Capítulo 1

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  • Horas extra aún siendo jefa…

Aquel día podía haber sido un miércoles cualquiera. No tenía nada en especial, más allá de unas juntas de trabajo más tediosas de lo normal, y aquello no distaba de lo que en verdad podía ser una semana copiosa o aburrida. Precisamente, en aquella hora, estaba trabajando de más para así poder así tener el viernes libre. Redactaba en aquel entonces un informe de fin de mes, con algo de hastío y pereza. Una rutina no fuera de mi día normal.

Mientras escribía, daba sorbos a un café ya frío por las ingentes cantidades de veces que me habían interrumpido aquel día. Y justo cuando aparté la mirada para dejar la taza, la alarma de mi correo electrónico sonó, con aquel pitido inconfundible del mismo. En una primera instancia, levanté una ceja, a la vez que miré mi reloj. Marcaban las 20:12 en aquel momento…

– Puta mierda de spam…– resoplé con un tono de resignación, a la vez que minimizaba el documento y abría el correo. Era algo que estaba empezando a hacer de normal, pero tantas veces sola hicieron que me dedicara ya a hablar para mí misma… Al abrir el correo, mi incredulidad, que había bajado por un momento, se volvió a acrecentar. Era el correo de un nombre que no me sonaba de nada. – Manuel Porquero… ¿quién cojones es Manuel Porquero? – miré rápidamente la dirección, pero no era un correo particular… sino de la propia empresa. Aquello me escamo más. Sabía que había gente de seguridad a esta hora en el edificio, pero ¿alguien más trabajando? ¿Alguien que no conocía? Aquello solo me hacía cuestionarme más el motivo del correo. Lo abrí, y lo leí detenidamente:

“Vicepresidenta ejecutiva Dña. Patricia Vergara.

Disculpe, seguramente no sepa quién soy. Le escribo del servicio técnico del área de informática. Debido a los últimos desarrollos que se están aplicando en nuestra área de trabajo, me encuentro realizando unas horas extra en el trabajo y hemos conseguido solucionar el problema del código fuente del chip que se encuentra ahora en desarrollo. Se que esto es poco protocolario, y disculpe las horas, pero me he dado cuenta de que se encuentra todavía en el edificio. Si le parece bien, me gustaría que viniera a mi área de trabajo para comprobar dicho asunto.

Un cordial saludo.

Sr. Manuel Porquero”

A medida que leía la nota, el escepticismo crecía en mí… aunque mis dudas se fueron disipando mientras entendía mejor todo. Seguramente, hablaba del chip que había encargado en secreto para el diseño de espionaje empresarial que me habían pedido hacía ya un mes. Era una tarea compleja qué, sinceramente, no me esperaba hasta mínimo el año que viene. Así qué aquello era algo muy bueno. Demasiado bueno para ser verdad.

Escribí rápidamente una respuesta para avisarle que bajaba ahora mismo, antes de levantarme. Al hacerlo, noté como me dolían las rodillas un poco por la posición anquilosada que estaba… ya no era tan joven como antes. Me acerqué al espejo de mi despacho y me revisé. Se me veían un poco las ojeras por las horas de trabajo, pero, el maquillaje lo disimulaba y mantenía mi rostro hermoso, de tez clara y labios de un rojo intenso por el pintalabios. Mis ojos azules aún robaban la mirada, a la vez que mi melena, azabache y brillante, caía ondulante por mi espalda hasta un poco más de la cintura. Mantenía una figura delgada, de pecho amplio y cadera justa para no ser desagradable, de piernas largas y delgadas. Vestía una blusa color fucsia, recatada y sin mangas, con una falda de tubo a algo más de medio muslo, mientras mis piernas se envolvían en medias de nylon negras y zapatos de tacón de 10 cm. A parte de mi reloj, llevaba varias pulseras de Tous, y un colgante de plata a juego con mis pendientes de aro, además de unas gafas sin graduar que me daban un aire más inteligente. Había aprendido con el tiempo, que en mi trabajo importaba demasiado la apariencia para tener un aspecto que no combinara algo sensual con algo intelectual y con clase.

Me aseguré de mantener mi imagen perfecta, salí de mi despacho, dirección al ascensor, mientras el resonar de los tacones aumentaba por lo silencioso que estaba el edificio. Por un momento pensé que aquello parecía una película de miedo barata… lo que me sacó una sonrisa ahora en mi intimidad. Nunca me permitía reír ni dejar volar mi imaginación delante de nadie del trabajo… más que nada por la fama de reina de hielo que me había granjeado.

Al llegar al ascensor, bajé de la planta 9 al sótano 3, entendiendo que se refería al área de informática para realizar el trabajo. Mientras bajaba, me volví a preguntar quien demonios sería el tal Manuel Porquero. No tenía idea, pero sus palabras parecían veraces. Tal vez fuera un currito menor, que estaría buscando el favor de las élites para ascender. Era patético ver a algún padre de familia, que no había prosperado nada y seguía con un sueldo de mierda intentando ganarse el favor de alguien de arriba para poder escalar…

Cuando bajé, noté el frío al instante. Los servidores estaban en una sala a baja temperatura para evitar el sobrecalentamiento, lo que hacía que aquel lugar fuera extremadamente frío. – Joder… ¿no había otro lugar para ir? – me quejé en voz baja mientras caminaba, dejando atrás mi sonrisa y tratando de mantener un aspecto más estoico y frío. Al llegar a la puerta de entrada de la sala de informática, pude notar ya el sonido alto en las instancias. Parecía como si hubiera ido a la sala de un adolescente.

Entré sin tapujos, y me encontré a un hombre sentado frente a su ordenador, tecleando mientras escuchaba reggaetón a todo volumen. Estaba tomando una lata de Monster, la cual acumulaba con varias más que parecían ya vacías y masticaba unos Doritos. No era la visión más agradable. – ¿Qué está pasando aquí? – pregunté con frialdad, a un grado que parecía cortar el aire.

El chico se dio la vuelta y paró la música. – Justo a quien esperaba. – dijo con una sonrisa, antes de levantarse. Si ya, inicialmente, no era la visión más agradable, ahora lo era menos. El chico debía tener unos 25 años, seguramente recién salido del grado en informática, y tenía un aspecto desaliñado. Tenía una barba andrajosa, con demasiadas calvas, de un color rubiejo, que contrastaba con su cabello rizado. Tenía un rostro que desagradable era un piropo, pero que acompasaba con un cuerpo descuidado, panzón y enclenque. Vestía una camisa sucia de manchas y restos naranjas, y un pantalón de chándal con unas zapatillas.

Me extendió la mano, la cual miré con escepticismo. – ¿Te parece esto normal? – le pregunté, con cierto grado de hastío, mientras lo fulminaba con la mirada, manteniendo el tono a un volumen neutro. Había aprendido que aquello era mejor que pegar gritos sin ton ni son.

– ¿El qué? – retiró la mano, confundido sin saber de qué hablaba.

– De esto. – señalé la pequeña sala, que tenía un aspecto relativamente ordenado salvo su mesa de trabajo. – ¿Te parece normal trabajar así? –

Me miró como si aquello fuera la mayor estupidez que había oído en su vida. – Este es mi lugar de trabajo, precisamente me gusta estar cómodo cuando lo hago… y más si me encuentro solo. –

Voy a replicar, pero me quedo en silencio por un momento, sin saber bien que decir. Entonces, simplemente respiro y mantengo mi rostro estoico. – Hablaré con tu jefe. Ahora, me enseñas tus avances. – en mis palabras se nota el desdén dada la situación en la que nos encontramos. Empiezo a pensar que me he equivocado al pesar que el correo era algo positivo y no una pérdida de tiempo.

– Claro, jefa. – las palabras del hombre hacen que me dé un escalofrío al oírle decir ‘jefa’ con aquella familiaridad, y, a no ser que tenga algo bueno que enseñar, realizaré una queja para obtener un despido por actitud improcedente. El chico me guía a su computadora, la cual está repleto de ese lenguaje jeroglífico que siempre me ha pareció el lenguaje computarizado solo hizo que se me arqueara una ceja. Entonces, el empieza a escribir a alta velocidad, lo que hace que me pierda más. – Como sabe, uno de los problemas que estábamos teniendo era la obtención de información oculta. – empieza a hablar, mientras yo asiento, aunque en verdad no tengo ni idea de lo que me habla. – Esto se debe principalmente a que está información se mantiene dentro de un área inaccesible de la base de datos. Por así decirlo, la información visible sería una copia que se toma de la base de datos invisible y se pega en un área visible, pero esta área invisible no es accesible. – En ese momento se detiene de escribir y señala todo lo que ha redactado. – Esto es una simulación. La parte de color verde son los datos invisibles y la parte morada es el área visible. Lo rojo es el código que nos indica que se ‘copia’ del área invisible. – me fijo en los tres bloques que señala, y parece fácil de entender. Entonces, pulsa enter y solo parte de la información se muestra. – Vale, ahora cargo el código del chip. – Con un movimiento rápido, se carga otra línea de código paralela. – Lo que hace está línea, es eliminar lo que es que me deja que sea visible, y lo sustituye con todos los apartados de la base de datos invisible. – Al repetir la operación ahora se ve todos los datos no ocultos. – Eureka. – dice con satisfacción.

Después de aquella confusa y caótica explicación, la cual no había entendido nada de lo que me hablaba, le miró con frialdad… sin saber cómo actuar y a punto de hacer un ‘¡Wow…!’ para no parecer tonta. – Bueno… – carraspeo un momento para pensar una respuesta. – Esto… ¿lo has texteado? – digo a la vez que intento aparentar que me he enterado de algo.

– Esa es la mejor parte. – me responde con una sonrisa, y entonces hace un cambio de pantalla. – De hecho, ha sido muy provechosa, Dña. … Patricia Vergara… – dice fingiendo que lee la pantalla del monitor como si no lo tuviera todo preparado.

Frente a mí, había abierto una pantalla de Onlyfans. En ella, estaba abierta con el Nick ‘Emperatriz de hielo’ con varias imagines del cuerpo de una mujer algo mayor pero cuidada y entrenada, de piernas largas, vientre plano y amplio pecho. La tez era algo pálida, y se podían ver un par de tatuajes, uno en el muslo izquierdo con forma de corazón negro con una flecha clavada y una corona negra de escarcha en el lateral derecho de la cintura. Sin embargo, aquello no era lo que me sorprendía. Lo que me sorprendía era que, en la pantalla, aparecía mi dirección de correo privada, además de toda la información mía sobre mi cuenta bancaria, nombre, apellido, edad, dirección… incluso mucha información que no podía parecer en aquella web… – ¿Qué? – dije incrédula, rompiendo mi mascara de indiferencia y viéndoseme sorprendida e incrédula…

– Bueno, ¿quién iba a decir que la vicepresidenta era en verdad una puta de internet? – me dijo con sorna, mientras reía…

– No soy una puta – le maté con la mirada ante aquel comentario, mirándole con odio, pero sin ningún efecto por su parte.

– Eh, no te ofendas. Yo pago por tus vídeos e imágenes… pero, ¿qué pasa si se lo cuento a tu jefe… o mejor, a tus rivales? – mientras lo decía, se daba la vuelta despacio en la silla, mirándome con cierto desdén…

Yo ya sabía por donde iba aquello, así que simplemente me giré, tomando una postura firme para no mostrar debilidad, mientras cruzaba los brazos bajo mi generoso busto. – ¿Qué quieres? – le pregunté con seguridad…

– Ah, ya asumes que te voy a chantajear. Eso facilita las cosas. – le da un sorbo a su lata, mientras me mira de arriba abajo. – Lo primero, quiero que me devuelvas el dinero. Me he gastado en ti unos… 10.000 euros… –

– ¿10.000 euros? – dije con incredulidad, más sabiendo la miseria que ganaba un currito.

– Bueno, puede que no sea tanto, y haya redondeado un poco al alta… – sonríe de nuevo, claramente riéndose de mí en la cara, sin que yo pueda hacer nada en verdad.

– Vale, acepto. – doy un resoplido antes de dejar caer mis palabras… tratando de parecer que tengo voz y voto en aquello. – ¿Satisfecho? ¿Ya me vas a dejar en paz? –

– Oh, no, cariño. Acabo de empezar. A partir de ahora, el 50% de lo que ganes en la web, me lo darás. En metálico. No te preocupes por quedar, algo me dice que vamos a vernos a menudo a partir de ahora… – le da otro trago al Monster mientras se acomoda en la silla…

– E… está bien… – mi voz tiembla, en parte agradecida por que no dijera algo más acusado, como el 90 % de todos mis ingresos o algo así… aunque no entendía por qué…

– Y… verás, hoy no me he hecho una paja con uno de tus vídeos de pies… así que, ¿por qué no me ayudas con ello? – al oír sus palabras mis ojos se abrieron de par en par…

– ¿Perdona? –

– Estas perdonada, tranquila… – me dice, vacilándome a la vez que se acomoda… – Ahora, ¿por qué no empiezas quitándote la blusa y enseñándome ese par de tetas que tienes? –

Mi rostro es un poema en ese punto, quedándome con la boca abierta completamente por la forma de actuar. Me imaginaba algo así… pero no de esta forma. Me sentía totalmente denigrada por su forma de hablar, y simplemente lancé un bufido y avancé dirección a la puerta, con intenciones de irme. Fue justo al llegar a ella y tomar el pomo que me detuve.

– Si te vas, ya sabes lo que tienes… – repitió el chico, con una risa burlona.

Lancé un leve quejido de ira antes de volver sobre mis pasos…

– ¿Qué quieres que haga? –

– Así me gusta, más servicial… – mientras lo decía se reacomodaba en el asiento, como si fuera un sillón… – Pero… ya te he dicho lo que quiero que hagas, cariño… – me había ido tanto con la ira, que se me había olvidado. Justo sabía que me lo acababa de decir, pero me sentía incrédula e incapaz de concebir lo que pasaba. Y esto, solo acrecentaba las risas del chico. – Quítate la blusa y enséñame las tetas. –

Le miré con ira, manteniéndole la mirada… pero, al final, simplemente la desvié antes de empezar a quitarme la blusa. Al sacarla la dejé sobre una silla al lado mío, mientras mostraba mis firmes pechos aún metidos dentro del sostén negro. Después, me lo quité sin ceremonia, dejando ver unos pechos que parecían desafiar la gravedad.

– Uhm… muy bonitos… – dijo con sorna antes de poner sus manos sobre mis pechos…

– Ah… – gemí sin darme cuenta, al notar sus roces, sobre todo al jugar con mis pezones endurecidos… entonces, se metió uno en la boca, y no pude evitar más que lanzar un gemido más fuerte…

– Te gusta, ¿eh? – dijo al sacar la boca, manteniendo la tortura sobre los mismo… – ¿Estas operada? –

– Sí… – reconocí, mientras seguía gimiendo entrecortadamente por los roces de sus manos…

– Ja, como una buena puta… – se rio, manteniendo la tortura sobre mis pechos por unos segundos más.

Gemía y bufaba de placer mientras el acariciaba mis pechos, dejando que hiciera lo que quisiera conmigo. Puse mis manos sobre mi cabeza, sin saber bien que hacer con ellas mientras entrecerraba los ojos…

– Bien… – dijo tras soltar con su boca uno de mis pezones… – creo que ahora, me gustaría verte trabajar. De rodillas. –

La orden fue tan imperante, que no me costó obedecerla. Ahora, estaba perdida en la lujuria, notando como tenía el coño encharcado. No lo quería reconocer, pero desde el primer segundo me encontraba hambrienta de sexo. Al ponerme de rodillas, mis manos actuaron solas, acariciando el pantalón del chándal del chico. Notaba un bulto grande y grueso, y no tardé en liberarlo.

– Wow… – dije a la par que abría mis labios como mis ojos al ver el tamaño de aquello. Presa de la lujuria, había perdido la capacidad de resistirme a sus asaltos…

– Ja, ¿te gusta lo que ves, estúpida puta? – me preguntó con sorna, a la vez que yo asentía, incapaz de pensar… – Pues ponte a trabajar en ella, vamos. – Y al decirlo, me dio un fuerte azote en uno de mis pechos.

Gemí ante aquel maltrato, a la vez que notaba como se recostaba. Sin embargo, no me quejé. Simplemente, puse mis manos sobre su enorme polla, y con delicadeza, fui acercando me rostro a la misma, lamiendo la punta al principio para después empezar a chupar. Al acercarme, notaba un olor algo fuerte a sudor, además de notar que la enorme polla, gruesa y venosa, acababa rematada de un montón de vello púbico y dos pesados huevos. Probablemente de ahí venía el olor. Al meterme la polla en la boca, noté un sabor fuerte en la misma. Algo desagradable, pero a la vez que no quería dejar de succionar.

Fui bombeando lentamente, tragando saliva a medida que iba introduciéndome más y más pedazo de carne dentro de mí. Pronto, mis babas empezaron a correr por la comisura de mis labios, a la par que notaba como aquello era demasiado ancho para mi boca.

– Joder… que lamentable… – se quejó, lo que me hizo mirar hacía arriba. – Chupas como una novata, con la expectación que yo tenía. – seguí chupando mientras le miraba, sin saber bien que decir, dado que era verdad.

Hacía ya 10 años que no hacía una felación… desde que mi esposo falleció… y no sabía como tomármelo. Mientras lo pensaba, el puso su mano en mi nuca, y empezó a forzar mi boca, a la vez que movía sus caderas. Noté como la polla entraba en mi garganta, lo que me hizo asustarme por un momento, a la vez que notaba como me empezaba a follar la boca.

– Oh… así está mejor. – dijo, con una sonrisa sádica, mientras mis manos se apoyaban en sus piernas para intentar mantenerme estable.

Empecé a lagrimear por la sensación, a la vez que mi rostro empezaba a ser un compendio de fluidos corporales. Sin embargo, lo peor es que estaba excitada por aquello, perdida en parte por el placer de su trato. Pronto, empecé a sentirme ahogada, incapaz de respirar. Fue entonces que el chico se apiado de mí y me dio tiempo para respirar, sacando mi cabeza de su entrepierna de golpe.

– ¿Está rica? – dijo con sorna mientras me veía toser. – Por cierto, no me he presentado, yo soy Manuel. – me dijo con total tranquilidad, mientras esperaba un par de segundos a que yo respirara.

–Yo… Patrmmmmmm… – con la mente como la tenía, me presenté yo también inconscientemente, solo para que Manuel me callara la boca, haciéndome tragar su polla de nuevo.

– Ja, ya lo sé, estúpida. – me dijo mientras me follaba la boca un poco más descaradamente. – Ahora, escucha aquí. – A la vez que lo dijo, me dio una pequeña bofetada en el rostro, lo justo para que lo mirara mientras tragaba su polla. – Estoy seguro de que te has preguntado por qué no te he demandado más dinero, ¿verdad? – con su mirada, parecía dejar claro que quería una respuesta…

– Fffff… gggaggghhmm– contesté, incapaz de hablar, a la vez que su polla se mantenía dentro de mí.

– Zorra estúpida, ¿no ves que no puedes hablar con una polla en la boca? Ay… que glotona eres… – se rio de mí, pero en sus palabras empezaba a notar que la mamada le estaba pasando factura… – Eso es porque si te quito más, puedes ver más viable el no ceder al chantaje. Así, yo gano mucho dinero y te doy la esperanza de que es la mejor opción. Y, ¿sabes lo mejor? Que, aunque te lo haya dicho, eres una perra tan descerebrada que aún así, estarás de acuerdo, ¿o no? – en ese momento, Manuel sacó su polla de nuevo para que respirara.

– Sí… cof… cof… sí… – le dije, a la vez que respirara.

– Bien, ahora, pajeame la polla. – obedecí al acto, a la vez que me mantenía fija con la mano en la cabeza. – Apunta con mi polla a tus tetas, zorra. Te voy a bañar en mi leche. – Y en unos segundos, empezó a correrse en mis pechos, llenándolos de su corrida. Uno, dos, tres… no pude contar cuantos chorros lanzó, pero mientras que los tres primeros fueron fuertes como para caer en mis pechos, el resto cayeron sobre mi falda, mis rodillas y el suelo. – Bien… limpia esto, puta. Con tu lengua. – a pesar de que Manuel se hubiera corrido, yo seguía prendida de lujuria, y obedecí, limpiándole la polla con mi boca antes de empezar a lamer el suelo… hasta retirar la última gota de semen.

Mi imagen ahora era un cuadro, desnudad de cintura para arriba, cubierta en semen, babas, rímel corrido y sudor, mientras intentaba respirar. Me dejó un minuto para respirar antes de hablarme.

–Bien, puta. Tengo que terminar unas cosas… así que, por hoy, te dejaré libre. – me dijo con maldad, sabiendo por mi mirada que tenía el coño empapado… –Ahora, quiero que te vistas, así como estás, y te vayas a casa. Te ducharás allí, pero si te cruzas con alguien, quiero que sepan que eres una perra… venga, ahora, largo. – dijo para despedirme como si fuera literalmente una perra callejera…

Obedecí, y me vestí, antes de retirarme a mi casa… sin acabar de creerme lo que había pasado y solo segura de una cosa, que aquella noche me haría el dedo más placentero de mi vida…