Todos los jueves tenía que moverme en metro para ver a mi novio de ese entonces.
De regreso, me tenía que subir en Pantitlán en hora pico, siempre procuraba usar los vagones de mujeres hasta que un día, distraída, cambié de lado y entre tanta gente, fue muy tarde para cambiarme.
Quien ha usado el metro a esa hora sabe que desde el andén comienzan los apretones. Yo estaba acostumbrada a sentirme apachurrada entre tanta gente, pero jamás había experimentado algo así.
La primera vez que me sucedió, ya que venía de ver a mi novio, estaba usando un vestido que sabía que me quedaba un poco más corto de lo habitual y lo había elegido a propósito para que el me viera, no contaba con que de regreso me vería rodeada e inmóvil.
Mientras esperaba el tren ya había sentido ligeros roces en mis nalgas y muslos que me hicieron sentir miedo e incomodidad, pero decidí ignorarlos para no armar un escándalo. Fue cuando después de haber dejado pasar dos trenes, por fin entré al vagón a vivir mi primer experiencia de este tipo.
Mis manos estaban ocupadas cuidando mi mochila enfrente mío cuando sentí el roce de unos dedos por uno de mis muslos, sentía como me hacían cosquillas por debajo del vestido. Rápidamente voltee hasta donde mi mirada periférica me lo permitió, pero todos los señores que estaban rodeándome, muy cerca mío, estaban impasibles.
Era una de esas veces donde mi siquiera necesitas sostenerte de algo para no caerte de lo apretada que va la gente. Todos centraban su atención algo diferente, pero yo solo podía sentir esos dedos que cada vez subían un poco más.
Fue cuando alguien intentó subir que sentí un cuerpo pegarse a mi por completo, sentía como el movimiento del vagón le ayudaba a que poco a poco su bulto pudiera marcarse más en mis nalgas hasta que lo sentí por completo, duro y con ganas de explotar en cualquier momento.
La mano que acariciaba mis piernas continuó subiendo hasta que terminó acariciando mis labios por encima de la tanga que estaba usando, para este punto yo ya estaba mojada y él lo sabía, cada vez presionaba un poco más, como si supiera que yo quería que me metiera esos dedos valientes.
Previamente yo había fantaseado con algo así y este era mi momento.
A propósito me estiré para agarrarme de un tubo del techo, provocando que mi vestido se subiera más de lo permitido en público, cosa que no me importó porque nadie podía ni siquiera voltear hacia abajo.
La verga que sentía presionando mis nalgas ahora estaba asomándose por el cierre abierto de su pantalón, podía sentir su cabeza húmeda apenas rozando mi raya sin abrir, yo estaba al cien como si hubiera podido pedirle que me diera más.
Sus dedos hicieron a un lado la tela de mi tanga para introducirse en mi vagina húmeda y con ganas de más, saliendo y entrando discretamente, haciéndome cerrar los ojos para disimular la cara de placer que por prudencia no podía demostrar.
Yo aprovechaba cada movimiento del vagón para presionar mis nalgas y en esa verga que moría por entrar en mi, dejando que se enterrara entre mis nalgas sin poder entrar. Deje que el movimiento natural de la gente me ayudara a masturbar al hombre morboso que me estaba haciendo sentir así de urgida, hasta que sentí como un líquido caliente ensuciaba mi tanga y chorreaba por en medio de mis nalgas.
La mano que me había metido los dedos se fue para devolver verga complacida a su lugar y despejarse de mis nalgas ahora empapadas de la leche de un desconocido.
La gente se removió, bajé las manos para bajarme el vestido y me acomodé entre las personas para terminar mi camino.
Me sentía asustada, usada, humillada y lo por de todo: con ganas de una cogida que ese día no iba a poder tener.
Unas estaciones después un señor me cedió el asiento y tuve que sentarme sobre la leche que todavía tenía embarrada.
Ese momento de sentirme una zorra me permitió fingir que estaba dormida y sentarme con las piernas abiertas, dejándole ver a los señores sentados enfrente de mí mis piernas y con suerte mi tanga, aunque ninguno de ellos pudo notar que acababa de ser ensuciada por la leche de alguien que tal vez seguía en ese vagón.
Cuando llegué a mi casa me bañé y aproveché para darme el orgasmo que ese cabrón no se dignó a darme.
Desde ese día, cada vez que supe que podía repetir la experiencia, lo hice, sentí los dedos de unos desconocidos más en mi vagina. También me quedé con la leche de pocos.
Esta no es mi mejor anécdota.