Mis chicas de la oficina

Salí de mi despacho para ir a buscar a Adela para bajar a desayunar.

Éramos compañeros en la administración, yo jefe de servicio, ella secretaria del Secretario General.

Nos veíamos a menudo por motivos del trabajo, y ella siempre ponía vocecita melosa para dirigirse a mí.

Muchos días desayunábamos juntos y poco a poco fuimos adquiriendo confianza, ella sobre todo, hasta el día que me dijo que si le acompañaba después del desayuno a una compra que tenía que hacer.

Le dije que sí, y nos encaminamos hacia la calle Narváez, cerca del trabajo, donde nos paramos frente al escaparate de una corsetería.

Ella señaló un corset, y me pregunto:

  • ¿Te gusta?

Era negro, casi transparente, y yo no me hice idea de cómo le sentaría aquella prenda. Pero ella siguió hablando:

  • Hace tiempo que tenía ganas de comprarme uno así, ¿entramos?….

En el interior de la tienda le preguntó a una dependienta por el modelo en cuestión, y tras un intercambio de pareceres sobre la talla.

La dependienta bajó una caja de un estante elevado, sacando a continuación la prenda.

Adela la tomó en su mano, la dependienta le hizo una señal en la dirección del probador, al fondo de la tienda, y Adela volviéndose hacia mí me preguntó:

  • ¿Me ayudas a probármelo?.

Por supuesto que no esperaba tal invitación, pero accedí.

Una vez dentro del probador, Adela se quitó el vestido rojo de una pieza que llevaba, yo ya me había fijado en que no llevaba sujetador, lo cual era evidente ante el bamboleo de sus pechos, pero me quedé de piedra al ver que tampoco llevaba bragas.

Estaba espléndida, desnuda ante mí con sus pechos desafiantes mirando hacia el cielo y su coñito pelón que no trataba de ocultar sino más bien al contrario, de enseñar, abriendo algo las piernas mientras se paraba de frente a mí.

  • ¿Te gusto?…

Me preguntó.

Y yo casi no pude más que balbucear que sí.

Me tomó mi mano y la llevó hacia su pecho, y yo no pude por más que poner la otra en su coño y comenzar a masajear su clítoris y su teta al unísono.

Adela retiró mi mano y se puso el corset, estaba guapísima pues le dejaba su coño pelón al aire, y las areolas de las tetas se transparentaban a través de las copas del corset de gasa.

Me dijo que me la sacara y obedecí, mi polla ya trempaba y desde luego el espectáculo era notable.

Sin mediar más palabra se arrodilló y de la primera intención se la metió entera en su boca.

Adela era de esas hembras que al chupar una polla dejan arrastrar los dientes, con lo que casi me hacía daño, pero verla con toda mi tranca dentro de su boca cuando succionaba era tremendo y la dejé hacer.

Tras una intensa mamada, saco mi pene de su boca y me dijo que era mi turno, y dándose la vuelta subió un pié a la silla del vestuario ofreciéndome su culo.

  • Chúpamelo, me dijo.

Y yo apliqué mi lengua desde una incómoda postura en el vestuario a su coño, desde abajo, casi tirado en el suelo.

Ella se rió.

  • No hombre, quiero que me chupes el ano.

Sólo tuve entonces que agacharme un poco para con mi lengua aplicarme a su ojete, chupándoselo con profundidad.

Adela empezó a suspirar y era evidente que su coño se humedecía.

Tras un rato en esta postura y ya sin preguntar, me enderecé y procedí a acercar la punta de mi pene a su ano.

Adela echó una mano hacia atrás y abrió todo lo que pudo sus nalgas para facilitar la penetración, era evidente que lo deseaba.

Comencé a introducirme lentamente, no quería hacerla daño, y en esa postura, con las piernas abiertas e inclinada hacia delante.

Cuando la polla había empezado a encontrar el camino.

Adela dio un culetazo hacia atrás y se la clavó de un solo golpe hasta los cojones, soltando un gemido sordo que sólo se podía oír a la distancia que yo me encontraba.

Se había clavado ella sola y ahora era también ella ante mi asombro la que empezaba a culear para follarse a si misma con mi tranca.

Bajó el pié al suelo con lo que noté su recto aún más estrecho, recuperé la iniciativa, y empecé un metesaca suave que duró poco

  • ¿Es que no sabes follarme fuerte?, dijo Adela. Me gusta que me la metan fuerte, que me follen como a una puta sin ningún miramiento, ¿por qué te crees que voy sin bragas?, yo te lo voy a decir, incluso en el metro, en hora punta entre empujones, me he dejado follar por un desconocido, así sin bragas es fácil.

Mi polla al máximo de su esplendor, entraba y salía ahora por aquel culo como Pedro por su casa.

Adela sacó un consolador de su bolso y me pidió que se lo metiera por el coño, lo cual hice de un solo golpe.

Ahora más que culear se retorcía, y de pronto se puso a temblar como si tuviera un escalofrío, noté que se corría porque la voz se le puso más grave mientras me decía que era una puta por lo que me estaba dejando hacer.

Una vez que se había corrido se sacó mi polla de un pequeño brinco, se veía que tenía experiencia de «bajarse en marcha».

No tardó un segundo en darse la vuelta y meterse mi polla de nuevo en su boca.

Solo que ahora mientras me la chupaba miraba hacia arriba desde su postura de rodillas en el suelo del vestuario y me decía que me corriera en su boca.

Al mismo tiempo, entre mis piernas, jugaba a tocar mi ano con la punta del consolador sin llegar a meterlo lo cual me excitó enormemente y ya no resistí más, llenándole la boca de caliente semen.

No dejó escapar ni gota haciendo muy ostensible el gesto de tragar para que me diera cuenta de que mi corrida había acabado en su estómago, limpió bien la polla con su lengua y se puso de pié.

  • Ahora estaré con el culo escocido en la oficina toda la mañana acordándome de ti.

Y dicho esto, se quitó el corset y se enfundó su vestido rojo, como le había traído, sin ropa interior.

Todavía antes de salir del vestuario se volvió hacia mí y me dijo:

  • El corset lo pagas tú, a ver si te crees que porque seas mi amigo no vas a pagar a esta puta el maravilloso griego y francés que te he dejado hacer.

Los dos estábamos sudados cuando frente al mostrador esperábamos que la dependienta me cobrará el precio del corset y lo envolviera para llevarlo a casa de Adela, por eso no me extrañaba su sonrisa ni sus miradas.

Lo que no hubiera podido esperar fue su frase de despedida:

  • La próxima vez, no me importaría ayudar yo también en la prueba.