver es un cornudo globalizado, ¿verdad cariño?

– Si mi amor -le contesté yo-, soy un cornudo universal, en todas las lenguas, tu cornudo sumiso que sólo aspira a serlo cada día más.

Y entonces ella me baja los pantalones y me deja expuesto con sus braguitas que ella misma todas las mañanas me pone cuando se las quita para colocarse otras limpias, porque esa es una costumbre que nunca hemos olvidado: que la que lleva las bragas en casa soy yo.

Ella también las lleva, claro, y transparentes tipo tanga, pero cuando todos los días se las quita para ponerse unas limpias, me pone a mí las sucias para que sienta mi polla junto a la tela que ha tocado su coño, mientras estoy en el trabajo o cuando voy por la calle, porque así dice que me sentiré constantemente cornudo en todo momento.

– Sabe que nunca podrá follarme –le dice a su macho -, pero al menos tiene el consuelo de llevar todo el día junto a su polla algo que ha estado cerca de mi coño, muy cerca de lo que él tanto desea y que no podrá jamás catar.

Y entonces, para que no me quepa dudas, se abraza a su macho, lo besa, le mete la lengua, lo morrea, le ofrece la lengua, le dice que su coño estará siempre abierto para cuando él quiera follarla porque es una yegua en celo lista para ser follada por él en cualquier momento y circunstancia; y cuando ya se siente excitada, se viene hacía mí, me arrodilla, me ofrece su coño para que lo huela, para que sepa el sabor de su excitación.

– Huele el aroma de la excitación que me ha provocado un macho de verdad, cornudo mío, huele bien, para que sepas lo que siente tu mujer cuando está con su hombre, con su macho, con el tío que la hace mojarse con sólo mirarla.

Y entonces se aparta, coge un rotulador y me pinta sobre la frente la palabra cornudo para que esté bien a la vista mi condición, mientras folla de nuevo con su amante y al verme allí de rodillas, con el cinturón de castidad y la palabra cornudo escrita sobre la frente, puedan los dos excitarse y follar más y mejor.

Porque ella y yo firmamos un contrato en el que yo renuncio a tener relaciones sexuales con ella a cambio de que ella me hiciera cornudo sumiso y por eso ella puede follar con quien quiera, donde quiera, como quiera y cuando quiera, y yo, por el contrario, no puedo correrme sin su permiso, ni por supuesto tener relaciones con otras mujeres.

De hecho tampoco puedo ni mirar a otra mujer por la calle porque un día que veníamos de un hotel de ponerme los cuernos, miré a una chica y ella se encolerizo.

Me cogió de la mano, me llevó corriendo a nuestra casa y cuando entramos en la habitación se desnudó, me dobló sobre sus rodillas, me bajó, los pantalones, las bragas y me dio unos fuertes zapatillazos en el culo, mientras me decía que no lo volviera a hacer, que no mirara jamás a otra chica.

– Yo lo soy todo para ti, tu mundo, tu vida, tus cuernos, todo -, me decía mientras me azotaba el culo con una zapatilla.

Así es que desde entonces, cuando estamos en alguna reunión social procuro que en las presentaciones las mujeres no me besen en las mejillas, ofreciéndoles primero la mano. Y mi querida Carolina se alegra mucho, me lleva a una habitación solitaria y me abraza, me besa y me dice que así me quiere: cornudo y entregado.

– Te quiero casto de pensamiento y obra, tú no puedes ni mirar a otra mujer, ni puedes rozarte con ellas cuando vas por la calle, ni puedes hablar con ellas, ni que te dirijan la palabra, porque eres mío y sólo mío, porque quiero un hombre casto ante su diosa, como un sacerdote ante su Dios.

Y yo le digo que sí, que la amo con toda mi arma, que soy suyo, que jamás estaré a menos de un metro de una mujer y que puede hacer conmigo lo que quiera porque la amo con una entrega infinita. Y ella me besa con pasión, me dice que también me quiere, pero que todavía me queda mucho que aprender para estar a su gusto, para ser un buen cornudo sumiso entregado a ella.

Así es que ahora, cuando me levanto todos los días, me arrodillo en el borde de la cama, la despierto, y le rezó con fervor suplicándome que se día tenga a bien hacerme más cornudo, para que tenga un bonito despertar.

– No sé si te lo mereces –me suele decir mientras se despereza.

Y yo la miro levantarse, ducharse y arreglarse porque mi señora es muy elegante, viste muy bien, tiene clase y se cuida mucho, sobre todo las manos que lleva muy cuidadas y con las uñas impecables y en su justa medida de esas de las que cuando las miras desees que te pajeen y con las que te corres de gusto solo pensarlo, según me dice.

Mi querida Carolina se ha comprado ahora una cadenita que se ha puesto en la cadera y de la que ha colgado la llave de mi cinturón de castidad, para que al follar con su macho pueda verla mientras ella sube y baja sobre su polla.

Pero su última adquisición ha sido un strapon dildo, una enorme polla de plástico que se cuelga de la cintura y que suelen utilizar las lesbianas, para satisfacerme, según me dijo al mostrármela.

Porque Carolina me ama y como se preocupa por mí, al ver que llevaba algún tiempo sin correrme, decidió aliviarme por lo que vino a casa con su macho y con nuevo aparato, “mi nuevo amigo”, según me dijo, y después de colocarme a cuatro patas en la cama y de quitarme el cinturón de castidad, se lo puso, me dio vaselina con un dedo para facilitar la penetración y me folló sin piedad con fuertes embestidas y hasta el punto que al empujar para adelante mis llenas pelotas se balanceaban fuerte y así se movía mi polla, me acariciaba por primera vez desde hacía mucho tiempo y estuve a punto de correrme de gusto por la caricia y de dolor por el metisaca en mi culo.

Te gusta como te follo, Cornudo –me decía ella.

Sí, mi amor, pero así me voy a correr.

– No, te lo prohíbo –me decía ella mientras animaba a su macho a que mirara como se follaba a su cornudo.

¿Vas a ser cada día más cornudo?

Sí, sí, pero me voy a correr.

– Así sólo se corren las putas y otros hombre claro, por qué dime, ¿qué tipo de hombre se corre mientras su mujer se lo folla por el culo, delante del amante de ella?.

Sólo los cornudos mi amor, los cornudos son los únicos que lo hacen

¿Por qué?

– Porque soy un cornudo universal, un cornudo globalizado que sólo aspira a ser cada día más cornudo- le digo, mientras por fin me corro de gusto.

Y entonces ella me vuelve a poner el cinturón de castidad, me coloca un delantal de cocina y me lleva al pasillo para que limpie y enceré el piso, mientras que ella folla en la cama con su amante y yo friego, limpio y oigo sus gritos de placer, sus gemidos y como anima a su amante para seguir follando, diciéndole que es su hembra salida, su puta, su coño siempre abierto para que él se lo folle a sus anchas.

Y mientras encero el pasillo los veo y oigo follar a través de la puerta abierta de nuestra habitación de matrimonio, donde tanto nos queremos.

Continúa la serie << Carolina y yo I: su cornudo sumiso Carolina y yo III: su cornudo sumiso >>

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