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El rodaje

El rodaje

Capítulo I

Empezaré diciendo que me llamo Raquel, tengo algo menos de treinta años y que, sin ser ninguna belleza, soy bastante atractiva, aunque reconozco que a los hombres siempre los he atraído más por mi exuberante físico, dotado de unas firmes curvas, algo más que generosas, que por mi cara.

Y, hasta hacía muy poco, vivía con mi novio en la ciudad.

Pero una tarde, al regresar a mi casa unas horas antes desde el trabajo, por culpa de una repentina y molesta jaqueca, me lo encontré dándose el lote con una de mis mejores amigas en nuestra propia cama, ambos semidesnudos y la mar de divertidos al parecer.

Ni que decir tiene que desde ese momento me quedé sin novio y sin amiga.

Debido a este inesperado y desagradable incidente decidí adelantar unos días mis vacaciones de verano y marcharme en julio en vez de en agosto, como había previsto, para tratar de olvidar lo cerdos que pueden llegar a ser algunos hombres.

Cuando llame a mi anciana madre para decirle lo que había pensado hacer me comento que mi hermano se había trasladado hacía poco más de una semana, a la vieja casa que tenia nuestra familia en el pueblo, y que podía pasarme a verle antes de ir al extranjero.

He de confesarles que he sido una ferviente admiradora de mi hermano mayor desde que era una niña, admiración que seguía profesandole.

Pues no en vano Lucas es el aventurero de la familia y, desde que se marchó de mi casa, ha desempeñado mil y un oficios diferentes.

Ha sido bailarín, electricista, músico, fontanero, representante, acróbata, actor, instalador de videos de seguridad, ayudante de veterinario y, la ultima vez que me escribió, me contaba que era ayudante del domador de animales de un pequeño circo de provincias que actuaba en el extranjero.

Como lo cierto es que tenia muchisimas ganas de volver a verlo, no me lo pensé dos veces, y me fui hasta el pequeño pueblo donde habían nacido mis padres, pues allí estaba la vieja casa del abuelo.

Esta se encontraba en las afueras, algo alejada de la población, pero en perfecto estado de uso; pues mis padres, o mis tíos, solían pasar por la localidad alguna que otra vez, a lo largo del año, para mantenerla habitable y en buen estado.

Cuando llegue, sin avisarle, me lo encontré hecho un autentico desastre.

Estaba mucho más delgado que la ultima vez que lo había visto, un par de años atrás, y presentaba un aspecto general de desaliño y cansancio que me hizo pensar que se encontraba enfermo.

Me preocupo tanto su mal aspecto y semblante que casi no repare en el pequeño monito que se escondía juguetón entre sus piernas.

Este era un chimpancé joven, muy gracioso, que llevaba una serie de raros aparatos atados en la cabeza, los brazos y la cintura.

Lo cierto es que el animalito era muy cariñoso y, en cuanto mi hermano Lucas lo soltó, se me echo encima, loco de alegría, para abrazarme efusivamente, mientras jugaba con mi larga melena morena, de la que siempre me he sentido bastante orgullosa.

Yo no entiendo nada de animales, aunque me gustan mucho, así que pense que su gran pene, si consideramos su pequeño tamaño, era normal.

Por lo que procure no fijarme mucho, ni darle mayor importancia de la que tenia, aunque he de confesar que atraía la mirada con su gracioso pendular, golpeando sus muslos a cada paso que daba.

Mientras Lucas me contaba algunos detalles de su azarosa vida pasada, y se preocupaba por la mía actual, Brutus, que así se llamaba el mono, dejo de interesarse por mi pelo y, sentándose en mi regazo, empezó a jugar con mis grandes pechos, toqueteándolos con sus pequeñas manitas.

Como mi hermano no le daba la menor importancia y el animal los apretaba con bastante cuidado y suavidad, decidí tratar de ignorarlo yo también.

Pero cuando al fin se me endurecieron los sensibles pezones, marcándose de un modo llamativo en la ropa y Brutus empezó a lamerlos y mordisquearlos delicadamente a través de la fina tela de la camisa, decidí que había llegado el momento de quitármelo de encima.

Iba a hacerlo cuando Lucas me susurro que me estuviera quieta y que no me moviera, no supe porque me lo decía hasta que me fije en que el monito estaba intentando soltar uno de los grandes botones de la camisa.

Me quede tan absorta como mi hermano viendo los encomiables esfuerzos que realizaba el hábil animal por soltar el botón en cuestión.

Parecía que el pobrecillo iba a desistir de lograrlo cuando, al fin, consiguió soltar uno de ellos.

El monito enseguida aprendió como debía hacerlo y, en breves instantes, me había desabrochado otros dos botones más; los justos para poder meter los dos bracitos dentro de mi camisa, y tratar de liberar uno de mis grandes senos de la opresión del sujetador.

Como el que llevaba puesto ese día era de fino encaje cedió enseguida a sus frenéticos tirones, dejando uno de mis abultados senos completamente a la vista del osado animal.

Mi grueso fresón endurecido atrajo pronto su interés.

Pues el glotón, pellizcándome suavemente el gordo pezón, intento metérselo dentro de la boca, sujetándose con la otra manita a mi pecho para entrar de cabeza por el amplio escote de mi camisa entreabierta.

Yo, bastante sofocada, no sabia como reaccionar ante su súbito ataque, pero por suerte fue justo en ese momento cuando Lucas, loco de alegría, me lo quitó por fin de encima, y se lo llevo a la cocina, para darle un par de plátanos como recompensa a su esfuerzo.

Cuando se le pasó la euforia me contó, bastante abatido, cual era su problema.

En primer lugar me llevo a ver a otros dos animales, un precioso pastor alemán llamado Atila, y un enorme orangután al que llamaba Cesar.

Estos también tenían esos curiosos chismes atados en la cabeza, y en la barriga, además de en las manos del orangután.

Según me enseño Lucas un rato después lo que tenían puesto en sus cuerpos eran unas pequeñas cámaras de vídeo que mandaban la imagen a diez pequeños televisores, uno por cámara, que estaban acoplados a un aparato de vídeo que podía poner en marcha cuando quería, gracias a un control remoto, y grabar de esta manera todo lo que se veía a través de ellas.

Según me contó mi hermano todo empezó cuando el domador de monos del circo quiso sacrificar a Brutus.

Ya que los padres se quejaban de que su exuberante miembro no era lo mas apropiado para los niños, pues se fijaban demasiado en el, y poco en la actuación.

Lucas, que le había cogido mucho cariño al animal, ideo lo de las cámaras en la cabeza y en las manos, para ver si así le sacaba alguna utilidad científica y no lo sacrificaban, pero a nadie parecía interesarle el proyecto.

Hasta que un día, en una ciudad alemana, conoció a un promotor de películas pornográficas, que estaba interesado en saber si Brutus podía servirle como partenaire para la filmación de alguna de sus películas.

Estuvieron bebiendo y charlando durante toda la tarde, hasta que a Lucas se le ocurrió que si podía añadirle una de sus cámaras en la cintura conseguiría un rodaje muy original de todo el coito.

Al productor alemán le pareció una idea realmente magnífica y le presto, aparte del dinero necesario para comprar todos los útiles para el rodaje, a Atila, un perro que había sido entrenado desde que era un cachorro para hacer el amor con mujeres; y, por su gran aparato, y su gran habilidad con la lengua, se había convertido en una estrella porno muy conocida.

Gracias a las influencias del alemán también pudo sacar a Cesar del viejo zoo en que estaba recluido.

Ya que también su enorme miembro le había producido algunos problemas al director del mismo, ordenando por ello su encierro en una celda aparte.

Mi hermano se trajo a toda la trupe a la casa de nuestros abuelos, para poder trabajar en paz.

Y, con muchísima paciencia, había conseguido que se acostumbraran a llevar las cámaras bastante antes de lo que había previsto; pero, cuando creía haber conseguido lo más difícil, empezaron realmente sus problemas con los animales.

Como el presupuesto de que disponía no daba para mucho Lucas se había tenido que contentar con utilizar maniquíes comprados de segunda mano y unas muñecas hinchables para que sus animales practicasen, y lo cierto es que así no adelantaba nada.

El perro estaba tan acostumbrado a hacer el amor con mujeres desnudas, y dispuestas, que no se quería molestar ni siquiera lo más mínimo para obtener su dulce recompensa.

Pues Lucas recompensaba a todos los animales con comida cada vez que hacían las cosas bien, como hacían en el circo, pero Atila lo más que se dignaba era a olfatear, y a veces incluso lamer, las bragas, a la espera de que su dueña se las quitase voluntariamente.

Y eso no le interesaba ni a mi hermano ni al productor.

Pues la idea era que se viera bien a las claras, gracias a las minicámaras ya mencionadas, como los tres animales usaban sus habilidades innatas para desnudar y poseer a las actrices de forma natural y espontánea.

Y no le iba mucho mejor con los simios.

Brutus había aprendido rápidamente a bajar sujetadores, bragas y cremalleras para obtener su recompensa, que solía ser una especie de pasta de plátano que Lucas untaba en los rígidos senos de los maniquíes y que al monito le gustaba con locura.

Acabábamos de ver que también podía soltar botones y, quizás, con un poco de practica, hasta aprendería como abrir los broches y corchetes.

Pero el simpático Brutus no quería saber nada de las mujeres en el aspecto sexual, mucho dinero tuvo que tirar mi hermano en contratar prostitutas hasta que se convenció de que el apático animal no sentía el menor interés en hacer el amor con una hembra humana.

Y con Cesar, el orangután, ni siquiera llego a intentarlo, pues ninguna se quiso acercar a él, a pesar de lo tranquilo y pacífico que era el pobre animalito; aunque eso sí, mi hermano aun no había conseguido que soltara ninguna prenda sin romperla primero.

Yo misma vi como rasgaba rudamente la gruesa blusa que llevaba puesta uno de estos maniquíes, sin hacer ningún esfuerzo, para saborear después, con toda tranquilad, la pasta de plátano, con una delicadeza que no parecía corresponder, en lo mas mínimo, a su fiero aspecto.

Y a Lucas estaba apunto de acabarsele el dinero de que disponía, por eso estaba tan abatido, porque no sabía cómo iba a poder no solo devolver lo que le habían dado, sino mantener después a los dos simpáticos monos, que ya eran de su exclusiva propiedad.

A mí la verdad es que dinero no me sobra, pero si corazón, así que decidí usar el dinero que iba a emplear en el viaje para ayudar a mi hermano en todo lo que pudiera, a ver si lográbamos salvar su curioso proyecto, aunque tuviera que hacer de cobaya para él.

Solo le puse dos condiciones. La primera es que no me dejaría poseer por ningún animal, pues era una experiencia que no me apetecía tener en absoluto. Y la segunda es que todo lo que se grabara durante las pruebas seria borrado antes de que yo me fuera de la casa.

Mi hermano, ilusionado de nuevo, lo acepto todo sin dudar un momento, y me instale en una de las habitaciones disponibles, con la esperanza de que mi querido Lucas volviera a ser, muy pronto, el alegre compañero de diversiones que era antes.

Capítulo II

Al día siguiente empezamos las practicas con el pequeño Brutus, pues era el que menos miedo me daba. Así que me unte un poco de pasta de plátano en los pezones y me puse un top de cuero con cremallera, sin sujetador, para ver como abría la cremallera.

El monito se me echó encima, gozoso, nada mas verme, y después de alborotarme un poco el pelo se lanzó de lleno a jugar con mis abultados pechos. Como el cuero no le permitía acariciarme con comodidad no tardo apenas nada en bajarme la cremallera y llegar hasta mis enormes pechos desnudos. De los cuales se adueño en breves instantes.

Yo lo veía todo, al igual que Lucas, a través de las pequeñas cámaras que llevaba, y me sentí un poco incómoda al ver como las diminutas y potentes luces que llevaban acopladas todas las cámaras permitían observar, con excesiva nitidez, como el monito lamía y saboreaba mis gruesos pezones, limpiándolos de la capa de pasta a base de lametones, hasta hacerlos endurecer.

Pero lo cierto es que mi hermano solo parecía estar atento a las hábiles maniobras de Brutus, así que llegue a calmarme lo suficiente como para disfrutar con la rápida y áspera lengua que se enroscaba en mis rígidos pitones. Cosa que en verdad no me esperaba.

Mi hermano, como me había prometido, nada mas terminar la prueba se dedico a borrar toda la grabación bajo mi intranquila y atenta mirada, para después dedicarse a trastear en sus complicados instrumentos, mientras yo me daba una ducha rápida con agua bien fría. Pues, para mi sorpresa, el monito me había excitado bastante mas de lo que hubiera creído posible.

Lo que yo no podía saber era que, en ese mismo instante, el espabilado de Lucas estaba ultimando los detalles para acoplar su vídeo con otro vídeo que tenia de repuesto, y que escondió dentro de los otros aparatos, para que ambos grabaran a la vez. Así, aunque borrara las cintas de vídeo en mi presencia, aun le quedaría otra copia en su poder.

Al final de mi relato sabrán como he llegado a averiguar lo que hizo el muy truhán con todo lo que se grabo en las mencionadas cámaras a partir de ese momento.

La primera grabación que obtuvo de esa manera fue esa misma tarde, con Atila.

El perro, metiendo su cabeza por debajo de la camisa, apenas se digno a darme un par de rudos lengüetazos en mis senos, los justos para limpiarme los pezones de mermelada.

Pero cuando Lucas, comprensivo, se fue del cuarto para dejarnos solos y le enseñe mi intimidad, desnuda bajo la breve minifalda, se convirtió en un autentico torbellino.

Les puedo asegurar que ningún hombre había conseguido jamas hacerme alcanzar tanto gozo solo con la lengua, pues tuve que morder la camisa para que mi hermano no oyera mis gritos de placer desde el comedor. Me corrí al menos en tres ocasiones antes de que me diera cuenta de que el animal estaba buscando ya la mejor posición para penetrarme.

Con las piernas temblando me aparte de él como pude. Pues, a pesar del enorme placer que me había proporcionado, no estaba dispuesta a dejarme poseer por un animal. Así que le deje solo en la habitación, jadeando y aullando de deseo insatisfecho, mientras me marchaba de nuevo a la ducha, para intentar apagar el fuego que había encendido en mi interior.

Creo que el dejar a Atila con las ganas de poseerme fue una buena idea pues, en los días sucesivos, mejoro de forma prodigiosa su habilidad para deshacerse de mis bragas.

Si estas me quedaban flojas se contentaba con introducir la habilidosa lengua por uno de los laterales para alcanzar mi húmedo trofeo, al que no me hacia falta untar de pasta para atraer su atención; pero cuando me quedaban ajustadas las rasgaba, con un seco tirón de los dientes, para que nada le impidiera saborear mi gruta todo el tiempo que podía soportar el placer.

Pero con los pantalones no había manera, pues no sabia por donde atacar.

Al final, tras muchos esfuerzos, conseguimos que, si le dejaba abierta la bragueta, y me abría lo suficiente de piernas, metiera el húmedo hocico hasta lo mas hondo, rompiéndome las braguitas para saborear mi dulce intimidad. Pero, aunque el placer fuera el mismo, la grabación salía fatal, ya que la cámara no conseguía enfocar correctamente.

Lucas apenas insistía en comprobar la calidad de las grabaciones mientras veía el progreso de los animales, pues se hacía cargo del apuro que yo pasaba, y que no disminuía hasta que borraba las cintas.

Pero eso si, él podía ver las copias, a su antojo, cada noche en su cuarto, todas las veces que le daba la gana; contemplando, cómodamente, como disfrutábamos todos.

Capítulo III

En poco tiempo me hice una gran amiga de Cesar, pues todo lo que tenia de grande lo tenia de bueno. Me pasaba las horas acomodada en su regazo, dejando que buscara bichos imaginarios por mi larga cabellera, mientras leía algún libro.

Solo se interesaba por el resto de mi cuerpo cuando se lo pedíamos; y entonces si que no había quien le parara. El muy bestia, con solo unos zarpazos, me dejaba con los dos senos al aire, para saborear, con mucha parsimonia, y con mucho cuidado, la pasta de plátano que allí había.

Me sentía totalmente indefensa desnuda frente al enorme animal, mientras sus grandes manazas se apoderaban de mis globos, rodeándolos casi por completo.

No me quedaba tranquila hasta que limpiaba mis senos de la pasta a lengüetazos; ya que entonces, como mis lindos pezones le dejaban indiferente, me dejaba marchar de su lado sin problemas.

A decir verdad, estos solo le interesaban al pequeño monito, pues cada vez que lo soltábamos me perseguía por toda la casa, con la esperanza de poder apoderarse de ellos.

En cuanto perfecciono la técnica de soltar botones no tardo en aprender la manera de abrirme cualquier clase de camisa, o vestido, para llegar en un pispas hasta el sujetador.

Una vez allí solo tardaba unos segundos en dejarme con ambos pezones al aire, para poderlos mordisquear tanto rato como le dejara. Ya no hacia falta que me pusiera nada en ellos, pues parecía que su sabor le gustaba mas que la mermelada que usábamos.

Recuerdo con agrado aquella tarde en la que, aprovechando la ausencia de mi hermano, me tome la libertad de deambular por la casa ataviada tan solo con el pantalón corto del pijama. Y este tan solo para evitar que Atila hiciera de las suyas. Pues bien, Brutus paso toda la velada colgado de mis globos, balanceándose de uno a otro mientras me los lamía ebrio de placer. No solo se lo permití sino que incluso me masturbe en un par de ocasiones al tiempo que lo hacia.

Una noche Lucas se olvido encerrarlo en la habitación de los animales, o al menos eso creía yo entonces. Y, a la mañana siguiente, cuando me desperté por la mañana, me lo encontré durmiendo, acomodado entre mis opulentos senos desnudos, aferrado a uno de mis pezones mientras chupaba del otro como si fuera un bebe. Como tengo el sueño bastante pesado no tengo forma de saber cuanto tiempo estuvo jugando con mis pechos, pero mis irritados pezones me hacen suponer que fueron muchas horas de degustación.

Capítulo IV

Por todo lo narrado se harán una idea aproximada de lo bien que iban las cosas, hasta el día en que vinieron mis tíos a pasar la noche. Ellos iban camino de la casa de sus suegros y pararon, como de costumbre, en casa de mis abuelos, para que mi tío pudiera descansar antes de seguir el viaje.

Como no teníamos teléfono su llegada nos pillo de improviso, y no tuvimos tiempo de alojar a los animales en otro lugar mas idóneo.

Por suerte no sospecharon nada raro, y se dejaron convencer de que las cámaras eran unos sensores médicos, y que el resto de los aparatos eran para poder seguir con un experimento de veterinaria que mi hermano estaba realizando esos días.

Como conocen el carácter bohemio y estrafalario de mi hermano mayor no insistieron mas en el tema y, cuando Lucas les aseguro reiteradamente que no le importaba lo mas mínimo dormir en el comedor, para que yo pudiera usar su habitación, se quedaron bastante conformes.

Ante la insistencia de mi pequeña prima, pues apenas acaba de cumplir los quince años, Lucas tuvo que dejarle jugar con Brutus.

Y aunque ambos nos temíamos que el monito vendría enseguida a aprovecharse de mis pechos, nos quedamos sorprendidos al ver que no se separaba de mi primita; pues, por mas carantoñas que le hiciéramos, solo asomaba su linda y peluda cabecita de debajo del amplio peto de su pantalón de granjera cuando esta lo sacaba a la fuerza.

Dado que mi prima es tan escasa de pecho como mi tía no entendía que interés podía encontrar Brutus en ella, hasta que mi hermano me dijo, al oído, que mirara lo que estaban grabando las cámaras. En cuanto lo hice entendí lo que pasaba.

Resulta que mi prima escondía un curioso secreto debajo de su blusa, sus pezones, en relación con sus senos, eran descomunales. Estos eran casi tan gruesos como los míos, y bastante mas largos; parecían dos pequeños dedos meñiques rosados, de los que Brutus parecía haberse enamorado.

El animalito solo abandonaba uno para apoderarse del otro, y así estaba todo el rato, chupando y mordisqueando sin descanso, loco de contento.

Con todo, lo mas sorprendente era el perfecto dominio que ejercía mi prima sobre sus expresiones; pues, si no llegamos a ver la grabación, no nos hubiéramos enterado de lo bien que se lo estaban pasando ambos, pues su cara apenas reflejaba los escalofríos de placer que debía sentir mientras Brutus se amamantaba incansable de sus largos pezones.

Pero la verdad es que tenia una buena maestra, su madre, como pudimos comprobar poco después.

Durante la cena, que realizamos todos juntos sentados alrededor de la gran mesa del comedor, mi tío, gran amante de los perros, dejo salir a Atila de su encierro forzoso, para que pudiera comer las sobras del asado que mi tía, y yo, habíamos preparado.

Cuando vimos que Atila se metía debajo del largo mantel nos temimos lo peor, pues la amplia falda que llevaba puesta mi tía esa velada, a diferencia de los pantalones que llevábamos el resto, permitirían al animal hacer de las suyas.

No tardo mucho, ya que al poco rato pudimos escuchar el característico ruido que hacia Atila mientras rasgaba sus bragas.

Su repentina rigidez me hizo suponer que el animal había logrado su objetivo, como de costumbre.

Pero ahí quedó todo, pues mi tía siguió cenando como si no hubiera sucedido nada, no delatando por su impávida expresión que pasara algo raro bajo la mesa.

Como el ruido que hacíamos al comer amortiguaba los que se pudieran producir bajo el mantel, aproveche que tenia que ir a la cocina a por unas viandas para acercarme, en una carrerita, al cuarto de mi hermano, y quitarme las dudas que tenia.

No me equivocaba en mis suposiciones, pues allí pude ver, en un clarisimo primer plano, como unas bragas destrozadas enmarcaban su rosada cueva, donde la áspera lengua de Atila entraba, una y otra vez, para saborear sus jugosos líquidos mientras la llevaba al borde del orgasmo.

El resto de la cena me lo pase admirando la increíble sangre fría que tenían, madre e hija, para satisfacer sus mas íntimos deseos sin que nadie se percatara de sus lúdicos actos.

Pero eso no era nada comparado con lo que sucedió luego, cuando nos fuimos a dormir.

Dado el carácter frívolo de mis familiares, y el apasionamiento de Atila, decidí llevarme al perro a mi habitación, para que pasara la noche conmigo, y evitar que mi ardiente tía pudiera armar algún alboroto si decidía visitarlo en su cuarto, como leía en su mirada.

Antes de acostarme decidí revisar las cámaras de Brutus, que dormiría con mi prima, como era su deseo, y de esta manera fui testigo de los libertinajes de la pequeña.

Pues la muy picara se acostó completamente desnuda con el hábil monito.

Así, mientras el animal seguía divirtiéndose a costa de sus curiosos pezones puntiagudos, podía masturbarse en la soledad de su habitación, metiéndose los deditos en la intimidad como yo había hecho tan solo unos días antes.

Eran unas escenas tan eróticas las que se estaban grabando en el vídeo que termine por despojarme de las braguitas, para que Atila calmara mi creciente ansiedad con su larga y áspera lengua, mientras yo me acariciaba mis sensibles pezones endurecidos. Creo que ambas alcanzamos el violento orgasmo liberador casi a la vez. Creyendo que ya había acabado todo, borre las cintas, apague los televisores, y me dispuse por fin a dormir.

Perdiéndome así el resto de los sucesos de aquella noche, y que hubiera debido saber.

Para no tener mas problemas con Atila, que se había excitado mas de la cuenta durante la velada, decidí dormir con los pantalones cortos puestos, pues en la reducida habitación no había ningún sitio donde atarlo.

La mejor prueba de su tremenda excitación estaba en que no dejo de lamerme los pechos desnudos en ningún momento hasta que me quede dormida, les confieso que de puro agotamiento, mientras él seguía lamiendo mis gruesos y duros pezones sin descanso; siendo esta la primera vez que lo hacia voluntariamente y sin estímulos.

Durante la madrugada soñé que había hecho las paces con mi exnovio, y que ambos nos devorábamos a besos en el parque al que solíamos ir de vez en cuando, para celebrarlo.

En ese raro estado de vigilia en el que no distingues la realidad de los sueños me pareció que no era mi novio, sino Atila el que introducía su afilado hocico dentro de mi ansiosa boca abierta; enredando su larga lengua en la mía, mientras saboreaba y lamía mis labios.

Quiero creer que fue solo eso, una vulgar pesadilla, pues después soñé que le hacia a mi exnovio una espectacular mamada, de las que a él tanto le gustaban. Chupándole a fondo hasta tragarme el abundante semen que mano.

Y no quiero ni pensar que el raro sabor de boca, con el que me desperté al otro día, se debiera a otra cosa distinta de lo que cene.

Lo que Lucas si pudo ver, y grabar, fue lo que hicieron mi viciosa tía y su no menos viciosa hija, cuando todos dormíamos.

Pues mi prima logró por fin que Brutus se interesara por los espesos fluidos que tan abundantemente habían manado de su gruta.

La forma en que lo hizo fue de lo mas natural y lógica.

En vista de que el monito no prestaba la menor atención a la húmeda abertura que había desnudado en su honor la jovencita, ni corta ni perezosa se apodero de su grueso cipote.

Una vez en su poder se dedico a restregar la sensible punta por su hendidura una y otra vez, hasta que por fin Brutus reacciono. Así, con un poco de ayuda de su parte, consiguió que el inteligente monito la penetrase por su virginal abertura rosada. Pero no debía ser lo suficientemente estrecha, pues este al poco rato decidió cambiar de agujero, y buscar otro mas pequeño.

Por fortuna la posición de mi prima era la adecuada y localizo su abertura mas estrecha enseguida.

Su pasividad y permisividad ante esta inusitada intromisión dejo bien patente que no le importaba demasiado por donde la hicieran feliz… mientras lo hicieran.

Yo no conocía los progresos de Brutus en el aspecto sexual, ni tampoco los de Cesar.

Pues mi lujuriosa tía, cuando aquella noche entro sigilosamente y medio desnuda en el cuarto de los animales, en busca de Atila, y no lo encontró, decidió probar fortuna con el orangután.

Al ver que Cesar permanecía indiferente ante los escasos encantos que había desnudado para él, por más que se los mostrara e insinuara, decidió estimular su grueso miembro con sus ardientes labios gordezuelos, como según dicen solía hacer con su apático marido, para podérselo introducir a continuación, cuando estuviera en plena forma. Como de costumbre.

Pero le salió el tiro por la culata, pues al orangután le gusto demasiado sentir su húmeda lengua degustando su enorme y rígido cilindro; y, sujetándola firmemente por la cabeza, le impidió levantarse de su entrepierna hasta que hubo eyaculado, en su interior, en tres ocasiones sucesivas, como mínimo.

Mi tía se marchó frustrada de la habitación, habiendo enseñado a Cesar bastante más de lo que debía saber acerca de las virtudes de la felación.

Capítulo V

La mañana siguiente fue bastante ajetreada, pues ayude a mi despechada tía a ordenar y limpiar gran parte de la casa, antes de que, por fin, se fueran.

Lucas, que había tenido ocasión de ver, y guardar, todo lo que se había grabado durante la pasada noche, empezó a mirarme de un modo extraño, aunque en ese momento yo no me diera cuenta de nada en absoluto.

Después de comer estaba tan cansada que decidí dormir la siesta, y como hacía bastante calor decidí aprovechar la soledad de mi habitación para dormir completamente desnuda.

Mirando hacia atrás sospecho que tuvo que ser mi espabilado hermano el que ayudará a Brutus a colarse por la ventana entreabierta de mi dormitorio, supongo que para poder grabar aun mejor mi cuerpo desnudo, gracias a la abundante luz del día que se filtraba.

Solo que, como supondrán, en su día no caí en ello.

Lo único que recuerdo claramente es que tuve un dulce despertar, mientras le murmuraba, en sueños, a mi exnovio, que no entrara por ese agujerito, que usase el de siempre, mientras meneaba de vez en cuando inútilmente el trasero para incitarlo a salir del estrecho túnel en el que se había alojado tan cómodamente.

Sin embargo fue el fuerte orgasmo el que me termino de espabilar, y entonces si que me di cuenta de que el que me estaba poseyendo fogosamente por tan incómoda entrada era el osado monito.

Este, firmemente aferrado a mis amplias caderas entraba y salía con una rapidez endiablada, perforando mi estrecho conducto a conciencia con su muy aceptable aparato.

Aprovechando, por lo visto, la involuntaria separación de mis piernas para hacer de las suyas.

Por suerte para el monito, el placer domino finalmente la ira que me embargaba, y le permití que siguiera penetrándome, hasta que su cálida eyaculación me produjo el tercer orgasmo.

Luego ya no tuve valor para pegarle, pues había disfrutado tanto o mas que él.

Así que separe aún más las piernas y le deje hacer en paz.

Mi pasividad se vio premiada por una nueva enculada, que me produjo varios orgasmos antes de que lograra obtener el su segundo.

Desde ese día Brutus se divertía el doble conmigo, pues además de seguir disfrutando horrores con mis senos siempre buscaba la ocasión propicia de meterse dentro de mis bragas, para intentar el acoplamiento.

Eso si, centrando sus atenciones en mi orificio mas estrecho.

Lucas consiguió hacerse con unas grabaciones de lo más interesantes. Pues, aunque solo consiguió poseerme en algunas ocasiones, estas fueron realmente memorables.

Una de ellas fue cuando Brutus logró introducirse dentro del amplio mono de mecánico que solía utilizar cuando limpiaba la casa.

Estaba limpiando los muebles en ese momento, así que decidí dejar que me lamiera los pechos tranquilamente, pues no me estorbaba y me daba bastante satisfacción.

Y eso hizo, ayudándose con el arnés de mi sujetador para desnudar y apoderarse de mis sensibles pezones. Con los cuales jugo y lamió durante un buen rato arrancándome apagados suspiros y gemidos de placer de vez en cuando.

Hasta el momento en que, deslizándose por mi cintura, se introdujo en la parte trasera de mis braguitas. Fue todo tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar ni a quitármelo de encima antes de sentir su afilado dardo haciendo las veces de supositorio, y después me dio igual, pues el enorme placer que sentía bien valía la molestia de su intromisión.

Otra ocasión fue cuando me sorprendió, bastante excitada por cierto, mientras fregaba los platos en la cocina, sola en la casa.

Esta vez, a pesar de saber lo que se proponía, consentí que trepara por mis piernas hasta alcanzar mi trasero, bajándome las bragas de un tirón hasta medio muslo no solo para que no le estorbaran durante el coito sino para que le sirvieran de apoyadero.

Después me tuve que agarrar al fregadero para no caerme, pues las frenéticas embestidas que efectuaba el monito por mi estrecho conducto con su adorable bastón, deliciosamente aferrado a mis caderas, me hicieron flaquear las piernas.

Estaba tan enfrascada en mi propio placer que no me di cuenta de que Atila se acercaba a nosotros hasta que lo tuve debajo.

Supongo que los espesos fluidos que manaban de mi fuente debían de saberle a gloria al chucho libertino, pues se acomodo rápidamente para lamer a fondo mi desprotegida intimidad.

Estuve tanto rato recibiendo placer por ambos orificios a la vez que termine por recostarme sobre el mármol, dado que mis piernas se negaban a sostenerme ni un solo orgasmo mas. Aunque ellos siguieran abusando de mi durante muchísimo mas rato.

Supongo que mi hermano guardo como oro en paño aquella ocasión en la que, después de ducharme, me acomode en el sofá con mi batín entreabierto, para ver la tele.

Como Brutus ya me había poseído hacía unos minutos en el aseo, antes de la ducha, estaba lo suficientemente desfogado como para saborear mis pezones tranquilamente mientras yo comía palomitas viendo la interesante película.

Atila, con la cabeza sepultada entre mis piernas separadas me lamía el conejo metódicamente, degustándolo con laxitud.

El motivo de su apatía no era otro que el baño que le había dado antes de ducharme.

Pues, en vista de que su nerviosismo no me permitía lavarlo con facilidad había optado por cogerlo por su parte mas sensible.

Dio el resultado apetecido, pues se quedo rígido al momento.

Así, mientras lo lavaba con una mano, usaba la otra para masturbarlo con habilidad.

Cuando acabe mi trabajo manual estaba yo tan excitada como el desfogado, por lo que permití que entrara Brutus en el aseo para calmar mi ansiedad.

Y, como ya iba siendo costumbre, lo hizo perforando mi orificio más estrecho, aquel que cada vez disfrutaba mas con sus visitas.

Por eso, a pesar de lo erótico de la escena que describía al principio, estábamos todos tan relajados.

Tanto que termine por quedarme dormida tal y como les he descrito.

Cuando me desperté estaba arropada y acostada en mi cama, aunque desnuda del todo.

Por lo que, en mi estúpida inocencia, supuse que mi hermano había hecho de buen samaritano. Lo cierto es que aun no se que vio, o que hizo, pero ahora me temo lo peor.

Capítulo VI

Pero la mejor de todas las grabaciones la realizó mi hermano el día que se llevó a Brutus al veterinario y me pidió que diera de comer a los otros dos animales en su ausencia.

Como habíamos decidió no contar ya con Cesar, en vista de lo nervioso que se había vuelto desde que se marcharon mis familiares, yo llevaba casi una semana sin acercarme demasiado a él, pues mi presencia le ponía frenético, y aun no sabia porque.

Esa mañana llevaba puesta solo una fina camisa de tirantes y una minifalda, ya que quería aprovechar la ausencia de Lucas para hacer algunas pruebas con Atila. Pues, aunque ya sabía, por propia experiencia, que estaba listo para el rodaje, quería sentir su lengua por última vez.

Mientras el perro devoraba su comida me acerque al orangután, para darle también la suya.

Supongo que fue un error.

Pues este, en cuanto me tuvo a su alcance, me tumbo sobre su entrepierna y, sujetándome la cabeza, me introdujo el grueso miembro dentro de la boca.

Como mi cabeza era muy pequeña para sus dos manazas solo uso una para obligarme a chupar, mientras con la otra aferraba uno de mis enormes senos, para que mi inmovilidad fuera total.

Tuve que aplicar toda la habilidad bucal de que disponía para intentar que el rudo animal se corriera cuanto antes, pues no me atrevía a hacer ningún movimiento brusco, para no irritarlo; y por que sabia que, arrodillada como estaba a los pies del orangután, era muy vulnerable a cualquier tipo de ataque por parte de Atila.

El perro, como si me hubiera leído el pensamiento, pronto se desentendió de su comida y, con un simple mordisco, desgarro la débil protección de mis finas braguitas.

Aunque el enorme miembro de Cesar casi me asfixiaba intente succionarlo lo mejor posible para que me soltara cuanto antes.

Pero no hubo forma.

Atila, experto en estas lides amorosas, pronto acomodo sus patas en mis caderas y me poseyó, gozoso, cuantas veces quiso.

Pues debido a los continuos e intensos entrenamientos que habíamos tenido estaba tan excitado que tuvo que eyacular varias veces en mi interior antes de calmarse por fin.

Si he de ser sincera les diré que pronto olvide el asco que debía experimentar, pues el desconocido placer que sentía al estar siendo poseída por dos gruesos miembros a la vez me hizo olvidar a que seres pertenecían. Por lo acabe entregándome al acto con frenesí.

Al final, como no, alcanzamos múltiples orgasmos los tres, acoplándonos en perfecta armonía, mezclando nuestros sonidos guturales de placer como si formáramos parte de un increíble coro sexual de la selva.

Fue el coito más salvaje que hubiera podido imaginar

Luego, mientras me duchaba, limpiando a fondo los restos del combate, me arrepentí de haberme dejado enredar en semejante proyecto.

Pero la gran alegría del traidor de mi hermano cuando se llevó, por fin, los animales, y las cintas grabadas a escondidas, me compenso de los remordimientos que pudiera albergar por todo lo sucedido esos días.

De esto que les estoy contando hace ya más de dos años, y yo habría seguido manteniendo las buenas relaciones con mi hermano, que esta ahora en un país centroafricano, ayudando en un proyecto humanitario, de no haber sido por los dudosos gustos sexuales de mi jefe en la empresa.

Yo no sabia nada de su vida privada hasta que el otro día, a su regreso de unas gestiones en Alemania, me llamo para proyectarme un vídeo pornográfico en su oficina.

La voz no era la misma, y aparecía siempre con una banda en negro sobre los ojos; pero, ni él, ni yo, dudamos por un solo instante acerca de la identidad de la protagonista de la película.

El traidor de Lucas había consentido que el avispado productor empalmara las mejores escenas de sus grabaciones hasta obtener una película porno de zoofilia de primera a mi costa.

Mi jefe, como no, a cambio de su silencio me a convertido en su esclava y amante.

Y lo peor de todo es que el muy cochino disfruta más viendo como me poseen la media docena de perros de caza que tiene en su chalet que haciéndolo él mismo.

Casi todos los fines de semana me obliga a acompañarle hasta allí, para someterme a toda clase de perversiones y abusos, obligándome a hacer cosas inimaginables.

Y así me veo ahora, como esclava de un depravado por intentar ayudar a un ingrato.

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