Capítulo 1
- Los tres días de Nina. Día 1. 18:30h
- Los tres días de Nina. Día 1 – 12:00h
- Los tres días de Nina. Día 1 20:00
Día 1 – 18:30h.
Después del espectáculo que han dado por la mañana en la playa, Max decide subir la apuesta, para conseguir de una vez que Nina se rinda y acepte que no puede seguir su ritmo de desenfreno, aunque no está muy seguro de lograrlo.
Para la ocasión, ha preparado a su esposa una velada muy especial. La mira andar por la calle, junto a él. Una camisa ajustada, blanca, de botones, una falda a medio muslo, azul y unos zapatos de tacón son la indumentaria que luce mientras andan por la calle Entença. Llegando al número 218, Max dice:
– Ya hemos llegado. ¿Qué, entramos?
Nina se detiene ante el llamativo escaparate. Sex shop, rezan los neones rojos de la entrada. Es evidente que tipo de local era, aunque ella nunca había estado en uno. Por toda respuesta, mira a su marido, suspira, y cruza de su mano la puerta. Dentro, una sala con expositores de diversos artículos que llenan las paredes, en el lateral, un mostrador y, más al fondo, se adivinan vestidores, algunas cabinas cerradas más adentro, con carteles de chicas desnudas en las puertas y, finalmente, unas escaleras. “Bien, Nina” piensa ”ahora no puedes flaquear y, al fin y al cabo, estás con Max, que no dejará que nada te pase”.
Tras saludar al encargado, empiezan a curiosear por las estanterías. Nina advierte que, desde el fondo de la sala, empiezan a asomarse tres o cuatro tipos, que deben estar en esa parte del local y ahora se acercan, a educada distancia, pero sin disimulo, para mirarla. Max parece no advertir su presencia y, sin preámbulos, coge del expositor que tienen enfrente una cajita que contendrá, imagina ella, el minúsculo vestido que se aprecia en la portada, y se lo tiende:
– Seguro que te quedaría de primera, preciosa.- en voz alta, para que los demás hombres de alrededor entiendan lo que va a pasar. – ¿Por qué no vas al vestidor, te lo pruebas y vienes con él puesto? Así podré ver cómo te queda.
Nina sigue mirando la imagen de la prenda en la caja. Un vestido negro, ajustado, con escote palabra de honor y ¡absolutamente transparente¡ Nina empieza a asustarse y, por primera vez, se plantea dejar ahí el juego. “¿Cómo voy a salir así, ante esa panda de mirones salidos?” piensa. Mira un momento a su marido, dubitativa, esperando algo de clemencia. Pero Max le devuelve el gesto, de sobras conocido, de “ya imaginaba yo que…”. Y ella piensa “No, no voy a darle ese gusto. No esta tarde, al menos. O no de momento».
Resuelta a no dejarse intimidar por Max, Nina se dirige a uno de los vestidores para cambiarse. Y es cuando decide subir ella la apuesta, tal vez con la esperanza de que eso sea demasiado para Max y la saque de allí. Se quita también las braguitas blancas que lleva. Cogiendo aire, se mira por última vez al espejo, se suelta el cabello , abre la cortina y avanza, entre el corrillo que han formado los mirones, hasta llegar hasta su marido:
– ¿Me lo compras, cariño? – le dice a un boquiabierto Max, que se recupera de la impresión. Antes de que pudiera responderle, la chica se vuelve hacía los excitados mirones y les pregunta:
– ¿O es que no me queda bien? ¿Qué opináis?
Uno de ellos no puede más y empieza a aplaudir, piropeándola. Los demás siguen su ejemplo, sin acercarse. Nina está cada vez más excitada. Sin esperar respuesta, se vuelve y entra de nuevo en el vestidor a cambiarse. Una vez dentro no puede resistirse y se acaricia el clítoris con un dedo, mirándose al espejo. Mirándose para comprobar que dos de los hombres están espiándola por entre la rendija que quedaba abierta entre la cortina y la pared. Eso termina de enardecerla y sigue masturbándose frente al espejo mientras les sonríe. Le cuesta creer de lo que se descubre capaz. Max la saca de su trance y, antes de que pueda correrse:
– Sal, guapa. Todavía tenemos que ver algo.
La toma de la mano para entrar, al final de la escalera, en una sala de cine. Nina empieza a notar como una duda intenta quebrar su determinación. Para que eso no lo estropee se esfuerza en no pensar en nada hasta que la vista se acomoda a la falta de luz. Max ya ha localizado un buen sitio y la dirige. La sienta al final de la fila, con la pared a un costado y él en el otro. Durante un rato no pasa nada. El cine está medio vacío y Nina sólo ve cabezas de hombres atentas a la pantalla, aunque está demasiado nerviosa para poner atención en la película.
Max le acaricia la mano, intentando tranquilizarla. Pasan los minutos y Nina va notando movimientos en la fila de detrás. No se atreve a darse la vuelta, pero sabe que ya se han colocado unos cuantos, pendientes de ver algo más que la película. Sin prisas, un par más se sientan junto a Max, mirándolos de reojo. A Nina le parece notar un ligero temblor en los que se han colocado en la fila de delante, pero piensa “puede que sea sólo mi propio estremecimiento”. Es perfectamente perceptible el movimiento de sus cabezas, oscilando entre la pantalla y la pareja. La expectación se puede tocar. Es algo físico.
Max decide empezar, pasando su brazo por la espalda de su mujer, abrazándola por los hombros. Es el momento que ella ha estado temiendo este momento desde que entraron, pero está tan excitada… Ahora Max deja caer una mano en su regazo y empieza a levantarle la falda, muy despacio. Cuando descubre sus muslos, las miradas se clavan en su piel, que se aprecia claramente en la oscuridad. Nina no puede describir la sensación que experimenta, pero es esa mezcla de pudor y deseo que empieza a descontrolarla.
Continúa con la mirada fija en la pantalla, las manos clavadas en la butaca, dejando que Max siga acariciando sus piernas, separándolas ligeramente con las manos para alcanzar la cara interna de sus muslos. La chica baja la vista para confirmar que sus braguitas blancas son perfectamente visibles. Tiembla de ansia cuando ve a los de la fila de delante completamente vueltos hacia ella, mirándola sin ningún disimulo. ¿serán los mismos de antes? Piensa. Le parece que son cada vez más.
No se atreve a girar la cabeza, aunque le queman las ganas de ver como la espían los que están junto a Max en su misma fila. Parece que éste se da cuenta, porqué la atrae hacia él para besarla. Ahora puede verlos. No puede creer que se estén masturbando. Max alarga el beso y ella no puede dejar de mirarlos.
Con el cuerpo vuelto hacia la pareja, los dos se están pajeando furiosamente. Nina puede sentir sus jadeos. La enloquece mirarlos a los ojos y empieza a acariciar al Max por encima del pantalón. Tiene una erección de caballo y eso la hace perder absolutamente el control.
Max deja de besarla y Nina se incorpora otra vez en su asiento. Confía en él y decide dejarse llevar por la situación. Los dedos de su marido empiezan a desabotonarle la camisa y la blancura de su piel parece resplandecer en la oscuridad. Sabe que dentro de un instante estará expuesta ante todos para que puedan ver la erección de sus pezones.
Max termina de desabrocharle la blusa y, con la mano, aparta la tela de un lado y muestra los pechos de su mujer, satisfecho. Nina no puede evitar cerrar un poco los ojos y echar la cabeza hacia atrás. Ha oído perfectamente un murmullo de aprobación. Vuelve a abrirlos y está a punto de correrme sólo de ver todos esos salidos disfrutando del espectáculo, todos pendientes de ella sin ninguna discreción, aprovechando el regalo que les está dando Max.
La excitación le impide protestar cuando Max Le susurra “Levántate un poco y quítate las braguitas”. Le obedece automáticamente. Agarra con cada mano las tiras y, levantándose un poco, las deja deslizar por sus piernas hasta el suelo, lo suficientemente despacio para que todos se den cuenta. La vista de su sexo desnudo atrae todas las miradas. Casi puede sentirlas físicamente. Dejó que sus nalgas desnudas reposen en el asiento. Max imita a los admiradores de su mujer y se desabrocha el pantalón, dejando su pene, ahora enhiesto, fuera. Nina sabe que es su turno.
Se incorpora, con las rodillas sobre el asiento, vuelta hacia Max. La pared la protege por detrás. Los dos vecinos de Max están ahora sentados junto a él, expectantes. Agarra el pene de su esposo con la mano y empieza a masturbarlo, mirándolos fijamente, sin poder controlar su calentura. Sigue mirándoles fijamente mientras se acerca al pene de Max, hasta introducírselo entero en la boca. “Me encanta que vean lo bien le chupo la polla”, piensa. Sigue con la felación durante un buen rato, con los dedos de su marido masturbándola. Se esmera para que su orgasmo coincida con el suyo.
Entretanto, el espectáculo de ver como se corren los demás mirándola la va acercando al clímax. Se corre a la vez que Max, sintiendo su semen en la boca a cada embestida, pero procura no tragárselo. Cuando nota que su marido ya se ha corrido se incorpora, enfrentándose al destello en la mirada de sus espectadores. Les sonríe, con la boca entreabierta para que el esperma brille en la oscuridad. Y se lo traga lentamente, mientras les dice:
– ¿Qué creéis? ¿Pensáis que soy lo bastante putita para mi marido?
Sus expresiones de incredulidad vuelven a encenderle la sangre, haciendo que vuelva a correrse sólo con mirarlos. Todavía está en ello cuando se da cuenta de la cara de satisfacción de Max, que le tiende las braguitas. Se levantan tranquilamente y, sin más, salen del local.