Eso basto para que yo inmediatamente soltara más churretazos de leche en su garganta la cual él recibió como un niño al regalarle caramelos.
Se abrió de piernas e indicándome que fuera hacia a ella para que le metiera mi verga por su coño, empecé lentamente, muy lentamente para ir poco a poco subiendo el ritmo.
La seguía agarrando por el pelo y le empujaba su cabeza para que tuviera todo mi miembro hasta su garganta. Ella sollozaba de placer. Me lo chupaba como si fuera un helado.
Un e-mail la dejó tan cachonda, que aquella misma noche, en casa con un amigo aceptó cosas, antes prohibidas para ella.
Me quedé allí un poco, saboreando las sensaciones de estrechez y temblores que sentía Sara. Le cedí la iniciativa cuando la lengua de Hugo recuperó el ritmo de su placer, y no me sorprendió lo más mínimo ver a Eva empalada