¡Hola a todos! Para quienes han leído mis relatos deben conocer que soy Miguel, tengo 34 años, y me considero bisexual. En mis anteriores relatos, cuento mis primeras experiencias homosexuales y ahora quiero relatarles cómo empezó mi gusto por la ropa de mujer.
Ya saben que siempre me he considerado fetichista de pies, tanto femeninos como masculinos. Sobre lo último, me gustaba más que hombres disfruten de mis pies. Mis pies siempre han sido muy femeninos y los he llevado arreglados toda mi vida: uñas cuadradas, cremas para tener las plantas suaves y demás cuidados que yo mismo hacía.
Y siempre he tenido un lado femenino. En las primeras experiencias que tuve, cuando me tocaban o cogían, me encantaba gemir como mujer e imaginar que era una putita en celo. Me encantaba tratar a mis parejas de turno como «papi» «mi amor» y otros calificativos que suelen decirse en pleno acto sexual. Pero en esos actos, también imaginaba que estaba vestida de mujer, con unas sexys medias, tacones, peluca, las uñas de mis pies pintadas, etc. Lo que más morbo me daba era pensar en el acto previo, que esperaba vestidita a mi macho, que me piropeaba, conversar un rato yo con mis piernas cruzadas o que bailábamos. Pero era eso: solo pensamientos morbosos.
Por ese entonces, yo vivía con algunas tías y primas. Hubo una ocasión en la que entré al baño de casualidad y encontré un par de medias de nylon color carne, que, a decir verdad, no sabía si era de una de mis tías o primas. No me importaba. Inmediatamente, mi verga se paró y mis pensamientos estaban a punto de hacerse realidad con ese primer paso. Lo primero que hice fue olerlas, pero no olían mucho, casi, nada.
Luego, pasé las medias por mi verga y sentí como una electricidad en todo mi cuerpo. ¡Qué divina sensación sentir el nylon en tu piel! Entonces, me senté al borde de la bañera, crucé las piernas y me puse ambas medias. La sensación era exquisita. Siempre he sido piernón, lampiño, así que me vi al espejo, hice una pose algo sugerente y mis piernas se veían como las de una mujer. Ese momento mágico terminó cuando alguien tocó la puerta. Solo atiné a decir que ya salía, quitándome las medias y dejándolas donde las encontré. Volví a mi habitación y me hice una de las mejores pajas que me he hecho, recordando el contacto del nylon con mi piel.
Días después, siempre que entraba al baño esperaba encontrarme con las medias de nuevo, pero nada de nada. Hubo una vez que estaba solo en casa, así que mi morbo empezó a desperrar y decidí entrar a la habitación de una de mis tías (que tenía muchos zapatos) y busqué en sus cajones. Encontré las mismas medias y en ese momento recién supe que eran de mi tía.
Como estaba solo, me llevé las medias al baño. Pero no solo eso, ya que vi unas sandalias abiertas de tacón alto que me encantaron y también se fueron conmigo. Entré al baño, me desvestí y lo primero que hice fue ponerme las medias. Mis pies no son muy grandes, así que con las medias puestas fue muy fácil calzarme con esas sandalias. Al verme al espejo, quedé anonadado. Veía unas sexys piernas y pies. También una verga parada, que quería disimular.
«Nadie me ve, estoy solo», pensé. Así que salí así, con los tacones y medias puestas para volver a la habitación de mi tía. Era medio torpe al caminar con los tacones, pero decidí moverme cual mujercita, con movimientos de cadera, haciendo el punta tacón y fue mucho más fácil caminar. Estaba al borde de explotar, pero empezó mi búsqueda en los cajones de mi tía a ver si encontraba algo sexy que pueda ocultar mi erección.
De un momento a otro, volteo y vi unas bragas rojas en su tacho de ropa sucia. Era perfecto, un hilo dental. «Qué tía traviesa, tengo», dije. La tomé y lo primero que hice también fue olerla. Ufff, ese olor sí me gustó.
La llevé al baño, caminando lo más sexy posible y, una vez dentro, me la puse. Traté de pensar en otra cosa para que se me baje la erección y que así pueda entrarme más fácil. Lo logré y sentí el hilo rozando mi culo. Antes de que vuelva mi erección me vi al espejo, volteé y vi mi culo blanco, con ese hilo rojo. En ese momento, ya estaba erecto de nuevo, así que me fui a sentar al borde de la bañera, puse el espejo al frente, crucé las piernas y empecé con una paja monumental que duró muy poco, ya que estaba más cachondo que nunca.
Al terminar, regresé toda la ropa a su lugar, pero el hilo rojo tenía restos de mi leche. Lo limpié con un poco de agua y lo devolví al bote de ropa sucia. A partir de ese momento, un nuevo vicio se apoderó de mí: ponerme ropa de mujer. Y es un vicio que, hasta hoy, lo tengo. Hay días en que me encanta vestirme de nena, así como en algunos encuentros que ya les contaré más adelante.
Esta adicción me llevó a hacer una locura que podrán conocer en el próximo relato.
¡Gracias por leerme! Recuerden que, si quieren contactarme, pueden escribirme a miguelfeet@gmail.com