Capítulo 3
No me duché, más allá de enjuagarme los pies para evitar llenar el coche de arena. Recorrí el camino de vuelta a casa con una sonrisa de satisfacción y cansancio, recreando en mi mente todo el placer que había recibido y sido capaz de dar. Aparqué y dejé todo en el maletero, mi única prioridad ahora mismo era llegar a casa y recomponerme.
Al abrir la puerta escuché el agua de la ducha correr, no era consciente ni de la hora que era hasta que vi la ropa de trabajo de mi marido tirada en el suelo del baño.
– Hola, ¿qué tal el día, mucha gente? – lo saludé mientras me sentaba en el váter para hacer pipí.
– Hola. Agotador – respondió con voz cansada. – Y tú qué tal, ¿dónde has estado?
– En la playa. Cuando te fuiste pensé que sería una pena que los dos desperdiciáramos el día.
– Qué cara tienes – dijo con tono envidioso.
Me levanté para lavarme las manos, viendo mi reflejo en el espejo. Tenía la cara perlada de láminas blancas, al igual que mi escote y, con toda seguridad, casi todo mi cuerpo. El semen reseco permanecía sobre mi piel como escamas, apelmazando mis pestañas y provocándome una sensación de tirantez. Me limpié todo lo que estaba a la vista antes de salir a por una muda para después de la ducha, pero la vibración del móvil de Cëfiro, apoyado sobre el lavabo, me entretuvo. La pantalla se encendió con un destello verde y en la previsualización del WhatsApp entrante pude ver por completo el contenido del mensaje.
Gerardo: Gracias mil!!
Noté el rubor achicharrando mis mejillas. Ni siquiera tenía interés en saber cómo se había fraguado todo, ni desde hace cuándo hablaban. Sólo tenía unas ganas desmesuradas de desnudarme y meterme en la ducha.
Abrí despacio la mampara y me recibió con un beso antes de darme la vuelta para abrazarme por la espalda. Me rodeó con sus brazos por la cintura, entrelazando los dedos sobre mi ombligo, haciendo presa su excitación entre mi culo y su abdomen. Y así, acomodado entre mis glúteos, comenzó a besar mis hombros regalándome pequeños mordiscos. Dejé caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en su pecho, mostrándole con intención mi cuello, a lo que respondió con mimos.
Deslizó sus manos sobre mis pechos, agarrándolos con firmeza y sujeté sus manos para apretarlos juntos antes de darme la vuelta y buscar sus labios. Nuestras lenguas se encargaron de encontrarse ellas mismas, entrelazándose con nerviosismo y excitación. Nos separamos.
– Te han dejado perdida – dijo mientras recorría con sus ojos verdes toda mi anatomía.
Respondí sujetando con firmeza su erección con ambas manos para comenzar a masturbarle. Volvimos a besarnos. Su glande rozaba mis labios mayores y mi clítoris. Ahogué un suspiro en su boca mientras lo utilizaba para acariciarme.
– Fóllame – le dije con desesperación.
Volvió a darme la vuelta, indicándome con sus gestos que me inclinara un poco hacia delante. Busqué su calor entre mis piernas, alcanzando con los dedos los testículos antes de que me penetrara por completo haciéndome sentir llena. Ambos gemimos. Los jadeos y el chapoteo del agua se mezclaban en una sinfonía de humedad y vapor. Perdía la cabeza en cada embestida. Sus manos se aferraron a mi cintura y yo no pude evitar llevar las mías hasta mi sexo. Quería tocarme y tocarlo. Acariciarlo antes de cada penetración. Sentir su tamaño, su dureza, sus venas, todo.
– ¿Qué te apetecería ahora mismo? – me preguntó.
Encontró un jadeo como única respuesta.
– Dime ¿qué te gustaría? – insistió.
– Quiero comerme una polla – respondí finalmente.
– ¿La mía? – replicó sin cesar en sus movimientos.
– No… Quiero chupar otra polla mientras me follas – acerté a decir.
– ¿Y si esa polla quisiera follarte la dejarías? – volvió a preguntar con dificultad.
– Sí…
– ¿Te gustaría que te folláramos dos a la vez?
– Sí.
– ¿Te apetece que te la meta por el culo mientras otro ocupa mi lugar?
– Sí, por favor…
– ¿Y podrías aguantarlo?
– No lo sé. Sí. No sé – gemí.
– ¿Serías capaz de chupar una tercera mientras tanto? – continuaba con el interrogatorio.
– Sí – contesté mordiéndome el labio inferior.
– ¿Y cuándo no pudiéramos más dónde te gustaría que nos corriéramos? – su respiración se entrecortaba.
– En mi boca – dije fuera de mí.
– ¿Los tres? ¿Te gustaría que nos corriéramos los tres a la vez en tu boca?
– Sí – confirmé casi con tono de súplica.
– A mí me gustaría ver cómo intentas tragártelo todo mientras te chorrea por la barbilla. Verte bañada en semen.
Su ritmo se volvió irregular y la presión que ejercía sobre mi piel aumentó hasta casi hacerme daño. El tiempo se detuvo un instante. Nos envolvió la oscuridad en un espacio dónde sólo estábamos él y yo. Fui consciente de un millón de sensaciones diferentes en aquel momento. Cómo se me erizaba el vello de los brazos, cómo mi respiración se apagaba sin importarme no tomar aire y como, tras un último suspiro, Cëfiro se derramaba dentro de mí a golpecitos calientes. Estallé y nuestros flujos se mezclaron en un torrente de placer infinito que me inundó por completo.
Terminamos de ducharnos cuando nuestros cuerpos lo permitieron y nos fuimos directos a la cama, como colofón a un día de playa.