Sin medir las consecuencias V
Paula tardó poco en coger el coche y llegar a casa de Fernando. Venía de rondar junto a la casa de la chica de la empresa, aquella a la que había visto a través de los monitores «jugando» frente a su ordenador. Había salido a la terraza justo cuando ella pensaba ya en marcharse. La observó tender su ropa interior y sintió que la excitación crecía en su interior, recordando las escenas de esa misma chica masturbándose. La llamada de Fernando la sacó de su ensoñación. Decidió que Fernando «calmaría» el fuego que estaba sintiendo crecer entre sus muslos.
Mientras conducía sus fantasías se disparaban. Fernando era un amigo al que conocía desde los tiempos del instituto. En una ocasión tuvieron algo parecido a un romance, pero el cortó aquello porque tenía una novia en ciernes que le sorbía completamente el seso y quizá también el sexo.
Al entrar al coche se remangó un poco la falda para conducir con comodidad. Los músculos de sus piernas se perfilaban bajo la piel de sus muslos al pisar los pedales. Estaba muy morena por los días de playa robados al trabajo. Le encantaba tomar el sol desnuda, lejos de los aglomerados de domingueros que tomaban la costa al asalto cada fin de semana. Aprovechando que sus días libres no solían coincidir con los de la gente con trabajos convencionales, podía tomar el sol a placer con la playa casi vacía para ella.
Parada en un semáforo fué consciente de su calentura. Deseaba sexo y lo deseaba con intensidad. Coincidía con sus amigas cuando hacían reuniones de mujeres solas, en que la primera vez que una mujer se acuesta con un hombre era por deseo y curiosidad. La segunda solía ser porque había un sentimiento como mínimo de cariño hacia él. La tercera… bueno, ahí justo empezaban los problemas, cuando había una tercera ocasión.
Hoy simplemente necesitaba sexo y no se planteaba si Fernando le gustaba más de lo que podía ser prudente. Necesitaba resarcirse de una temporada de placer solitario, de masturbaciones con un consolador por amante y sus dedos jugando por todos sus orificios mientras veía una película porno. Y porque el espectáculo de la chica masturbándose ante el ordenador, que había descubierto de forma fortuita en el centro de control de las cámaras de circuito cerrado, había disparado algún mecanismo en su cuerpo y sus hormonas.
Mientras esperaba que la luz cambiase a verde se acarició distraidamente los muslos. Llegó con sus dedos al límite del elástico de su tanga. Sintió el calor que emanaba de su entrepierna y abrió un poco los muslos. Y de pronto se dió cuenta del suave aroma que emanaba y de la humedad que estaba cubriendo su prenda. Despacito, disimuladamente, con la mirada fija en el semáforo pero la mente vagando muy lejos, introdujo un dedo por el elástico y gimió al rozar levemente los labios depilados de su coñito….
Y justo entonces se abrió el semáforo. El sonido del claxón, apenas una fracción de segundo después de cambiar la luz a verde identificó inequivocamente al taxista que había detrás de ella. Arrancó bruscamente, molesta por las prisas del individuo pero sobre todo porque había tenido que sacar los dedos de dentro de su tanga justo cuando estaba llegando al clítoris. Notaba el tejido sobre la superficie hinchada de sus labios y comenzó a mover levemente las caderas mientras conducía. La prenda se fué introduciendo paulatinamente en medio, con cada movimiento de vaivén, hasta que los elásticos laterales comenzaron a ser un peligro para su seguridad al volante. Podía llegar a sentir el elástico y la costura trasera rozando la prominencia de su ano. Hasta él estaba sensibilizado, como pidiendo unirse a la fiesta. Su clítoris pulsaba señales como un radiofaro. Sus pezones coronaban los pechos que estaban peleando con la tela del top. Se estaban haciendo dolorosamente sensibles y pedían a voces un contacto con unos labios o un pellizco robado a unas manos que los abarcaran.
Por fin dobló la esquina de Fernando y vió luz en su casa. Aparcó, cerró el coche y llamó al portero automático. Nadie contestó pero la puerta se abrió casi al instante. Subió en el ascensor aprovechando para mirarse en el espejo y comprobar que su cara mostraba unos colores incapaces de confundir a nadie sobre su origen. La imagen devuelta por el espejo debía bastar para que cualquier hombre experimentara el deseo de poseer a aquella mujer. Y así esperaba que ocurriera. No quería coquetear, ni rogar, sino transmitir su deseo con la intensidad que estaba experimentado y que Fernando la poseyera, nada más entrar, de pie en el salón, en un sillón, donde fuera, pero sin tener que esperar.
Llamó a la puerta de Fernando y casi al instante se abrió. Allí estaba él con su amplia sonrisa.
– Hola, Paula, entra. La besó en las mejillas. El llevaba una camiseta de un equipo de rugby de la liga inglesa y unos pantalones cortos. Normal con el calor que hacía.
– iQuiéres tomar algo?.
– – Dame una Coca-cola, con hielo, si puede ser -. Fué andando detras de él hasta llegar a la cocina. Su mirada se escapaba irresistiblemente a su culito y sus piernas. Cuándo comprenderán los hombres el potencial erótico que tiene su culo… – – iTres está bien? – – Si, es bastante – y se bebió medio vaso de un solo trago. – – Vaya chica, vienes seca -, sonrió él. – – iTienes para ponerle un poco de ron? – – Ufff, si, en el mueble bar del salón. Me llevaré la cubitera y la coca-cola. – Fernando le puso un par de dedos de ron en el vaso, pero ella no lo separó de la botella, así que añadió uno más y completó con coca-cola hasta el borde. – – Con esta afición al cubata no te conocía yo… – dijo en tono de broma. – – Ni con estas ganas… -, replicó ella, bebiendo un largo trago. Dejó el vaso en la mesa y tiró el bolso al suelo, sin fijarse donde caía. Abrió la cremallera de la falda, solto el botón y la dejó caer hasta el suelo. Saco sus pies del montoncito que había formado y en dos pasos estuvo delante de Fernando. Ëste se había quedado mudo y con los ojos como platos. Podía esperar salir a tomar algo, ver alguna película en el vídeo, charlar hasta tarde y hacer risas… pero encontrarse a Paula a dos palmos de él, con un top que perdía la batalla contra sus pechos y un tanga que perfilaba los labios de su coñito de esa manera, que parecía de tenía un bulto surgiendo entre los muslos y luciendo una mancha de humedad producida por la excitación, eso si que no podía ni soñarlo.
Paula se quedo un momento quieta, sintiendo que todo dependía de lo que pasara en el segundo siguiente. Sin terminar de atreverse a dar el último paso pero deseando desde lo más profundo de su femineidad que Fernando aceptara el regalo que ella le estaba ofreciendo en bandeja.
Y Fernando… aceptó. En un instante estaba entre sus brazos, abarcándola con su abrazo de oso. Ella dejó caer su cabeza sobre el musculoso hombro, aspirando su olor masculino, sintiendo la aspereza de la camiseta. Y se escapó un gemido de su boca cuando sintió los dedos de él pasar por encima de uno de sus pezones y bajar lentamente hasta su ombligo, detenerse, como dudando y por fin descender hasta su entrepierna y presionar el bulto de sus labios hinchados y su clítoris.
Con la otra mano sujetaba el cuerpo de la chica que se estaba quedando flojo, con las piernas casi temblorosas. A media espalda sentía la palma de él, caliente, viva, acariciando su piel. El fuego entre sus piernas se estaba avivando hasta ser casi doloroso, necesitaba apartarse el tanga y abrir sus piernas y que él se comiera su coñito, lamiera sus labios, bebiera su flujo.
En un movimiento como en cámara lenta echó a un lado la prenda y presionó los hombros de Fernando, hacia abajo, marcándole el camino de su deseo. Fernando comprendió, la fue dejando caer despacio sobre un sillón y se puso de rodillas entre sus muslos entreabiertos. Sacando la lengua fue dejando un rastro de saliva desde su ombligo hasta el elástico superior del tanga. Se detuvo y miró la fruta abierta a unos centímetros de su cara, manando flujo, un poquito blanquecino y con un delicioso aroma de mujer en celo.
Llevó su boca ante el coñito de Paula y pegó sus labios a su sexo, culebreando con la lengua entre la rajita depilada y el clítoris. Ella sintió una descarga de adrenalina y hormonas, como una corriente eléctrica y su cuerpo, independiente ya de su mente, obligó a las piernas a levantarse, subir las rodillas muy alto en el aire y abrirse más aún a la exploración de Fernando. Sus caderas empezaron a moverse como queriendo soldarse a la boca de él. Con las manos sujetaba su cabeza, acariciaba su pelo y le urgía a comerla toda.
Durante unos minutos Fernando no dejó de lamerla, y de paso empezó a meter dos dedos, rectos como una lanza, en la humedad de Paula. Primero con un ritmo lento, luego aumentó la cadencia y solo se escuchaba en la habitación la respiración de él sobre su pubis y los gemidos de ella, cada vez más fuertes y profundos. Después cambió de táctica, separó la cara de su entrepierna y mientras acariciaba el clítoris con el dedo pulgar de su mano izquierda, la palma apoyada el el pubis sintiendo los pequeños pelitos que empezaban a brotar, curvó hacia arriba las puntas de los dedos de su mano derecha, en el interior del coño de Paula, palpando las paredes y la zona entre la bóveda y la entrada de su útero, perfectamente distinguble, hinchado y prominente.cuando alcanzó a tocar una zona rugosa, se concentró en ella, amasando con las yemas y arrancando un grito de placer de la garganta de Paula. Siguió tocando allí mientras destapaba el clítoris, apartaba la piel presionando levemente con la palma de la mano hacia arriba, y armonizaba el ritmo y presión de sus dedos, dentro y fuera de ella.
Paula estaba casi mareada del placer que estaba sintiendo, de cintura para abajo sentía un fuerte calor y una sensacion de humedad que llegaba hasta sus muslos, creía estar derramándose en las manos de Fernando. Y el punto álgido llegó cuando él lubricó un dedo con su flujo y empezó a invadir la entrada de su ano.
Creyó volverse loca al sentir su dedo presionando y entrando con suavidad allí. Estaba estrecha y contraida por sus maniobras en su coñito, pero al notar esta nueva sensación, se relajó con un profundo suspiro y junto un poco las rodillas por encima de la cabeza de Fernando, relajando su esfínter y abriendo su ano a su voluntad.
Fernando se incorporó levemente y bajó sus pantalones de deporte en un rápido movimiento. Su polla apuntaba a estas alturas al mismo techo, muy dura, pulsando con un latido propio. El espectáculo de los muslos de Paula enmarcando su coñito prominente y su culo sobresaliendo fuera del asiento del sillón bastaban para enardecer a cualquiera. Dejó cear saliva sobre la palma de su mano libre y retiró lentamente la piel de su capullo, que apareció triunfante, una cabeza grande, morada y con una ligera humedad saliendo de su orificio. Lubricó toda la zona e incorporándose un poco más apartó el tanga de Paula, lo aseguró a un lado y por fin la penetró, lo más profundo que pudo, en un solo golpe, hasta que sintió el tejido del sillón cosquillenado sus huevos.
Paula contuvo la respiración unos segundo sujetando sus piernas en alto y después dejó escapar el aire de sus pulmones en lo que terminó siendo un gemido de rendición y placer. Quería ser tomada, ser follada, con todas las letras, hasta que el coño le escociera.
Y Fernando se estaba aplicando en ello, apoyándose junto a los costados de la chica conseguía mayor libertad de movimientos para bombear dentro su polla. El coño estaba tan lubricado que después de cada envite sacaba la polla reluciente y cubierta con una película medio blanquecina. Sentía ya los huevos mojados y hasta le parecía que el sillon también lo estaba. Comenzó a murmurar en el oido de la chica, diciendo que quería que se abriese más, que quería oir sus gemidos. Que quería llenarla de polla.
Y ella respondía con las caderas entregadas al ritmo frenético del que la estaba llevando al borde de un orgasmo monumental. Se notaba completamente llena y en cada movimiento hacia atras parecía que iba a vaciarse detrás de aquella polla maravillosa. Su culito respondía a los golpes de sus huevos reclamando ser atendido, con la miel apenas probada de los dedos de Fernando.
Cada vez que él llegaba al fondo sus gemidos se entrecortaban, sentía su peso, su presión en su interior y un ardor que pedía a gritos una descarga de leche que culminara con un orgasmo salvaje. Empezó a murmurar, incoherentemente, pidiendo, suplicando que la partiera en dos con su pollaza, diciendo cosas que normalmente no se atrevía a verbalizar, insultándole, manifestándole lo caliente que estaba y que quería su chorro de leche en el fondo del coño….
Y Fernando la complació. Mientras ella había empezado a frotar furiosamente su clítoris el arqueó su espalda y empujó una vez más, pero en esta ocasión si retroceder, taladrando hasta el fondo y soltando borbotones de leche al interior del coño de Paula. El orgasmo de la chica vino a continuación, creciendo tan fuerte como el último gemido que escapó de su garganta. Su cuerpo entero se vió recorrido por un temblor salvaje, las piernas se agitaron en el aire hasta que se calmó poco a poco y fue dejándolas reposar sobre la espalda de él.
Fernando se derrumbó sobre sus pechos todavía contenidos por el top. El sudor de su frente mojó la prenda y sintió los latidos del corazón de ella batiendo sin control. Las manos de la mujer acariciaron su pelo.Se sintió en la gloria.
Después de unos besos lánguidos, los cuerpos relajados, se levantaron y después de una ducha juntos se metieron en la cama y siguieron jugueteando hasta que el sueño los invadió.