Capítulo 14

Cuando entró por la puerta de la mansión, mi mujer me pregunta:

–¿Cómo vienes del exterior si estábamos en el segundo piso?

–Es que la guarda de seguridad me reclamó para unos asuntillos –le contesto, con cierta ironía.

–Ya. No se te puede dejar solo. Y yo mientras, aquí colocada, como una imagen religiosa, esperando a ser sacada en andas. Menos mal que me encontré con Sara y Anthony.

Saludo a la pareja amiga y les comento lo siguiente:

–¿Por qué no os animáis a compartir una habitación con nosotros y montamos un intercambio de pareja?

–Justamente eso es lo que le estábamos comentando a Sonia –contesta Sara–. Anthony ya habló con la recepcionista y nos dieron la habitación n.º 12, en este mismo rellano, al fondo del pasillo.

–Estupendo. Vayamos allá entonces. Bueno, igual mi mujer se encuentra cansada de tanto folleteo con sus tres dioses africanos.

–Estoy estupendamente. Ya dije que les hundiría la estadística de machirulos. Muy poco disminuyeron mi fuego –suelta mi esposa, carcajeándonos los cuatro.

Ya describí en relatos anteriores que Sara es como Claudia Schiffer, pero con melena morena. Es un bellezón, una diosa egipcia. No me extraña que Anthony le consienta todos los caprichos, que le perdone todos sus escarceos extramatrimoniales. Mi colega tiene unas buenas tragaderas. Es un buen cornudo consentidor, ¡el muy cabrón!

Anthony intenta cuidarse pero la alopecia y la gota lo están envejeciendo. Aunque es un hombre de 1,75 m de altura y conserva una compresión corporal atlética, al lado de Sara desmerece mucho. Él se da cuenta y para no perderla y quedarse solo (pues es consciente de que a sus 54 años tiene difícil conseguir a otra diva como Sara), se ha convertido en su perrito faldero, hasta el extremo de tragarse el esperma de los amantes de su mujer… entre ellos el mío.

Ya frente a la puerta, Anthony se dispone a abrirla, sacando la llave del bolsillo. Entramos y nos vamos directamente al jacuzzi. Miro a las cámaras y les guiño un ojo, sé que Vega nos está observando. Encendemos unas velas aromáticas. Los manoseos bajo el agua burbujeante y los morreos son la nota general de nuestra estancia en el spa.

Después de estar casi una hora en el jacuzzi, nos dirigimos a unas camillas para masajes que hay cerca del spa. Sara y Sonia se tumban en ellas, cada una en la suya. Anthony y yo cogemos unos aceites de rosa mosqueta, de almendras y de romero, que hay en tres tarros en un armario, y comenzamos a masajear a las chicas (Anthony a mi mujer y yo a la suya, por supuesto). Les hacemos un buen masaje relajante de cuerpo entero. Nos pasamos dos horas amasando sus carnes. Desde el rostro hasta la punta de los pies, no queda ni un centímetro de piel por frotar y manipular.

Las chicas están muy encendidas y Sara me pide que me la calce a cuatro patas. Se baja de la camilla y se coloca en el suelo en dicha posición. Yo la agarro por la cintura y le clavo en su chocho pringoso, de una sola estocada, todo mi rabo duro, caliente y palpitante.

–Dame duro, cariño. A tres o cuatro empellones por segundo. Aguántame media hora a este ritmo para que yo pueda enlazar varios orgasmos seguidos –me dice Sara, como poseída por la diosa Lujuria.

–Tranquila, que este es el cuarto polvo que echo hoy y puedo aguantar el tiempo que me pidas –le comento en tono chulapo, mientras le regalo unos buenos caderazos.

Me fijo de soslayo en lo que hacen Sonia y Anthony. Sobre la camilla, en la postura del misionero, Anthony se está trajinando a buen ritmo a mi esposa. Esta gime y bufa como si llevara una semana sin follar. Es inagotable la muy furcia, ¡cómo me pone, la amo! Para ponerme más caliente, si cabe, Sonia le dice a Anthony:

–¡Qué bien follas, mi amor! Hacía años que no me tiraba a un amante tan fornido y tan bien dotado. Cuando te corras hazlo sobre mi pubis. Después te agachas y me lames y relames la concha hasta dejarla reluciente. Quien mancha debe limpiar después, es mi lema. Quiero ver cómo te tragas tu propio esperma.

Anthony estaba tan cachondo, que al ser la primera vez que se follaba a mi mujer (yo a Sara ya me la había trajinado más veces), no tardó mucho en decir:

–¡Me corro, joder! Mira, Jonathan, cómo le pringo de esperma el pubis a la guarra de tu mujer.

–Sí, cariño. Ahora bájate al pilón y déjame bien fresquita. Sórbeme el chocho –le suelta mi mujer.

Sara y yo habíamos cambiado de postura. Ahora estábamos en mi preferida: yo sentado en un sofá y Sara sentada sobre mí, dándome la espalda. Sara se había corrido una vez (cuando estuvo colocada a cuatro patas), y ahora al ver a su marido lamerle la almeja a Sonia y tragarse su propio esperma, se estaba corriendo por segunda vez. Me pide que me corra en sus entrañas, que quiere aplastarle el chocho en la cara a Anthony para que se trague sus jugos y mi lechada. Yo acelero las embestidas, buscando eyacular pronto. Observo, también, a Anthony cómo sorbe el coño de mi esposa y se traga sus fluidos mezclados con lechada. Esto me pone como una moto y aviso de que me corro. Le calco fuerte la polla en las entrañas a Sara, quería meterle el semen bien adentro para que tardara en salir unos 30 segundos, como mínimo (para darle tiempo a colocarse en cuclillas sobre la cara del chapero de su marido).

Efectivamente, cuando Sara intuye que mi picha ya vació toda la lefa que tenía que vaciar (que está bien exprimida), se desengancha de mí y a una indicación suya, Anthony se acuesta en el suelo (boca arriba). Ella se coloca sobre él y le hunde su coño en toda la boca.

–Trágate toda la leche de mi macho, cabrón, que sé que te gusta. No es la primera vez que la pruebas. ¡Maricón!

Por la uretra de mi polla asoman unas gotas. Me acerco a las tetas de Sara, sacudo mi rabo y le suelto cuatro o cinco gotas de leche en su pecho.

–Cuando Anthony acabe de succionarme y sorberme el higo, le digo que me lama estas últimas gotas de tu drenaje de huevos, que escupiste sobre mis pechos –me dice Sara, soltando unas carcajadas ella, Sonia y yo.

Nos tomamos un descanso para recuperar fuerzas. Vega, la segurata, se puso muy cachonda y aprovecha para ver lo que ocurre en la habitación n.º -10, en el sótano. Como todos sabemos a estas alturas, en el subterráneo las habitaciones están dedicadas al BDSM. En esta habitación hay dos chicos acostados boca abajo sobre unas camillas. Tienen las piernas colgando hacia el suelo. Las camillas están colocadas una en frente de la otra, dándose el trasero los chicos.

En medio de las camillas hay una chica sentada en una silla. El brazo derecho, hasta el codo, lo tiene introducido en el trasero del maromo que está a su costado derecho y el brazo izquierdo lo tiene introducido en el trasero del marica que está a su costado izquierdo. La chica parece que está expirando sus pecados en una cruz.

La dómina, para no aburrirse, hace la batidora con sus brazos en el interior de las entrañas de aquellos masoquistas radicales. También abre y cierra el puño intentando hacerles algún desgarro intestinal y provocarles una hemorragia interna. No es el primer masoca radical al que hay que trasladar en ambulancia al hospital. Pero el cliente es el que manda. Uno de ellos le dice a su Ama:

–Méteme el brazo hasta el fondo, hasta la axila. Agarra todo lo que pilles por el camino y arráncalo. Estoy a punto de llegar al orgasmo. ¡Joder, qué placer!

–Cállate, maricón, o te arranco el páncreas, el hígado y hasta un riñón. Estas son las pollas que te gustan, verdad, unos buenos brazos de hembra dominante –le contesta la Ama.

El chico ya no pudo contestar. Un orgasmo brutal y salvaje inunda su cuerpo. El chaval se desmaya. Algo de sangre sale por el esfínter anal. Cuando la dómina saca el brazo del culo del esclavo, lo tiene encharcado en sangre. Aprovecha que el otro chaval le pide más caña y le mete este segundo brazo por el culo.

Vega no podía creer lo que estaba viendo. Una hembra con sus dos brazos introducidos hasta la axila por el culo de un maromo muy vicioso. ¡Con qué estilo y ritmo mete y saca sus brazos del intestino grueso de este cabrón! ¡Mismo pareciera que está lavando ropa en un lavadero!

Cuando este segundo sarasa se corre, la hembra desacopla los brazos del ano del maromo y, sin ni siquiera lavarlos, telefonea a Urgencias. El chaval que se acaba de correr le pregunta:

–¿Tan grave es lo del compañero? ¿No estará exagerando?

–Quizás. Los hombres sois muy flojos. Pero algún desgarro debe de tener el muy marica, porque noté como que rasgué la tripa con una uña.

Vega ya no podía aguantar más la calentura y se baja el pantalón del uniforme. Comienza a frotarse la panocha, con ímpetu. Cambia el monitor a la habitación de al lado, la n.º -9. En esta sala hay tres chicos en cuclillas (parecen, por su estética ñoña, pertenecer a una asociación de abogados católicos), y debajo de ellos (como si fueran mecánicos revisando el chasis de un coche), están el mismo número de hermosas chicas, mulatas, y su función consiste en ir introduciendo por el ano de los esclavos, un pequeño cactus de unos 13 cm de largo por 15 cm de perímetro. Pero el problema son las espinas.

Los abogados chaperos católicos sangran por el esfínter anal como si fuera una fuente del maná ofreciendo vino. Los cabrones chillan como terneros en el matadero. Otro grupo de dóminas les cepillan el glande con unos cactus de proporciones similares al que están recibiendo por el trasero.

–No os quejaréis. Os estamos dejando la polla, el escroto y el ano bien limpitos con estos cepillos naturales –les suelta con sorna la Dómina Superiora.

Vega comienza a sentir que se marea al ver a estos guarros y asquerosos abogados católicos prestarse a este tipo de prácticas sexuales tan viciosas y decide cambiar y volver a la habitación donde estamos Sara, Anthony, mi mujer y yo.

Nos encuentra, a mi mujer dándole por el culo a Anthony con un pollón de látex inmenso; y a mí, petándole el ano a Sara. Las dos parejas estamos en la postura de perra en celo.

Como no me dejé dar por culo ni tampoco accedí a tragarme el esperma de Anthony, a mi mujer le sentó muy mal. Está acostumbrada a que sus caprichos y antojos sean cumplidos sin ningún tipo de reparo por las personas más cercanas a su círculo social. Yo le corté el rollo y creo que ese fue el motivo de que unos meses más tarde, me pidiera un tiempo de impasse en la relación.

Pero volviendo a la situación de la orgía, el caso es que mi mujer le bombea el trasero con furia al chapero de mi amigo. Este chilla pidiendo compasión. Sonia se ríe y le da por culo con más saña. A su vez, Sara me pide que vaya cambiando la polla de orificio, cada cinco arremetidas pasar del culo al coño y viceversa.

–Me encanta pasar de tu retaguardia a tu vanguardia y volver a la retaguardia. ¡Qué conejo y ojete tan acogedores tienes, Sara! ¡Eres una buena puta! –le digo, en un momento de calentura total.

–Descarga una buena lechada, que a mi marido le gusta limpiarme y saborear el semen de mis machos.

–Es mi quinto polvo. Si consigo soltar cinco o seis gotas de leche date por contenta, mi amor –le comento a Sara, que pone los ojos en blanco de lo salida que está.

–Pues suéltalas en mi pubis, que Anthony las recogerá con su lengua una a una (como si fueran perlas del Caribe), y las engullirá como el buen maricón en el que se ha convertido.

Vega, la segurata, no pudo evitar orgasmar en tres o cuatro ocasiones viendo lo guarros que somos. Sonia se folló en todas las posturas el trasero de Anthony (perra, misionero, de lado, ella sentada y él sentado sobre ella [dándole la espalda o de cara], de pie en diferentes modalidades, etc.), a Anthony le quedó el ojete bien horadado y escocido. Yo también fui cambiando de posturas con Sara. ¡Cómo sudaba la cacho guarra! Tenía la espalda empapada en sudor. Su melena se notaba encrespada por la humedad del acaloramiento. Su bajo vientre y sus ingles también tenían su ración de sudor de tanto chasquear nuestros cuerpos.

En la postura del misionero decidí correrme. Saco la picha de su chocho, y como Sara bien me indicó, le descargo las siete u ocho gotitas viscosas por el pubis e ingles. A una señal de Sara, Anthony se desacopla del rabo de mi mujer y se acerca a la entrepierna de su esposa con la lengua fuera, imitando a un perrito. Sara le señala las gotitas de mi esperma y le dice:

–Recógelas muy despacio, para que nuestros amigos observen bien lo puta que es mi marido. Saboréalas con sumo placer. En la ingle derecha hay dos, no las dejes atrás.

Mi mujer, mientras Anthony limpia a su chica, a este le hace una gayola (estirándole con fuerza el rabo hacia afuera y metiendo el capullo en una copa). Cuando mi amigo chapero deja la entrepierna de su mujer reluciente, tragándose toda la lefa que recoge, yo no pude evitar meterle mi rabo en la boca para que me higienizara a mí, también, los bajos. Los lametones y chupetones que me regala, el muy maricón, no tienen nada que envidiar a los que podrían proporcionarme unas modelos escorts con bocas de mamonas tragasables, de las muchas que conocí a lo largo de mi vida.

Aprovechando que mi rabo está semiflácido, empujo su cabeza hacia mi vientre metiéndole todo mi paquete en su boca, incluido mis huevos. Anthony comienza a gemir fuerte. Me fijo en mi mujer y efectivamente, Sonia le está ordeñando una buena cantidad de leche. Le drena de tal forma los testículos que deja un tercio de la copa llena. Mi chica le exprime por más de cuarenta segundos la polla a Anthony, recogiendo hasta la última gota de lechada en aquella copa de coñac.

Sonia practica una agitación orbital con la copa, imitando a la cata de vinos. Después se acerca con cierta parsimonia la copa a la boca y vacía su contenido en su cavidad bucal. Se enjuaga la boca, hace gárgaras y después se acerca a Sara y le escupe toda la carga en su boca. Sara repite el mismo orden de guarradas que Sonia y después se acerca a su marido y le suelta la bola de esperma, mezclada con una buena cantidad de babas, en su garganta. Anthony no pierde el tiempo y se lo traga todo. Se relame.

La segurata no hace más que decir, en la soledad de su garita:

–Vaya cuarteto de guarros asquerosos. Solo me tiré a uno de ellos, pero no me importaría follarme al marica de Anthony y a las dos furcias que los acompañan. ¡Cómo me han encendido! Menos mal que dentro de una hora llega Julián, mi relevo, y me lo calzaré aprovechando que me ofreció sus servicios para que prospere en mis “clases” de Regresada a El Edén.

Sara, Anthony, mi mujer y yo abandonamos aquella mansión, con el propósito de volver, pero de momento eso no será posible. Mi mujer me metió en el “congelador” hasta que no me decida a comer el semen de sus amantes y a permitir que con un dildo me rompa el culo.