Follando con mi vecina Isabel
Alicia y yo llevamos casi 9 años de casados.
Hace 3 que dormimos en camas separadas y que no tenemos sexo, aunque nunca nos habíamos sido infieles, al menos de hecho.
Nos mudamos al lado de una vecina de unos 45 años casada con un hombre de unos 65 Isabel, era concubina de aquel desde muy joven.
Él, estaba postrado en una cama, teniendo que depender de ella para ir al baño, bañarse y vestirse.
Yo para aquel entonces andaba desesperado. Si no conseguía pronto una mujer iba a reventar.
Las cuantiosas pajas que me hacía me estaban enfermando.
Cualquier mujer que veía, de cualquier edad, fea, linda, flaca, gorda, joven , vieja, la imaginaba haciendo el al amor conmigo.
Preocupado y sin tener en quien confiar, un día, hablando con Isabel, le conté lo que me pasaba y le pregunté como se las arreglaba ella, ya que, hace tiempo que seguramente no tenía sexo. Se puso colorada y se sonrió.
Me dijo que se masturbaba, pero, deseaba hacer el amor con el primero que encuentre. No esperaba esa respuesta Sin saber por qué le propuse que hagamos el amor.
Se quedó sin habla. Con vergüenza asintió y dijo que hace rato quería pedírmelo, pero no se animaba.
Necesitaba un hombre y realmente yo le gustaba.
Quedamos en vernos en un hotel cercano a la estación de trenes cerca del mediodía, aprovechando el horario bancario para alejar sospechas.
Nos encontramos en la entrada. Disimuladamente ingresó y yo la seguí.
Una vez en la habitación nos besamos suavemente al principio, descontroladamente después.
El instinto nos invadió Llevaba un vestido floreado amplio y recatado.
La estrujé entre mis brazos y comencé a acariciarla, apreté sus nalgas , ella empezó a jadear. Le saqué el vestido, y su corpiño y bombacha rojos que resaltaban su blanca, sin sol desde hace años.
Su vista me éxito.
Me quedé en ropa interior.
Al verme se abalanzó hacia mi, y empezó a besarme y lamerme. Me dejé hacer. Lamió mi pecho, mis tetillas, mi abdomen, jugó con mi ombligo.
Bruscamente la empujé hacia abajo.
Cayó de rodillas, se abrazó a mis piernas y comenzó a refregar su rostro contra mi slip, me lo bajó de un tirón y, al ver mi pija, comenzó a chuparla y a lamerla, mientras la sobaba con sus diminutas manos.
Agarré su cabeza y se la metí hasta los huevos en su boca,. Apretó mis nalgas y la engulló toda, mientras con su hábil boca la oprimía suavemente.
Descargué en su garganta. Jadeó y se tragó todo, lamiéndome y chupando mi pija hasta dejarla limpia.
Entre excitado y avergonzado, me arrodillé frente a ella. Instintivamente separó las piernas. Metí mi cabeza entre ellas y comencé a lamer su pulposa concha.
Le apreté las nalgas y hundí mi lengua entre sus labios buscando incesantemente su clítoris.
Sus jadeos aumentaron y sus piernas se pusieron tensas.
Introduje mi lengua más profundamente, buscando su canal vaginal. Al hallarlo la hundí en el hasta hacerla gritar.
Desesperadamente y entre gritos y temblores tuvo un orgasmo excepcional, bañándome con sus jugos.
La tiré sobre la alfombra, le abrí las piernas, poniendo sus pies sobre mis hombros y la penetré hasta sentir que mi abdomen chocaba contra su pubis.
La puse boca abajo, le abrí las piernas, metí un dedo en su ano y ella apretó su esfínter oprimiéndolo.
Saqué mi dedo, acomodé mi glande sobre aquél orificio estrecho, y, quizá por la saliva de su lengua, lo hundí sin inconvenientes en su estrecho culo.
Comenzó a gritar con desesperación pidiendo más, más, más.
La agarré de los pelos y, como si domara un potro salvaje, se la metí hasta donde pude en ese culo maravilloso.
Sin poder contenerme y, ya goteando, la saqué, y, acabé sobre su espalda y nalgas.
Caí sobre ella y, dificultosamente y con nuestros cuerpos entrelazados, nos besamos y acariciamos hasta quedarnos dormidos.
Cuando nos despertamos, nos bañamos, y, besamos despidiéndonos, pero, sabiendo que nos volveríamos a encontrar para brindarnos ese apoyo de vecinos tan necesario para sobrevivir.