Empezado: 17/12/02
Mi chica perfecta me hace sentir en paz cuando estamos juntos, abrazados, en el sofá. Me hace sentir completo sólo con darme su calor, con estar no haciendo nada, mirando al vacío. Le acaricio el pelo, su mano sobre mi pecho, siento su respiración.
Mi chica perfecta, de vez en cuando sonríe, y entonces su sonrisa no acaba nunca.
Nos miramos y nos besamos.
La quiero volver a mirar. Sus ojos divertidos, sus labios finos siempre brillantes, sus orejas pequeñas, su piel clara y, sobre todo, sus cejas, esas cejas finas, perfectas, de mi chica perfecta, que son como las vigas, el anclaje, la sujeción de la estructura del rostro más hermoso del mundo.
Nos besamos de nuevo. Lamemos la superficie de nuestras lenguas.
Mi chica nunca pierde la sonrisa.
– ¿Estamos solos? -pregunta ella, en un susurro.
Sabe ella que sí, que no hay nadie más en toda la casa, en penumbra. Sólo nosotros en el piso.
– Sí -digo.
– ¿Por fin estamos tranquilos? ¿Sin nadie por en medio, sin interrupciones, sin nadie que nos mire, ni nos moleste, ni nos juzgue?
Sigue con su manía de preguntar en vez de afirmar.
– Ahá -digo.
– Podemos hacer por fin lo que queramos… -dice con su boca en mi boca.
Mi chica es esa persona del mundo que está deseando hacer el amor conmigo, es la única persona a la que puedo recurrir, el único ser humano que piensa en mí cuando estoy lejos. La única a la que le gustaría estar haciéndolo conmigo a todas horas. Porque me quiere.
Sus dedos acarician mi pelo corto.
– Tenía tantas ganas… -dice.
Vuelvo a admirar su rostro. Tengo la suerte de que la chica más hermosa del mundo se fijó en mí, y la tengo aquí, su cuerpo junto al mio. Esta tarde lleva su pelo largo, rubio y ondulado recogido atrás -no todo- en una coleta.
Me siento tranquilo, como cuando estás a punto de dormir la siesta.
Nos besamos de forma libidinosa, frotando nuestras lenguas, haciendo que salgan al aire, y se toquen sólo en la punta, y luego nos volvemos a inundar el uno por el otro, compartimos saliva y la suave textura carnal de una lengua que te lame toda la boca. Nos besamos como en las películas antiguas, como en los anuncios, y como en las películas porno, todo mezclado.
Le beso el cuello. A ella le encanta. Cuántas veces me habrá dicho que se eriza cuando se lo hago. La beso con toda la carnosidad de mis labios, le doy pequeños mordiscos. Voy subiendo hasta su oreja. La lamo un poco y tironeo de su lóbulo entre mis dientes. Ella gime.
Es la única persona del mundo con la que puedo hacer esto. Es la única que quiere, y sólo conmigo.
Sus pechos -redondos y grandes, pero casi inmaduros, por contradictorio que parezca- los siento aplastarse contra el mío.
Me separo de ella y comienzo a acariciar sus pechos sobre su camiseta. A ella no sólo no le molesta, le gusta. Su cuerpo es hermoso y lo sabe. Me encantan sus tetas y lo sabe. Además, está el hecho poderoso de que se excita cuando las cojo entre mis dedos, las aplasto con las palmas de las manos, y las aprieto, haciendo círculos. Me pasaría toda la vida amasando estas tetas. Me pasaría la vida con ella.
Se inclina sobre mí, atrapa mi cara entre sus pechos.
– Te voy a atrapar con mis tetas… -le gusta decir, entre risas.
Yo me dejo acariciar por la suavidad. Mientras, mis dedos están mucho más abajo, acariciando la piel caliente de su cintura, bajo el borde de la camiseta. Van subiendo y casi puedo oír el rozar de la piel. No lleva sujetador. Lo siento en mi cara y lo siento en mis dedos. Sus pechos, guardados, tan calientes, se diría que ya están cargados de leche materna para alimentarme y cuidarme hasta que me haga grande. Siempre guardados, ojalá pudiera ir con ellos siempre a la vista, que tomaran el sol y el aire. Claro que entonces no serían un secreto, nuestro secreto. Entonces todos los verían. Pero no podrían tocarlos, como yo.
Se quita la camiseta y espera. Los beso. Froto mis mejillas contra toda su piel, vuelvo a dejar mi cara atrapar en su canalillo, hacer presa las dos masas de carne.
Los acaricio en círculos, rozo sus pezones. Ella suspira, su vientre tiembla contra el mío. Está tan guapa.
Ya duros, muerdo sus pezones. Ella ríe cuando atrapo un pezón y tiro, hasta que escapa de mis dientes y la teta vuelve a su sitio con una densa sacudida. Esta imagen hace que me apriete la entrepierna del pantalón.
Jugamos con nuestras lenguas mientras ella me quita el jersey. Me acaricia los pelos del pecho, muy esparcidos y nada abundantes. Me acaricia la entrepierna. Sabe cómo inquietarme, como un caballo que ve acercarse por primera vez a un jinete con la silla en una mano y las riendas en la otra.
Las puntas de sus pezones dibujan sobre mi pecho, arriba y abajo, ahora un pequeño círculo mal hecho, ahora subiendo hasta casi mis hombros.
Mi chica perfecta nunca deja de mirarme a los ojos. Me saca por fin la polla, ya larga y dura por los cariños que nos hacemos, aunque todavía un poco atontada.
Me empieza a masturbar con fuerza, como si quisiera obligarme a algo que no entiendo o no sé. Quizá dominarme con la mirada, con los dientes apretados, mientras yo jadeo indefenso.
Acaricio su pelo y ella hace lo mismo. Deja de apretar mi pene, y no me importa en absoluto. Nos besamos con ternura y me dice una cosa preciosa al oído:
– ¿Quieres hacerlo conmigo?
– Claro que quiero…
– ¿Sí? ¿Quieres follar conmigo?
– Sí… ¿Y tú? ¿Quieres que te folle?
– Por favor…
Mi chica perfecta nunca pierde el sentido del humor, tampoco en las situaciones más primarias, como la de dos personas practicando un coito.
– Pero primero… -empiezo a decir.
– Sí, ya sé…
En la mesa se mezclan, desordenados, llaves, llaveros, papeles sin mensaje aparente, lápices que tienen al menos diez años de antigüedad, mandos a distancia, y mi cartera.
La abre y saca un condón en su funda. La rasga con los dientes y lo saca.
– Venga… -dice para que me prepare.
Me pongo en posición. Ella observa mi pene unos instantes y comienza a darles unas caricias eléctricas con la punta de sus dedos y sus uñas, que me sacuden hasta la cabeza. Ya está completamente erecta. Me pone la funda en la punta y la desenrrolla hasta abajo con absoluta maestría. Me masturba un poco.
– Está suave -dice, lo acaba de descubrir.
– ¿Sí verdad? El látex.
– Es muy fino…
Momentos después desabrocho su pantalón. Se lo quita, también los zapatos.
Ella debajo y yo encima, acostados en el sofá. Nunca dejaré de besarla y acariciar su pelo, nunca. Guío mi polla hasta su entrada, y la acaricio con la punta, poniéndola nerviosa.
– Estás húmeda…
Ella sólo gime, esperando de una vez la entrada.
La penetro lentamente, observando la expresión de su cara. Ella en todo momento me hace saber lo mucho que la hago disfrutar a través de su rostro. La adoro.
Empiezo a dominar las eyaculaciones, cada vez tardo más. Podría correrme mil veces, tenemos todos los conodones que nos hagan falta, pero no es esa la cuestión. La cuestión es no separarme de ella mientras le voy dando uno, y otro y otro orgasmo, sin parar, hasta que ya no puedo más. Ojalá pudiera correrme dentro de ella, bañar su cueva con mi semen y sentirlo en mi cuerpo, pero por ahora me conformo con poder sentir sus músculos atrapándome y dejándome libre una y otra vez.
Nos dedicamos a besarnos, sin más aspiración en la vida.
Nunca nadie antes me había besado el pecho, como si fuera una cosa hermosa a tener en cuenta. Me lo besa en toda su extensión, salpicado de besos pequeñitos, sin importarle que no sea un pecho enorme y musculoso.
Nunca nadie me había chupado un pezón. Nunca nadie había metido su nariz bajo mi axila y había inspirado hondo, como si eso fuera hermoso. Y sin embargo me sonríe y me dice que me quiere con el fondo de sus ojos.
Sus besos van bajando y yo me preparo para la gloria. Que tu chica te la chupe largo y largo rato, con dedicación. Encaja mi glande en su boca, atrapa el borde con sus dientes y tira, cruel.
Mi chica me deja que le pase la polla por la cara. Al fin y al cabo, yo siempre he pensado que, cuando está limpia, da gusto tocarla, está suave y hasta huele bien. Acaricio el arco de sus cejas, sus mejillas rosadas, sus labios siempre brillantes, su barbillita pequeña y alargada.
Lame todo el tronco y luego la chupa entera. Sabe que cuanto más se meta en la boca, más me gustará, y se esfuerza en tragar todo lo que puede, llega hasta su límite. Me deja que la agarre por la coleta, como si la dominara en algo. Me hace una mamada larga que me sube hasta el cielo, pierdo la cabeza. La recupero lo justo para decir, en el último momento:
– Oye… Sabes… sabes que me acabaré corriendo…
– A-há… -responde ella.
– Pero cuando me corra… mh, joder, me voy a correr…
Ella sabe lo que hace. Me corro dentro de su boca, disparo mi semen dos, tres, cuatro, no sé cuántas veces. Ella no abre la boca para nada. Lo recibe todo dentro y sigue chupando con fuerza, para sacarme más y más. Mi glande se mueve dentro de su boca pastosa. Se lo traga todo.
Tumbados sin nada que hacer. Acaricio y acaricio su deliciosa barriguita, suave, inacabable. Tiembla y se sacude bajo mis caricias. Ella ríe a veces.
Nos miramos largo rato sin decir nada, sólo sonriéndonos.
– Hay algo que me gustaría mucho hacer -digo por fin.
– ¿Sí? Y… ¿qué es?
– Me da vergüenza pedírtelo. No quiero… No quiero obligarte a nada.
– Aunque dijese que no, no tendrías nada por qué preocuparte, ¿no?
– Bueno… -medito.
Me acerco a su oreja y se lo digo. Es algo que aun no hemos hecho.
– No quiero que te duela -le digo.
– Bueno, si me doliese, para eso tengo boca, para decírtelo, ¿o no?
Lentamente, con una mirada que me vuelve loco, se va quitando otra vez las bragas. Se recuesta y levanta sus piernas, sujetándoselas por los muslos.
El ano de mi chica perfecta sabe a culo, igual que todos los demás anos, porque un culo siempre es un culo, y no está hecho de caramelo ni de mazapán.
Eso sí, este es el más limpio del mundo y a mí me sabe a gloria. Lo mojo bien, incluso intento ir dilatándolo un poco con la lengua. Ella me ayuda, chupandose dos dedos. Ver esa imagen, mi chica lubricando su culo con su propia saliva, me hace sentir en otro mundo.
Le meto un dedo con cuidado para no hacerle daño. Es la primera vez. Cuando el dedo cabe entero, lo muevo lentamente. Me pregunto si a ella le da tanto placer como a mí. Algún día tendré el valor de proponerle que me lo haga.
La entrada parece bastante dilatada.
La voy penetrando con suavidad. Nuestra primera vez. Primero sólo cabe el glande. Ella me pide con señas que pare. Por su expresión, parece que le duele un poco.
Mi glande queda perfectamente encajado en su ano, que se contrae y me lo estrangula. Ella aprovecha sus flujos para lubricarse con los dedos. Sigo penetrándola poco a poco. Tras mucha suavidad y ayudas, se la meto entera. La dejo ahí dentro. Quiero sentirla bien dentro de sus cálidas entrañas, llevarme ese recuerdo hasta la próxima vez que decidamos hacerlo.
Le hago el amor por el culo muy lentamente, mientras le agarro los pechos. No tengo prisa. Me corro sin casi moverme para no dañarla. Me quedo muy quieto mientras eyaculo dentro de ella, hasta no salir más.
Ella sabe que me ha hecho un favor tan grande… Nunca podré agradecérselo lo suficiente.
Beso sus labios con toda la dulzura de que soy capaz.
– Te quiero… -susurro- Eres la chica perfecta.
– Gracias.
Y lo dice de verdad.