Doña María se levantó de su cama empapada de sudor… no podía dormir… el verano era pegajoso y constante en la noche. Quiso abrir más las ventanas de su habitación pero estaban al límite.

La doña, como la llamaba Dolores, la muchacha del servicio, en realidad era una mujer de unos 34 años, viuda hacia dos…. Una mujer de iglesia y pendiente del que dirán, la cual hacía difícil que se le acercara algún hombre con intenciones no dignas o siquiera dignas de ella.

Desde la muerte de su esposo su cuerpo no había probado de nuevo otro contacto físico que el de ella misma, cuando en noches como estas las carnes de su hermoso cuerpo le pedían temblorosas que las acariciaran. Sus partes más íntimas solían rebelarse y no dejarla dormir por horas, a pesar de que muchas veces trataba de aplacar esos deseos ella misma acariciando, sobando sus senos, su clítoris, sus paradas y blancas nalgas que la excitaban tremendamente cuando se veía en el espejo.

Las nalgas de una mujer eran una de las partes que ella más admiraba si eran iguales o más generosas que las de ella misma. Eran como una fijación y muchas veces se masturbaba pensando que acariciaba alguna de las nalgas de las mujeres del pueblo con las que iba a la iglesia o aquellas pocas con las que cruzaba visitas como Margarita su vecina más cercana o Joaquina, la hija del dueño de la panadería.

Escuchó entonces un sonido de agua escurriendo en el patio de la casa. Se extrañó de que a esas horas de la media noche pudiera haber alguna actividad en el patio, pues la única otra persona en la casa era Dolores, la nueva muchacha que le habían mandado del campo para el servicio, mientras su tía, Milagros del Pilar, se reponía de los achaques que su edad le producía en su pierna.

Extrañada, salió de la habitación y se acercó a la ventana trasera de la cocina, la abrió solo un poquito para poder mirar y se sorprendió al ver a Dolores, completamente desnuda, echándose agua con la manguera de regar el césped. Iba a abrir la puerta para decirle algo pero visualizó las tremendas nalgas de la muchacha, de color canela, como brillaban a la luz de la luna y el contraste del agua con su cuerpo.

Estaba fascinada mirando esta belleza, eran unas nalgas como a ella le gustaban, sólo que no las había imaginado de este color, pero eran imponentes, paradas, llenas, firmes y sobresalían con una gran curvatura del resto del cuerpo. La muchacha se movió en ese momento y mostró una panorámica de sus senos que eran tan imponentes como sus nalgas. En ese momento Dolores comenzó a sobar sus senos con las dos manos, tomaba uno en cada mano y acariciaba sus pezones, los cuales se mostraban duros e hinchados. Dolores mostraba los ojos cerrados con una expresión de placer y gusto que produjo una sofocación en Doña maría, la cual sin pensarlo, comenzó también a acariciar sus senos, al mismo ritmo que Dolores. Oía como los quejidos de Dolores salían de su boca, cada vez más constantes y sofocados.

Entonces la muchacha se detuvo, tomo una toalla que había sobre una silla y comenzó a secar su cuerpo. Luego hizo un movimiento en dirección a la cocina, que era el paso obligado para ir a su habitación. Doña María entendió que no podía quedarse en el sitio para no ser vista, y se fue hasta el pasillo, allí espero a que Dolores entrara, desnuda en la cocina y entonces ella también entró, encendiendo la luz, cómo que iba hacia la nevera a buscar agua.

Dolores al verla se asustó y soltó la toalla, quedando desnuda frente a su ama. Doña María también se detuvo, mostrando sorpresa y diciendo:

«Que susto, Dolores!»

«Que haces levantada a estas horas y desnuda?»

– Oh!, Doña, es que hacia tanto calor y no podía dormir!

– Mi hija, pero te vas a resfriar, dijo María, acercándose a Dolores, embelesada con sus senos, mirándolos sin poder disimular su deseo y excitación. «Pero que lindas tetas tienes, niña!»…

Y comenzó a tocarlas sin más ni más. Dolores no sabía cómo reaccionar y antes de darse cuenta sólo atendía al placer que le daban los dedos de la Doña sobre sus pezones.

Huy Doña, aah, ooooh, pero, Doña! Ahhhh, hay Doña…. Te gusta Dolores? Siiii, oh pero Doña… María no se podía contener, aquello era un regalo que no se iba a negar. Nunca había tocado los senos de otra mujer, pero sólo entendía que su autoridad sobre esta niña le daba permiso para dar rienda suelta a tanto morbo acumulado y el deseo se le salía incontenible por todo su ser…

Rodeo con sus brazos la cintura de Dolores y agarró con sus dos manos las dos esferas d las nalgas de Dolores… Este contacto tanto tiempo soñado, casi le produce un orgasmo instantáneo. Un gemido profundo salió de su garganta excitando a Dolores tremendamente;

– Ooooooh, Dolores, estas nalgas son mías…..

– Hayyyy Doña, si está bien, son suyas, uuuuuhy, gemía Dolores.

María entonces agachó su cabeza y tomo en su boca uno de los pechos de la morena muchacha, impulsada por una atracción incontrolable que ella misma no entendía y comenzó un proceso de mamar aquellas tetas maravillosas, con devoción y lujuria. Mamaba, chupaba, mordía, lamía, trataba de entrarlos por entero en su boca, tomaba el pezón en sus labios y lo mamaba como una bebé. A Dolores nunca otra persona le había tocado sus pechos y el impacto de sentir aquella boca succionando de sus senos le empezó a producir una serie de gemidos, gritos, jadeos, sollozos… no sabía si aquello era dolor o exceso de placer, pero no quería que terminara. Sentía entre sus piernas como manaba un líquido caliente que le encendía su sexo de una manera bestial.

Como si María lo adivinara, llevó su mano a la entrepierna de la muchacha y la untó de este líquido al comenzar a acariciar su clítoris con los dedos. Dolores sintió como se le aflojaban las rodillas y pensó que se caería si María no la agarra firmemente por las nalgas y con sus brazos, por la cintura.

– Ven, vamos a mi casa, le dijo María

Y la llevó suavemente hacia su recamara. La acostó en la cama, boca arriba, mientras ella dejaba resbalar la bata hasta el suelo, quedando también desnuda. Subió a la cama, sobre Dolores, se introdujo entre sus piernas, como si fuera un hombre para poseerla, y comenzó a frotar su sexo contra el de la muchacha que se retorcía de placer, temblorosa, incontrolable.

De pronto, María empezó a descender su cabeza sobre Dolores, Comenzó de nuevo otra serie de mamadas en sus pezones lo cual hacía retorcer y gemir a Dolores. Estos gemidos le aceleraban el pulso a María, que ya no creía que pudiera elevar más su nivel de excitación y lujuria. Decidida, descendió hasta el sexo de Dolores, haciendo realidad el sueño de mamarle el coño a otra mujer. Tomo el clítoris de Dolores como si fuera uno de sus pezones y comenzó a mamarlo con la misma devoción, al tiempo que metía sus manos por debajo de las nalgas de Dolores y se las apretaba y sobaba, llena de placer a su contacto. Buscó el punto medio de las nalgas y sintió un respingo de Dolores al tocar la superficie de su ano. Un Gemido más profundo que los demás le indicó que había tocado un punto clave de aquella masa de placer que era Dolores.

Colocó la punta del dedo índice sobre la entrada del ano de Dolores haciendo tan sólo un poco de presión, sin empujar este. Dolores entonces comenzó una suerte de movimiento provocando ella misma la presión necesaria sobre el dedo, con sus nalgas, buscando ser penetrada. María mantenía el dedo firme mientras seguía mamando el clítoris de Dolores sin ninguna compasión ante los gemidos y gritos de la muchacha, la cual movía más las nalgas buscando aquel dedo tan torturador, hasta encestarlo por completo en lo más profundo de su ano, en el mismo momento del orgasmo más profundo y alargado de la noche, el cual María sintió en ella misma a través de las vibraciones del cuerpo de la joven mulata…

– hayyy Doña, que bueno, pero que rico, por Dios, ooooh, haaay que veníaaaaa, uuuuh, haaay!

María sentía como sus propios jugos fluían de su interior y como su clítoris parecía que explotaría de un momento a otro. Aprovecho el momento de alta excitación de Dolores y se acercó hacia arriba, colocando uno de sus generosos pechos en la boca de Dolores: – Ven mi bebé, ahora le toca a mamí, máma las tetas de tu doña! – Hay si doña, uuuuuh, decía Dolores con uno de esos enorme senos en su boca y comenzó a mamarlos como había sentido en los suyos propios. – Así Dolores, mámamelos, hay que rico me los mamas, sigue chula, sigue, así, Y Dolores mamaba, chupaba, mordía, lamía, y sentía que mamar era tan bueno como cuando se lo hacía a ella. María entonces siguió subiendo su cuerpo y colocó una pierna a cada lado de la cabeza de Dolores, diciéndole:

Ahora, mámale el coño a tu ama Dolores, mámalo!

Y sintió como Dolores se pegaba a su clítoris como una ventosa y la mamaba de una manera total, abarcaba con su gran boca toda el área del coño de María, incluía su clítoris y sus labios enteros. Se afanaba por abarcarlo todo y succionaba de una manera salvaje, constante, sin darle un respiro. Era increíble como aquella boca le estaba extrayendo todos los años de deseos en una sola mamada. María jadeaba, agarraba la frente de Dolores como para quitársela pero al mismo tiempo la atraía más hacia su coño, refregando sus blancos muslos en la cara de la muchacha que no se detenía.

María pensó que perdería el conocimiento cuando llegó este orgasmo jamás sentido en su vida, todo junto, poderoso, constante, seguido, parecía que no acabaría y Dolores no para su succión y la presión de sus labios sobre aquel coño que María pensaba que iba a perder. Su cuerpo se tensó como un arco, sus senos apuntaron al techo de la habitación, duros, firmes e inmensos.

La cara de María se crispo y de sus labios salió un grito al mismo tiempo que de su coño salía un torrente de líquidos que inundaban la boca incansable de Dolores, que seguía succionando de su interior…

María se desplomó al lado de Dolores, por un rato no hablaron….

Luego María le dijo a Dolores;

– Que tremenda eres, Dolores… Quiero que te quedes aquí conmigo y lo volvamos a hacer todas las noches…

– Sí Doña…