Desde muy chamaco, tuve noticias de que mi padrino era un desquiciado sexual, que cualquier fantasía que en ese sentido alguien pudiera tener, él la rebasaba.

Eso decían sus trabajadores en el rancho al que en repetidas ocasiones nos invitaba para pasar algunos fines de semana o vacaciones en verano.

Era un rancho hermoso, grandísimo, ganadero que lo mismo tenía reses, que puercos, aves y caballos.

De cada raza, el animal era un verdadero ejemplar.

Pues bien, cuando acudíamos a visitarlo al rancho, los rancheros nos platicaban cosas que en aquellos tiempos a mí me parecían increíbles, pues hablaban de sexo de mi tío y su compañera en turno, lo mismo con perros que …con caballos.

Y ahora que soy un hombre, a mis 26 años, vengo a comprobar lo que en mi pubertad fui enterado.

Llegaba yo de concluir mi maestría en Derecho, cansado de tres años sin vacaciones, para terminar mi curso en el menor tiempo posible, pedí a mi padrino permiso para pasar una semana en el famoso rancho «El León», con mi novia.

No hubo problema alguno, pues si bien él ya vivía casi de hecho en el rancho, con su nueva compañera, la casa es bastante grande como para compartirla con nosotros, sin estorbarnos unos a otros en nuestras respectivas actividades.

Allí conocí a Sonia, una guapísima mujer de unos 32 años, bastante culona, con tetas pequeñas, pero que, con el simple hecho de mirarla, me causó una muy rica erección.

Sin embargo, nada tiene que hacer ante Nancy, mi novia de Monterrey, que a sus 19 años es un verdadero monumento de mujer.

Pero de Nancy no vamos a hablar, porque si bien nuestras relaciones sexuales serían buen tema para escribirles, me parece más emocionante lo que descubrí de mi padrino y su pareja.

Al segundo día de nuestra llegada al rancho, Nancy y yo nos encaminamos a la alberca, para nadar un rato, pero nos quedamos paralizados cuando vimos que en uno de los sillones, mi padrino y Sonia daban rienda suelta a su pasión sexual.

Pero más nos sorprendimos al ver las dimensiones del aparato con que él la atendía.

No menos de diez pulgadas y bastante gruesa era su verga que entraba y salía de la vagina de Sonia, cuyos gritos de placer podrían confundirse con dolor, de no ser porque el rictus de su cara demostraba el gozo que estaba recibiendo.

Ni Nancy, ni yo somos de los que nos guste ver lo que no nos interesa, pero esta vez, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, retrocedimos unos pasos y nos protegimos tras unos arbustos, para terminar de ver la escena.

Sonia cabalgaba alegremente sobre la verga de mi tío, cuya total dimensión salía hasta casi ver el enorme glande, para luego volver a sumírsela entera.

Desde nuestro escondite, pudimos ver cómo la base del tronco de mi tío, con unos huevos negros y duros, estaba totalmente empapada por los jugos que Sonia dejaba escapar en cada uno de sus orgasmos.

Cansada del trote, bajó y se colocó en cuatro, «de perrito», para que mi tío la penetrara.

Pero, contra lo que yo pensé, en lugar de meterla por el orificio original, con los mismos jugos de Sonia, se mojó los dedos de una mano y los untó en el culo de ella.

Y, por lo visto, era una posición que no era nueva para ellos, pues ella volteó su cara sonriente para pedir un beso y exigir «ya, métela».

El no se hizo del rogar y de un solo movimiento, brutal, le metió por el culo su descomunal falo.

Ella dio un grito que debió ser de dolor, pero enseguida comenzó a gemir y a pedirle que no parara, que le diera hasta dentro y «más fuerte, más fuerte, más rápido».

Unos minutos después, él sacó su enorme aparato y le vació la leche en la cara y boca.

Viéndolo bien, ustedes me dirán «?y qué tiene eso de especial?», mucha gente lo hace por el culo.

Es que eso fue solo el principio.

Ellos no se dieron cuenta de nuestro espionaje y así, unos días después mi novia y no vimos que, en lugar de tomar hacia la alberca o a la zona de descanso, se fueron al establo.

Y no llevaban nada.

Salvo su vestimenta que en él eran unos jeans, botas y una camiseta, siempre con su sombrero bien puesto.

Ella, también con unos jeans, pero muy cortitos, tanto que dejaban ver la mitad de cada una de sus frondosas nalgas. Una camisa anudada a la cintura y unas sandalias con lo que se veía muy sensual.

Los seguimos a distancia hasta que se metieron al área de los caballos.

Como pudimos, Nancy y yo nos colamos en el establo y nos colocamos en un sitio inmejorable para observar todo lo que enseguida aconteció.

Casi sin mediar palabra, mi padrino y Sonia se fundieron en un apasionado beso al que siguieron cachondísimas caricias, pues mientras él masajeaba con una mano sus pequeñas tetas y con la otra el culote, ella le quitó enseguida la cabeza y al tiempo que le lamía las tetillas, con una mano sacó la enorme verga, casi erecta y la masajeo hasta ponerla a su máxima expresión.

Verdaderamente que era descomunal.

Para ese entonces, Nancy y yo nos habíamos desnudado y en nuestro escondite jugábamos a sobarnos nuestros respectivos sexos con las manos uno a otro.

Nada habría tenido ello de extraordinario de no ser porque, en un momento dado, mi padrino se zafó de su amante y fue a traer un caballo precioso, muy grande, totalmente blanco.

Y, como si fuera que con frecuencia realizaran, ella fue directamente al miembro del animal y comenzó a masajearlo.

¿Qué hacen? Me preguntó Nancy. Calla y observemos, le contesté.

En unos segundos, la verga del animal había adquirido dimensiones descomunales.

Fácilmente alcanzó las 30 pulgadas, con un diámetro incalculable, pero podría compararlo con mis antebrazos.

Sonia lo masajeaba con ambas manos y pasaba su lengua por esa cabeza rara que los cabellos tienen en la punta de sus vergas.

Mientras, mi padrino le chupaba el clítoris a ella y con su mano derecha se masajeaba su propio miembro, hasta volver a ponerlo en su más larga extensión.

Esta vez no hubo penetración por la vagina.

Casi en seco, salvo un escupitajo en el culo de Sonia, él le colocó su tremendo aparato en el trasero y se la comenzó a meter poco a poco.

Ella gemía de placer tan fuertemente que pensamos que en cualquier momento llegarían los trabajadores a ver qué pasaba.

En nuestro escondite, Nancy y yo habíamos pasado del masaje al coito.

En la misma posición que mi padrino y Sonia, yo me cogía a mi novia, pero por el agujero normal, es decir por la vagina.

Mi novia es verdaderamente escandalosa a la hora de coger, pero esta vez se metió mi camisa en la boca para acallar sus gritos de placer.

Frente a nuestros ojos teníamos una escena que difícilmente nos podríamos haber imaginado.

Mi tío le daba por el culo a su pareja, mientras ésta mamaba una tremenda tranca de caballo.

Tan experta resultó Sonia en eso de masturbar a un caballo, que a los pocos minutos, apenas unos segundos de que mi padrino lo hiciera, la bestia llegó al orgasmo.

Le derramó tal cantidad de semen que, para mi fueron más de dos litros se espeso líquido muy blanco y espumoso.

Ella se tragó una buena cantidad de esa leche y enseguida volteó la cara para recibir otra descarga de semen, esta vez de mi padrino que si bien no era la misma cantidad, era bastante.

Los dos quedaron recostados en el piso y nosotros nos fuimos a la cabaña, para acabar la relación que en el establo habíamos comenzado.

Qué tan caliente se había puesto Nancy que, apenas nos acomodamos en la cama me sugirió que la culeara, aunque precisó «con mucho cuidado, por favor, no quiero que me duela tanto».

Yo no me hice del rogar y le cumplí el capricho, del que, si me animo, en otra ocasión les contaré.

Por lo pronto, quédense con esa imagen de ver a un hombre de 58 años, culeando a su compañera sexual, mientras ésta a su vez masturba las 30 pulgadas de verga de un caballo.

A poco no es para quedarse sorprendido.