Un caso típico de histeria clitoriana

Rosa Ribes estaba sentada en la sala de espera del Dr. Gomis junto a otras seis mujeres que estaban leyendo revistas o dormitando, esperando su turno.

Hacía calor afuera, alrededor de 35ºC, y el Dr. Gomis aún no tenía uno de esos nuevos aparatos de aire acondicionado y en su lugar había un gran ventilador de techo giratorio que apenas refligeraba.

La señorita Campos, la recepcionista, vigilaba la puerta que conducía a las salas de examen del médico y de vez en cuando atendía llamadas telefónicas para concertar citas con el médico.

Rosa miró el gran reloj de pared de la sala de espera y pensó para sí misma: “Son diez y media, y se suponía que yo debía estar dentro desde las diez, ¿por qué diablos no controlan el tiempo?… Deben pensar que los pacientes no tenemos nada mejor que hacer que sentarse en las salas de espera!”

Los pensamientos de Rosa se interrumpieron abruptamente cuando escuchó a la señorita Campos llamándola por su nombre:

– “Rosa, ya puedes pasar… Es la habitación número tres, a tu izquierda… Toma asiento y el médico estará contigo en breve.”

Rosa entró en la habitación, se dejó caer en la silla y esperó a que apareciera el doctor Gomis… Estaba golpeando su zapato en el suelo y mirando al techo cuando el médico entró en la habitación… Tendría sobre unos cincuenta años.

El médico cogió la ficha de Rosa y le dijo en voz baja:

– “Bueno, Rosa, ¿todavía continuas con el mismo problema?”

Rosa se movió en su silla y con su cabeza colgando hacia abajo y sus ojos mirando al suelo respondió:

– “Me da vergüenza admitirlo, pero en realidad ha empeorado… Y créame, he intentado no pensar en eso!”

El Dr. Gomis extendió la mano, le dio unas palmaditas en el hombro y le habló con dulzura:

– “Tenemos muchas formas de tratar tu problema… No hay nada de qué avergonzarse… Muchas mujeres están en el mismo barco que tú”

Rosa se sintió un poco mejor después de escuchar las observaciones tranquilizadoras del Dr. Gomis… Se secó los ojos y esperó más instrucciones, mientras el doctor se acercaba a la puerta y llamaba a su enfermera para pedir ayuda.

Concha Peris, que así se llamaba la enfermera, entró a la sala de reconocimiento y montó el equipo necesario para el tratamiento de Rosa, mientras que el Dr. Gomis hizo un gesto a Rosa para que fuera detrás de la mampara y se quitara la falda, las medias y las bragas.

Cuando estaba desnuda de la cintura para abajo, Rosa saltó sobre la mesa de examen y se acostó con las piernas un poco abiertas… El médico encendió la luz y la ajustó de modo que apuntara directamente a la vagina de Rosa… Luego se inclinó y le dio a su entrepierna un examen óptico superficial… A continuación, con los dedos comenzó a probar la apertura de coño de la joven, moviéndolos de arriba y abajo a lo largo de su grieta vaginal, y tomándose más tiempo para ver su clítoris.

Cuando el médico realizaba este examen, Rosa no podía evitar presionar su vagina con fuerza sobre los dedos del médico… Sabía que estaba mal, pero no podía evitarlo.

– “Esta peor que lo que pensaba, señorita Peris… Su clítoris está permanentemente distendido y erecto, un caso típico de histeria… Mírelo y tóquelo usted misma”, ordenó.

La enfermera Peris hizo que sus dedos se deslizaran por la vagina de Rosa, donde los dejó vagar por toda su grieta hasta que finalmente se posó en su clítoris… Rosa apretó los dientes, tratando de no hacer ningún ruido, pero cuando la enfermera Peris los metió en su vagina para examinarla, no pudo evitar soltar un largo gemido.

Tanto el médico como la enfermera se miraron, negaron con la cabeza y decidieron seguir un tratamiento.

– “Rosa… Hoy va a ser una sesión bastante larga, así que la iniciaré yo y la enfermera Peris la terminará… ¿¡Estás de acuerdo!?”, le dijo el doctor.

Rosa sonrió débilmente, y simplemente asintió con la cabeza “sí”, casi incapaz de hablar después de que los dos sanitarios le tocaran la vagina.

Rosa vio como la enfermera Peris instalaba la máquina de histeria y agregaba un largo y grueso accesorio al extremo del mango… Y ella involuntariamente gimió al pensar en lo que estaba a punto de suceder.

La enfermera Peris le entregó el instrumento al médico y él comenzó diciendo:

– “Este es un accesorio nuevo, más grande y más grueso… Creo que descubrirás que aliviará tu histeria mucho más eficientemente que nuestro modelo habitual.”

Ahora la vagina de Rosa goteaba y se abría anticipándose a su ‘tratamiento’

El Dr. Gomis encendió la máquina y el masajeador de silicona de 18 cm comenzó a vibrar mientras ordenaba a su enfermera:

– “¡Sostenla, enfermera Peris… Empecemos!”

Como le ocurría siempre, casi instantáneamente tuvo el primero de los varios orgasmos desgarradores en su vagina indefensa por la entrada del masajeador en su coño.

A medida que cada orgasmo le atravesaba la entrepierna, la enfermera Peris los registraba en su cuaderno, llegando incluso a indicar la profundidad a la que le metían el masajeador y la intensidad y reacción de cada orgasmo que tenía.

Después de simular las relaciones sexuales durante la mayor parte de los quince minutos, el Dr. Gomis retiró el aparato y dejó que Rosa se relajara un poco.

– “Eso estuvo muy bien, Rosa… Ahora, tengo que ver a otros pacientes, pero la señorita Peris terminará la sesión por mí… Cuando haya terminado, vístete y pide otra cita con la señorita Campos”, comentó el doctor.

Un segundo después el doctor Gomis salió por la puerta y se fue, dejando solas a las dos mujeres en la pequeña sala de reconocimiento.

La enfermera Peris recogió la ficha de Rosa, escribió algunas notas… Luego fue a la caja de archivos adjuntos y sacó una pequeña bola redonda, del tamaño de una pelota de golf.

Ella retiró el largo masajeador de silicona, lo reemplazó por la bola y le dijo:

– “Ahora que hemos trabajado tu vagina, vamos centrarnos en tu clítoris… Creo realmente que es aquí donde yace la mayoría de tus problemas… Tu clítoris parece estar sobrecargado de sangre, y la única manera de aliviar la presión es mediante su manipulación.”

De nuevo, Rosa sólo asintió y esperó a que comenzara la fase dos del tratamiento… Un golpecito del interruptor y Rosa oyó que el vibrador comenzaba a zumbar… Al mismo tiempo la enfermera Peris usó su mano libre para abrir los labios vaginales de Rosa, exponiendo su clítoris duro a la mirada de la enfermera.

– “¡Dios mío!… ¡tienes un clítoris absolutamente enorme!… No es de extrañar que necesites tantos tratamientos”, dijo en voz baja.

El primer toque de la bola hizo que el cuerpo de Rosa se pusiera tenso e involuntariamente ahuecó sus pechos a través de su blusa.

La enfermera Peris trabajó expertamente la máquina sobre y alrededor del clítoris abultado de Rosa, provocándole al menos tres orgasmos más de la vagina de la joven.

Cuando terminaron, la enfermera Peris rellenó el resto de la ficha de Rosa y comentó:

“¡Siete orgasmos hoy, cariño… Espero que esto te alivie durante otras dos semanas!”

Después de vestirse, Rosa se detuvo en el escritorio de la señorita Campos para pedir otra cita.

– “¿Le han dicho dos semanas a partir de hoy, señorita Ribes?”, preguntó la señorita Campos.

“Uh, no… ¡Una semana!”, respondió Rosa de forma picara.

F I N

Nota.- Si tienes histeria clitoriana no dudes en comunicármelo para darte la dirección de la clínica.

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