Buenas noches, mi nombre es Alejo y para mis amigos y amigas soy El Negro.
Para aquellos que hayan leído alguno de mis relatos anteriores, soy un adicto a las maduritas desde que tengo uso de razón, pero no por ello dejó de lado al resto de las mujeres.
Con 18 años, trabajaba en épocas de verano al finalizar las clases del bachillerato para reunir algo de dinero para afrontar el año, y en Diciembre de 1984 no fue la excepción.
A los 15 años conseguí ingresar en un supermercado, de 4 sucursales, como repositor. Ser el “nuevo” y de trabajo temporal, me ponía frente a situaciones no muy habituales: por ejemplo, llevar los pedidos a domicilio de las personas que hacían compras voluminosas o simplemente no querían acarrear bolsos y cajas.
Antes de contarles el nuevo relato, los voy a poner un poco en conocimiento de la empresa en la que estuve trabajando desde los 15 años hasta los 19.
La empresa contaba con 4 sucursales:
La n° 1 en plena zona céntrica (podríamos decir microcentro), rodeada de edificios cuyos departamentos eran ocupados por gente de altísimo poder adquisitivo. Ocupados por viudos, viudas, divorciadas, divorciados y “extrañas familias” muy liberales en su gran mayoría, con personal doméstico permanente (que vivían de lunes a sábado en esos departamentos).
La n°2 estaba algo más alejada, unas 10 cuadras (macrocentro), donde el nivel adquisitivo bajaba un poco, aunque no tanto, pero ya no eran solo departamentos sino que además había casas importantes y extrañamente algunas casas que oficiaban como multifamiliares (con importantes galerías) y habitaciones que eran habitadas por empleados temporales de los negocios del centro.
La n° 3 era quizá la más normal, ya que estaba ubicada en la zona cercana a las 2 universidades de la ciudad (la tecnológica y la popular), por lo que su clientela eran en su mayoría jóvenes de entre 18 y 35 años. Obvio que también había clientela normal, pero eran los menos.
Finalmente estaba la sucursal n°4, la más alejada de la zona central, quizá la que menos poder adquisitivo demostraba en su clientela, pero extrañamente era la más grande de las 4: contenía el salón de ventas de muy buenas dimensiones y tres depósitos, donde se almacenaba la mayoría de la mercadería que abastecía a las otras tres sucursales. Por esta misma razón, contaba con más empleados que las otras y cargas horarias de doble turno. 5 empleados en depósitos bajo el mando de Carmina (más conocida como Cami – protagonista de esta historia).
Puestos en conocimiento vamos a la historia en sí misma.
Una vez cada 15 días, la mayoría de los empleados varones teníamos que ir a trabajar a la sucursal 4 ya que llegaban 2 equipos (camiones con acoplados) que debíamos descargar y ordenar bajo la atenta mirada de dos de los socios y de la encargada general: Cami.
Cami tenía por entonces 40 años, cabello rojizo de peluquería, estatura promedio (1,68), piernas fuertes, brazos bastante marcados, pechos medianos que podrían adivinarse como bastante firmes, y un culito prieto (bien marcado) todo producto del trabajo que realizaba, era una más al momento de las cargas y descargas. Carácter fuerte y dominante
Llevarse bien con Cami era garantía de permanencia laboral, de lo contrario tenías un pie y medio fuera de la empresa. Era la primera en llegar al local y la última a retirarse, recorría continuamente los depósitos y verificaba que cada uno cumpliera con su trabajo.
Corría el mes de Mayo del año 1985 cuando después de fracasar en mi intento universitario, decidí abandonar por el resto del año y dedicarme de pleno al trabajo hasta Marzo del año siguiente en que tentaría nuevamente con el estudio.
Cami decidió cambiar horarios del personal, haciéndonos ingresar 2 horas antes de la apertura del comercio, dividió los dos turnos en tres de 6 horas y despidió a dos de los empleados del depósito sin causa aparente.
Yo: buenos días Sra. Cami, ¿podré hablar unos minutos con usted?
Cami: pasá, pero se breve, hay mucho trabajo después de la reducción
Yo: Dejé temporalmente mis estudios, hasta el próximo año y quiero saber sobre mi estabilidad laboral
Cami: vas a trabajar a mi lado, compartiremos el 1er turno de trabajo y puedo llegar a necesitarte en alguno de los otros dos
Yo: ¿Ingresaría a las 6 de la mañana?
Cami: si, y quizá te quedes al segundo turno dependiendo del día y necesidad
Si bien me fui más tranquilo por mi puesto asegurado, me inquietaban esa 3 primeras horas.
Llegué el lunes y ella ya estaba abriendo la puerta de acceso. Apenas me saludó y me guió a su despacho donde extendió una lista de requerimientos de las sucursales, puso agua a calentar para preparar café mientras ponía en funcionamiento parte de la calefacción: el invierno en mi ciudad suele ser muy crudo.
Me mostró donde acumular los pedidos de cada sucursal y comenzar a colocar lo solicitado. Pasada una hora y media me llamó y me extendió un café. “Unos minutos de descanso, reponemos temperatura y seguimos” dijo mientras apuraba el suyo.
Cuando llegaron los otros dos empleados, fueron derivados a distintos sectores para ordenar y contar la existencia.
Cami: vení conmigo, vamos al área de papel e higiene femenina.
Allí los bultos eran más livianos, pero por su inestabilidad costaba acomodarlos, más de una vez la pila se caía y había que volver a empezar. Ella hizo el conteo y yo traté de acomodar los bultos de la mejor manera posible. “Esta tarde, entre las 14 y las 17, haremos el mismo trabajo en otro sector: papeles sanitarios” dijo mientras bajábamos al salón comercial. La mañana transcurrió normal, a las 13:30 nos detuvimos a almorzar y a las 14 volvimos al área de trabajo.
Cami: aquí veras la razón del despido de Román y Chachy.
Entramos al sector de fardos de paquetes de algodón y pañales, no se veía nada anormal hasta que giramos al sector más alejado del área: juraría que lo que estaba viendo era una cama de King Size, hecha con fardos de algodón como almohadas y bolsones de pañales como colchón.
Cami: noté que ambos jamás bajaban a almorzar y me escondí a esperar. Mientras los demás comían, ella le daba de comer al él y luego invertían roles. Usaban esta zona para encamarse, se descuidaron y mancharon algunos bultos y por eso me di cuenta. Los dos a la calle.
Cami: a partir de hoy, solo vos y yo entramos a este sector, sé que hay varias parejitas esperando ocupar “la habitación”, es más, creo que alguien más la utilizó.
Obviamente fui blanco de cargadas de parte de mis compañeros y envidia por otros. Conforme avanzaba el año, “la habitación” se volvía más calurosa, casi no tenía ventilación y recibía el calor de toda la mañana, pues el sol le pegaba a pleno. Sobre fines de octubre, ya era insoportable trabajar en ese lugar en horas de la tarde.
Fue el primer lunes de noviembre cuando recibimos un equipo completo de material para ese sector, la descarga fue rápida pero el ordenamiento iba a demorar bastante ya que había que clasificar todo. “¿Hoy podés trabajar triple turno? Preguntó Cami, medio a regañadientes accedí, pero aun así no logramos acomodar todo, transpiramos terriblemente, por lo que decidió que iniciáramos el día siguiente a primera hora el trabajo en la zona y viniésemos vestidos con ropas más livianas.
Como siempre, llegó antes que yo, pero había cerrado la puerta por precaución, golpee y me abrió. Jamás la había visto vestida así: leggins rosa claro, remera blanca súper holgada y sandalias bajas, el hecho que fuera delante de mí por las escaleras, me permitió ver como se marcaba su ropa interior y noté que si había corpiño, era casi imperceptible. Yo vestía un jogging y remera. Bajo el jogging llevaba un short deportivo, con la idea de utilizarlo cuando el calor apretara.
Empezamos a trabajar rápidamente, y tan pronto lo hicimos, comenzamos a sudar, el calor era insoportable, las remeras se pegaban al cuerpo de ambos y sus formas se marcaban cada vez más. Lo que más me llamó la atención fue como ganaba color más oscuro el leggins donde la ropa interior ocupaba lugar. Llegar a las 10 de la mañana fue una tortura, ver como se traslucía su ropa me ponía a mil y me costaba disimular la excitación.
Cami: bajo a darme una ducha, seguí aquí que a la tarde seguimos.
Podría jurar que me miró varias veces y notó la erección. Se sonrió y no volví a verla hasta la hora del almuerzo.
Cuando volvimos a trabajar juntos, le pedí autorización para quedarme en shorts, cosa a la que accedió. “Si vos usas short, yo también y si querés sacarte la remera, yo también me la sacó, imagino que habrás visto mujeres en gimnasios o en la playa, ¿no?”
Me sonrió y girándose, se quitó leggins y remera, quedando en un short de la misma tela del leggins y un corpiño deportivo blanco ajustadísimo.
Cami: Ahora sí, cómodos a trabajar. ¿Vas a mirar mucho o pensas trabajar también?
No daba fe de lo que veía, que hermoso cuerpo tenía, proporcionado, marcado por las labores del depósito, una autentica milf.
Yo: no, por favor. No la hubiese imaginado así físicamente.
Cami: te pido un favor, mientras estemos solos trabajando, dejá de tratarme de usted.
Yo: como digas.
Seguimos trabajando por dos horas y nuestros cuerpos eran bañados por sudor, como se marcaba cada centímetro de su cuerpo. La espiaba cada vez que podía y más si se colocaba de espaldas a mí mostrando ese culito apretado. Cuando estaban por llegar los demás empleados, me pidió vestirnos y prometerle que nadie sabría que se había despojado de sus ropas. Lo hice, pero durante esa noche, fue motivo de un par de pajas.
Al amanecer de miércoles, sentí como llovía, imaginé que ella no iría con ropa similar a la de ayer, ya que había refrescado un poco. Llegué al local y debí esperarla afuera, se había demorado.
Cami: perdón pero me dormí. Pasá rápido, no te mojes.
Ingresamos al salón y se despojó del piloto que la cubría, había otro leggins (ahora negro) más marcado que el de ayer y una remera ajustada azul. La humedad y el aire fresco habían erizado sus pezones que parecían querer perforarla. Otra vez la escalera, otra vez la tortura de verla subir e imaginar cómo se perdía su ropa interior entre sus curvas.
Cami: voy a serte demasiado honesta y esto puede ser llamativo. Ayer, cuando trabajamos aquí, te observé mucho y vi cómo te calentabas mirándome.
Yo: discúlpame, no quise ser tan evidente.
Cami: nada de disculpas, en cierto modo lo disfruté. Una viuda como yo, observada y deseada por un pibe, es agradable y también me excitó a mí.
Se aproximó y pude aspirar su perfume, pasó su mano por mi cabello húmedo y me rozó los labios con los suyos.
Cami: anoche pensé que no podía dejar pasar la chance y saber que tanto te caliento.
Volvió a aproximarse pero ahora fui yo quien la tomó del cabello, la acerqué y comí su boca mientras deslizaba las manos por su espalda. Estar tan pegados provocaba que sintiese sus pezones en mi pecho y su respiración entrecortada. Nos abrazamos y nos comimos la boca por unos minutos, con un leve empujón de ella, caímos sobre aquel colchón de pañales y algodón. Montada sobre mí, jugaba con mi pelo mientras yo recorría su espalda desde el cuello hasta la curva de su culito.
Cami: qué lindo es estar así, cuanto hacía que no me sentía tan deseada y caliente.
Yo: vamos, déjame sacarte el leggins y acariciarte la piel caliente mi loba.
Se despegó unos centímetros como para que mis manos bajaran sus ropas de la cintura hacía abajo, dejándolo a la altura de las rodillas, solo una tanga minúscula cubría su conchita y la parte trasera se perdía entre los cachetes de su culito, los que apreté con fuerza.
Cami: bajate el jogging, quiero sentirla a través de la telita, frotala para que tome más temperatura y se moje.
Como pude sin quitarla de encima, bajé la prenda y la verga se notaba dura, tratando de colarse entre sus piernas, abriendo los labios de su conchita.
Cami: si, así, seguí que ya casi está lista para que la metas.
Bajó una de sus manos y corrió la tanga para liberar el espacio para que empezara a abrirme paso hacia el interior de su cuerpo, se sentó sobre mí y se empalo, afirmó sus manos en mi pecho y comenzó a moverse circularmente y a gemir suavemente mientras cerraba sus ojos y se sacudía.
Cami: más adentro, movete, quiero sentirla hasta que haga tope.
Era muy exigente pero muy caliente, me manejaba a su gusto, aceleraba y frenaba, extendiendo un polvo inolvidable. Llegó a un orgasmo furioso, pero no dejó que la regara de leche. Se giró sobre los fardos de algodón, dejándome arriba, acomodó sus piernas sobre mis hombros y volvió a moverse. Llevaba el ritmo de las penetraciones, levantando su cintura y bajándola de manera suave.
Cami: vamos, apurate a llegar que tenes que darme la leche antes que lleguen los demás.
Fueron 5 minutos de gloria, hasta que exploté dentro de su cuerpo. Quedamos rendidos.
Cami: esta tarde, cuando quedemos solos, vamos a tener otra sesión, donde vas a mostrarme como usas tu lengua y yo usaré la mía.
Y así fue, dos horas a pura lengua. Antes de irme, me regaló la tanga empapada en sus flujos y ella se llevó mi bóxer impregnado en leche.
Cami: este será nuestro pacto, dos veces a la semana nos vamos a revolcar, pero será solo eso, sacarnos calentura ya que por edad, no podemos pasar de eso.
Así lo cumplimos, hasta Marzo del ’86 en que dejé de trabajar allí. Hubo una noche de despedida, que podría ser motivo de un nuevo relato, pero quien sabe si llegará a la página.
Espero sus comentarios, y más que nada tu opinión.
Saludos,
Alejo Sallago – alejo_sallago@yahoo.com.ar