El asilo de ancianos I

Hace cinco veranos yo estaba haciendo mi prestación social en el asilo de ancianos.

Los días transcurrían dentro de una monotonía insoportable.

Mi labor allí era monótona, pero por otra parte necesaria, todo el mundo necesita charla, compañía, que le lean el periódico, no sé un montón de cosas.

Los fines de semana hacía guardia de doce horas, de 8 a 8. Imaginaos la temporada que pasé, apenas salía a divertirme, apenas sexo.

Un día me llamó un auxiliar y me dijo que por favor fuera a ayudar al huésped de la habitación 230 porque tenían un día muy movido, me dio unos guantes y me dijo:- le toca baño y afeitado.

Me acerqué a la habitación y en la puerta leí, Sr. Alberto ——-.

Al entrar le saludé:

– Hola, qué tal, bueno que, nos damos un bañito.

– Una duchita, me dijo él.

La verdad es que aquel señor estaba bastante ágil, pero es una norma del centro ayudar a los ancianos en las tareas más peligrosas.

Cerré la puerta, entramos en su cuarto de aseo, le ayudé a desvestirse y a entrar en la ducha. El se resistía y me decía:

– Suéltame hombre que estoy más fuerte que tú.

– Sí pero si le pasa algo a usted me van a correr a gorrazos.

La ducha fue normal, sólo me pidió ayuda para enjabonarle la espalda.

Después le ayudé a salir y fue entonces cuando vi la preciosa verga de Alberto empalmada por primera vez.

Le sequé la espalda y la cabeza y entramos en su cuarto.

Yo comenzaba a estar muy caliente, le senté en la silla y alcancé su ropa interior.

Al darme la vuelta Alberto había cogido su verga con una mano y riéndose me decía:

– Ves como estoy más fuerte que tú.

Yo en lugar de avergonzarme le adulé:

– Vaya Don Alberto, tiene que tener usted contento a las señoras ¿eh?

Él se sonrió y me dijo

– Acércate que te voy a contar un secreto.

Le obedecí, me agaché hacia él (mientras seguía manoseando su verga) y me dijo en voz baja:

– Me gustas mucho.

Me incorporé, me aseguré de que la puerta estuviera cerrada, bajé la persiana y me acerqué a él:

– Levántate.

Le tumbé sobre la cama puse a sus espaldas una almohada y comencé a pajearle, su verga era áspera y no estaba muy dura, pero su cuerpo y su manera de comportarse eran muy excitantes, acariciándome el cuello me iba invitando a que le comiera la polla.

Me metí su verga en la boca y casi estuve a punto de hacer que se corriera. Me detuve y le dije:

– Espera, donde tienes la pera.

– En el armario.

Fui a su armario y cogí la pera que se utiliza para ayudar a evacuar.

La limpié, la llené con un poco de agua caliente, me la metí en el culo y limpié mi agujero a conciencia, metiéndome por último un dedo para comprobar que había quedado limpia.

Me lavé las manos y desnudo fui a mi cartera a por un condón, Alberto me dijo:

– Vaya tenemos aquí un chico precioso con una bonita picha.

Ven aquí

Me acerqué al borde de la cama, Alberto se metió mi verga en la boca, devoró mi polla con ansia, lamiendo mis huevos, mi capullo, todo mi tronco, la mitad de mi verga desaparecía en su boca hasta tocar su campanilla.

Me aparté despacio, le acaricié y le puse un condón, me tumbé boca arriba y tomé su mano, él comprendió y me introdujo un dedo en el culo, lo entraba y sacaba con maestría, después dos dedos, suficiente para estar dilatado y al borde del espasmo.

– Ya, métemela ya por favor

– Ya voy cariño.

Alberto apuntó su capullo en mi agujero y me la clavo de un golpe.

Yo estaba alucinado, pensaba que nos resultaría dificil y sin embargo ese anciano se movía como un chaval, me folló intensamente, primero despacio, besándome el cuello y mordiendo mis pezones, poco a poco fue acelerando el ritmo y por último sus embestidas fueron salvajes hasta que se corrió, yo le imploré:

– Espera no te salgas.

El se quedó dentro de mí yo empecé a pajearme pero el me quitó la mano y comenzó a decir:

– Así putita así, venga puta, dame tu leche caliente, así.

Sus palabras consiguieron que me rindiera, me corrí lanzando mi esperma con fuerza.

Alberto quedó rendido.

Rápidamente arreglé el desaguisado. Le afeité y deje todo como estaba.

Cuando me iba a marchar me detuvo y me dijo:

– Si te lo quieres pasar realmente bien, vete a la 323 el sábado próximo a las once. A esa hora los celadores estarán ya casi dormidos.

Yo me marché. Me dejó intrigado. Estábamos a Jueves, faltaban dos días, pero yo no podía esperar, mi necesidad de verga era tremenda.

Al pasar por el mostrador de recepción el auxiliar me preguntó:

– Que tal con don Alberto.

– Bien, limpio del todo. -dije yo burlándome un poco Me fui a mi taquilla y me quedé pensando, después de todo ese verano a lo mejor no iba a ser tan aburrido, mis dos últimos meses de servicio podían ser muy entretenidos.

Hubo una fiesta ese sábado, alguien quiere saber que ocurrió:…