Capítulo 2
Blanca dormía a mi derecha boca arriba. Por un instante observé cómo su pecho se elevaba de forma rítmica cuando respiraba.
Con una sonrisa me volví dándole la espalda y me quedé muy quieta intentando no despertarla.
A pesar de las ganas que tenía por descubrir lo que nos esperaba aquel día, no quise que la noche terminara todavía.
Volví a cerrar los ojos y, dejé que las fantasías que tenía y que habíamos hecho realidad, se proyectasen otra vez en mi mente. Poco después, noté que se movía.
–No te despiertes, –pensé mientras mi cabeza procesaba lo que había ocurrido la noche anterior.
Era demasiado tarde, se había dado la vuelta y dormía de lado dándome la espalda. Me giré y me pegué a su cuerpo. Sentí su espalda pegada contra mis pechos y sus nalgas cálidas tocando mi sexo.
–Buongiorno, –me susurró al oído, acurrucándose en cucharita por debajo del edredón.
–¡¡Mmm!!,… buongiorno amore, ¿has dormido bien? –dije sin abrir los ojos–.
-Si, -dijo en voz baja.
-Yo también, -le respondí-, y me pone muy cachonda ver tu cara mientras te corres.
Mi mano bajó lentamente hacia su sexo. Un pequeño paseo por su cuerpo que me pareció eterno, hasta que la sentí entre sus muslos. Otra vez estaba húmeda. De hecho podía oír el sonido que producían mis dedos masajeando sus labios
–¡Qué bien te noto! –me dijo, mientras aumentaba la intensidad de mis caricias.
Su clítoris me pertenecía. Se puso boca arriba para facilitarme el acceso al resto de su cuerpo.
–Dentro… –suspiré y empujé mi dedo dentro de su sexo, mientras con mi pulgar trabajaba su clítoris.
–¿Te gusta así?
–Me encanta…¡mmmm!, ¡ah!, ¡ah!, ¡mmm!, ¡ah!
Cerró los ojos, pero estoy segura que Blanca sentía cómo la escudriñaba con mis ojos y como admiraba su desnudez. La excitación acumulada estaba llegando a su límite. Supe que el orgasmo estaba a punto de llegar.
–Siempre me pregunté cómo sería tu cara cuando te corres … –repetía la tarde anterior mientras rozaba su sexo húmedo contra mi muslo–. Enséñame esa carita zorra… –me ordenó con un tono de voz casi autoritario.
Su excitación provocó que mi temperatura se elevara, al mismo tiempo que mis músculos se tensaban mientras la tocaba y le comía su sexo.
Se puso a temblar y a gemir, y una serie de espasmos siguieron.
Su cuerpo entero quedó consumido en un placer que no terminaba de cesar. Cuando pudo abrir los ojos, nuestras miradas se cruzaron y nuestras caras reflejaban placer.
Después de ducharnos y desayunar, salimos a dar una vuelta. Fuimos a Sevilla a pasear por su casco antiguo. No recuerdo cuando pasó, pero mientras pasábamos por una calle cerca de la Catedral, me di cuenta de que íbamos cogidas de la mano.
Por lo general mi lado exhibicionista no va más allá de colgar fotos eróticas en alguna página de contactos, o en los mensajes que Blanca y yo nos intercambiábamos. En público procuro pasar desapercibida. Aún así no podía evitar darle besitos cada vez que era posible.
Las miradas de los hombres recorrían nuestros cuerpos de arriba hasta abajo. Las chicas nos regalaban sonrisas de complicidad. Incluso cuando entramos en un restaurante en la calle Triana, la camarera fue más simpáticas de lo que yo suponía. Me excitó pensar lo que estaría imaginando sobre nosotras.
–Por cierto, no te lo he dicho pero me encanta tu sexo, –le dije después de pedir la comida.
–Gracias… –dijo Blanca entrecortada y poniéndose colorada como una colegiala.
–Cuando volvamos a casa, te voy a comer hasta que te corras otra vez, –le dije, y moví mi lengua como si le estuviera haciendo un cunnilingus.
–Por favor, ¿puedes ser más discreta?, -me pidió, un poco avergonzada.
-¿Te da vergüenza?.
–Para nada, es que no hace falta anunciarlo a todo el restaurante… –me contestó con una sonrisa.
–Vale… era un piropo, –le repliqué mientras le guiñaba un ojo para después lanzarle un beso al aire.
En ese momento llegó la comida. Y tras un silencio volví a sacar mi lado más pícaro e insinuante.
–A ver la cara que pones cuando te pase mi lengua por el clítoris, –dije.
Me clavó una mirada lasciva. Mientras yo pasaba mi lengua por el pico de un pan.
–Pero claro, no la veré porque yo tendré mi cabeza metida entre tus piernas.
–Per favore,…¡para! –protestó mezclando ansiedad, deseo y vergüenza, –No quiero que hables tan alto…
–Vale, no hablaré alto, –susurré. -Pero dime, ¿no quieres que mi lengua recorra tu coño? –le pregunté en un tono súper sensual–.
–Claro que quiero… –sonrió.
Esa vez yo tuve que cruzar las piernas por debajo de la mesa porque estaba imaginando su lengua… rozando mi clítoris.
–Y después, me puedes comer a mí… si quieres, claro –dije antes de apartar la mirada y esperar una respuesta afirmativa.