Eva y los hombres
El problema de Eva siempre fueron los hombres.
Pero no porque hubieran sido la fuente de sus conflictos o problemas, por el contrario siempre constituyeron la fuente de sus más intensas emociones y sus más indescriptibles goces.
El problema de Eva estaba en que le gustaban tanto los chicos que nunca tuvo la suficiente fuerza de voluntad para decidirse por uno en particular, siempre había sido así, cuando un prospecto estaba a la vista era porque la afiebrada mente de Eva ya suspiraba por otro y en sus noches de insomnio rondaba una y otra vez la misma pregunta: «por qué conformarse con uno, si podía tener a los dos, y lo mejor: juntos y al mismo tiempo».
Así es, Eva, apenas una adolescente, era ya fanática de hacer tríos en la cama… o donde fuera, pero hacerlo con dos chicos a la vez. Pero, ¿cómo había iniciado todo aquello?
Los inicios
Lo escrito a continuación constituye el fruto de fragmentarias confesiones luego de innumerables encuentros amorosos con Eva, donde el que escribe también formó parte de los juegos de Eva con más de uno a la vez.
La chica en cuestión nació en el más puro ambiente campirano, su familia y sus ancestros, todos, habían vivido en el campo, del campo y para el campo, sus vidas se limitaban a hacer producir la tierra y a disfrutar de sus frutos, además de las escasas satisfacciones que ese tipo de vida da.
Como todas las chicas de tierra caliente, Eva se descubrió de repente con un cuerpo lleno de curvas, el pubis se le había cubierto de pelos, le había bajado la regla, las caderas y tetas se le hicieron de pronto grandes y ostentosas y sentía extrañas sensaciones en su entrepierna por las noches, o más bien cuando furtivamente miraba a algún chamaco de su edad, «ya andas de berraca», le decían sus hermanas, ya casadas, pero que también habían pasado por la misma experiencia.
En pocas palabras Eva era ya una hermosa chica de pelo lacio y castaño, de piel muy blanca y rostro hermoso y perfecto, toda ella en el justo momento de entrar de la pubertad a la edad adulta, pues como es sabido, las chicas de pueblo se casan rápido apenas inician su adolescencia y muchas de ellas apenas han dejado esa etapa para pasar a la categoría de viudas o abandonadas, la mayoría sin haber pasado de su segunda década.
En esas estaba Eva, acostumbrada a las duras faenas del rancho y sometida a la estricta obediencia de los padres o los hermanos mayores, de los cuales tenía tres, pero como todos ellos habían emigrado a EU en busca de los ansiados dólares, la chiquilla tenía que soportar dobles o triples faenas, una de las cuales consistía en llevar –a las 5 de la mañana– y traer –a las seis de la tarde– el hato de vacas de pastar, luego de lo cual tenía que recoger leña, moler el maíz, hacer tortillas y dar de comer a los peones, además de lavar la ropa sucia de toda la familia, así un día sí y otro también.
Pero el padre de Eva era comprensivo, así que al pastoreo de las vacas mandó a Eva en compañía de dos de sus primos, cada uno con su propio vaquerío, para que la chiquilla «no anduviera sola en el monte y algún maloso la pudiera preñar», dijo el maduro hombre. Ahí empezaron los problemas de Eva.
Como cada tarde, los primos se detenían en un arrochuelo para dar de beber a las vacas y de paso darse un baño y lavar sus humildes vestimentas.
Una de aquellas tardes Eva descubrió a sus primos en tales menesteres y su vida cambió, los mozuelos desnudos, disfrutando de la frescura del agua, entre risas se bañaban desnudos luciendo descaradamente aquello que les crecía entre las piernas, inhiestos falos rodeados de vellos, ansiosos, como la mirada de la chiquilla al ver aquello, y erectos como los pezones de sus pechos.
Esa noche no pudo dormir nomás de recordar las «herramientas» que se cargaban sus primitos, por ello al siguiente día nerviosa espero a que la escena del día anterior se repitiera, pero los «primitos» tenían sus planes.
A la hora del baño, comedidos invitaron a la prima, «qué tenía de malo, ¿acaso no eran primos?», le dijo uno de ellos, «bueno, pero no se bañen encuerados, yo me dejaré el fondo, ¿si?», argumentó Eva, los parientes aceptaron, tenían su plan.
Todo fue bien hasta que tuvieron que salir del agua, a ella su mojada ropa se le pegaba al cuerpo descubriendo ante los azorados ojos juveniles las redondeces femeninas, y ellos estaban igual, con las vergas paradas bajo el rudimentario calzón de manta, no podían salir del río, al final decidieron hacer como que no veían y cada cual escogió retirarse un poco para desnudarse del todo y poner a secar la ropa, pero siguieron los problemas, algo extraño había surgido entre los tres, un invisible magnetismo los atraía, los hacía sentirse incómodos e inquietos y hasta temerosos.
Ya no dijeron palabra durante el retorno al hogar, Eva sentía que algo caliente le mojaba los calzones y los chamacos con miradaditas se comunicaban que todo iba bien con la prima y que más temprano que tarde se la iban a «tirar».
El siguiente baño fue más osado, los primos entre risas y juegos se despojaron de su mojada ropa, luciendo ante las apenadas miradas de Eva su descarada virilidad erecta, invitándola a hacer lo mismo, «ya para que te dejas el vestido si todo se te ve?», le dijo uno, «ay no, cómo creen?», dijo la chiquilla, ansiosa y caliente, «si, anda, quítate todo, ya estás bien mojada», dijo el otro.
Entre nerviosa y urgida Eva hizo lo que sus primos querían, y con los ojos entre cerrados vio a sus primos cómo con las bocas abiertas parecían devorar aquellos senos como melones, cómo los miembros de tan duros apuntaban al cielo, cómo sus miradas la recorrían lujuriosas centrándose en su entrepierna donde la tupida pelambrera ocultaba la ansiada raja de carne capaz de las más infinitas sensaciones.
Quizá fueron instantes, segundos o minutos, pero para los tres todo fue como sellar un pacto, como un compromiso secreto de ser partícipes y cómplices a la vez.
De aquella tarde a Eva le quedaron pequeños fragmentos, sólo me dijo que cuando los tres acostados sobre la verde yerba esperaban a que sus ropas se secaran, cada cual no podía separar la vista del sexo del compañero, ella maravillada por la dura apariencia de los falos apuntando duros hacía arriba, ellos con ojos ansiosos ora sobre sus redondos pechos de puntas duras, ora sobre el triángulo peludo y misterioso de su sexo, jamás hasta entonces hurgado por humano alguno.
Eva se sentía sofocada, la respiración se le iba y se le dificultaba mantener cerradas las piernas.
Mirando a las copas de los árboles cerró los ojos y un instante después sintió que su mano derecha era llevada hacía algo que presentía, lo mismo pasó con la izquierda, por breves instantes se sintió nerviosa y con miedo, pero al mismo tiempo se sintió la mujer más feliz del universo al ser poseedora de dos miembros en total expresión de poderío, dos vergas erectas para ella sola, cada una a su lado, ambas empuñadas por sus manos, a merced de lo que ella quisiera hacer, y cuando su excitación parecía llegar al máximo alcanzó a preguntarse «serán iguales», y de inmediato puso manos a la obra. No, la de la derecha, de su primo «Leo», era más gruesa, pero más corta, pero la de la izquierda, la de su primo «Chinto», era mucho más larga, vaya que si!, aunque un poco delgada, se dijo Eva.
Y justo cuando sus deditos –y todo su cuerpo— disfrutaban de todo aquel placer, recorriendo con sus manos ambos miembros, los sintió desfallecer, uno suspiró y su verga pareció palpitar, el otro exclamó casi un grito: «ahhhh», y luego ambas manos se le llenaron de algo viscoso, blanquizco y desconocido que era expulsado por las enrojecidas cabezas de esas vergas palpitantes que luego de eyacular se pusieron mustias y flácidas, mientras que sus poseedores parecían musitar oraciones a no sé que santos y ella se hacía múltiples preguntas: «¿qué les había sucedido?, ¿por qué les había salido ese líquido viscoso y blanquecino?, ¿qué se sentiría tener aquello adentro de la conchita?», en tanto que su sexo parecía un horno de lo caliente, pero no fue capaz de hacer pregunta alguna, y menos los chamacos, que todavía disfrutaban de los últimos remansos de placer.
Al siguiente día tarde se les hacía para terminar de bañarse, los tres excitados al máximo y en total silencio salieron juntos del río, y como la tarde anterior se acostaron sobre la yerba, pero ahora sus intenciones diferían diametralmente, Eva quería volver a sentir entre sus manos aquellos erectos palos y hacerlos escupir su lechita, pero los primos además querían fornicarse a la primita, dejarle ir por la panocha –por turnos—el miembro que ya ansiaba una cuevita donde meterse, moverse y eyacular.
Por ello en cuanto los chicos sintieron que ya había llegado su hora, trataron de abalanzarse sobre la chiquilla, que poseída por el pánico trataba de librarse de aquellos brazos que ora trataban de atenazarla o bien hacer que por la fuerza abriera las piernas.
Eva gritó y los amenazó «¿qué hacen?, déjenme, le voy a decir a mi papá», de inmediato los primos se calmaron y uno de ellos alcanzó a musitar «sólo queremos acariciarte, como tu hiciste ayer con nosotros», «si no se están quietos, los acuso con mi papá», la sentencia surtió efecto y pareció aplacar a los apenados y frustrados violadores.
Permanecieron quietos y callados por algunos minutos, tiempo durante el cual Eva hizo otro gran descubrimiento, las duras vergas ahora parecían mustios pedazos de carne flácida, no lo entendía, ¿qué les había pasado?, volteó a mirar los rostros de los chicos, pero ellos rehuyeron su mirada, «no se enojen conmigo, no se que trataban de hacer, pero a lo mejor es una cosa mala, una de mis hermanas me dijo que nunca permitiera que un hombre metiera su pájaro en mi rajadita, ¿querían hacerme eso?», les dijo ella en voz baja.
«No Evita, sólo queríamos tocarte tus cositas, sentir rico tocándote tu panochita, y que tu nos acariciaras el palo hasta venirnos, eso no es malo, deveras», le dijo Leo armándose de valor. «¿No es malo?, ¿me lo juran?», dijo la chiquilla, ambos asintieron con la cabeza.
Ya no se dijeron nada, Eva dejó que las ansiosas manos de sus primos le recorrieran el cuerpo, primero se posesionaron de sus tetas y se las amasaron, las apretaron.
Luego fueron bajando por su vientre hasta tratar de meterse en las piernas de la chiquilla, que poco a poco sentía que le faltaba la respiración.
Entonces Leo pegó su boca a la suya, mientras que Chinto le mamaba una teta y ella se aferraba con ambas manos a los erectos miembros de sus primitos, al momento sintió ella que los dedos de una mano resbalaban en su entrepierna que sentía ya viscosa, caliente y abierta, aquello le fascinó tanto que apretó más sus manos sobre los duros lomos de los penes, uno de ellos protestó, «no!, no aprietes tan fuerte, mueve tu mano despacito», eso hizo, más bien intento hacerlo, pues en ese preciso instante algo extraño se posesionó de su cuerpo, un intensó placer, algo surgido de muy adentro de si misma hizo que todo su cuerpo palpitara y un gemido gutural escapó de sus labios para anunciar algo totalmente desconocido para ella, se estaba viniendo, los benditos dedos de Chinto habían provocado su primer orgasmo.
Eva pareció perder el conocimiento y si lo recobró parcialmente fue porque sintió a Leo acostarse parcialmente sobre ella, apuntando con su duro carajo sobre su feminidad abierta y chorreante, «no!, eso no», alcanzó a decir, «no mamacita, no te lo voy a meter, sólo me quiero venir sobre tu chumino, anda déjame», argumentó él, ella no supo que decir, sólo sintió entre los abiertos labios de la pucha algo duro que se deslizaba arriba y abajo, ora sobre la abierta raja, ora sobre el felpudo monte de venus, sintió rico, claro que le gustó!, hasta abrió inconscientemente las piernas para facilitar el trajinar del chiquillo.
Y mientras el febril cuerpo de Eva era llevado a nuevos niveles de placer, sintió sobre su rostro la dura verga de Chinto.
Aquello la asustó, la dura vara cerquísima de sus ojos parecía más grande de lo que era, pero su temor no era sólo por tenerla tan cerca de sí, sino porque no sabía que iría a hacer su primo, lo escuchó decir «anda mamacita dale unos besitos» y un instante después la cabezota del pene entró de improviso en su boca.
La dura cabezota le supo salada, pero a la vez con un sabor extraño, diferente, tal vez eso la excitó más, pues si en un principio sólo dejó que el garrote entrara y saliera de su boca pronto apretó los labios sobre aquel tronco que amenazaba con irse a meter hasta su garganta, aquello le gustó, entonces succionó, chupó y chupó, degustando de la agüita que salía de la verga, pero el placer duró poco y en el justo momento en que el garrote palpitó su boca se llenó de semen, el Chinto gimió contorcionando el cuerpo, Eva trató de escupir aquel líquido viscoso pero no pudo, entonces tragó el primer chorro, luego el segundo y siguió chupando para extraer más de ese delicioso néctar y cuando ya el desfalleciente chiquillo sólo removía la carne floja sobre su boca la chiquilla miró hacía abajo para descubrir que su otro primo frotaba violentamente su erecta verga con la mano a la vez que el miembro escupía también su ofrenda, embarrando su peluda pepa. Luego de unos minutos los primos agradecidos besaron ansiosamente su boca mientras le decían cosas «hummm Evita que rica estás!», «lo hiciste riquísimo mamita», «mañana lo haremos mejor chiquita linda!».
Un silencio cómplice los envolvió de regreso a casa y todavía se detuvieron tras unos matorrales para intercambiar besos, quedando que al día siguiente las cosas serían mejores.
Pero los primos no pudieron esperar hasta el otro día, así mientras Eva lavaba los trastes de la cena escuchó a sus espaldas un ruido, momentos después unos brazos atenazaron su cintura y la jalaban hacía el establo, descubrió a Leo que le decía «anda primita ven tantito, te queremos hacer rico», ella como pudo se zafó argumentando «no!, ¿están locos?, mi papá puede salir y nos descubre», pero el chico insistió «anda evita, ven tantito, sólo un ratito» mientras le agarraba las nalgas, tuvo que aceptar «bueno, espérenme en el establo, al rato mis papás se meterán a su cuarto y ya no salen».
Cuando aquella noche Eva salió por fin del establo sentía que las piernas le temblaban, todo el cuerpo le dolía, sobre todo la panocha y las nalgas, pero se sentía contenta y satisfecha, por fin había descubierto que se sentía tener un hombre dentro de ella.
«Pero, yo no quería», se dijo para justificarse cuando ya estaba en su cama recordando la tremenda cogida que le habían puestos sus primitos y como en cámara lenta lo recordó todo.
Apenas entró al establo los dos la jalaron hasta las pacas de pastura, los tres cayeron en un revoltijo de brazos y piernas, Leo empujó su cabeza hasta que su boca abierta se tragó el erecto miembro, Chinto le alzó las faldas por atrás y su verga se deslizó entre las nalgas, Eva no supo cuando el miembro empezó a penetrar su vagina, se percató de ello cuando sintió algo caliente allá abajo y sobre todo un delicioso y desconocido placer cuando el miembro entraba y salía.
Trató de recular y zafarse de la cogida pero era demasiado tarde, ya Chinto arremetía con tal furia que todo su cuerpo brincaba con cada empujón, luego sintió en sus entrañas los chorros de leche y su cuerpo se fue al cielo.
Luego cambiaron de posición, Leo le metió la verga estando ella acostada de espaldas y Chinto hizo que le mamara la verga, volvieron a venirse.
Y cuando Eva acostada sobre el chico todavía tenía la verga de Leo en su chorreante pucha Chinto se puso sobre ella apuntando la verga entre sus nalgas.
La chica no acertaba a saber que haría el chiquillo pero cuando el punzante dolor en su culo le anunció que se lo estaba metiendo por atrás, sólo alcanzó a decir un doloroso «Noooo!, eso no!», pero fue demasiado tarde.
El intenso dolor se hizo insoportable y cuando casi perdía el sentido su carne cedió por completo y un laxo placer se fue posesionando de ella que ahora sentía las dos vergas removerse dentro de su cuerpo, yendo y viniendo en un indescriptible trajín, hasta que desfalleciente sintió escupir los dos miembros dentro de su cuerpo.
Cuando por fin terminaron pudo Eva ponerse de pie y escapar casi corriendo a su casa. Pero de lo que ya la chiquilla no podía escapar era de aquel placer.
A partir de entonces se convirtió en amante de planta de sus primos, quienes pese a su corta edad supieron enseñarle nuevos y gratificantes placeres.
Los evidentes temores al embarazo hicieron que Evita tratara de aplicar algunas medidas preventivas, así por ejemplo se opuso a que los chicos se vaciaran dentro de ella, los dejaba coger hasta el punto de la eyaculación momento en el cual ya la chiquilla se había venido, los sacaba por la fuerza de encima de ella y les frotaba la verga juntito a su cara, mamando ora una ora la otra, lengüetazos a una y chupadas a la otra, hasta que los amantes escupían su ofrenda salpicando su cara que al final quedaba bañada en semen.
Otra de sus técnicas era que terminaran en su culo, eso se convirtió en algo fascinante para la chiquilla, pues de esa manera podía venirse de otra forma, tal vez más salvaje y brutal, pues el intenso dolor de la penetración se mezclaba extrañamente con la deliciosa sensación de sentir ir y venir el duro garrote en el distendido agujero que luego de un rato quedaba empapado de leche.
Hasta que pasó lo que tenía que pasar. Fue durante las fiestas del pueblo dedicadas a la virgen del lugar.
Chinto y Leo se pusieron su primera borrachera y ya bien pedos vinieron las recriminaciones, los reclamos y la pelea.
En un principio los lugareños no acertaban a saber por qué los dos chiquillos se daban de golpes con furia, fue hasta que victorioso Chinto le espetaba al primo, «ella será sólo mía, ¿lo oyes?, sólo mía, Eva ya no cogerá contigo, cabrón!», todos lo oyeron, sobre todo la familia de Eva, que con miradas interrogaban a la chiquilla, ella sólo hizo lo que saben hacer las mujeres en problemas, llorar.
La madre se la llevó a su casa a punta de madrazos y fue hasta el día siguiente que supo que las cosas se pusieron peores, Leo había regresado a la fiesta a seguir peleando con el Chinto, pero ahora traía un puñal, que en cuanto pudo sepultó en la barriga del otro chiquillo.
Chinto terminó en el hospital, Leo en la cárcel y Eva tuvo que aceptar huir del escándalo, «tienes que irte con tu tía a la capital», le dijo la madre cuando convencida supo que los primos en realidad se habían cogido a la fuerza a Eva.
Pero lo vivido por la chiquilla ya no se apartaría de su mente, había descubierto el placer de una forma diferente, no como la mayoría de mujeres, entre ellas sus hermanas, sino que había disfrutado de dos hombres a la vez!
Nuevos horizontes
Luis y yo conocimos a Eva apenas llegó a México. Vivía en casa de la señora Paz, su tía, casi enfrente de la casa de Luis.
Con dos o tres años más Evita se había convertido en una belleza de mujer, pero la estricta vigilancia de la tía la hacía inaccesible para las vergas aventureras de la colonia, y ante la evidente lujuria que escapaba por los ojos de la chiquilla, la madura mujer confirmó que lo mejor era buscarle marido lo más pronto posible, Eva aceptó y por conveniencia se hizo novia del hijo del tendero de la esquina, seis meses después hubo casorio y los chamacos como yo suspiramos al verla salir de su casa vestida de blanco como diciendo «una más que se nos va por estar jodidos».
El paso del tiempo y varios embarazos hicieron que, cosa curiosa, Eva se pusiera mejor, a pesar de algunos kilos de más, era ya una mujer en toda la extensión de la palabra, sus redondas y paradas nalgas que nacían de una estrecha cintura, la perfección de sus blancos muslos y sobre todo aquel par de tetas pendulantes que pese a todo desafiaban la ley de gravedad, de lo paradas que las tenía.
Eso sólo nos generaba suspiros, pues la creíamos inaccesible totalmente, sobre todo porque su marido no la dejaba sola ni a sol ni a sombra, atendiendo junto con el la tienda de abarrotes, pero como a cada capillita…
Fue un fin de año, se organizaron las posadas en la calle y el tendero fue invitado por primera vez a participar y cosa extraña aceptó, tenía fama de tacaño.
Luego de las piñatas y las tostadas de pata, el tipo sacó de la tienda varios cartones de cheves y fuimos convidados los «vagos» de la colonia.
Un rato después de la calle pasamos a la trastienda a seguir chupando, ante el enojo de Eva, que no sabía como echarnos fuera lo más pronto posible.
No hicieron falta muchas cervezas para que el marido de Eva quedara tirado, borracho hasta la inconciencia.
Mi amigo y yo coincidimos en que había llegado la hora de partir, más cuando vimos la furiosa mirada de la mujer que no acertaba que hacer con aquel bulto en que se había convertido el tendero, por ello convenimos en llevarlo al interior de la casa y después salir huyendo, antes de que Eva descargara en nosotros su evidente enojo. Pero no fue así.
Ya en la puerta de salida ella no detuvo: «gracias por haber llevado a la cama a mi marido, como sea se los agradezco, a pesar de que ustedes lo emborracharon.
¿No quieren otra cerveza?. Luis y yo nos quedamos de una pieza, sin acertar que decir, pero ante la duda fue ella quien nos trajo unos botes más de Modelo.
Tal vez fue la amabilidad de Eva al entregarnos las cervezas o su mirada que en nuestras embotadas mentes nos hizo descubrir otras cosas, o de plano supimos interpretar las secretas insinuaciones de la hembra, el caso es que de repente los tres estábamos sentados en el sillón de la sala.
Luis ya había pasado su brazo alrededor de la cintura de la mujer, en tanto que la besaba y yo, sin quedarme atrás, ya había metido mi mano entre las piernas de la mujer. Lo demás ya es difícil de describir.
Al siguiente día, en medio de un fuerte dolor de cabeza, producto de la borrachera, traté de recordar lo vivido horas antes, sin lograrlo por completo.
Eran como fragmentos de una película porno: yo arrodillado en el sillón, con el pito fuera del pantalón, mientras Eva lo mamaba con una furia tal que eyaculé casi de inmediato en su boca; Luis entre sus piernas arremetiendo con su palo erecto contra ella; yo cogiéndome a Eva desde atrás, tratándole de meter la verga en el culo, ella gritando «no por favor, que me duele!!!!»; yo por fin dentro de su culo, en tanto que Luis le mamaba las tetas como becerrito hambriento.
Total que aquella madrugada por fin habíamos hecho realidad nuestro oscuro secreto de tirarnos a la vieja del tendero.