Me es difícil contar esta historia, en que la pasión por mi vecina me llevó a violarla, sin medir las consecuencias de este acto.
Ana María, mujer de 42 años, casada con un hombre veinte años mayor, era de una belleza exuberante, con grandes ojos negros en un rostro hermoso, de rasgos rellenos y una cabellera castaña que siempre lucía como peinada al descuido.
Y qué decir de su cuerpo, ligeramente delgado, con dos columnas por piernas que delataban un par de muslos que me hacían desear abrirlos y ver lo que ocultaban.
Y sus senos, grandes, redondos, siempre parados, desafiándome a que los tocara.
Cuando iba a nuestra casa, que quedaba al lado de la suya y que compartían un patio común, no podía evitar esconderme para verla sin que ella se diera cuenta, por si lograba ver en algún descuido de su parte algo de sus piernas o senos, cuando conversaba con mi esposa.
En las tardes solitarias en mi pieza me imaginaba a Ana María rindiéndose a mis requerimientos y regalarme su cuerpo que yo disfrutaba a placer, lo que me producía un a excitación tan grande que siempre terminaba masturbándome en solitario pensando en sus senos, sus muslos, su sexo.
Mi pasión fue aumentando con los días y llegó un momento en que mi único pensamiento era poseer esa mujer, a como diera lugar.
En mi delirio por ella no medía las consecuencias de mi deseo, sólo existía ella y su cuerpo, que debía, que tenía que poseer.
La ocasión se presentó de improviso, cuando mi vecina entró en la casa a ver a mi esposa, la que había salido hacía un momento a hacer una diligencia.
Me encontraba completamente solo en casa, cuando aparece en la puerta Ana María, que venía con su pelo revuelto y el vestido mojado, pues estaba lavando ropa en el patio de su casa y necesitaba que mi mujer le prestara jabón para continuar su labor.
«Busca ahí»
Le dije señalando el mueble donde mi señora guardaba los útiles de aseo, mientras observaba como la humedad de su vestido hacía lucir sus pechos que se encontraban libres de cualquier prisión, insinuando los puntos de sus pezones que eran apretados por la tela mojada, en tanto su braga delineaba sus muslos, luciendo sus contornos tentadores.
Ver su cuerpo exquisito tan al alcance y tan tentador me hizo perder la noción de la realidad y sucumbí al deseo irrefrenable de poseerla, sin importar si para ello debía forzarla.
Ella no contaba en esto como persona.
Lo único que importaba era su cuerpo, que tenía que ser mío. Mi verga había adquirido dimensiones respetables y sin pensarlo la saqué de mi pantalón.
Me acerqué por detrás y puse mi paquete entre sus muslos, mientras mis manos se apoderaban de sus senos, que estaban ligeramente caídos por la posición que tenía en ese momento.
Sorprendida, intentó separarse, pero yo la tenía firmemente sujeta mientras me apretaba más aún a sus nalgas, que con el movimiento que hiciera mi vecina se apretaron a mi paquete, aprisionándolo entre los dos globos.
«¿Qué haces?»
«Te deseo, Ana María»
«¿Cómo se te ocurre?. ¡Suéltame, ya!»
Pero yo estaba sordo a sus reclamaciones y soltando uno de sus senos, baje una mano a sus piernas y la introduje por debajo de sus vestidos, hasta alcanzar sus muslos, que recorrí salvajemente en busca de su sexo, que atrapé en la palma y apreté mientras ella se revolvía intentando escapar de mí.
«¡Ya, basta, no sigas!»
«No, no pienso»
«¡Córtala, por favor!»
Pero no estaba para razonar y sin soltar el seno que tenía aprisionado, dejé libre su sexo y llevé la mano a mi verga, que lucía roja y llena de venas por las que la sangre recorría enloquecida, con la intención de metérsela. Ella comprendió que estaba completamente loco y que la iba a violar.
«No, Mauricio, no, por favor»
Pero los dados estaban echados y no era el momento de detenerse.
«No, no, no»
En un último esfuerzo, logra desprenderse e intenta escapar, pero me voy encima de ella, la abrazo por detrás y ambos caemos al suelo, yo encima de ella. Subo su vestido y sus nalgas quedan a mi vista, cubiertas por unas bragas blancas diminutas que me enloquecen más aún.
Tomo mi instrumento y lo pongo entre sus nalgas, intentando penetrarla, pero sin lograrlo. Ella se mueve para liberarse pero solo logra que mi verga se excite más aún por el roce que la piel de sus promontorios traseros produce en la cabeza de mi trozo de carne.
La doy vuelta y queda frente a mí, con los senos al aire y sus piernas abiertas, mostrando su sexo cubierto por las diminutas bragas.
Se las quito con fuerza y dejo su gruta expuesta a mis deseos, mientras con mis pies apoyados en los suyos impido sus movimientos. Su mirada de terror ante lo inminente me descontrola, pero continúo sin pensar ni razonar en nada.
«Mauricio, por favor, no»
Su cara desesperada, sus labios carnosos y los senos al aire son una invitación a que la penetre y me voy sobre ella, cubriéndola con mi cuerpo. Beso su boca tan deseada mientras manoseo sus senos y logro la penetración tan ansiada. Ella rompe en llanto.
«No, no, no»
La abofeteo para acallar su llanto, pero nada consigo. Se revuelve desesperada, pero eso me excita más aún y meto y saco mi barra con desesperación, hasta lograr acabar una abundante cantidad de semen que se escurre por sus muslos. Ella continúa llorando, en tanto yo calmo mi agitación descansando sobre su pecho.
«¿Cómo pudiste hacerme esto. Cómo?»
Me dice entre sollozos, mientras recupero el aire, pero ver sus lagrimas rodar por sus mejillas es un acicate para mis instintos salvajes y reanudo la violación metiendo y sacando mi trozo de carne de su peluda gruta, que ya no se agita desesperada sino que se deja hacer, totalmente vencida ante el hecho de que haga ella lo que haga yo terminaré violándola a mi regalado gusto.
Mientras la penetro me dedico a sus senos, que beso y muerdo largamente, pero con suavidad, sin el salvajismo anterior. Ella continúa llorando, en silencio y totalmente derrotada.
«Qué rico, m´hijita, qué rico»
Le repito mientras meto y saco mi verga e intento besarla en los labios, como si con ello lograría que Ana María me secundara, pero ella hace a un lado el rostro, lleno de lagrimas que fluyen sin parar.
Su rechazo me molesta y empiezo a bombear mi pedazo de carne con furia, mientras vuelvo a besar sus senos. Y logro mi segundo orgasmo.
Recuperado, me levanto con mi instrumento en la mano. Ella también se levanta, arregla su vestido lo mejor posible y me mira con odio mientras intenta borrar los restos de lágrimas de su rostro.
«Desgraciado»
Murmura por lo bajo y me da la espalda, volviendo a despertar con su actitud mi loco deseo de poseerla.
Comprendo que lo hecho traerá consecuencias nada agradables y que no hay nada que pueda hacer para remediarlo, por lo que lo mejor será que me satisfaga completamente.
Total, después de lo que ya hice, nada podría empeorar las cosas. Ya vendrá la tormenta después, pero ahora debo disfrutar a mi rica vecinita.
La aprieto entre mis brazos y la llevo contra la mesa, donde levanto su falda y le meto la verga por entre las nalgas, en busca de su sexo.
Como no es posible penetrarla, la tomo de la cabeza y la obligo a agacharse, con lo cual quedamos en la posición conocida como «a lo perrito» y procedo a bombear mi instrumento entre sus nalgas, donde se encuentra su gruta de placer.
«No, no, no»
Me repite con voz cansada y sin esperanza de lograr que desista de mi propósito. La tomo de las caderas, en tanto ella se afirma a la mesa para no perder el equilibrio por mis embestidas.
Y mis metidas y sacadas se repiten sin pausa, pero a un ritmo lento, para disfrutar más el espectáculo de los globos traseros de Ana María entre los cuales se pierde mi verga.
Saco lentamente mi espada hasta dejar solamente la cabeza metida en el interior de su sexo y disfruto la visión de mi pedazo de carne húmeda entre sus nalgas blancas.
«No, no. Ya, pues»
Repite ella mientras observo mi verga como se pierde lentamente en el interior de su vulva.
Es tan lento el movimiento que le imprimo a mi instrumento que éste penetra las intimidades de Ana María con una exquisita pausa, lo que hace más delicioso el acto.
«Por favor Mauricio, no»
Imprimo una mayor velocidad a mis metidas y sacada y me aferro a sus senos, en tanto mi vecina sigue afirmada a la mesa a la espera de que el horror al que la he sometido termine pronto.
«Goza, m´hijita, goza»
Pero ella opta por callar.
«Tómalo todo, cariño»
Y termino acabando encima de ella, con mi verga en su vulva, que chorrea mi semen que cae por sus piernas al suelo.
Ya calmado, me retiro a un rincón y ella baja su vestido y se retira en silencio, sin siquiera mirarme.
Me quedo solo rumiando acerca de lo sucedido.
Recién ahora le tomo el peso a lo que le hice a mi vecina, la que obviamente algo va a hacer y ese algo no presagia nada bueno para mí.