Capítulo 1
Capítulo 1: El Arribo
Los árboles se alzaban como gigantes centinelas a ambos lados del angosto camino de tierra que llevaba a Hollow Creek. A medida que avanzaban, la luz del atardecer se filtraba entre las ramas, proyectando sombras largas y retorcidas sobre el capó del auto. Fernanda mantenía ambas manos firmes sobre el volante, sus ojos clavados en la carretera mientras el motor rugía suavemente. Luna, sentada en el asiento del copiloto, miraba a través de la ventana con una expresión indescifrable.
—Este lugar es aún más tétrico de lo que imaginaba —comentó Luna, con un deje de fascinación en la voz.
—Es perfecto para desconectarnos —respondió Fernanda, sin apartar la vista del camino.
Detrás de ellas, Cristopher y Mary, los pequeños del viaje, compartían el asiento trasero. Cristopher, con la cabeza baja, deslizaba el dedo sobre la pantalla de su teléfono, pero la pésima señal hacía que la carga de las páginas fuera insoportablemente lenta. Mary, en cambio, observaba el exterior, inquieta. El bosque era denso, las sombras parecían moverse, y había algo en la forma en que la neblina se deslizaba entre los troncos que le daba la sensación de que no estaban solos.
La casa de Hollow Creek apareció finalmente ante ellos.
Era una estructura imponente pero desgastada por el tiempo. Sus paredes de madera oscura estaban agrietadas en algunos puntos, y la pintura verde musgo que una vez había adornado el porche ahora se descascaraba en tiras largas. Las ventanas, algunas empañadas y otras entreabiertas, parecían ojos sin vida observando su llegada.
—Es… grande —comentó Cristopher con una mueca.
Fernanda apagó el motor y suspiró. —Grande y antigua.
Luna se inclinó un poco para observar mejor. —La publicación decía que la casa se construyó en los años treinta. Parece que nadie se ha molestado en renovarla.
—O nadie ha querido hacerlo —murmuró Mary, abrazándose los brazos.
El silencio que siguió fue interrumpido por el chirrido de las bisagras cuando Fernanda empujó la puerta del auto y bajó. Los demás la siguieron. El suelo crujía bajo sus pies mientras caminaban hacia el porche, y una brisa fría arrastraba consigo el leve aroma de madera húmeda.
—Bueno, vamos a ver cómo se siente por dentro —dijo Fernanda, sacando las llaves.
La puerta principal se abrió con un quejido profundo, revelando un interior oscuro y cargado de polvo. Fernanda tanteó la pared hasta encontrar el interruptor. La luz parpadeó un par de veces antes de estabilizarse, iluminando la entrada. Dentro, la casa era espaciosa, con un aire rústico que parecía atrapado en el tiempo. Una chimenea de ladrillo cubría una de las paredes del salón principal, llena de cenizas viejas. Muebles de madera antigua se distribuían alrededor, cubiertos con una fina capa de polvo. A la derecha, una puerta llevaba a un largo pasillo que conducía a las habitaciones.
Luna caminó hasta la biblioteca, donde una gran estantería empotrada albergaba libros con lomos deteriorados. Pasó un dedo sobre la superficie de uno y luego miró la capa de polvo en su yema.
—Definitivamente lleva tiempo vacía —comentó.
Mary sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sus ojos se fijaron en la escalera que llevaba al segundo piso. Había algo en la penumbra de ese pasillo que la hacía sentir observada.
—Entremos y organicemos todo —dijo Fernanda, rompiendo el silencio.
Sin saberlo, al cruzar esa puerta, habían dado el primer paso hacia algo que cambiaría sus vidas para siempre.
Capítulo 2: DarkShadow666
En aquel pequeño pueblo perdido entre colinas, en aquella antigua casa de madera, el crepitar del fuego en la chimenea apenas podía contener el frío que se filtraba por las ventanas mal ajustadas. Fernanda, de 31 años, estaba sentada en un sillón raído, observando cómo su amiga de la universidad, Luna, de 22 años, se retocaba el cabello oscuro y liso frente a un espejo antiguo.
«Luna, ¿recuerdas cómo nos conocimos en aquel curso de literatura gótica?» preguntó Fernanda, rompiendo el silencio.
Luna sonrió, su rostro iluminado por la nostalgia. «Claro, fue en la clase de Poe y Shelley. Desde entonces, supe que seríamos amigas para siempre.»
Fernanda asintió, pero una inquietud creciente se apoderaba de ella. Algo en la atmósfera de esa noche la hacía sentirse observada, como si una presencia invisible se escondiera entre las sombras.
En una habitación al fondo de la casa, Cristopher, el primito de Luna, de 150cm de altura, estaba tumbado en una cama improvisada. Sus ojos grandes y oscuros brillaban con una curiosidad insaciable. Había venido a pasar el fin de semana con su prima, escapando de una vida familiar caótica en la ciudad.
En otra habitación, Mary, la hermana de pequeña de Fernanda, exploraba los confines oscuros de Internet. Era una chica con una sed de conocimiento que a menudo la llevaba por caminos peligrosos. Esa noche, su curiosidad la llevó a Omegle, un sitio de chat aleatorio que prometía encuentros con extraños de todo el mundo.
Mary, con su cabello rubio cayendo sobre sus hombros, se sentó frente a la pantalla del ordenador, conectándose con un extraño tras otro. Sus dedos se movían rápidamente sobre el teclado mientras navegaba por la red, encontrando personas de todas partes, cada una con sus propios secretos.
De repente, un usuario con el nombre “DarkShadow666” apareció en su pantalla. La conversación comenzó de manera inocente, pero rápidamente se tornó oscura y perturbadora. El extraño hablaba de deseos prohibidos, de encuentros secretos que harían temblar a cualquiera.
Mientras tanto, en la sala, Luna decidió que era hora de preparar algo para cenar. «Fernanda, ¿te importa si uso la cocina? Tengo una receta que quiero probar.»
«Claro, adelante,» respondió Fernanda, tratando de sacudirse la inquietud que la envolvía.
Luna se dirigió a la cocina, dejando a Fernanda sola con sus pensamientos. El crepitar del fuego y el silencio de la noche sólo aumentaban su sensación de malestar.
Cristopher, aburrido y curioso, salió de su habitación y se dirigió a la sala. «Fernanda, ¿puedo ver la televisión?» preguntó, sus ojos oscuros brillando con la luz del fuego.
«Claro, pero no muy alto,» respondió Fernanda, intentando forzar una sonrisa.
Mientras Cristopher buscaba algo que ver, Mary seguía inmersa en su conversación con DarkShadow666. El extraño le pedía detalles sobre su vida, sus deseos más profundos y oscuros. Mary, intrigada y algo asustada, respondió a sus preguntas, cada vez más personales.
«¿Cuántos años tienes?» preguntó el extraño.
«No quiero decir,» respondió Mary, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
«¿Qué llevas puesto?» preguntó DarkShadow666, su tono ahora más urgente.
Mary dudó un momento antes de responder. «Un pijama,» escribió, sus dedos temblando.
El extraño comenzó a describir escenas explícitas, hablando de partes del cuerpo con una precisión perturbadora: «Tu clítoris, tu ano, tu saliva… quiero saberlo todo.»
Mary, atrapada entre el miedo y la fascinación, continuó la conversación, su respiración acelerada.
En la cocina, Luna preparaba la cena, pero sus pensamientos volvían constantemente a Cristopher. Había algo en él, una mezcla de inocencia y misterio que la atraía. Sus manos temblaban ligeramente mientras cortaba las verduras, sus pensamientos llenos de imágenes y deseos que no se atrevía a confesar.
De repente, un grito rompió el silencio. Era Mary, corriendo desde su habitación con lágrimas en los ojos. «¡Fernanda! ¡Fernanda!» gritó, su voz llena de terror.
Fernanda se levantó de un salto, su corazón latiendo con fuerza. «¿Qué pasa, Mary?» preguntó, corriendo hacia su hermana.
«En Internet… había alguien… hablaba de cosas horribles…» sollozó Mary, temblando.
Fernanda la abrazó, tratando de calmarla. «Tranquila, Mary. Todo está bien. Es sólo alguien en línea. No pueden hacerte daño.»
Pero mientras decía esas palabras, Fernanda no podía sacudirse la sensación de que algo oscuro y peligroso se acercaba. Algo que conectaba a todos en esa casa con un destino aterrador.