¡Hola…! ¿Dónde vas, Carlos?
¡Qué sorpresa! Me he encontrado con Carlos, el marido de Victoria, justo cuando iba a comer.
Tendrá unos veinticinco años, y es bajito, delgado, y moreno.
Pues… a tirar esto al contenedor de basura, porque luego no podré… ¿Y tú?
A ver si como algo, que tengo que volver al trabajo enseguida.
Pues, ¿qué horario tienes?
Ahora estoy entrando a las doce del mediodía y salgo a las nueve de la noche. Y tengo solamente una hora para comer.
¿Y dónde vas por aquí?
A un restaurante chino que han puesto hace poco. En la calle Leonardo Da Vinci, según dice el folleto…
¡Ah, sí! Es aquélla, la del jardín. Donde da la vuelta el autobús amarillo.
Bueno, pues me voy para allá. Dale recuerdos a tu mujer…
Pero… ¿por qué no subes a comer a casa? Nuestro edificio es ése…
Sí, sí, ya sé. Pero no quiero molestar… Además, como tengo que volver enseguida al trabajo…
Pues por eso… Nosotros ya hemos comido, pero mientras tomamos café tú puedes comer algo. Y no es molestia, hombre. Ya verás cómo Victoria se alegra de verte.
Pues… Bueno, de acuerdo.
La verdad es que yo también me alegraba: Victoria es prima de una amiga mía, y la conocí a través de ella.
Estoy seguro de que conectamos muy bien, porque siempre decía que se encontraba muy a gusto conmigo, y se reía mucho con mis bromas.
Pero, justo cuando me decidí a intentar atacarle, sentimentalmente hablando, me presentó a su novio, y poco tiempo después se casó con él.
Desde entonces, hace más de tres años, he de confesar que he pensado en ella muchas veces y siempre he acabado con una tremenda erección, que luego me ha sido muy difícil bajar.
¡Hola, Ramón!-exclamó Victoria, echándome los brazos al cuello y dándome un gran abrazo, tan simpática y agradable como siempre- ¿Cómo estás?
Hola, Victoria. Muy bien, gracias. ¿Y tú? Ya veo que embarazada… Pero, ¿cómo lo llevas?
¡Estupendamente! Estamos locos de alegría. Ya teníamos ganas de tener un niño, y por fin parece que lo conseguimos… Pero, ¡pasa, siéntate…! No has comido, ¿verdad? Mira, hoy tenemos estofado con carne de toro…
¡Le ha salido estupendo! -casi gritó Carlos, desde la cocina-. Yo no he tenido más remedio que repetir.
Es cierto -me confiesa Victoria, confidencialmente, y en voz baja-. Se ha comido dos platos llenos a rebosar. Me llena de orgullo como cocinera, pero no va a terminar de hacer la digestión hasta la semana que viene, por lo menos.
¿Sigue tan delicado -le pregunto yo, también bajando la voz- como antes?
Sí. Pero es un hombre estupendo…
No me cabe la menor duda. Y se nota que le quieres.
Pero Victoria reacciona haciendo un leve gesto, que no me pasa desapercibido, aunque ella haya querido disimularlo.
Bueno -dice Carlos, acercándose-, ¡yo me voy…!
¿Ya? ¿Tan pronto?
Sí, hombre. Entro a las tres y media. En el Centro de Datos creen que la puntualidad aumenta la eficacia…
Pero si teníais un horario flexible que…
Eso era antes. Con el nuevo jefe, todo eso se acabó -siguió diciéndome, mientras se acercaba a Victoria y le daba un beso en la mejilla-. ¡Cuéntale tú, nena! -se volvió hacia mí y me estrechó la mano de nuevo, siempre tan cumplido- ¡Hasta pronto! ¡No olvides probar el café; está de muerte!
Y se marchó.
Tenían razón: el estofado estaba riquísimo.
Oye, Victoria. Esto está delicioso. Podrías poner un restaurante, o un sitio de comidas para llevar…
Sí… -contestó, un tanto distraída-. Supongo que sí…
Lo digo en serio. Os podríais forrar con eso…
Pero algo no marchaba. Se había puesto un poco seria, y pensativa. Se levantó al frigorífico para traerme algo de postre.
– Oye, Victoria. ¿Hay algo que no marcha bien?
No, no, qué va.
Sin embargo, yo sabía que sí. No podía engañarme. E, imprudentemente, insistí:
Dímelo, mujer. Quizá pueda ayudaros…
Me sirvió el café en silencio, y yo también me mantuve callado. Mientras yo me servía el azúcar y un poquito de leche, notaba que se debatía en la duda de si confiarse a mí o no. Pero poco después se decidió.
Mira, Ramón. Se trata de Carlos. Me trata muy bien y yo no tengo ninguna queja de él. Al contrario, es un hombre muy atento y delicado. Pero le pasa algo. Desde que estoy embarazada…
Sigue.
Pues… ya no me hace caso…
¿Quieres decir que no…?
No.
Pues se me ocurren varios motivos… Puede ser que la nueva responsabilidad que tu embarazo supone para los dos le haga sentirse inseguro… que no se encuentre preparado para ser padre… en fin, puede ser por varias causas.
Pero seguro que pronto reacciona y todo volverá a ser como antes…
Ramón: no me toca desde hace siete meses.
¿Siete meses? ¡Qué barbaridad! Si yo tuviera una mujer así, no estaría ni siete minutos y… -a pesar de haber metido la pata, consigo reaccionar a tiempo- Perdona, Victoria, no tengo derecho a decir eso.
Es igual. Somos amigos. Y he sido yo la que he decidido contártelo, ¿no?
Claro. Ya sabes que…
Lo sé. -se levanta y me pregunta- ¿Vamos al salón? Estaremos más cómodos…
Sí, claro. Aunque he de volver antes de las cuatro y media.
Bien -no dice nada más y me precede hasta el salón. Me señala el sofá grande, y se sienta junto a mí-. Está un poco desordenado, pero…
No te preocupes. Está como los de las revistas…
No te rías de mí, Ramón -y sonríe, de nuevo. Pero sólo con la boca, no con los ojos, que permanecen serios-. No está bien.
No me río de ti. Sólo quiero tomarte el pelo un poco, como antes. ¿Te acuerdas?
Sí. Me acuerdo perfectamente. La verdad es que me acuerdo mucho. Durante estos siete meses he pensado mucho en ti, ¿sabes?
No te preocupes, mujer. Seguro que lo vuestro se arregla enseguida. Ya lo verás.
Victoria está pensativa. De pronto se gira hacia mí:
Bésame.
Pero, como yo tardo un poco en reaccionar, me urge:
¡Bésame, idiota!
Y me lanzo sobre ella. La beso, y ella abre inmediatamente la boca, y saca la lengua y me la ofrece. Yo la chupo, goloso. Está fresquita y cálida al mismo tiempo.
Se recuesta en el respaldo del sofá y me deja hacer. Le desabrocho con cuidado la blusa, y se la quitó.
Lleva un sujetador color burdeos, con muchas puntillas y encajes, muy femenino, y que permite contemplar la parte superior de sus senos, ahora grandes por el embarazo, aunque sin llegar a estar fofos.
La beso de nuevo. Pero, impaciente, se yergue y se levanta. Me tiende la mano y hace que yo también me ponga en pie.
Estamos uno junto a otro: Victoria tiene veintitrés años, y un cuerpo estupendo.
Es muy bajita, algo más que Carlos; puede medir un metro cincuenta y poco, y está bastante delgada; yo mido un poco más de un metro ochenta, y no estoy nada flaco.
A su lado, casi parezco un gigante. Estoy pensando que su cabeza me llega a la boca del estómago, cuando la levanta hacia mí y me pide:
Me muero porque me hagas el amor de pie.
Esta vez no me hago de rogar. Le bajo los pantalones, y aprovecho para mordisquearla un poco en el pubis, aún sobre las bragas, que son del mismo color que el sujetador, y que resulta un conjunto muy atractivo y sexy. Hago que saque las piernas del rollo que forman los pantalones en el suelo, y yo también me quito los míos; sin tardanza, la camisa sigue el mismo camino.
Me arrodillo sobre la alfombra, y la besuqueo por el pubis de nuevo.
Alzo la cabeza, y me abrazo a su estómago, pleno por el embarazo.
Oigo ruiditos, provocados por la digestión, y ella se disculpa, riendo y alejándose un poco.
Pero la atraigo de nuevo hacia mí, le suelto el sujetador, y se lo bajo, lentamente.
Ella ahueca los hombros para facilitar la operación, y me mira fijamente, para captar mi reacción al ver sus senos.
Pero puede mirarme cuanto quiera, porque me encantan.
Son grandes, tal y como los aprecié antes, pero ahora puedo comprobar que son preciosos; y no sólo no están fofos, sino que permanecen prietos y no se han descolgado.
Los sopeso con ambas manos, y la miro directamente a los ojos, sonriendo.
Bajo la boca un poco, y beso su pezón izquierdo, al principio con delicadeza; después, cuando compruebo que sobresale y se endurece cada vez más, ya lo mordisqueo un tanto duramente.
Ella suspira, y me lleva hacia el otro. Ahora me dedico al pezón derecho, al que le dedico unas cuantas dentelladas francamente salvajes, y que le arrancan un gemido.
Desciendo, lentamente ahora, hacia el pubis. Muerdo el elástico de las bragas con los dientes, y lo bajo todo lo que puedo.
Lo cojo por detrás, con las manos, y, mientras aprovecho para toquetearle el culo, también lo bajo.
Le dejo las bragas por las rodillas, y me concentro en besarle el pubis, por encima del vello, que ha recortado cuidadosamente en triángulo. En realidad está completamente depilada, excepto un pequeño triángulo en el centro del pubis. Hago que entreabra un poco las piernas, lo que le permiten las bragas, arrolladas en las rodillas, y el beso encima del clítoris.
Da un pequeño respingo, pero enseguida vuelve a acercarse a mi boca. Subo mis manos a sus pechos y los manoseo a placer, mientras me engolfo de nuevo en su chochito. Ahora pongo las manos en los carrillos de su culo, y los amaso, al tiempo que la empujo hacia mi boca.
Paso mi lengua con cuidado por su clítoris y ella avanza su coño a mis labios. Vuelvo las manos a sus tetas y, al poco de manosearlas de nuevo, las noto resbaladizas. Supongo que estará segregando jugos por sus pezones y los habré extendido por los senos. El caso es que están especialmente sexys, tan grandes y suaves.
Pero, cuando compruebo que tiene también el coño muy lubricado, me pongo de pie y le cojo sus brazos, los pongo alrededor de mi cuello, y bajo mis manos a su culo. Ella comprende: la voy a levantar.
Hacemos un poquito de vaivén, para coordinar la maniobra, y la levanto de un solo movimiento.
Ella se queda colgada de mi cuello por sus manos, mientras se apoya con sus muslos abiertos en mis propios muslos.
Yo llevo sus pies a la parte trasera de mis pantorrillas, sobre los que puede apoyarse si quiere, ya que yo tengo mis piernas flexionadas, pero no lo hace.
Baja su pelvis al encuentro de mi pene, ya fuera de los calzoncillos, que quedaron tirados en el suelo, y que está levantándose rítmicamente, con las oleadas de sangre que le están llegando.
Como yo tengo mis manos bajo su culo para sostenerla, necesito que me ayude para penetrarla. Le digo que se abra los labios y lleve hasta ellos mi pene. Lo hace y se detiene un instante en la entrada.
¡Empuja! -me urge, con voz ronca-. ¡Métemela!
Yo lo hago, ¡cómo no! Pero no puedo entrar del todo. Algo me detiene.
¡Tienes la polla tan grande y tan gorda que no puede entrar!
Si quieres, lo dejamos…
¡Y una mierda! ¡Necesito que me folles bien follada!
Y se pone a culear ella misma, intentando hacer que entre mi tranca en su agujero.
La verdad es que nunca la había visto así, con ese deseo que se le refleja en los ojos, y que le hace utilizar este lenguaje de carretero.
Pero si así es como quiere que sean las cosas, así serán: yo no me achanto tan fácilmente.
¿Quieres que te la meta… fuerte?
Sí…
¿De un golpe…?
Sí, sí…sí. ¡Y date prisa! ¡Quiero correrme ya!
La cojo de los carrillos del culo, me preparo bien, y la embisto con todas mis fuerzas.
¡Aaaaagggghhh!
La noto traspasada, y yo mismo me he hecho daño, pero he conseguido llegar al fondo de su vagina.
No tenemos más remedio que quedarnos inmóviles un momento, para adaptarnos a la nueva situación.
Ella, sin embargo, reacciona inmediatamente, y se pone a culear rápidamente.
Me besa, me morrea ininterrumpidamente, y de pronto se pone a entonar una especie de melodía, un sonido un tanto extraño, como si estuviera cantando con la boca cerrada.
Ahora yo también estoy bombeando a tope, y puedo notar perfectamente el fondo de su coño.
¡Ah, cómo me golpean tus huevos…!
Es cierto. En mi obsesión por metérsela hasta el fondo, no me he dado cuenta de que mis testículos están dando en la entrada de su vulva, en su perineo, justo sobre su ano.
¡Méteme el dedo en el culo…! ¡Así…! ¡Ahhh! ¡Ahhh!
Apenas me da tiempo a introducir levemente la punta de mi dedo índice derecho en el agujero de su culito cuando puedo notar sobre mi pene cómo su vagina se contrae espasmódicamente, muchas veces, mientras se corre, resoplando dentro de mi boca, como una máquina de tren a vapor.
Aún continúo bombeando un poco más, hasta que me pide que pare.
¡Ufffff! Ha sido estupendo. ¡Cómo me he corrido! -jadea, todavía hablando sobre mis labios, sin separar los suyos apenas- ¿Y tú? ¿Has llegado?
No. Todavía no. Estaba ocupándome de ti.
¡Qué caballero! -bromea-. Bueno, pues ahora te toca a ti. ¿Qué quieres que hagamos? A propósito, ¿te ha extrañado que te pidiera que me metieras el dedo en el culo?
No, ¿por qué?
Es que, como Carlos no consiente en… pues… Y como estaba tan salida…
No, no. A mí me parece perfectamente. Todo lo que pueda dar placer está bien.
Entonces… ¿Tú… …tú…?…
¿Lo que quieres preguntarme es si yo te lo haría…?
No contesta, pero mueve afirmativamente la cabeza varias veces, y con intención.
Se me ocurre forzarla un poco, para hacer que se excite también así:
¡Pídemelo!
Ella duda un segundo: le da un poco de vergüenza.
¡Fóllame… -dice, en voz baja- …por detrás!
Así no. Tienes que decir: ¡dame por el culo!
Ahora duda durante más tiempo. Por fin, se acerca y me dice al oído, muy bajito:
– ¡Dame por el culo!
Como aún la tengo encima de mí, y mi pene está dentro de ella, sólo tengo que flexionar un poco más las piernas, para que mi polla abandone su cálido y suave estuchito.
Con mi dedo índice derecho cojo fluidos de su coño y los llevo hasta su ano, donde los extiendo por los alrededores de su agujerito.
Victoria no para de dar saltitos, porque nota los roces de mi dedo en su culo.
Ahora ya está en condiciones de ser penetrado.
Le digo que me lleve hasta su culito, y ella lo hace.
Apunta con el extremo de mi pene justo a su orificio y lo mantiene allí.
Yo empujo poco a poco, lentamente.
Estoy convencido de que puedo hacerle mucho daño si no llevo cuidado.
Consigo entrar apenas un poquito, cuando me pide que pare. Yo aprovecho para extender más fluidos, y también un poco de mi saliva.
Lo intentamos de nuevo, y esta vez puede entrar apenas unos milímetros más.
Pero a este ritmo sólo conseguiré entrar del todo el siglo que viene.
Así que la bajo. Ella pone cara de asombro y decepción, pero yo no la dejo reaccionar y le doy la vuelta y el obligo a agacharse un poco, ofreciéndome la grupa.
Yo me arrodillo de nuevo, y me pongo a lamerle el culo, pasando la lengua por su orificio.
¡Qué guarro…! -dice, pero por su voz se nota que está encantada-. ¡Sigue, sigue!
Paso la lengua una y otra vez por el agujero de su culo, e intento meterla lo que puedo, que es bien escaso. Pero lo que sí noto es que se va relajando poco a poco. Y sigue excitándose visiblemente, que es de lo que se trata.
Así que vuelvo a ponerla frente a mí y la levanto de nuevo.
Me encanta follarla así: hace que me sienta como un gigante por el contraste de tamaño entre ella y yo, no sólo por las respectivas estaturas sino también por su coñito tan estrecho, que hace que mi pene parezca mayor de lo que es en realidad.
Ella coge mi pene, que sigue en estado de gracia, más duro que una piedra, porque se mantiene así sólo de pensar en lo que le voy a hacer, y lo acerca a su ano.
Yo vuelvo a pasar mi dedo por su vagina y a empaparlo de fluidos, para extenderlos por su otro agujerito, y lo dejo listo para el inminente ataque.
Ahora sí parece que va mejor la cosa. En el primer intento consigo entrar más que antes, aunque vuelve a pedirme que salga.
Con ayuda de mi saliva puedo entrar más aún y ella ya empieza a perder el control por lo recalentada que está.
Esta diminuta mujer me pide que entre ya de una vez, así que no me queda más remedio que empujar más fuerte y… tras un instante eterno, en que parece que no voy a poder entrar en su culo, por más que lo intente, se desliza de golpe todo el glande de mi polla y, con un gemido de Victoria, ambos nos quedamos inmóviles.
Puedo notar el anillo de su esfínter alrededor de mi pene, apretando mi cilindro, que pide continuar la batalla.
Comienzo a moverme muy levemente adentro-afuera, apenas unos milímetros, pero suficientes para que ella se adapte a la nueva situación y le cobre gusto a la cosa. Y en verdad parece que le guste, ya que empieza a moverse ella también.
Lo que sí noto, y me vuelve loco, es notar sus senos y su prominente barriga en mi pecho y vientre.
Piel contra piel, ambos desnudos, y teniéndome ella fuertemente abrazado, no puedo por menos que notar cómo sus tetas se aplastan contra mi pecho, y su barriga de embarazada choca contra la mía propia, en un contacto de lo más sugerente y excitante.
Ahora ya comienzo a sentir flaquear mis piernas, porque llevo más de un cuarto de hora en flexión constante y con el peso de los dos sobre ellas.
Las gotas de sudor corren por mi espalda, y se deslizan por detrás de mis muslos y pantorrillas hasta el suelo.
Menos mal que mis pies no se deslizan, con peligro de resbalarnos, porque hay una alfombra.
Que me permite afianzarme bien para embestir, ahora ya con franco vigor, en el culo de Victoria. Ella, por su parte, no sólo se siente muy bien, sino que me grita junto al oído:
¡Fóllame! ¡Estoy que exploto! ¡Métemela ya hasta el fondo!
Espera un poco… es que puedo romperte el culo…
No, no… Eso no…
Aunque inmediatamente después me pide:
¡Sí, sí! ¡Rómpemelo! ¡Rómpemelo ya, que me muero!
Y fuerzo un poco más las embestidas, hasta que noto que es ella misma quien recula hacia mí para hacer que la penetre hasta el fin. Así que tomo impulso y…
¡Aaaaagggghhh!… ¡Qué daño…!
Temiéndome lo peor, me inmovilizo. Pero…
¡Por fin…! ¡Ya pasó…! ¡Todo dentro…!
¿Te gusta?
¡Es maravilloso! ¡Sigue, sigue!
Y, claro, sigo. Sigo bombeando, follándola como no había hecho en muchísimo tiempo con nadie (y ella tampoco, por supuesto).
Hasta que, poco tiempo después, se corrió. Se corrió como antes, modulando su voz, con la boca y los ojos cerrados, y entonando una especie de melodía.
«La melodía de la mujer follada», podría ser el título de esa extraña canción.
Y tanto me excitó verla correrse, y notar cómo su esfínter se estremecía con sus espasmos, que yo también me corrí.
Lo hice soltando muchos y caudalosos chorros de semen hasta el fondo de su culo, al tiempo que intentaba meter mi polla más y más, si es que era posible.
Y ahora sí, ahora sí notaba el temblor de mis piernas por el esfuerzo que estaba haciendo durante demasiado tiempo.
Victoria era una mujer pequeña, es verdad, y no pesaba mucho, pero llevaba con las piernas en flexión constante casi media hora ya. Era tiempo de descansar un poco.
Me levanté y la deposité con cuidado en el suelo, no sin que ella hiciera una mueca de contrariedad al notar que mi pene salía de su culo.
Ella me pidió que esperase un instante y puso una sábana sobre el sofá, donde nos sentamos entonces.
Supongo que para prevenir algún tipo de mancha, de semen, o de cualquiera sabe qué otros fluidos. Se apretujó contra mí y permanecimos abrazados, y aún desnudos, durante mucho rato.
Hasta el momento en que, completamente sobresaltado, me di cuenta de la hora, y, tras un lengüetazo de despedida, salí disparado a trabajar.
Hoy, varios meses después, tras haber dado a luz una hermosa niña, y próximos a finalizar los días de la cuarentena, durante los que he estado lamiéndole el clítoris hasta hacerla correrse, y ella a mí mamándome con verdadera fruición y ofreciéndome el culo con verdadero ardor, tengo el firme propósito de decirle que tenemos que dejarlo.
La verdad es que he conocido a una chica maravillosa; de hecho creo que puedo considerarla mi novia, y, además, no me parece nada bien lo que estamos haciendo.
Sí, ya sé que no pensaba lo mismo al principio, pero es que esa mujer me ocasionaba una calentura terrible.
Y ahora, que sigue cayéndome muy bien su marido, me asaltan remordimientos.
Así que, en cuanto se recupere definitivamente del parto, se lo diré.
Aunque es posible que ella me pida una última follada.
Y eso sí que puede ser catastrófico, porque puede volver a hacer que la balanza se incline a su favor una vez más.
Por lo tanto, tengo que hacer acopio de fuerzas para decírselo y no volverme atrás nunca más.
¿Podré hacerlo?