Capítulo 16
CAPÍTULO DIECISEIS
Ahí estaba yo, admirándola embelesado, atrapado por esa escultural mujer. Ella me miró a los ojos y me dijo con voz cortada.
- Ya está todo padre. —dijo cuando se acercó y se puso en pie frente a mí, con las manos a la espalda con cara de niña buena.
Resultaba tan arrebatadoramente sexy que me costaba mantener el tipo, pero quería que fuera ella la que estuviera completamente segura.
- ¿Ahora qué te gustaría hacer antes de seguir con otra habitación? – le pregunté.
- Padre, me gustará follar con usted.
- ¿Quieres que te folle ahora?
- Me gustaría hacerlo con usted todos los días, estoy segura de que en poco tiempo aprenderemos nuestros gustos y me someteré a todo lo que usted crea oportuno. Seré su amante siempre que me lo pida, en donde me lo pida y lo que me pida.
Aquello resultaba tan atrapante que era difícil librarse de la tentación.
- Nadie podrá sospechar nada, porque el resto de gente, incluyendo mi marido sabe que vengo a arreglarle la casa, para así disimular ante los vecinos y el resto. – añadió.
- Bueno y eso es lo que has hecho, ¿no? – dije con una sonrisa burlona.
- ¿Pero usted no…? – ella estaba contrariada, pensando que era sólo una puesta en escena y llegó a temer que sólo hubiera venido a eso, a limpiar la casa.
Guardé silencio, observando la figura de esa mujer a la que temblaban las piernas, lo notaba en sus pies, que apenas se sostenían sobre sus finos tacones. El miedo a lo que pudiera suceder se había transformado a miedo por imaginar que nada más podría pasar.
- ¿Entonces estás dispuesta? – le pregunté de pronto.
- Si, padre… se lo juro.
- ¡No jures y desnúdate! – dije de forma enérgica.
Ella dibujó una sonrisa en su rostro y lentamente se fue despojando del liguero, girada ante su cadera, pero sin quitarme ojo a mi cara y a mi cuerpo desnudo y luego me lo lanzó.
Se descalzó y fue enrollando la media derecha muy lento hasta llegar a su tobillo, ahí se agachó, enseñándome su culo y la sacó por la parte delantera de su pie. Con la izquierda hizo lo mismo. Se izó, me miró traviesa con una socarrona sonrisa y soltó los corchetes de su sujetador, recogiéndolo sobre sus brazos, luego lo fue deslizando por sus pechos, hasta tapar estos con sus manos. Me miró, sonrió, pasó la lengua entre sus labios y me lanzó el sujetador a la vez que tapaba sus pechos con sus manos. Si no fuera porque ella me había jurado y perjurado que era su primera vez en algo así, diría que era toda una profesional.
Se mordió los labios, mientras dedo a dedo fue dejando ver, cada vez más porción de sus pechos, hasta que ante mí aparecieron esos grandes y duros pezones, rodeados por una inmensa areola. Se veía su nerviosismo a flor de piel, nunca mejor dicho, pero aun así, ella quiso ofrecerme lo mejor de ella en ese particular show. Me guiñó un ojo, se dio la vuelta, dándome la espalda y en un perfecto ángulo recto, se sacó las braguitas por debajo de sus pies, dejándome apreciar su sexo. Con mucha sutileza volvió a montar en sus tacones y se dirigió lentamente hacia mí.
Ver caminar a esa mujer madura de curvas perfectas, completamente desnuda y esos tacones que realzaban su cuerpo y sonaba como un toque de tambor insinuante, era tan sublime como alucinante.
- Bueno, ahora sigue con la limpieza, aquí tienes algo que necesita lustre. – dije agarrando mi polla por la base.
Se postró ante mí, arrodillándose del mismo modo que cuando lo hacía en sus oraciones en la iglesia. Sustituyó mi mano con la suya y la meneó suavemente, mientras su otra mano jugaba con mis huevos. Lamió con la punta de su lengua mis inflamados testículos, subiendo por mi polla hasta llegar al frenillo donde se dedicó a acariciarlo muy lento, bordeándolo con lentitud y mirándome con esos ojazos penetrantes, que luego cerraba para repasar con toda su lengua esa largura. Me miró pícara a los ojos y se tragó mi capullo, lo lamió, lo sorbió y lo repasó con su lengua, para por fin meterlo y sacarlo de su boca sin olvidarse de mis huevos suavemente, sopesándolos, sintiendo que estaban bien cargados para ella.
Su boca succionaba con precisión, sin demasiada prisa y realmente no había ninguna porque yo estaba en la gloria, con esa ninfa desnuda arrodillada entre mis piernas comiéndose mi polla con auténtica devoción.
- ¿Te gusta?
- Si, padre… ¿lo hago bien? Soy algo inexperta.
- Bueno, creo que has nacido para esto. Dolores, lástima que Sebastián no sepa los secretos de esa boquita.
- Ni espero que lo sepa nunca. Estos labios son sólo para usted, toda entera soy para usted, padre.
Volvió a tragar una buena porción de mi dilatada verga y sentir aquella boca y esas palabras casi me hacen venirme, por lo que agarrando su pelo tiré de él, para liberar de esa insaciable boca.
Ella me miró a los ojos, mientras mi mano tenía cogido un buen mechón de su cabello.
- Ponte de pie. – ordené.
Ella obedeció sin rechistar y yo me puse frente a ella… mientras me miraba embelesada.
- Has sido muy buena. – dije.
- Ya se lo dije padre. Haré lo que quiera.
- Me encanta oír eso y ahora voy a follarte, ¿es lo que quieres?
- Si, se lo ruego…
- Date la vuelta y ponte contra la pared. – dije señalando hacia el fondo del salón.
Ella caminó delante de mí, mientras yo observaba ese vaivén de sus caderas y el culazo moviéndose a cada paso. Colocó sus manos por encima de ella, pegando sus pechos a la fría pared y sacando su culo, como ofrenda a mi polla.
Me acerqué pegando mi cuerpo desnudo al suyo y cerca de su oreja le dije con voz gutural.
- ¿Como quieres que te folle?
- ¡Como usted desee! – respondió sumisa.
- ¡No! – dije separándome levemente para darle un buen cachetazo a ese culo que tembló bajo mi palma.
Ella suspiró sin emitir ni un quejido, aguantando el pinchazo porque mi palma había quedado marcada en su nalga derecha.
- ¿Cómo quieres que te follé, Dolores? – volví a preguntar.
- Suave, muy suave, llévame al cielo sin prisa.
Volví a pegarme a ella, dejando mi polla entre sus posaderas, dibujé sus caderas y luego acaricié sus pechos, apreté sus pezones, lamí su cuello y su oreja haciendo que ese sonido le llenase, yo lo notaba viendo sus ojos cerrados y su respiración contra la pared.
- Prepárate, te voy a llenar ese coñito.
Un suave gemido partió de su boca. Sujeté mi polla con fuerza, la pasé por esa rajita desde atrás, notando una buena humedad, flexioné mis piernas y muy lentamente fui entrando en ella, notando la estrechez de ese coño que apretaba mi polla como si fuese su primera vez.
- ¡Uf, padre, qué grande la tiene! – dijo al sentirse completamente invadida.
- Así te gusta, ¿notas cómo te lleno?
- Síii, me gusta, sii, me llena entera, su polla me llega al alma. – repetía ella llenando de vaho la pared con su aliento.
Mi polla se introducía en ella de forma lenta, tal y cómo ella quería. Me gustaba sentir a Dolores apretando mi polla con las paredes de su estrecha vagina. Estaba claro que su marido no la llenaba tanto como yo. Aún parado, notaba como me ordeñaba con su coño, como me apretaba mi daga de una forma que resultaba divina. Aceleré un poco el ritmo, el calor y la humedad de ese coño, atrapaban mi miembro asombrosamente. Mordí su cuello mientras mi ritmo iba en ascenso. Un estremecimiento hacía que vibrase en mi sexo y en el suyo, notando como ese calor que empezaba en los huevos me iba subiendo poco a poco. Si seguía mucho tiempo así, me iba a correr. Ese coño era una ordeñadora increíble. Intenté aguantar lo que pude bajando un poco el ritmo. Dolores abrió sus piernas y noté como bañaba mi polla, sus flujos se escurrían por mis huevos. Se estaba corriendo, lo noté cuando sus gemidos se hicieron más intensos, cuando toda su piel se erizó y cuando su coño pareció cerrarse aún más.
- ¡Ah! – gemía ella como una posesa
- ¡Dolores qué tienes entre las piernas, insensata! – repetía yo martilleando ese coño y agarrándome a sus caderas.
- Joder padrecito, sujéteme, sujéteme que no me tienen las piernas. – me rogaba aferrada a la pared para no caerse, pues noté que la tenía en volandas y sus tacones se habían elevado un poco del suelo.
La abracé por la tripa y ella pasó su brazo por mi cuello hasta que la deposité sobre el sofá, cayendo como un trapo quedando su culo expuesto sobre el brazo del mismo.
- Ahora toca a mi manera. Lo sabes, ¿no?
- Sí, padre… – suspiraba ella, todavía gimiendo tras ese intenso orgasmo.
Estiré mi mano hacia la mesa cercana y cogí una vara de bolas anales que iban en aumento, precisamente la misma que ella había cogido ella de forma curiosa mientras limpiaba. Su cara era de susto cuando cogí esa vara, dispuesto a írsela introduciendo en su agujerito virgen.
- Padre Ángel… – dijo inquieta.
- Sssshhhh… ¿Confías en mí?
- Sí
Dolores puso la cara contra uno de los cojines del sofá y respiraba agitada, pero yo acariciaba su espalda para que se relajara. Unté un buen chorro de gel lubricante en la punta de esa vara y también en el culito de mi feligresa. La primera bola y la más pequeña, entró sin dificultad.
- ¿Y bien? – pregunté – ¿Ves cómo era más fácil de lo que creías?
Ella solo afirmó con un sonido gutural contra el cojín. Creo que prefería no mirar, por lo que la segunda bola de un diámetro ligeramente mayor también se coló en su ano, al tiempo que ella suspiraba.
Poco a poco le sacaba una bola y la volvía a meter… ese arte lo fui adquiriendo a base de experiencia y también ayudado por algún video que siempre inspira para estas cosas. Casi un par de minutos después había logrado meter la sexta bola en el culito estrecho de Dolores, escuchando su respiración agitada.
Dejé la vara a un lado y esta vez fue mi polla la que se abrió paso con algo más de dificultad. Volví al bote de lubricante y unté mi polla con él, apreté hasta traspasar ese poderoso anillo.
- ¡Ummm! – se escuchaba la voz silenciada de esa mujer contra el cojín.
- Ahora, relájate y déjate llevar.
Noté como ella se estiraba y luego su cuerpo se iba acomodando. Cuando noté la tensión al mínimo se la clavé hasta el fondo, logrando que el grito ahogado de Dolores fuera amortiguado por el cojín, de otro modo se hubiera enterado todo el barrio.
Aquello era un auténtico paraíso y ver mi polla insertada en ese endemoniado culo, que me apretaba con todas sus ganas, era una obra de arte. Me aferré a esas caderas y empecé a bombear, notando como la estrechez se iba haciendo cada vez más al tamaño de mi polla, que seguía atrapada, como lo hiciera su coño, pero con muchísima más fuerza, hasta que empecé a taladrarla con toda la energía que daba mi cuerpo. Fui yo el que entró en trance, aferrado a esas caderas, bombeando ese culito, insertando mi verga tiesa y atrapándola en esas reducidas paredes de su ano… y no aguanté mucho más, aquello era estar en la gloria y exploté, exploté y exploté en ese culito inundándolo con mi semen, al tiempo que los gritos de Dolores se convertían en gemidos, cada vez más fuertes y es que de esa tensión, ese dolor y esa quemazón, sin duda se había convertido en otro orgasmo para ella. Me dejé caer sobre su cuerpo, que estaba tan empapado como el mío, pues el sudor emergía al tiempo que nuestras aceleradas respiraciones.
- Espera, que la saco – le dije queriendo incorporarme.
- No, padre, ni se le ocurra aún no. – dijo ella toda agitada, porque estaba disfrutando sintiendo la tensión y las pulsaciones de mi polla en su inexplorado agujero.
Al rato, cuando vi que sus músculos se aflojaban y viendo que ella estaba como traspuesta, me deshice de nuestro nudo, la recogí por debajo de sus piernas y en brazos la llevé hasta mi cama. Observé el cuerpo desnudo de Dolores, sin creerme que esa mujer tan devota me hubiese llevado al mismísimo infierno.
Me tumbé a su lado y la dejé reposar un buen rato. La acaricié lento hasta que volvió a recuperar el aliento. Bajé por su cuerpo hasta su coño y empecé a comérselo. Mi lengua martilleaba incansable su clítoris hasta que entre espasmos se corrió de nuevo. Se levantó, me dio la vuelta y se clavó mí ya enhiesta polla en lo más hondo de su húmedo coñito. Me cabalgó sujetando una mano en mi pecho y otra en mis piernas. Me cabalgó con furia con prisas con ansia. Buscó su propio placer y se corrió mirándome a los ojos con una sonrisa de triunfo.
- Así padrecito, así. Me gusta sentirme deseada y me gusta sentir que soy deseada. Me gusta dar y recibir, así despacito, digamos que con cariño.
- ¿Y te ha gustado de la otra forma? – dije mordiendo su labio entre mis dientes.
- A decir verdad, no sabría decir qué me gusta más.
- Pues aún tendremos que experimentar más veces. – dije y volví a pensar que me había dejado llevar por mis instintos más primitivos, de hombre y no de cura.
- La próxima vez, será aún mejor. – dijo ella apretando los músculos de su vagina, haciendo que me corriese de nuevo en su interior.
Mientras yo repasaba mi homilía del día, Dolores se duchaba canturreando, feliz y dichosa y al cabo de un rato, delante de mí, se secó minuciosamente, sabiendo que su endiablado cuerpo me enervaba. Se enfundó sus negros ropajes y moviendo con gracia su culo, se acercó a la cama, subiéndose en ella como una gatita, para darme un tierno beso.
- ¿El martes a la misma hora? -me preguntó, por lo que yo había convenido con su marido.
- Si, Dolores. – le dije entregándole una llave, la que otras tantas veces había usado María.
En quince días me iría a Roma, pues el padre Manuel, ya no era insistente, sino casi exigente y tampoco quería defraudar a ese hombre que tanto había confiado en mí. Volví a pensar en mis pecados, los que nunca me atrevería a confesar a nadie o quizás sí, al propio Manuel, que quizás, con su bondad, su comprensión y esa alma caritativa, podría perdonarme.
Esos días tuve unos días tranquilos, María ya congraciada con su marido y por fin en cinta, estaba mucho más tranquila. Lo cierto que alguna que otra noche, no pude escaparme a sus abrazos, a sus besos furtivos, e incluso una de las noches en las que Luis se fue a ingresar en el cajero la recaudación del día yo me follé a su mujer en la cocina de su taberna… Por un lado, me sentía mal, pero follar con María era siempre una auténtica delicia, porque si ella era hermosa, embarazada, con esa pequeña barriguita y sus pechos más rotundos, resultaba arrebatadora, morboso a más no poder, primero por hacerlo así, en su cocina, con ella embarazada, pero incluso más por preguntarme si aquel hijo que llevaba en sus entrañas era mío, aunque ella lo negaba cada vez que se lo preguntaba
Las siguientes semanas fueron algo tortuosas, no lo voy a negar, follé con María varias veces, la mayoría porque ella misma quería su dosis de polla y aunque esa preciosidad lo seguía haciendo con su marido, estando embarazada ya no le parecía tanto pecado y es que… ¿qué ser humano le iba a prohibir a María un orgasmo y por ende recibirlo de sus apetitosas carnes? También tuve alguna visita de Alba, que tuvo una sesión, incluso dentro de su sex-shop, porque tampoco me pude resistir a sus poderosos pechos cuando envolvió mi polla con ellos. Macarena tuvo alguna buena dosis de sexo duro, pero fue yendo a menos veces, porque reconoció que había descubierto las puertas del paraíso con el sexo y ahora lo hacía con su novio al que tampoco le pareció tan mala la idea de pecar antes del matrimonio…
Para entonces ya tenía el billete del vuelo a Roma, algo que no podía posponer por más tiempo y a lo que ya no podría poner más excusas. El padre Manuel, pobrecillo, se alegraba de que yo fuese a acompañarle una temporada, repitiéndome que le debería echar una mano, pues allí había mucho trabajo, pero algo dentro de mí me decía que sería más tiempo del que yo hubiera querido, porque me costaba renunciar a todo lo que tenía en Sevilla.
A dos días de dejar esta preciosa ciudad del Guadalquivir, Dolores tuvo que ir al pueblo pues su madre no se encontraba bien y las chicas estaban tranquilitas, aunque aún era viernes y no había que echar las campanas al vuelo, pero me sentí algo más aliviado, porque esas mujeres resultaban ser como una droga de la que era difícil escapar y como buen adicto, si no la tienes cerca, más fácil no caer en ella.
Me dispuse a hacer la maleta, bastante simple: la sotana nueva, unas camisetas y un pantalón corto para dormir, calcetines, el neceser y poco más. Cuando ya estaba cerrando la maleta, sonó mi teléfono. Era Eva.
- Hola, padre, tengo ganas de usted, ¿nos podemos ver el lunes?
- Lo siento, el lunes ya no estaré aquí.
- ¿No?
- No hija, me voy a Roma mañana.
- ¿Mañana? No me había dicho nada.
- Lo sé, pero creo que es mejor así, para los dos…
Hubo un silencio que se hizo largo, ella debía estar angustiada, pues cuando recobró la voz me dijo.
- Padre le necesito, más que nunca… aunque sea la última vez.
- Mujer, no creo que me vaya a morir, sólo voy a Roma unos días…
- He de verle padre, me arde el coño y necesito que me caliente el culo. Nadie sabe hacerlo así.
- Hija estás perdida, no sé cómo podrás volver al camino. Eres una buena chica, búscate un novio que te de lo que necesitas. – intentaba yo serenar sus nervios y mi propio “enganche” a esa traviesa chiquilla.
- Déjese de tonterías padre. ¿a qué hora le va bien? – respondió como una yonqui buscando su dosis.
Miré mi maleta, luego el reloj y apenas tenía unas horas para irme, pero qué mejor despedida que con la predispuesta Eva.
- Mañana domingo sobre las once, ya sabes cada minuto diez azotes, más y esta vez con el cinturón. – me salió solo y hasta me maldecía por pedirle eso.
- Me está chorreando el coño padre con sólo pensarlo… ah y llegare tarde, no lo dude.
- ¡Serás puta!
Esta chiquilla era un demonio y esta vez le daría una buena lección, le iba a costar poder sentarse una buena temporada, pero ella sabía que había cosas a las que yo tampoco podía resistirme.
Terminé mi maleta y bajé a cenar al bar de María que ya mostraba su incipiente barriguita. Estaba preciosa, sus enormes pechos estaban coronados con dos pezones más marcados que nunca y esa panza cada vez más grande le daban un aspecto angelical. Ella y Luis eran felices, no hacía falta preguntarles… les brillaba la cara.
- Hola Luis, ¿Cómo va todo? – pregunté al hombre mientras me servía una copa de fino.
- Muy bien padre, hemos cogido una chica para que nos ayude, pero no sé si la llegará a conocer, no empieza hasta el lunes.
- Pues creo que no, yo marcho mañana, muy temprano. Pero ya habrá tiempo a la vuelta.
- Seguro padre, seguro.
- ¿Todo bien con ese retoño? – pregunté viendo a María limpiar una mesa al fondo del bar y al estirarse ver cómo se subía ligeramente su vestido.
- Si, muy bien padre. Nunca podré devolverle el favor y el milagro que nos ha traído.
Forcé una sonrisa, porque claro él no hablaba de cómo ella se había podido quedar en cinta… si supiera.
Me senté en mi mesa y rauda llegó María con su bayeta y su libreta.
- ¿Qué quiere hoy padre?
- Estás preciosa. – le dije en un susurro, pues aquellos ojazos brillaban más que nunca.
- Calle, calle, que mojo las bragas con sólo oír su voz.
- Pero mujer…
- En ese momento pasó Luis junto a ella y acarició su barriga, con orgullo y ella continuó diciéndome.
- Tenemos huevos escalfados, sopa y ensalada, de primero y filete de pollo, lomo embuchado y trucha.
- Pues unos huevos y un poco de lomo. Me apetece carne – dije mirando a sus labios.
- Muy bien padre. – respondió ella mirando a su marido de reojo que se alejaba de nosotros y de cualquier tipo de sospecha.
María se mojó los labios, me devolvió la sonrisa y se dio la vuelta en dirección a la cocina. Esa mujer estaba realmente preciosa, le habían crecido las tetas y había echado un poco de cuerpo. Ya era una preciosidad antes del embarazo, pero ahora tenía un culo y unas tetas de infarto. Esa cara preciosa ahora brillaba con luz propia.
Al rato, me trajo un poco de pan y yo acaricié su mano con disimulo.
- ¿Qué tal va el heredero? – pregunté.
- Este vive como un rey, solo se preocupa de crecer y no se le da mal.
- Pero ¿Te da mucha guerra?
- Uf, sí, no para… cómo salga al padre…
Volví a mirar al fondo a Luis y precisamente ese hombre no parecía muy guerrero, lo que daba pie a volver a pensar que ese niño era mío, pero ya no quise ni mencionarlo.
María me sirvió la cena y después me trajo una copa y mi “Farias”. Me salí a la calle, pues ahora ella embarazada, lo del humo no le venía nada bien. Luis se sentó conmigo mientras se iban los últimos clientes y me estuvo preguntando por Roma, ciudad que, por cierto, yo no conocía. Le informé muy vagamente, ni tan siquiera sabía lo que iba a hacer allí, pero por lo que Manuel me decía en cada llamada, allí había bastante trabajo por hacer. De algún modo eso me vendría bien para alejarme de mis pecados y de mis tentaciones continuas en Sevilla.