Peluquero
Fabián tenía ya tres semanas sin trabajo.
Había perdido su empleo en un taller de impresión el día en que el patrón lo descubrió cogiéndose a la secretaria a la hora de la comida.
Por ello había acudido a una de tantas ferias del empleo que organizaba el gobierno de la ciudad, no para darle empleo a quien lo necesitara, sino más bien para darle «atole con el dedo» a miles de desempleados sin posibilidad de encontrar alguna actividad remunerada.
Hizo largas filas dos o tres veces para llenar solicitudes de empleo para horas después recibir el clásico «nosotros le llamamos si tenemos un empleo para usted», ya para irse pasó por un estand donde varios estilistas ofrecían cursos gratis de cortes de pelo, manicure, maquillaje y esas «madres», y además le cortaban el pelo gratis a quien se dejara.
El Fabis casi fue empujado por un tipejo, a todas luces maricón, para que aceptara entrar a una rifa que se iba a llevar a cabo en esos momentos, el premio era tomar un curso gratis de estilista.
No valieron las excusas ni los «luego regreso» del Fabis, el maricón le hizo llenar una hoja con sus datos y le fue entregado el número del sorteo.
O fue suerte o el putón ese manipuló la rifa para que Fabián obtuviera el premio. Más bien fue esto último, según confirmó el chamaco al paso del tiempo.
El maestro, llamado por los demás como Jack el Hermoso, le hizo jurar que se presentaría el lunes próximo para iniciar sus clases en la academia de Jack el Hermoso.
El sitio estaba ubicado en mero Polanco, y eso junto con el hecho de que no tenía ni para los pasajes del metro casi hizo desistir al Fabis de cumplir su promesa.
Lo pensó mucho el fin de semana, pero al fin y al cabo el curso era gratis, eso había dicho el puto, además no tenía qué hacer, así que sableó a su hermana y le sacó una lana para los pasajes. El lunes a primera hora ahí estaba Fabián, listo para convertirse en estilista.
Al maricón casi se le salió el corazón –de la emoción– al verlo llegar al salón de clases, donde ya había quince chicos, entre hombres y mujeres, embarcados en aquella transa de llegar a ser famosos estilistas.
Al principio aquel curso fue un fastidio para el Fabis, le chocaban los modismos del maestro Jack y su aflautada vocecita, pero el hecho de que había algunas chicas más o menos en edad de coger hizo a Fabián soportar las clases y sobre todo las prácticas, nunca se imaginó el chico cortando pelos de gente ajena o hacer cosas sólo de mujeres o putos, como el maestro.
Pero a la segunda semana Jack le hizo una proposición que no podía despreciar: «mira Fabis, yo sé que andas corto de dinero, si quieres quédate unas horas después de clase y me ayudas en la estética, ahí puedes ganarte una lanita con las propinas de las mujeres que van a hacerse el pelo o el maquillaje, sirve que practicas más, ¿qué dices?, ¿aceptas?», no hizo falta nada más, Fabián aceptó.
Había terminado el primer mes y pasado el curso básico de corte de pelo. Fabián ya se sentía más a gusto con su nueva profesión, además estaba el hecho de que ya era la mano derecha del maestro maricón, ‘que Fabis para acá, que Fabis para allá’, pero sobre todo estaban las propinas, había semanas que sacaba más de tres mil pesos de propinas, más del triple de sueldo que en su antiguo empleo! «No pues así sí me quedo, aunque el maricón me ande echando los perros», se dijo Fabián.
Pero había otros atractivos.
En ocasiones Jack era contratado para arreglar y poner presentables a las mujeres de una determinada familia para un determinado evento especial.
Y por supuesto el Fabis estaba más que puesto.
Esa fue la entrada de Fabián en las «Grandes ligas», además de las propinas estaba el hecho de que el joven podía adentrarse en los secretos más íntimos de las clientas, ayudar a depilar las piernas peludas de mujeres gordas o la zona del bikini de jovenzuelas, más aún, como ya era de confianza algunas clientas, previa buena propina le pedían favores especiales, «mira Fabis, llama a este teléfono y le dices a la persona que te conteste que…», luego venían las comidas o cenas, buenas botellas, bailar o cachondear a la vieja que se dejara…, en fin, casi el paraíso.
Lo malo venía cuando su maestro se ponía borracho y llegaban las confesiones: «mira Fabis, yo te quiero mucho…», entonces el jovenzuelo tenía que echar mano de toda su paciencia para darle a entender a Jack que «yo también te quiero mucho, pero dame tiempo».
Cinco meses después Fabián ya era maestro.
En otras palabras había entrado en el exclusivo círculo del maestro Jack, era el segundo en la estética y confidente principal de su mentor –ya había sacado a Jack de algunos problemitas, como madrear algún impertinente que quería chantajear a Jack con sus mariconadas–, ganaba más de ocho mil varos al mes y tenía múltiples concesiones, por ejemplo cogerse a alguna alumna que tenía ánimos de llegar pronto a las grandes ligas, pero sobre todo estaban los eventos especiales, algunos de los cuales no podía cubrir el maestro.
El día de su graduación Jack le había dicho «este día es muy especial para nosotros», en otras palabras el Fabis no tenía salida, tenía que cogerse a su maestro, pero no llegó a tanto, sólo dejó que Jack le mamara el miembro hasta venirse.
Una tarde mientras peinaba a una cuarentona, la tipa le pidió un favor muy especial «oiga Fabis quiero que me haga un trabajo muy particular, pero no aquí, mire mi novio insiste en que me haga un corte especial de pelo, en la pepita, ¿me entiende?, ay me da mucha pena eso, pero insiste en que me corte los vellos pero en forma de corazón, ¿me entiende?, yo sola no lo podría hacer, ande ayúdeme ¿si?», quedó de ir al domicilio de la clienta, por supuesto una mansión, por supuesto la vieja era casada, por supuesto su marido era viejo, un rico empresario de la construcción, y por supuesto ya ni la pelaba y menos se la cogía, por ello la mujer tenía a su noviecito.
Cuando llegó ya lo esperaba la servidumbre, lo hicieron pasar al recibidor donde se echó dos o tres copas de champán mientras esperaba que lo pasaran al salón de la doña.
Ella misma lo recibió vestida con una horrorosa bata china de colores chillantes.
Lo pasó a su privado y empezó la función. La doña se despatarró acostada sobre un diván y sin más le mostró lo que tenía que hacer, en el centro de la entrepierna la mujer exhibía la más peluda y tupida panocha que jamás hubiera visto, ufff, vaya trabajo se dijo el Fabis y entre nervioso y excitado procedió a quitarle pelos y pelos a esa pucha gorda y prieta.
Primero rasuró la zona del bikini y la entrepierna, hasta dejar libre de pelos ambas regiones de la raja y la juntura de las nalgas, tuvo que hacer esfuerzos para depilar con cuidado los cachetes de las nalgas y lo peor, el negro culo que lo miraba desafiante.
Media hora después estaba listo para la mejor parte, hacerle un corazón de vellos arribita de los labios de la pucha! Vaya trabajo se repitió el Fabis con la verga dura como el acero.
En ese momento la mujer empezó a sentir los estragos, mientras Fabián rasuraba con cuidado los gordos labios mayores la pucha tuvo una transformación.
Lo que hasta entonces era una raja gorda y prieta se fue abriendo lentamente dejando al descubierto aquellos otros labios, fue innecesaria la advertencia «¡ay apúrate Fabis que siento cosas!».
Pues si, la pinche vieja se estaba calentando con el tratamiento de belleza, «espéreme tantito doña, ya mero termino» contestó él y cuando daba los últimos toques al corazón de vellos –le había quedado muy coqueto, se dijo–, la voz suplicante de la cuarentona lo sacó de concentración «Fabis!, ay Fabis siento cosas!» y se desconcertó al ver la pucha desplegada, los labios menores expuestos en toda su plenitud escurriendo ese líquido viscoso y de penetrante olor, «Fabis!, ay Fabis haz algo por favor!» le suplicó la mujer.
«Ni hablar, lo que hay que hacer para tener trabajo», se dijo Fabián cuando desenvainó la verga para zambutirla en la ávida caverna sexual de la mujerona.
Apenas la penetró la mujer empezó a gritar de placer y cuando ella terminó de venirse, por fin pudo terminar su trabajo.
Por supuesto cuando la mujerona pudo ver su trabajo exclamó «ay Fabis, qué hermoso me quedó, eres todo un maestro, te voy a recomendar con mis amigas».
En fin, aquella tarde Fabián salió de aquella residencia con 5 mil pesos en la bolsa y la promesa de mejor futuro.
Se acercaba el verano y la promesa de la clienta tuvo sus efectos. Ya no era el típico estilista que teñía cabelleras canosas ni quitaba callos de feas patas, no!, ahora era «Fabis!», especialista en hacer cortes de pelo muy especiales.
«Oye qué les haces a estas pinches viejas!, ya te buscan más que a mi, papaito!», protestó un día Jack el Hermoso, pero seguía siendo el preferido del maestro, que contaba con la promesa de algún día sentir en las entrañas la verga del Fabis arremetiendo sin cesar.
Pero él seguía con lo suyo, a las clientas lo que pidieran, siempre y cuando hubiera buena lana de por medio.
La geografía femenina desconcertaba al Fabis. Las mujeres podrían ser altas o bajas de estatura, gordas o delgadas, de anchas caderas o nalgas invisibles, o bien pechos prominentes o tetas como limones, pero nada de eso podía determinar la conformación de sus panochas, eso era seguro!, se dijo el Fabis.
En su corta carrera de estilista profesional ya había visto suficientes puchas para llegar a esa conclusión.
Por ejemplo tenía una tratamiento especial para jóvenes casaderas, que incluía todo, desde consejos taoístas y masajes, tratamientos en cutis, mascarillas de lodo y aguacate –mezclado con semen de toro, bueno no de toro, sino de un albañil que se dejaba ordeñar–, pedicura, manicura, maquillaje, corte y peinado de pelo y por supuesto la depilación de zonas muy específicas –su especialidad–, en fin el tratamiento recibía el pomposo nombre de «Velo de Novia» y costaba 20 mil pesos –descontados el pago de dos asistentes le quedaban a él 17 mil. Eran casi seis horas de trabajo pero valía la pena la chamba.
Así descubrió grandes diferencias en una misma familia, mientras la madre cincuentona lucía una pepa prieta y gorda llena de pelos horrorosos, la casadera mostraba una delicia de pucha: los delicados labios externos con lacios vellos y apenas asomando discretos los labios menores –a esa pucha le hizo un trabajito sensacional, pues formó en el pubis un cupido de vellos cortos y bien depilados, que recibió los encomios del propio marido–, en cambio la hija menor, delgada, de estrechas caderas y tetas incipientes, cuando le pidió recortarle la zona del pubis pues iba de vacaciones al Caribe exhibió una tremenda pucha, con exagerados labios menores que sobresalían ostentosos de la pepa chata!
En otras ocasiones le encargaron arreglar mujeres famosas por su trajinar sexual, desde amantes de políticos hasta mujeres de narcos y se sorprendió de aquellas panochas.
Así, aquella adolescente amante de un síndico de pueblo, que ascendió a mujer del alcalde y luego favorita del gobernador, hasta ser convertirse en secretaria del Macizo y al mismo tiempo amante del narco principal del régimen –con lo que tenía muchas vergas en su haber–, le mostró su casi infantil pepita para que le formara una figura de vellos en el pubis: un corazón cruzado por una metralleta! –a pedido de su amante narco–, y mientras cumplía con el encargo, un Fabis nervioso que sentía sobre su nuca los cañones de las armas de los matones, no se cansaba de admirar aquella panochita casi de niña!, al final llegaba a la misma conclusión: «no hay dos viejas iguales, no las hay que tengan el mismo olor o sabor, y sobre todo, no hay dos pepas iguales!».
Ya era un estilista afamado por su trabajo, en todos los sentidos, y sobre todo preferido de las mujeres que querían trabajos «especiales» de depilación.
Su mesura y discreción aumentaron y ganaba confianzas ajenas a la vez que las preferencias femeninas le hacían merecedor de sus favores y nunca faltaron las mujeres que en las etapas finales de la depilación resintieran los efectos del trabajo, los «ay Fabis, apúrate, por favor, que me caliento», hasta los gritos «ya, ya por favor méteme la vergaaaaaa!» cuando depilaba el culo de una treintañera, esposa de un secretario de Estado, en fin que a todas les cumplió, tanto como profesional como sexual, lo que lo llevó a niveles nunca imaginados por él.
Pronto Fabián se convirtió en una celebridad, peinó a damas de sociedad y estrellas de televisión y de manejar un destartalado vocho, pasó a manejar un Mercedes 420 –ya no vivía en Neza, ahora tenía un Penthouse en la Zona Rosa– y sus servicios fueron tan cotizados que tuvo que montar su propio estudio en Santa Fe, donde con un equipo de tres secretarias y siete ayudantes –todas mujeres que le ponían con él— le daba abasto a toda la región, en el sentido completo del término, pero tenía deudas pendientes, nunca le había cumplido a su mentor y los maricones suelen ser muy resentidos.
La primera señal le llegó en una cena. Ahí se encontró con Jack el Hermoso que ya atascado de Coñac le echaba en cara los favores otorgados: «Yo te formé cabroncito y tu nunca me cumpliste, acuérdate chiquito, estabas muerto de hambre y te rescaté, te hice lo que ahora eres, prometiste ciertas cosas, y ahora eres famoso y muy rico, en cambio yo voy de bajada, ya nadie me pela, todas buscan a Fabián, el Chingón!, que además de transformar viejas feas en hermosas les da verga hasta que se cansan!!!, a ver, dime Fabis cuánto tiempo tengo que esperar!!, hasta cuando…». No le hizo caso, como otras veces le echó rollo, sólo promesas. Mala estrategia.
El Fabis siguió con lo suyo, acumulando fama y riqueza que pronto lo llevaron a los máximos niveles de fama. Ya no se daba abasto, que si una entrevista, que un programa de tele, que peinar a la star de una película nueva, que firmar como suyos libros o videos con consejos de belleza, en fin todo el mundo para él, incluidas nalgas, muchas nalgas, puchas depiladas o panochas peludas, tetas suculentas de hermosas mujeres. Y de vez en cuando una tarjeta o carta de su maestro Jack. Se sintió tan fastidiado que dejó de contestar, mala estrategia, los maricones suelen ser muy resentidos.
En el torbellino de la fama pronto surgieron rumores, que si falta de ética en el trabajo, que si amenazas de demandas de una mujer que juraba «él me violó», que si amagos de embargos por el incumplimiento en el pago de impuestos, que el incumplimiento de contratos, que viejas que pedían pensiones millonarias por hijos producto de encuentros con el peinador, en fin, pedos y más pedos.
Y las cartas de Jack sin contestar. Aturdido una noche el Fabis se atrevió a llamarle al maestro: «oye cabrón que chingaos quieres, ¿por qué tanto pedo?», la contestación fue simple: «te quiero a ti». No volvió a llamarle, mala estrategia.
Los juicios y demandas prosperaron y muy pronto a Fabián le hizo falta dinero para hacerle frente a tanta bronca, finalmente Fabis pisó la cárcel, de dónde lo sacó Jack con amparos conseguidos quién sabe donde y cuándo llegó la hora de hacer cuentas, Fabián escuchó la orden: «bájate los pantalones y empínate».
De esta forma por fin cumplió Fabián con aquel compromiso adquirido muchos años atrás.
Jack se lo cogió de tal forma que hasta le gustó!, eso nunca lo pudo negar. Lo que si fue seguro es que ya no regresó a las grandes ligas.
Ya una televisora había propuesto hacer una serie con su historia, pago millonario de por medio, nada. Grupos de rap, rock y ska querían hacerle un CD con su antología, nada quiso.
Una editorial propuso un libro con la «verdadera» biografía del gran peinador de estrellas.
Nada.
Yo lo conocí diez años después como peluquero de «paisaje», de los últimos del milenio.
En la calzada Zaragoza, a la altura de «San Juan», en el carril central, ponía su banco mirando al oriente y paciente esperaba a sus clientes.
De a quince varos la pelada, eso si!, nunca pelaba viejas, putos o sujetos que semejaran maricones!