Me llamo Susana, tengo 38 años, soy morena con el pelo corto, al estilo de los chicos, los ojos marrones, alta y delgada, parece que tengo poco pecho, pero engaño bastante.

Cuando me sucedió esto vivía una etapa complicada en mi vida, me acababa de separar, yo quería mucho a mi marido, pero éste me engañaba en cuanto podía, yo era muy ingenua, pero estas cosas se acaban descubriendo, más cuando no se cortó en acostarse con la que yo creía que era mi mejor amiga.

Así que sin marido y sin fiarme de ninguna de mis amigas, pensaba que todas podían haber pasado por la cama del desgraciado de mi ex, quedé sumida en una profunda depresión, solo iba del trabajo, soy dependienta en una farmacia, a casa y viceversa.

Tampoco teníamos hijos, cosa que hubiera sido buena para estar concentrada en otras tareas, aunque creo que en un caso de separación como el mío, era mejor así, no quería tener nada en común con él, ni volver a verlo más.

Unas semanas después, acudí al cumpleaños de mi sobrino, no tenía demasiadas ganas, pero no iba a hacerle eso a mi hermana, ni al niño, al que quiero mucho.

Tras la fiesta, volvía caminando a casa, cuando me entraron muchas ganas de hacer pis, así que tuve que entrar en un bar, después, decidí sentarme en una mesa y tomar un café, estaba distraída, pensando en mis cosas, cuando una mujer rubia, con el pelo largo, guapa, bien proporcionada, se acercó a mi mesa.

– Perdona, ¿Te importa que me siente? – me pidió de forma educada.

– No me importa – accedí yo.

La mujer llevaba un vestido negro ajustado y estaba bebiendo una cerveza, lo que contrastaba con mis vaqueros, mi blusa y mi café.

Tan distraída me encontraba, que no reparé en que en el bar había muy poca gente, por lo que la mayoría de las mesas se encontraban desocupadas. Si hubiera estado bien, me hubiera dado cuenta de que ella se sentó en mi mesa, frente a mí, por algún motivo. Pero no lo hice.

– Se te ve triste – me indicó.

– Cosas de la vida – le respondí yo.

– La vida es dura a veces, pero lo malo termina pasando.

– ¡Ojalá sea así! Aunque lo dudo mucho.

– No se debe perder la esperanza, aunque todo parezca perdido.

– Gracias por tus ánimos.

Ella me cogió de las manos y me sonrió, yo me quedé un poco extrañada y quise poner algo de distancia entre las 2.

– Perdona, tengo que ir al cuarto de baño – le pedí.

– Adelante – respondió ella retirando delicadamente sus manos de las mías.

Entré en el cuarto de baño y comencé a pensar en lo extraño de aquella situación, se había sentado en mi mesa, había comenzado a hablarme, pero ni siquiera nos habíamos presentado y la forma en la que me había cogido las manos…

Espere un rato y me asomé discretamente con la esperanza de que se hubiera marchado ya, pero allí seguía, parecía esperarme. No podía quedarme siempre en el cuarto de baño. Así que decidí salir, acabar rápidamente mi café y marcharme del bar.

Me senté, ella me miró con su sonrisa, cogí mi taza y en 2 sorbos terminé mi café. Luego me levanté y procedí a despedirme.

– Tengo que marcharme, ha sido un placer – le dije.

– No creo que vayas muy lejos – susurró ella.

Yo no la entendí demasiado bien, de repente, me empecé a marear, estuve a punto de caer al suelo, pero ella se levantó y me recogió.

– ¿Ha pasado algo? – preguntaba el camarero, que se había acercado alarmado – ¿Se encuentra bien su amiga? ¿Llamo al médico?

– Tranquilo, no hace falta – respondió ella – Tiene un pequeño ataque epiléptico, igual no ha tomado la medicación, yo me ocupo de llevarla al hospital, tengo el coche ahí fuera, ayúdeme a meterla.

Así, entre la rubia desconocida y el camarero me llevaron al coche, yo apenas era consciente de lo que pasaba, estaba tan mareada que no sabía ni donde me encontraba.

Ella agradeció al camarero la ayuda y arrancó su vehículo, yo me desmayé de forma definitiva y ya no recuerdo nada más.

No sé cuanto tiempo tardé en recuperar la consciencia, pero cuando lo hice quedé sorprendida y muy asustada. Tenía los ojos tapados y las manos atadas, notaba que me encontraba tumbada sobre una cama, lo único que podía era mover las piernas.

– ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? – comencé a gritar muy asustada – ¡Socorro! ¡Qué alguien me ayude!

Pero nadie me contestaba, forcejeaba todo lo que podía, pero era inútil, no podía soltarme. No se cuanto tiempo pasó hasta que escuché una voz, una voz que reconocí enseguida, era la mujer del bar.

– Veo que has despertado, Susana – me dijo con un tono muy sosegado.

– ¿Quién eres? ¿Dónde me encuentro? ¿Por qué estoy atada?

Ella se acercó y retiró el antifaz que cubría mis ojos, así pude confirmar lo que sospechaba, que me encontraba totalmente desnuda, ella en cambio llevaba encima un conjunto de lencería negra, con su encaje y su liguero y unos zapatos de tacón de aguja, la verdad es que estaba muy hermosa, aunque eso no me importaba.

– Eres mi invitada, Susana – me respondió dejando pasar bastantes segundos y con el mismo tono de antes.

– ¿Cómo sabes mi nombre?, ¿Qué me has hecho?, ¡Suéltame!, ¡Esto no tiene ninguna gracia!

– Susana, Susana, más vale que te relajes – respondió ella pasando uno de sus dedos por mi cuerpo – Aquí mando yo.

Me asusté mucho al escuchar aquello, mientras su dedo recorría mi cuerpo, desde mi cuello, bajaba hacia abajo, pasando entre mis pechos y llegando a mi ombligo.

– Eres preciosa, Susana – desde que te vi en el bar supe que tenías que ser mía.

– ¡Suéltame y déjame marcharme!, ¡Te lo ruego!

– Te marcharás si yo quiero, Susana.

– ¿Cómo sabes mi nombre?

– Lo he mirado en los documentos que llevas en el bolso. Verás fue muy sencillo poner un pequeño narcótico en tu café cuando fuiste al cuarto de baño, también fue fácil convencer al dueño del bar de que te habías puesto enferma y te iba a llevar al hospital. Cuando quiero algo, lo consigo.

– Pero yo no soy algo, soy una mujer.

– Una mujer muy hermosa, Susana.

Ella lamió con su lengua mi ombligo.

– ¡Yo no quiero esto! ¡Déjame marchar! ¡No me gustan las mujeres!

– Eso es porque no has probado, después de estar conmigo no querrás volver a follar con ningún hombre.

Iba a volver a pedirle que me soltara pero no me dio tiempo, ella se colocó sobre mí y puso sus labios sobre los míos. Trató de introducir su lengua dentro de mi boca, cosa que yo impedía una y otra vez. No dejaba de forcejear, intentando liberar mis brazos, cosa que no conseguía, así que pataleaba sin parar, sin embargo ella colocó sus piernas de tal manera que ya apenas podía mover las mías, no cejaba en su intento de besarme, cosa que yo seguía negándole, cuando levantaba los labios para tomar un poco de aire, yo trataba de gritar.

– ¡No, para de una vez! ¿No te das cuenta de que no quiero? ¡No me gusta esto!

Pero mis súplicas caían en saco roto, es más, cuanto más suplicaba yo, más insistía ella, quizás hasta se excitaba todavía más al escuchar mi voz.

Y no se conformaba solo con intentar besarme, se había retirado el sujetador, de tal modo que sus pechos chocaban con los míos y nuestros pezones se pegaban el uno al otro, ella también aprovechaba para forzar con sus manos el contacto entre nuestros senos, no solo eso, cuando sus manos soltaban los pechos acariciaban el resto de mi cuerpo, de una manera suave y tierna, las yemas de sus dedos pasaban por mi espalda, por mis nalgas, por mis muslos… allí se acercaban a mi sexo, pero no llegaban a tocarlo.

Yo seguía resistiendo y pidiéndole que se detuviera, pero mis súplicas ya no eran tan firmes, aquellas caricias y sentir su cuerpo junto al mío, aunque no quería aceptarlo, me estaba comenzando a gustar. Y es que ella insistía e insistía, seguía tratando de abrir mis labios cerrados, como seguían sin abrirse, su lengua lamía mi cuello y mi oreja.

– ¡Qué bien sabes, Susana!

– Volví a pedirle que se detuviera, pero mi supuesta súplica, ya no tenía convicción alguna, cosa que ella notaba, así que con 2 de sus dedos, rodeo mi sexo, rozándolo un poquito, eso hizo que se me escapara un pequeño suspiro, cosa que ella aprovechó para introducir su lengua dentro de mi boca. Su lengua encontró a la mía y ambas se movieron juntas, cuando me di cuenta de lo que pasaba, logré que ella sacara su lengua del interior de mi boca. Ella me miró, sonrió y la volvió a meter, de nuevo, se encontró con la mía, de nuevo se movieron las 2 juntas y de nuevo logré expulsar su lengua de mi boca. Pero ella volvió a insistir y volvió a introducirla dentro, otra vez se movían juntas, otra vez nuestras salivas se mezclaban, pero esta vez yo ya no hice nada porque esa lengua abandonara mi boca, al contrario, la quería dentro, moviéndose junto a mía, ella la mordía con sus labios y acariciaba mi cuerpo con sus manos. Yo quería hacer lo mismo con su cuerpo, pero seguía atada al cabecero de la cama. Ella pareció notar lo que quería.

– ¿Vas a ser buena ahora, Susana?

– Sí, haré lo que desees.

Al escuchar esto, soltó mis brazos que comenzaron a acariciar su cuerpo, mientras seguíamos con nuestros apasionados besos. No sé cuanto tiempo estuvimos besándonos, hasta que ella dejó mi boca y se centró en mi cuerpo.

Su lengua lamía mi cuello, bajaba, cogió mis pechos, primero uno, después el otro, los besaba, los saboreaba, yo no hacía más que excitarme, su lengua recorría mis pezones, los mordía con sus labios, los estiraba.

– ¡Me encantan tus tetas, saben tan bien! – me decía ella.

Mientras yo suspiraba y acariciaba su pelo, ella dejaba atrás mis pechos y bajaba por mi ombligo, se acercaba a mis muslos, los lamía, acercaba su lengua a mi sexo totalmente mojado, pero la retiraba de allí, lo que hacía que se incrementara mi deseo.

– Creo que te voy a hacer caso, Susana

– ¿Qué quieres decir? – le pregunté yo sorprendida.

– Que voy a parar y a dejarte marchar.

– ¡No!

– ¿Es lo que querías antes, no?

– Ahora quiero que sigas, por favor.

– ¿Y qué quieres que haga, Susana?

– Ya lo sabes

– Si no me dices lo que quieres, lo dejamos aquí.

– Quiero que me comas el coño, por favor.

Al escuchar esto, ella abrió mis piernas e introdujo la cabeza entre medio, luego lamió el lateral de uno de mis muslos, después el otro, yo estaba loca por sentir esa lengua sobre mi sexo que ya chorreaba. Ella dejó de hacerse de rogar y, por fin, pasó su lengua por los labios de mi depilado coño

– ¡Ohhhhh, síííííííííííí!

Exclamé al sentirlo, ella subía y bajaba con su lengua, a veces mordía suavemente mis labios vaginales con su boca, yo no podía parar de gritar y de gemir.

– ¿Te gusta así, zorra? – me preguntó.

– Me gusta mucho – respondí extasiada yo – No pares, por favor.

Y ella seguía trabajando mi sexo con su lengua y yo seguía gritando y gimiendo, a la vez apretaba muy fuerte su cabeza contra mi coño, no quería que la sacara de allí, solo deseaba que me diera más placer.

Ella comenzó a morder mi clítoris con sus labios y a estirarlo, lo que hizo que temblara y me tuviera que sujetar a la cama.

– Ningún hombre te ha hecho sentir así, zorra, ninguno.

Tenía razón, en ninguna de mis anteriores relaciones sexuales había sentido tanto placer como con ella. Era tan intenso lo que sentía que no quería que terminara nunca.

– ¡Oh, Señor, esto es increíble! – seguía exclamando extasiada – ¡Quiero más, no pares, por favor!

Aquella petición, que logré formular entre gemidos, pareció excitar más a mi amante desconocida, que redobló su labor, solo con su lengua y sus labios, en mi coño, que sentía que me iba a estallar de placer.

Y es que estaba llegando al orgasmo, que apareció sobre mi cuerpo, casi sin aviso, una bomba de placer explotó sobre mi cuerpo, grité como nunca, temblé sin parar y tuve que sujetarme con mis manos muy fuerte a la cama y solté una gran cantidad de flujo, de repente, todo pasó, me sentía fabulosa.

Ella dejó mi coño y se acercó a besarme, esta vez no le di tiempo a introducir su lengua en mi boca, fui yo quien lo hizo en la suya, nos besamos abrazadas muy apasionadamente, hasta que ella retiró sus bragas y se sentó sobre mi boca, colocando su sexo sobre ella, para que esta vez, fuera yo quien se lo comiera a ella, aunque nunca había hecho algo así, deseaba saborear su coño y darle placer como ella había hecho conmigo. Así mi lengua comenzó a lamerlo con muchas ganas.

– ¡Así, zorra, así! – exclamaba ella – ¡Mete bien la lengua!

Y así lo hacía yo, mientras ella gemía y gemía. Yo levantaba la vista y observaba su rostro, lleno de placer, lo que me motivaba más para seguir comiendo el coño de aquella desconocida.

– ¡Sí, así, sí, sí! – seguía exclamando entre gemidos – ¡Ahora mete 2 dedos y fóllame, zorra!

Obedecí rápidamente su orden para complacerla.

– ¡Pero no saques la lengua! ¡Fóllame con los dedos y con la lengua a la vez!

Así lo hice, ella gemía y chillaba y se movía acompasadamente, subiendo y bajando sobre mi boca, hasta que también notó que iba a llegar a su orgasmo.

– ¡Voy a correrme, zorra! ¡Quiero que te bebas todo lo que te dé!

Cuando llegó el momento, también grito como una loca, quizás más que yo, que sujeté con fuerza sus nalgas, un gran chorro de flujos cayó dentro de mi boca, era una sensación nueva para mí, pero me gustó muchísimo su sabor.

Cuando ella se recuperó de su orgasmo esperaba que volviera a tumbarse junto a mí y que nos besaramos. Sin embargo, se levantó de la cama.

– Ahí tienes tu ropa, Susana – me indicó señalando a un cajón – Si quieres puedes marcharte, te has portado muy bien.

Yo me quedé sin saber que contestarle.

– Primero voy a entrar yo al cuarto de baño, para cambiarme y vestirme, luego entras tú – me explicó ella.

Yo seguía muy sorprendida con sus palabras, lo que realmente deseaba es seguir con ella en la cama. Me di cuenta de que aquello no podía ser, así que preparé mi ropa, también comprobé mi bolso, no faltaba nada. Al rato, salió ella del cuarto de baño, perfectamente vestida y peinada.

– Es el momento de despedirnos, Susana, tengo que irme – me dijo ella.

– ¿Cómo que tienes que irte? – pregunté yo sin creerme lo que me había dicho.

– Así es, Susana. Creo que has deducido, erróneamente, que nos encontrábamos en mi casa. No es así, te he traído a casa de una amiga mía. Ella desconoce que he hecho una copia de las llaves de su casa.

– ¿Qué estás diciendo?

Ella se limitó a mirar el reloj antes de responderme.

– Te recomiendo que te des prisa en vestirte para salir de aquí, mi amiga no tardara mucho en volver y no sé como reaccionara si te encuentra aquí desnuda. Hasta la vista, Susana, ha sido un placer, con todas las letras.

Ella salió de la habitación, yo tardé unos segundos en reaccionar, entré en el cuarto de baño, me aseé de aquellas maneras, me vestí rápido, me aseguré de que no me dejaba nada y logré salir de aquel piso.

Justo entonces llegaba el ascensor al rellano, debía ser la amiga de…, ni siquiera había averiguado como se llamaba.

Así que subí corriendo al piso de arriba y logré esconderme allí para que su amiga no me viera. Después llamé al ascensor, bajé al piso principal y abandoné aquel portal, ni siquiera sabía dónde me encontraba.

Mirando el nombre de las calles, logré ubicarme. Aunque mi pregunta era si volvería a ver a aquella mujer que había hecho sentir en la cama como nadie antes.