Capítulo 1
- Mónica y el director I: La entrevista de trabajo
- Mónica y el Director II: De regreso en casa
- Mónica y el director III: Cumpleaños en sucio motel
- Mónica y el director VI: Aceptando el puesto
- Mónica y el director VII: Regreso con él del aeropuerto a casa
- Mónica y el director VIII: De vuelta a la oficina
- Mónica y el director IX – Todo bajo control
- Mónica y el director X – Una ardua negociación
Mónica y el director I: La entrevista de trabajo
Mónica no entendía como alguien sabiendo que estaba casada pudiera hablarle de esa manera…»Por el momento tus nalguitas me pertenecen así que deja de hacerte la estrecha y deja que este mediocre nuevo rico pruebe un poco de esas delicatessen reservadas para los de la clase alta.»
– «No, no entiendo por que el Sr. González quiere verme a mi, Alex. Esos negocios grandes los resuelves tú, no yo ! Realmente no veo de qué puede servirle hablar con una recién llegada como yo». – Así respondía Mónica Ferz a la consulta de su jefe, Alex, un hombre que sobrepasaba el metro ochenta y cinco y con una figura imponente que parecía no cuadrar con su espíritu jovial y su ingenio.
Como gerente de una de las principales compañías de suministros de hardware y software, había sido él quien hacía poco había incorporado a como representante de ventas a esta amiga de su prometida y ahora le sorprendía saber que uno de sus principales clientes exigía hablar con ella. Lo cierto es que Mónica aún no había demostrado su habilidad en el trato con clientes y él habría preferido que primero se hiciera cargo de negocios de menor importancia, pero la exigencia del señor González, uno de sus principales clientes, había sido tajante y no le dejaba alternativa.
Mónica estaba tan sorprendida como él ante la noticia, y aunque no podía ni imaginar el por qué de esa solicitud, el reto la seducía y veía en él la posibilidad de consolidar su posición en su nuevo trabajo.
Confiaba quizás exageradamente en su capacidad de negociación y en su conocimiento de la rama de la computación, aunque en realidad su experiencia se limitaba a la colaboración que le había prestado a su marido en la puesta en marcha de su nuevo negocio.
Hacía poco Gerardo había decidido abandonar el ejercicio de la abogacía para aventurarse en el alquiler de equipos y prestación de servicios computacionales, y ella había ayudado a conseguir un local conveniente en el centro del distrito comercial donde la tienda abriría sus puertas dentro de pocos días.
Era precisamente lo incierto de esta nueva empresa lo que la había decidido a buscar un empleo.
Si bien la pareja se movía en círculos influyentes de la sociedad y confiaban en que con el apoyo de sus amigos superarían las dificultades, el hecho es que la puesta en marcha de la nueva empresa los había obligado a endeudarse.
Mientras el negocio no se consolidara la única entrada segura que tendrían sería el sueldo de Mónica y éste apenas alcanzaba a cubrir sus necesidades.
Sin embargo, eso podía cambiar si ella conseguía un buen contrato para la compañía y tal vez precisamente esa era la explicación para la llamada del señor González. No se podía decir que fueran amigos, es más, Mónica y Gerardo solían rehuirlo, pero él y su esposa vivían en el mismo complejo residencial y frecuentemente se encontraban ya sea en alguna barbacoa o simplemente caminando.
Proveniente de una familia modesta, Alejandro González había conseguido amasar una fortuna y ahora, pasados los cincuenta, estaba decidido a disfrutar de todo lo que el dinero podía comprar, lo que de acuerdo a su criterio prácticamente lo abarcaba todo a excepción, tal vez, de las mujeres simplemente porque estaba convencido de ser un seductor que no necesitaba de otras ayudas para cautivarlas.
Sin embargo su bella vecina Mónica, que con tanto descaro lucía su pelo castaño rojizo, firmes senos, lindas piernas, cintura breve y trasero en forma de corazón, había despreciado sus atenciones, aunque no parecía ser tan renuente cuando se trataba de esos jóvenes yupis que la visitaban cuando su marido estaba ausente.
En más de una oportunidad Mónica había notado las inquietantes miradas de su vecino y le había incomodado la forma en que se le acercaba cuando se encontraban casualmente.
Había llegado a pensar en comentárselo a su marido, pero finalmente había descartado la idea para evitarle la molestia.
Sin duda todo eso se le había venido a la mente cuando se enteró de que era ese mismo Alejandro González el que estaba a cargo de tomar la decisión que podía significarle un negocio millonario a la empresa para la que acababa de empezar a trabajar, pero todas sus reservas acerca del personaje se esfumaron cuando Alex finalmente decidió aceptar la inusual petición de su cliente y dejar en sus manos la negociación.
Así es que pocos días después Mónica se encontraba sentada en la oficina de su vecino esperando que él terminara de hacer una llamada telefónica.
Mientras aguardaba hizo una rápida revisión de su atuendo para asegurarse una vez más que era apropiadamente sobrio para una estricta reunión de negocios y en cuanto él colgó inmediatamente intentó llevar la conversación hacia el tema que la había llevado hasta ahí y no dar pie a otro tipo de comentarios:
-«Tal vez mi jefe, Arnulfo Rodríguez, pudiera ser más claro que yo, pero por lo pronto yo trataré de….» –
No alcanzo .a terminar de explicar cuando él la interrumpió:
– «Ok, ok, ya luego veré a ese monigote.»
Sorprendida por la rudeza del comentario Mónica calló desconcertada y tras una pausa él continúo con el mismo tono despreocupado:
– » De verdad no creerás que pedí que te enviaran a ti para hablar de negocios, verdad? Vamos, no te hagas la ingenua y evitémonos los preámbulos. Si estás aquí hoy es para que me mames el pito.»
Impactada, no sólo por las palabras sino por la naturalidad con que eran dichas, e incapaz de responder nada, Mónica ni siquiera se movió de la silla sintiendo como se le iba la sangre a las mejillas.
Tras unos instantes en los que no dejó de mirar con cara de asombro a su interlocutor, finalmente pudo ordenarle a su cuerpo que iniciara el movimiento para salir rápidamente de ahí mientras trataba de encontrar las palabras para expresar su molestia. Pero antes de que ella acabara de incorporarse él continuó:
– «Esos aires de señora bien portada te pueden costar caros… Mira Mónica, si sales por esa puerta antes de hacer lo que te digo, ordenaré que se apruebe esta propuesta para abrir una sucursal de nuestra empresa precisamente al frente de donde tu marido va a abrir su negocio.» – González hizo una pausa para asegurarse de que había llamado la atención de la mujer y luego continuó – «Por cierto, esta vez pensamos ampliar nuestra oferta al público y, qué coincidencia, las novedades incluyen los mismos servicios que piensa ofrecer él … yo creo que eso afectaría severamente su negocio … . digo, si no es que esto simplemente lo deja fuera de combate antes de una semana. Así es que ya ves, no hay razón para negarte a hacer lo mismo que ya debes haber hecho tantas veces … porque no me dirás que ese empleo lo conseguiste gracias a tu curriculum».
Mónica dejó pasar el insulto. Había escuchado la amenaza y no dudaba de que iba en serio. Ahora se trataba de ganar tiempo mientras lograba ordenar sus ideas, así que volvió a sentarse y sin disimular su odio preguntó:
– «Por qué hace esto? Supongo que no necesita amenazar mujeres para acostarse con ellas.»
– «Puedes estar segura que no, y no lo dudes, no necesito andar abriendo sucursales para poder entretenerme con tetas como las tuyas, pero me parece que ya es hora de que aprendas algo de humildad. Yo tuve que trabajar como bestia para llegar adonde estoy y no voy a aceptar que gente como tú y tu marido, que nacieron en cuna de oro, me miren con desprecio. Si antes rechazaron mi amistad, ahora van a tener que pagar el precio para que les salve el cuello… o, más bien, la que va a pagar eres tú… a menos que no te importe tener que renunciar a esa fina ropa. Todo lo que tienes que hacer es abrir esa boquita y darme una buena mamada… no es un mal trato considerando que tú también lo vas a disfrutar.»
Aún algo aturdida, Mónica sólo pudo responder:
-«De verdad está usted loco si piensa que yo haría semejante cosa. Me encargaré de que su esposa y sus socios se enteren de la clase de hombre que es».
Sin embargo seguía sentada allí y sus movimientos no indicaban que tuviera intenciones de retirarse, así que González agregó en tono irónico
– «Bueno en realidad no tengo pensado que me hagas nada mas eso. Además de verte comer este chocolatote tengo otras ideas más para ti ! » – y luego de una pausa continuó – «No te gastes, no hay forma en que puedas amenazarme. No veo por qué mi esposa le daría crédito a una mujer de la que corren tantos rumores y en cuanto a mis socios … lo más probable es que su única respuesta sea una gran carcajada. Nuestra compañía gusta de tomar riesgos si al final se ve la posibilidad de un buen negocio, ¿qué hay respecto a la tuya ? ¿Crees que tu empresa y tu jefe no saben como hacer negocios ? ¿Qué crees que haría tu jefe, quejarse de mi o aceptar el contrato que está sobre mi escritorio para proveer a nivel nacional a todas nuestras empresas ? Ya ves, yo no estoy arriesgando nada y tú puedes perderlo todo.»
Tras una pausa para que la mujer sopesara sus palabras, continuó: – » Mira, la empresa analiza otras tres ubicaciones, aunque ninguna tan buena como esta.
Una vez aceptada alguna de las otras tu asunto estará resuelto, pero por el momento tus nalguitas me pertenecen así que deja de hacerte la estrecha y deja que este mediocre nuevo rico pruebe un poco de esas delicatessen reservadas para los de la clase alta.»
En su interior Mónica sabía que todo lo que ese hombre decía era cierto y también sabía que ella estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de no perder la posición que ella y su marido disfrutaban.
Pero aún no se convencía de que la amenaza fuera en serio, así que continuó esperando en silencio a que se le ofreciera otra salida, pero en vez de eso González agregó:
– » Bueno Mónica, no te voy a esperar todo el día. Si lo vas a hacer, ven para acá y empieza a mamármelo. Si no, lárgate ya antes de que llame a seguridad para que te echen fuera! »
Finalmente, con voz apenas audible como si ni siquiera ella quisiera escucharse, susurró:
– » Si yo acepto, ¿ usted cancelará la renta del edificio ? y … ¿ reconocerá antes mis jefes que el contrato lo cerró conmigo ?»
Por primera vez González era el sorprendido. No esperaba que en ese momento la mujer pensara en su carrera, pero eso no hacía más que confirmar la opinión que se había formado de ella, así que con aire satisfecho respondió:
– «Claro que lo haré , te doy mi palabra de caballero» – y con ironía agregó – » si no cumplo podrás decir con razón que no soy de confiar. Pero vamos, ya no me hagas perder más tiempo, si aceptas entonces párate de una vez , cierra esa puerta y ven acá para que me lo puedas mamar como Dios manda! »
Con resignación y repitiéndose a si misma que lo hacía por sus hijos y su esposo, Mónica finalmente se paró de la silla en la que había estado sentada, puso el seguro en la puerta y volteó a mirar al tipo que se sonreía triunfante tras su escritorio, quien de inmediato le ordenó con voz fría:
– «Quítate la blusa y déjame ver esos melones que te cargas»
Reprimiendo la repulsión que le provocaba el hombre y lo que estaba a punto de hacer, Mónica se llevó las manos hacia el primer botón de su blusa y lentamente lo desabrochó.
Con la mirada gacha pero sin dejar de observar disimuladamente los movimientos del tipo, abrió uno a uno los botones hasta que sólo quedaron cerrados los que se encontraban cubiertos por su falda y entonces se detuvo, aún con la esperanza de que González pusiera fin a su humillación. En vez de eso él la increpó:
– «Deja de dártelas de tímida conmigo Mónica, o en vez de cogerte a ti me joderé a tu marido»
A Mónica ya no le quedaron dudas de que no había vuelta atrás, que lo mejor era hacer exactamente lo que el tipo pedía y retirarse de ahí lo más pronto posible.
Con decisión jaló la blusa de debajo de la falda, desabrochó los dos botones restantes, dejó que la prenda resbalara de sus brazos hasta caer al suelo y se quedó allí, en mitad de la oficina, esperando una nueva orden. González no pudo evitar demostrar el placer que le provocó la vista de sus opulentos senos apenas contenidos por su brassiere blanco, pero se limitó a decir:
– «Ven acá !!! »
Con el pulso acelerado Mónica rodeó el escritorio. Sólo entonces pudo ver que el hombre había desabrochado su pantalón y no pudo dejar de apreciar el tamaño del miembro y los testículos que tenía frente a ella. Sonriendo con ironía ante la mal disimulada turbación de la mujer y señalando con el dedo el piso frente a él, González agregó:
– «Ponte aquí y empieza a mamármelo! Atiéndemelo bien y tu marido no tendrá ningún problema con nuestra compañía o con sus préstamos y tú podrás decir con justicia que trabajaste duro por una promoción! »
Mientras ella se hincaba donde le habían ordenado, Alejandro González alargó su mano hasta alcanzar uno de los senos aun contenidos dentro del brassiere.
Ese primer contacto volvió a recordarle a Mónica lo degradante de lo que estaba a punto de hacer y retrocedió bruscamente. Complacido con la mortificación de la mujer, González dijo burlón:
– «No tetas, no ventas!»
Esforzándose por contener las lágrimas, Mónica volvió a ponerse al alcance de sus manos. El hombre cogió uno de sus pechos y luego de estrujarlo con su mano, buscó el pezón y lo pellizco suavemente hasta que sintió que éste comenzaba a responder a su contacto
– «Así se ve mejor » – , dijo sonriente mientras retiraba su mano para contemplar su obra. Entonces introdujo los dedos dentro del sujetador y masajeó rudamente la carne y el pezón de la mujer arrodillada frente a él. Finalmente jaló la copa del brassiere hacia un lado y complacido apretó, pellizcó y jaló el seno ahora descubierto.
Mónica lo dejaba hacer intentando permanecer inmutable, pero no podía dejar de sentirse avergonzada al notar como su cuerpo respondía con placer al contacto a pesar de lo vejatorio de la situación.
Su fortaleza terminó de resquebrajarse y no pudo reprimir unos sollozos cuando sintió que el hombre dirigía su atención hacia su otro pecho y lo exponía y frotaba igual como había hecho antes. Pero su congoja sólo pareció excitar más al hombre y ella pudo observar como su miembro erecto palpitaba con más fuerza mientras le seguía sobando las tetas.
– » A ver, a ver, pobre bebita. No llore. Necesitará un chupón para tranquilizarse? Yo le busco uno.» –
dijo González mofándose. Y tras mirar a su alrededor como buscando algo, finalmente volteó a ver su entrepierna, luego miro a la mujer y como si acabara de tener una genial idea agregó:
– «Pero, por qué no me lo dijiste? Claro, quieres el chupón de papá!» – y mientras guiaba la cabeza de la mujer hacia su pene, finalizó – «Vamos, tome, yo se lo presto.»
Al sentir la cabeza del falo en sus labios Mónica suplicó:
– .»Por favor no! Por favor no me haga hacer esto !»
– «Cállate y empieza a mamar !»
Finalmente, sin poder contener sus lagrimas, la mujer busco con su mano el falo y, rodeándolo con sus dedos temblorosos, lo agitó discretamente, pensando que tal vez si lo agitaba suficientemente el tipo podría alcanzar su satisfacción mas rápidamente y no tendría que llegar a metérselo a la boca.
Con vacilación comenzó a deslizar su mano repetidamente de arriba a abajo sobre el miembro hasta que, llevando su mano más abajo que en las ocasiones anteriores, acercó sus dedos hasta los testículos para acariciarlos delicadamente.
– «Hmm que rico! , pero no te traje aquí para eso… déjate de pendejadas y mámalo! Y mientras lo haces no olvides que de ello depende que vayas a poder seguir luciendo esas finas ropas que te compra tu marido, así es que hazlo con ganas «.
Con resignación esta vez ella dejó que las manos de González dirigieran su cabeza hasta que la punta del pene estuvo al alcance de su boca y entonces asomó ligeramente la lengua entre los labios y con timidez toco la púrpura cabeza del miembro de aquel tipo.
Con repulsión tocó distintos puntos sobre del glande y luego, ya decidida a apurar el trámite, extrajo la lengua y lamió la cara inferior del trozo de carne que se ofrecía ante su boca.
El hombre no pudo contener un gemido de placer al sentir la cálida lengua y su pene pareció brincar pidiendo más contacto. Y con satisfacción comentó:
– «Putita, si me hubieses dicho que tu precio era la ropa nos habríamos ahorrado tanto tiempo.»
Haciendo oídos sordos a los comentarios, Mónica continuó su labor, primero besando y luego lamiendo el miembro como si fuera un caramelo, deslizando su boca desde la punta hasta la raíz y luego hacia arriba otra vez. Entonces, aún lacrimosa, se alejó por unos instantes del palpitante falo para luego volver a acercarse, esta vez con los labios abiertos para recibirlo dentro de su cálida y húmeda boca como si de un bocadillo se tratara.
Los suaves y perfectamente delineados labios color carmesí de Mónica se cerraron alrededor del miembro que creció dentro de su boca en cuanto su lengua se movió amoldándose a los contornos del extraño objeto que ahora invadía su espacio.
Mirando fijamente los grises vellos del viejo que se encontraban a sólo unos centímetros de su rostro, comenzó a mover repetidamente su cabeza hacia abajo y luego nuevamente hacia arriba, introduciendo el pene en su boca un poco más cada vez y cubriéndolo de saliva.
Alejandro González sintió con deleite como la cabeza de su miembro tocaba el fondo de la boca de la mujer y como su erección aumentaba ahora que ella comenzaba a succionar. Entonces, aún sin él proponérselo, sus caderas comenzaron a moverse hacia delante intentando introducir la totalidad de su pene en esa cálida boca.
– «Hmmm, sí ! …así, sigue así preciosa. Trágatelo todo mi vida !! » – murmuró él mientras volvía a acercar sus manos para dibujar con sus dedos el contorno de los senos de la mujer y luego aprisionar la suave protuberancia de sus pezones. Incapaz de controlar sus reflejos, Mónica sintió como una corriente de sensualidad recorría su cuerpo e instintivamente succionó con más fuerza el miembro que llenaba su boca, sellando firmemente sus labios alrededor de él y provocando que el tipo emitiera un sonido gutural.
Entonces ella detuvo su acción por un momento y mientras con una de sus manos lo sujetaba firmemente de la base, extrajo el pene de su boca hasta que sólo el glande quedó aprisionado entre sus labios y suavemente dejó de succionar.
Luego dio unos suaves mordiscos alrededor de la punta del falo antes de liberarlo por completo para darle unos cálidos besos en la punta y en los costados.
Cuando volvió a situarse frente al pene notó que ya se apreciaban rastros de pre eyaculación y, sin detenerse mas, lamió la substancia explorando con la lengua el agujero del que fluía el liquido para llevar a su boca hasta la última gota.
Mónica no olvidaba lo indigno de la circunstancias y no podía dejar de pensar que posiblemente su marido hubiese preferido perder su negocio a que ella accediera a las ruines demandas de su vecino, sin embargo su cuerpo no actuaba racionalmente.
Sus pezones desnudos ahora se encontraban erectos sin manipulación alguna y se habían vuelto sensibles hasta al más mínimo roce, y podía sentir como sus pantaletas comenzaban a humedecerse con sus jugos vaginales.
González no necesitaba tocar la entrepierna de Mónica para notar su excitación.
Le bastaba con ver la fruición con la que su cabeza descendía una y otra vez sobre su pene erecto, mientras esos tiernos labios con rastros del lipstick color rubí se aplicaban fuertemente a besarlo y luego aprisionarlo dentro de si.
Sin duda la mujer estaba haciendo su mejor esfuerzo para complacerlo y en vista de que no podía acomodar mas de la mitad de su falo dentro de la boca, continuamente se alternaba entre succionarlo cerca de la cabeza y recorrerlo con besos por sus costados hasta llegar a la base donde su mano se encontraba sujetándolo férreamente como si le fuera a ordeñar.
Complacido el hombre ordenó: -» ¡ Bésame los huevos !»
Mónica obedeció de inmediato y, sin soltarlo, movió el miembro hacia el costado dejando el espacio necesario para poder acercar sus boca hasta las bolas del hombre y darles unos ligeros mordiscos con los labios.
Pero luego, recordando lo que agradaba a su marido, succionó dentro de su boca uno de los testículos rellenos de semen, llevándose consigo también algunos grisáceos vellos púbicos.
El hombre reaccionó complacido al sentir sus testículos dentro de esa boca que parecía querer devorar primero uno y luego el otro, mientras la húmeda lengua jugueteaba con ellos.
Finalmente, cuando Mónica decidió que ya los había besado, lamido y succionado suficientemente, dio unos últimos mordisquillos y plantó un beso en cada uno de los testículos del tipo, dejando rastros de su pintura labial en ambos.
Entonces levantó la cabeza hasta situar el órgano viril a tan sólo unos centímetros de su boca pero sin apresurarse a comérselo, provocando así la ansiedad del hombre que trataba de levantar sus caderas para alcanzar la deseada oquedad que ahora se abría formando una «O» y parecía prometerle aún mayores placeres.
Anhelante, González nuevamente empujó la nuca de la mujer con la mano para ayudarle a encontrar su camino, mientras con la otra aferraba la de ella para enseñarle el modo en que quería que ella le masturbara mientras con la boca se aplicaba a su glande.
Ella había seguido suministrándole besos y lamiendo la longitud de su espléndido falo además de continuar masajeando su pene continuamente , alternándose entre movimientos largos seguidos de otros cortos pero mas enérgicos.
Su lengua acariciaba la parte baja de su de su carne, mientras sus labios lo sujetaban fuertemente, Mónica lo sintió crecer y agitarse un poco mas, aunque pensó que esto no era mas que una idea suya, pues el hombre debía de estar a lo que daba desde hace rato.
Alejandro González no quitaba la mirada del rostro de la mujer que devoraba su miembro y que ahora lo miraba atentamente buscando alguna señal de que lo hacía correctamente.
El gozo aumentaba cada vez que su falo penetraba en aquella boca hambrienta, para después disminuir cuando ella retrocedía dejando su pene bañado en saliva y ese placer era aún mayor cuando pensaba que esos labios que ahora se sellaban fuertemente en torno a su pene eran los mismos que hacía tan sólo unas horas daban un tierno beso de despedida a su marido.
– » Dios ! …de verdad que te ves hermosa con mi verga metida en la boca !!! » – comentó, mientras sujetaba entre sus manos la cabeza de la mujer y comenzaba a empujaba su falo todo lo posible dentro de su boca hasta provocarle problemas para respirar, para entonces retirarlo hasta dejar sólo su glande en el interior y luego repetir el movimiento.
A esas alturas los calzones de la mujer estaban empapados con los jugos que fluían libremente desde su vagina y en su interior anhelaba que el hombre se decidiera a penetrarla, pero González no sólo no estaba interesado en sus deseos sino que en esos momentos se preparaba para eyacular en su boca.
Mónica trató de forcejear para retirarse tal como lo hacía con su marido, pero él le sujetó firmemente la cabeza mientras decía:
– » Sin manoseos, es hora de tomarte tu leche puta! »
Mónica sintió primero los espasmos del pene que invadía su boca y luego una primera descarga de semen. Semi ahogada no tuvo más opción que tragar y continuar succionando, pero inesperadamente él retiró bruscamente el miembro de entre sus labios y, sosteniéndolo a tan solo unos centímetros de su rostro, terminó de eyacular sobre la cara de la mujer. Tras una breve pausa González volvió a acercar su pene aún erecto a la boca de Mónica diciendo:
– «Límpiamelo bien que tengo una junta medio día».
La mujer nuevamente cerró los labios en torno al miembro y, mientras sentía como el semen resbalaba por su rostro, se aplicó a succionar hasta la última gota de liquido del cada vez más fláccido pene. Finalmente el hombre se retiró satisfecho y mientras se acomodaba los pantalones comentó:
– «Vaya, sí que resultaste buena mamadora ! Nadie lo diría cuando andas tan formal del brazo de tu marido, pero se nota que tienes práctica. Eres toda una puta.» – y luego de un momento agregó – » Levántate y ven aquí. Comienzas a verte patética»
Hasta ese momento Mónica había permanecido arrodillada aún dominada por la excitación, pero al escuchar hablar de su marido volvió a tomar consciencia de lo degradante de la situación y la invadió una mezcla de vergüenza y culpabilidad. Efectivamente se sentía como la peor de las perdidas y más todavía ahora, cuando al acercarse a él, su cuerpo volvió a desear que la tocara.
Situándose frente a ella, González buscó a tientas el broche del brassiere y lo retiró para liberar definitivamente sus redondos senos. Sonriéndose cogió uno de ellos con la mano por un momento y luego se alejó para observarla mejor mientras comentaba :
– » Sabes, el otro día que nos encontramos en la piscina… recuerdas?… cuando te paseabas con tu traje de baño azul… Bueno, el Sr. Morita, ya sabes el asiático ese que acaba de llegar, y el Sr. Fitz del 32 decían que tus tetas debían ser operadas. Me alegra saber que he ganado la apuesta… aunque no creo que vayan a confiar en mi palabra. Ja! seguro querrán comprobarlo por ellos mismos. En todo caso, todos estuvimos de acuerdo en que tu marido era muy afortunado de tener esas pechugas al alcance de la mano cada vez que quería… pero si no tiene cuidado pronto van a estar demasiado usadas… verdad putita?»»
Mónica sintió que tras esas palabras había una amenaza y el temor hizo que se esfumaran los últimos rastros de la excitación que la había invadido hasta ese momento. Ahora volvía a ser consciente de lo indigno que era estar semidesnuda en mitad de esa oficina escuchando al hombre que ahora estaba sentado frente a ella y que continuaba diciendo:
– » Ok, hora de continuar con nuestros negocios. Nadie puede decir que Alejandro González no cumple su palabra. Venga acá arriba señora de Xors» – pidió el hombre palmeando sus piernas para indicarle que se sentara en su regazo.
Una vez que la mujer lo hubo obedecido, él sacó unos documentos de una carpeta y sobre el primero de ellos escribió con letras grandes «RECHAZADO» y agregó su firma. Luego desplazó la hoja dejando otro documento similar a la vista, pero justo cuando la mujer creía que iba a repetir la operación el tipo dejó la pluma y dijo:
– «Uno menos, cuatro por seguir. Vez que fácil va a ser esto? » – Luego acercó su boca hasta uno de los senos de la mujer, lo succionó con fuerza dejando una marca roja en torno al pezón y, al tiempo que la empujaba con rudeza, terminó: –
«Bueno ya estuvo bien! …quítate de aquí que me arrugas los pantalones. Recoge tus cosas, vístete y desaparece, que tengo cosas que hacer.» De inmediato, y mientras la mujer aún intentaba recuperar el equilibrio tras el sorpresivo empujón, González oprimió el botón del citófono para avisarle a su secretaria que ya podía recibir llamadas y que enviara de inmediato al mensajero a su oficina.
Desconcertada, Mónica estiró la mano esperando que el tipo le devolviera el brassiere que aún tenía entre sus manos y que le explicara que ocurriría a continuación. En vez de eso él se limitó a pararse de su silla y, dirigiéndose a la puerta, dijo :
– » Dile a tu jefe que yo les llamaré mañana, pero que reserven la noche del viernes para celebrar la firma del contrato» – y luego, levantando la mano en la que aferraba el sujetador, agregó – «Esto se queda aquí, entre mis trofeos.»
Antes que la mujer alcanzara a decir nada vio como el hombre tomaba el picaporte y no le cupo ninguna duda de que no le importaría dejarla expuesta, por lo que se apresuró a buscar escondite en un rincón.
Efectivamente, González abrió la puerta de par en par y a su llamado acudió un muchacho al que ordenó que recogiera dos paquetes que estaban sobre un sofá en su oficina.
Al pasar por el lado de su jefe el mensajero notó el sostén que colgaba de su mano, pero no le dio importancia hasta que luego de recoger los paquetes vio sobre la alfombra una blusa de mujer, por lo que recorrió la habitación con la mirada hasta que descubrió la figura de la mujer que intentaba ocultar de su vista su torso desnudo y no pudo evitar un risa nerviosa mientras salía de la oficina.
Tan pronto la puerta se volvió a cerrar, y convencida de que el hombre continuaría haciendo todo lo imaginable para humillarla aún más, Mónica se precipitó a recoger su blusa.
Sin embargo, cuando estaba por cerrar los botones superiores se dio cuenta que la tela se impregnaría con el semen del hombre, por lo que buscó en su cartera algo para limpiarse.
Dándose cuenta de su intención, González se acercó a ella y, sin darle mas tiempo, cerró los últimos botones para luego palpar sus pechos provocando que la delgada tela se transparentara y quedara pegada a su cuerpo.
Sin dejar de juguetear con los senos de la mujer que se movían libremente debajo de la transparente prenda, el tipo dijo:
– «Así esta bien., me gusta que mis putas lleven a sus casas algo de mi cuando vienen a visitarme » – y luego de una pausa continuó – » Por cierto, respecto a nuestro asunto personal … el viernes veremos qué más hacemos, pero tengo ganas de cogerte ese día así que ponte algo sexy … especialmente bajo tus ropas, ponte algo bonito para mi … de acuerdo? »
Sin llegar a digerir lo que eso significaba, Mónica se limitó a asentir con la cabeza y con timidez preguntó: – «Puedo arreglarme la cara? » – Sin responderle el hombre le extendió un pañuelo y esperó a que ella terminara de maquillarse antes de abrirle la puerta para que se retirara.
Haciendo un esfuerzo por recuperar la dignidad perdida la mujer tomó su bolso y, apegándolo a su cuerpo para ocultar sus pechos desnudos bajo la blusa, se dirigió a la puerta.
Sin embargo al acercarse a la salida González se interpuso en su camino y, sin darle tiempo a reaccionar, le arrebató la cartera y llamó nuevamente al mensajero, quien no desvió los ojos de los pechos de la mujer mientras recibía de manos de su jefe el bolso de Mónica y escuchaba la orden de acompañarla hasta su auto.
Sonrojándose, la mujer echó un vistazo a la larga fila de escritorios frente a los que tendría que pasar y a los rostros de los empleados que reunidos en grupos que ya la miraban con sonrisas mal disimuladas.
González aprovechó ese momento de duda para someterla a una última afrenta y dándole una palmada en el trasero la empujó hasta el pasillo.
La acción no pasó desapercibida y Mónica debió realizar el trayecto hasta la salida en medio de las risas de todos aquellos hombres que no apartaban la vista de su maltrecha figura.