Capítulo 2

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Capítulo 1: El Encuentro Prohibido

La inquietud que había llenado la casa de Hollow Creek la noche anterior persistía. Fernanda, todavía perturbada por los eventos recientes, se esforzaba por encontrar un momento de calma. Mary, su hermana menor, se había despertado aterrada tras su encuentro en línea con DarkShadow666. Luna, ajena al caos interno de la casa, se ocupaba en la cocina, preparando el desayuno y charlando alegremente con Cristopher.

Cristopher, con su semblante tranquilo y ojos oscuros llenos de curiosidad, observaba a Fernanda con una intensidad que no pasó desapercibida. Mientras Luna cocinaba, Cristopher se acercó a Fernanda, que estaba sentada en la sala, aún tratando de consolar a Mary.

“Fernanda, ¿puedo hablar contigo un momento?” preguntó Cristopher, su voz suave y algo vacilante.

Fernanda asintió, sintiendo un extraño escalofrío. “Claro, Cristopher. Vamos al estudio, estaremos más tranquilos allí.”

En el estudio, la atmósfera era densa y cargada de una tensión que ambos sentían pero ninguno comprendía del todo. Cristopher cerró la puerta tras ellos, sus pasos resonando suavemente en el suelo de madera.

“¿Qué querías decirme?” preguntó Fernanda, sentándose en el viejo sillón de cuero, sus ojos buscando respuestas en el rostro joven de Cristopher.

Cristopher se acercó lentamente, sus ojos fijos en los de Fernanda. “Ayer por la noche, escuché a Mary gritar. Quería saber si estaba bien.”

Fernanda suspiró, su mirada suavizándose. “Sí, tuvo una mala experiencia en línea. Nada de lo que debas preocuparte.”

“Fernanda…” Cristopher comenzó, pero su voz se apagó mientras sus ojos recorrían el cuerpo de Fernanda de una manera que no pasó desapercibida.

“¿Qué pasa, Cristopher?” preguntó ella, su voz temblando ligeramente.

Cristopher, sin decir una palabra, se acercó más, hasta que sus rodillas tocaron las de Fernanda. El aire parecía espesar, el silencio era roto solo por el leve sonido de su respiración.

Fernanda sintió un calor extraño recorriendo su cuerpo, algo que no había sentido en mucho tiempo. Sus pensamientos se mezclaban entre la moral y un deseo que la sorprendía. Cristopher, a pesar de su juventud, tenía un magnetismo que la atraía inexorablemente.

Sus manos temblorosas se posaron sobre las rodillas de Cristopher, intentando crear una barrera, pero lo que sentía era un impulso casi irresistible. “Cristopher, no deberíamos…”

Antes de que pudiera terminar la frase, Cristopher inclinó su cabeza y sus labios se encontraron. Fue un beso tímido al principio, pero rápidamente se volvió más intenso. Fernanda sintió cómo la saliva de Cristopher se mezclaba con la suya, uniendo sus bocas en un acto de desesperación y deseo.

El contacto era eléctrico, y Fernanda no pudo evitar abrirse a la sensación. Su mente gritaba que estaba mal, pero su cuerpo respondía con una urgencia que no podía controlar. Las manos de Cristopher se movieron con audacia, explorando su cuerpo, encontrando sus zonas más sensibles.

Cristopher bajó una mano hasta el borde de la falda de Fernanda, sus dedos rozando suavemente su piel. Fernanda jadeó, su respiración volviéndose errática mientras los dedos de Cristopher se deslizaban lentamente bajo la tela, encontrando su clítoris con una precisión sorprendente para su edad.

Fernanda cerró los ojos, dejándose llevar por la marea de sensaciones. Podía sentir la humedad acumulándose, sus fluidos vaginales respondiendo a las caricias de Cristopher. Sus pensamientos eran un caos, una mezcla de culpa y placer que la consumía.

“Fernanda,” susurró Cristopher, su voz cargada de deseo. “Déjame hacerte sentir bien.”

Fernanda solo pudo asentir, su cuerpo respondiendo de maneras que su mente no podía racionalizar. Cristopher, alentado por la respuesta de Fernanda, continuó su exploración, su otra mano subiendo por la blusa de Fernanda, encontrando sus pechos y acariciando sus pezones con destreza.

Los gemidos de Fernanda llenaron la habitación, una sinfonía de placer y rendición. Sentía cómo su cuerpo se tensaba bajo el toque experto de Cristopher, acercándose al borde del abismo.

Cristopher, con una determinación feroz, bajó la cabeza y comenzó a besar el vientre de Fernanda, sus labios recorriendo cada centímetro de su piel. Fernanda arqueó la espalda, su mente nublada por el placer, sus manos enredadas en el cabello de Cristopher.

El momento culminante llegó con una intensidad avasalladora. Fernanda gritó de placer, su cuerpo sacudido por el orgasmo. Podía sentir cómo los músculos de su cuerpo se contraían, liberando toda la tensión acumulada en una explosión de sensaciones.

Mientras Fernanda recuperaba el aliento, Cristopher se levantó lentamente, sus ojos encontrándose con los de ella. Había una comprensión tácita entre ellos, una conexión que trascendía las palabras.

Pero no estaban solos.

Mary, que había seguido a Cristopher y Fernanda en secreto, observó toda la escena desde una rendija en la puerta. Sus ojos estaban muy abiertos, su mente tratando de procesar lo que había visto. Sin hacer ruido, se alejó de la puerta y corrió hacia la cocina, donde Luna estaba preparando el desayuno.

“Luna… necesito hablar contigo,” dijo Mary, su voz temblando.

Luna dejó de cortar las verduras y miró a Mary con preocupación. “¿Qué pasa, Mary?”

“Es Fernanda… y Cristopher… los vi…” Mary no pudo terminar la frase, las lágrimas comenzando a caer por su rostro.

Luna frunció el ceño, su mente procesando lo que Mary trataba de decir. “Tranquila, Mary. Dime todo, ¿qué viste?”

Mary respiró hondo y comenzó a relatar lo que había presenciado, cada detalle grabado en su mente. Luna la escuchó en silencio, su rostro endureciéndose con cada palabra.

“Esto no puede seguir así,” murmuró Luna, sus ojos brillando con determinación.

Mientras Luna y Mary seguían la conversación, Fernanda y Cristopher, en el estudio, trataban de asimilar lo que acababa de ocurrir, sin saber que sus acciones habían desencadenado una serie de eventos que culminarían en un encuentro aún más oscuro y complejo.

Capítulo 2: La Oscuridad en el Corazón

La tensión en la casa de Hollow Creek había alcanzado un punto crítico. Fernanda no podía dejar de pensar en lo que había sucedido con Cristopher. Los eventos de esa noche la perseguían, y aunque intentaba actuar con normalidad, sentía que algo oscuro la acechaba en cada rincón.

Mary, por su parte, estaba en su habitación, tratando de asimilar lo que había visto. La imagen de Cristopher y Fernanda juntos se repetía en su mente una y otra vez, llenándola de una mezcla de curiosidad, miedo y una excitación que no comprendía del todo. Sentía un hormigueo constante en su cuerpo, una inquietud que no podía ignorar.

Fernanda decidió que necesitaba hablar con Mary, asegurarle que todo estaba bien y que no había motivo para asustarse. Se dirigió a la habitación de Mary, sus pasos resonando suavemente en el suelo de madera. Cuando llegó, llamó a la puerta con suavidad.

«Mary, ¿puedo entrar?» preguntó, su voz cargada de una calma forzada.

Mary abrió la puerta lentamente, sus ojos grandes y llenos de preguntas. «Sí, pasa,» dijo, dando un paso atrás para dejar entrar a su hermana.

Fernanda entró y cerró la puerta detrás de ella. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz que se filtraba a través de las cortinas. Se sentó en la cama junto a Mary, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

«Mary, sé que viste algo anoche que te asustó,» comenzó Fernanda, su voz suave pero firme. «Quiero que sepas que lo que pasó entre Cristopher y yo… es complicado.»

Mary la miró, sus ojos llenos de curiosidad y algo más oscuro, una chispa de deseo que Fernanda no había visto antes. «Fernanda, no estoy asustada… solo estoy… confundida.»

Fernanda suspiró, tratando de encontrar la manera de explicarlo. «A veces, nuestros deseos nos llevan a lugares inesperados. Lo que pasó entre Cristopher y yo… fue un momento de debilidad.»

Mary asintió lentamente, sus ojos brillando con una luz extraña. «Fernanda, sentí algo cuando los vi… algo que no entiendo pero que no puedo ignorar.»

Fernanda sintió un nudo en el estómago. «Mary, lo que sientes es normal, pero necesitas ser cuidadosa.»

Mary, sin apartar la mirada, se acercó más a su hermana. «Fernanda, quiero entender. Quiero sentir lo que tú sentiste.»

Fernanda quedó paralizada por un momento, sus pensamientos un torbellino de emociones. «Mary, no sé si eso es una buena idea…»

Pero Mary no la dejó terminar. Sus labios se encontraron con los de Fernanda en un beso suave pero decidido. Fernanda intentó resistirse, pero el calor y la intensidad del momento la superaron. La saliva de Mary se mezclaba con la suya, creando un vínculo íntimo y prohibido.

Mary comenzó a explorar el cuerpo de Fernanda con manos temblorosas pero determinadas. Sus dedos recorrieron el contorno de su hermana, encontrando cada curva, cada rincón. Fernanda no pudo evitar un gemido cuando los dedos de Mary encontraron su clítoris, acariciándolo con una suavidad inesperada para alguien tan joven.

El cuerpo de Fernanda respondía a las caricias de Mary, sus fluidos vaginales comenzando a humedecer su ropa interior. Sentía cómo su respiración se volvía más rápida, su mente un caos de placer y culpa.

Mary, alentada por la reacción de su hermana, continuó con más confianza. Bajó la cabeza y comenzó a besar el cuello de Fernanda, sus labios dejando un rastro húmedo mientras se movía hacia abajo. Fernanda sintió cómo el calor se acumulaba en su vientre, cada caricia de Mary encendiendo un fuego que no podía controlar.

Mary se arrodilló frente a Fernanda, sus manos deslizándose bajo la falda de su hermana. Con una delicadeza sorprendente, retiró la ropa interior de Fernanda, revelando su vulva húmeda y ansiosa. Mary observó cada detalle, fascinada por la belleza y la vulnerabilidad de su hermana mayor.

Fernanda, con los ojos cerrados y el rostro enrojecido, dejó escapar un suspiro profundo. «Mary, esto está mal… pero se siente tan bien.»

Mary, decidida a continuar, acercó su rostro a la entrepierna de Fernanda. Su aliento cálido acarició la piel sensible antes de que su lengua tocara suavemente el clítoris de su hermana. Fernanda arqueó la espalda, sus manos aferrándose a las sábanas mientras un gemido de placer escapaba de sus labios.

La lengua de Mary se movía con precisión y ternura, explorando cada pliegue y cada rincón de la vulva de Fernanda. Sentía cómo su propia excitación crecía, los fluidos acumulándose en su ropa interior mientras se entregaba completamente al acto.

Fernanda podía sentir cada movimiento, cada caricia húmeda y delicada. Su mente era un torbellino de sensaciones, luchando entre la culpa y el placer abrumador. Los gemidos de Fernanda llenaban la habitación, una sinfonía de deseo y rendición.

«Mary… no pares… por favor…» jadeó Fernanda, su cuerpo temblando bajo el toque delicado de su hermana.

Mary aumentó el ritmo, su lengua moviéndose con más intensidad mientras sus dedos acariciaban los labios vaginales de Fernanda. Los fluidos de Fernanda se mezclaban con la saliva de Mary, creando una sensación de humedad y calor que las envolvía a ambas.

El clímax se acercaba, Fernanda podía sentirlo. Su cuerpo se tensaba, cada músculo preparado para la explosión de placer que sabía que vendría. Mary, sintiendo la creciente tensión en su hermana, no se detuvo, su lengua y sus dedos trabajando en perfecta armonía.

Finalmente, el orgasmo llegó con una fuerza avasalladora. Fernanda gritó de placer, su cuerpo sacudido por espasmos mientras la ola de éxtasis la recorría. Mary continuó, lamiendo y acariciando suavemente, guiando a su hermana a través del orgasmo hasta que los temblores comenzaron a disminuir.

Fernanda, jadeando y con el rostro aún sonrojado de nerviosismo y placer, abrió los ojos para encontrar a Mary mirándola con una mezcla de antojo y satisfacción. Había una corriente en su mirada que hacía que Fernanda comprendiera que dicho acto complació tanto a su hermanita como ella. Parecía que el ritmo cardíaco latía al mismo compas y exaltación.

Mientras Fernanda recuperaba el aliento, Mary se levantó lentamente, sus ahora muy tímidos ojos encontrándose con los de su hermana generaban cierta complicidad silenciosa con una leve sonrisa nerviosa.

Fernanda, aún sintiendo los efectos del orgasmo, tomó la mano de Mary y la apretó con suavidad. «Mary, esto… esto es nuestro secreto. Nadie debe saberlo.»

Mary asintió, su expresión seria. «Lo sé, Fernanda. Prometo que no diré nada.»

Mientras las dos hermanas se abrazaban, la sombra de lo que había ocurrido las envolvía, uniendo sus destinos de una manera que ninguna de ellas había previsto. El camino hacia el encuentro final estaba trazado, y cada paso las acercaba más a un desenlace inevitable.