Placer desconocido

Uno de los placeres mas grandes que he tenido en mi vida, es ver, contemplar a mi mujer, disfrutarla primero visualmente para luego hacerlo físicamente.

Ver como mi esposa, rubia, de color claro de piel, senos no muy grandes pero redondos y firmes, cintura pequeña con vientre totalmente plano, unas nalgas redondas y muy duras y un par de piernas de concurso, que terminan con los pies más bellos y cuidados que he visto en mi vida.

Siempre he disfrutado hasta la locura, tenerla frente a mí, tendida en la cama, introduciéndose un dedo en su perfectamente cuidada vagina, o frotarse frenéticamente el clítoris mientras la otra mano pellizca sus endurecidos pezones.

Verla auto producirse intensos orgasmos, ver la manera en que arquea sus piernas y sus bellos pies, oírla gemir en brama que yo la penetre, me excita hasta la locura.

El mes pasado, viví una nueva experiencia que me provocó un placer inexplicable.

Por desperfecto de mi automóvil, en el cual, diariamente llevo a mi esposa a su trabajo antes de ir al mío, nos vimos en la penosa necesidad de utilizar el transporte público.

Mi esposa, como de costumbre, vestía el uniforme de la empresa, que si bien es cierto no es precisamente un modelo de los más seductor, la fina figura de ella y los arreglos personales que le ha hecho al usarlo hacen que invariablemente tengas que voltear a verla.

Se trata de una blusa blanca de tela muy delgada, que deja ver tenuemente los pezones, a pesar del brassiere que aunque pequeño, siempre usa.

La falda la usa muy estrecha, por arriba de las rodillas, dejando disfrutar el nacimiento de sus aterciopelados muslos, sus bien torneadas piernas, y unas zapatillas que hacen pulsera en los tobillos y resaltan por el alto del tacón, su excelente figura.

Después del disgusto ocasionado por la falla mecánica, la cual sin duda nos atrasaría a ambos, la espera del autobús fue en silencio, viendo como iba siendo cada vez mayor el número de personas que lo tomarían.

Cuando finalmente, el bus hizo su esperada llegada y a pesar de la fila que se había formado, todos corrimos hacia la puerta tratando de alcanzar lugar para sentarse, lo cual, por la inexperiencia de ambos en estos menesteres, fue tarea imposible de cumplir.

Quedamos los dos de pie, apretados por la gente, ella de frente a los asientos y yo de espaldas a los mismos, habiendo entre ambos aproximadamente tres personas que impedían juntarnos.

Así nos dispusimos a iniciar la travesía de prácticamente toda la ciudad.

No había pasado creo yo ni cinco minutos, cuando claramente vi, que mi esposa, rodeada por tres personas, buscaba afanosamente con la cara algo.

Fijándome bien, me di cuenta que lo que buscaba era quién se permitía tortearle las nalgas.

Imposibilitada para darse la vuelta por la posición en que se encontraba, volteó hacia mí en clara petición de ayuda por lo que como pude, me abrí paso hasta ella, quedando junto pero siempre de espaldas hacia los asientos.

–Alguien me está metiendo mano—me dijo quedamente.

Al bajar la mirada hacia su cuerpo, vi claramente una mano que rodeando su cadera, había subido la estrecha falda hasta posarse y frotar, sobre la tela de la tanga, la vagina de mi esposa.

Viendo claramente que el atrevido sujeto era quien se encontraba exactamente detrás de ella, mi primera reacción fue soltarle un golpe, pero la excitación que el cuadro que observaba me hizo sentir, me impidió moverme.

Ella, empezaba a jalar aire por la boca, y vi como su cuerpo se tensó al máximo, separando involuntariamente las piernas, cuando la traviesa mano entró por debajo de la tanga y empezó a frotar su clítoris, al tiempo que otra mano se metía dentro de la blusa, para juguetear con los endurecidos pezones.

Si el manoseo de que era objeto, obviamente estaba excitando a mi esposa, también estaba causando en mí una excitación tan intensa, que mi erección era verdaderamente al máximo, y en lugar de hacer algo para terminar con eso, esperaba yo que el atrevido sujeto hiciera algo más.

Lo que siguió, ni en mis más atrevidas fantasías lo había imaginado.

El sujeto que estaba sentado exactamente junto mi esposa, viendo también la excitante función y sin la más mínima vergüenza, lo cual todavía no entiendo, jaló a mi esposa haciéndola caer sentada sobre él, dándole la espalda.

Con un movimiento verdaderamente rápido se sacó un bulto de su entrepierna, que no necesito decirles de que se trataba, y terminando de bajar la minúscula tanga de mi mujer, la penetró como si no hubiera nadie más en el autobús.

Por el manoseo de que había sido objeto, la situación de saber que mucha gente la estaba observando, y que yo estaba ahí junto de ella, hizo que mi mujer alcanzara un rápido orgasmo, apenas fue bombeada levemente por el sujeto.

Claro está, que el iniciador de esto, no se iba a quedar observando.

Utilizando la mano izquierda de mi esposa que quedaba junto al pasillo central, sacó también su miembro, haciendo que mi mujer lo masturbara hasta chorrearse prácticamente sobre ella.

Esto y los movimientos cada vez más fuertes de quien la penetraba hizo que ella se viniera en repetidas ocasiones, mientras las manos de su invasor recorrían sus piernas y sus pechos haciéndola gozar hasta la locura.

Supe que quien la cogía se deslechaba dentro de ella, al ver como los movimientos de ambas caderas se hicieron más profundos pero espaciados, además de que conozco a la perfección las reacciones faciales de mi mujer al ser llenada de semen en su interior.

En ese momento, noté como todas las personas quienes minutos antes no apartaban la vista del erótico cuadro, incluyendo a los dos que habían tomado parte de la exhibición, actuaban como si no hubiera pasado nada.

Ver a mi esposa, levantarse de las piernas de aquel tipo, despeinada, todavía con el rostro enrojecido por la pasión, la ropa desarreglada y las manchas de semen en su blusa, hizo que yo pudiera aguantar más y me vine de una manera desesperante, con el miembro aún entre mi ropa.

Al terminar ella de arreglarse la ropa, en la siguiente parada del autobús, que de paso comento que la de nosotros había pasada hace rato, la tomé de la mano y bajamos del bus.

Hice parada a un taxi, que nos llevó de regreso a casa, sin decir una sola palabra.

Creo que ella se sentía tan confundida como yo.

No había duda que los dos lo habíamos disfrutado, pero quedaba la cuestión de haber dado el paso temido: haber sido ella de otro, que para hacernos sentir peor moralmente, era un total desconocido y además, lo había hecho ante mucha gente.

Platicando ya con calma de lo que había pasado, le hice el amor como hacía mucho que no lo hacíamos, mientras nos platicábamos mutuamente lo que habíamos sentido al hacerlo.

Ahora la disfruto más al observarla masturbarse, porque se acuerda de lo ocurrido y se viene una y otra vez, pero nunca nos hemos atrevido a repetirlo, por lo que no hemos vuelto nunca a tomar un autobús.