La despedida de soltero de mi amigo Jorge se convirtió en una noche entera para tres chicas y seis chicos
Hace un año, Jorge, el prometido de una prima, se iba a casar.
A escasos días de la boda me avisaron unos amigos que pronto celebrarían su despedida de solteros.
La verdad es que no había mucho ánimo para nada.
La ceremonia pretendía hacerse en un círculo de amigos y familiares cercanos, por lo que la ansiada fiesta de solteros era algo que no despertaba mucho ánimo.
Jorge tiene unos 28 años y el grupo de amiguetes ronda por ahí: 30, 25, 31. Yo, el mayor, tengo 35 años.
Un día antes de la boda llamó Héctor para informarme que a las 10:00 de la noche debía ir a un apartamento en una zona del Este de la ciudad, donde se haría la fiesta de Jorge.
–¿Qué van a hacer?, pregunté a Héctor.
–Nada especial, reunirnos para tomar unos tragos, charlar y tal vez ver una porno.
–No, no voy; me da fastidio.
–¡Hombre, te vas a arrepentir! ¡Anímate!
–No, es que ya no tengo ganas, estoy en pijamas, es sábado, pasan una película buenísima en televisión y realmente me da mucho fastidio vestirme y coger el carro para llegar allá, le dije.
–Bueno, entonces mañana te cuento. Pero no digas que no te invitamos.
En efecto, no fui. ¡Pero de la que me perdí, Dios! Héctor se encargó, en la fiesta de la boda de contarme el episodio de la noche anterior.
«Llegamos Carlos, Antonio, y yo al edificio indicado. Timbramos el intercomunicador y nos atendió una voz de hombre, que apenas se lograba diferenciar del ruido de la música que se oía al mismo tiempo. Nos identificamos y nos abrió la reja.
Subimos, tocamos a la puerta y al abrir un espectáculo de abreboca estaba ante nuestros ojos.
En la sala, en la que apenas había dos sillas y un sofá, una morena guapa que llevaba un vestidito corto de color verde tras el cual se le marcaba tremendo culo, y un top que apenas le cubría los senos, estaba en cuclillas chupando alternativamente los penes erectos de Esteban y Cheo, dos amigos de la universidad de Jorge que estaban aún con las caminas puestas pero con los pantalones y los calzoncillos abajo.
-Guao! –gritó Antonio. ¡Como una porno! Y se animó tanto que ya empezaba a bajarse la cremallera del pantalón para unirse al dúo.
-Espera, espera -le dijo Esteban-, que esto es un pasapalo de entrada porque aún Jorge no ha llegado y le tenemos preparada la sorpresa.
Todos habían puesto dinero para contratarle una fiesta inolvidable al amigo. La idea era contratar unas tres muchachas para el banquete de sexo. En efecto, las otras dos estaban vistiéndose en una de las habitaciones.
Una de ellas estaba más bien pasada de kilos pero exhibía unas tetas descomunales y sus labios carnosos prometían una mamada de infarto.
La otra, flaca y más alta, llevaba puesto un bikini que le cubría un poco de la rajita y era un hilo pro detrás, dejando sus nalgas bien formadas al descubierto. Sus senos eran más pequeños de los de la gordita pero tenían muy buena forma.
Todos los que llegamos fuimos a otro cuarto y nos desvestimos rápidamente, quedándonos sólo en ropa interior. Las ganas de tirar ya se veían en mucho de nosotros que exhibíamos por debajo de los calzones una erección importante.
–La idea es que las tipas sólo nos mamen el güevo. Nada más. Sólo pagamos la mamada, o sea, que quien quiera cogérselas tendrá que darles más dinero de su bolsillo, ¿okey?, advirtió Esteban, a quien la morenaza apenas había terminado de exprimirle sus jugos con la boca.
En eso sonó el timbre. Era Jorge. Habían llegado a las 11:00 pm, hora de la función. Apagamos las luces y nos pusimos rápidamente en un círculo, dejando una vela encendida en el medio. Las chicas esperaban al novio en una habitación.
Jorge tocó la puerta y todos al unísono le gritamos: ¡Bienvenido!. Ya estaba rodando el licor entre nosotros y la música de merengue sonaba fuerte.
Jorge entró, incrédulo de lo que veía (todos estábamos en calzones con un vaso de ron en la mano y formando un círculo), hasta que Esteban y Antonio lo condujeron al medio.
En eso entraron la gordita y la flaca con un baile sugestivo que le dedicaron al amigo. Le pegaban los senos y el culo, le hacían invitaciones. Jorge sonreía pero lucía como contrariado por la situación.
Todos reíamos y le gritábamos cosas. «¡Cógetela! ¡Quítale la ropa!». Hasta que entró la morena.
Se había quitado la faldita verde ordinaria y ahora venía con un bikini amarillo que resaltaba lo buena que estaba. Tremendas curvas, unas tetas paraditas y firmes, un culo respetable y linda cara. Le hizo un baile erótico con contacto, lo que inmediatamente se tradujo en una erección del amigo.
Tatiana, así se llamaba o se hacía llamar la morenota, se le acercó y dándole un abrazo suave fue bajando hasta poner la cara frente a su miembro. ¡Eeejeeeé, uuupaaa!, le grité a Jorge quien no ofrecía la menor resistencia al trabajo de la chica. Las otras dos también nos bailaban a nosotros y ya Antonio, el menor, tenía su larga verga afuera esperando que la gordita se la tragara.
Tatiana sacó el miembro del amigo, que estaba medio flácido. Lo engulló con furia, mientras Jorge se quitaba frenético la camisa.
Al cabo de unos segundos ya su paloma estaba totalmente erecta. La tenía gorda y de buen tamaño.
La morena se afanó en hacer muy bien su trabajo. Su lengua subía y bajaba por el pene de Jorge, a veces lo mordisqueaba, a veces se lo metía entero, a veces lo chupeteaba como un helado mientras le hacía una pajita lenta.
Antonio, entretanto, estaba deleitándose con la chupada que le estaba haciendo la gordita, que se hacía llamar Helena. «Mama demasiado bien», decía para luego echarse un buen trago de ron. Yo, que estaba a su lado, esperaba un chance para clavarle mi verga en la boca.
Me gasto 19 centímetros de carne tiesa. Pero Antonio no la dejaba. Le movía la cabeza marcando el ritmo de la felación y ella no oponía la menor resistencia. Más bien, hacía acompañar el mete y saca con pequeños «hummm, hummm, hummm».
Con la flaca Penélope estaban Carlos y Esteban, quienes se habían encargado de desnudarla totalmente. Ella se metía un pene y luego otro, como desesperada. Llegó un momento en que tenía los dos en la boca, y les daba lenguetazos simultáneos.
Mientras, Cheo le tocaba la totona, totalmente húmeda. Con su mano derecha le abría los labios y le pulsaba rápidamente el clítoris, tocamientos que ella respondía con un goce total. Pero el miembro de él estaba flácido aún.
El cuadro, entonces, era así: el agasajado Jorge con la morenota, que seguía y seguía mamando, que se metía la verga completa hasta las bolas y se la volvía a sacar; la gordita con el joven Antonio, quien tenía los ojos rogando por no acabar y a mi esperando turno; y la flaca aguantando los penes de Carlos y Esteban en su bocota mientras Cheo, si lograr la erección, la masturbaba.
Estuvimos así un buen rato hasta que Jorge, ya súper animado, se separó de la morena y se dirigió a la gordita.
–Dame chance, le dijo a Antonio, casi en tono de orden.
–Déjame terminar, coño, le contestó él.
–Pero es que yo soy el que se va a casar y la fiesta es para mi, argumentaba rotundo Jorge.
La gordita ni caso hacía. Sólo nos miraba hacia arriba con ojos huidizos, como preguntando, pero seguía saboreándose la larga verga de Antonio, quien de pronto gritó descontrolado: «Te voy a acabar en la cara, puta».
Un chorro de semen salió disparado hacia el rostro de Helena, cayéndole en la nariz y rodándose hacia la boca. Emitió otro taco que le cayó en el pelo, luego otro que le pasó por encima y le rodó por la espalda y otro más que se le quedó en la mano con la que se hacía la paja.
El joven se retiró abriéndole paso al agasajado quien rápidamente la puso a mamar, y yo seguía de pie, con mi palo tieso sin saber dónde meterlo, pero… ¡allí estaba la morenota!
Me fui hasta ella y casi automáticamente la agarré por la cabellera negra y le crucé mi palo hasta hundirlo en su boca caliente. La muy puta succionaba mientras giraba en redondo la mano con que me agarraba el miembro. Con la otra mano, que tenía sobre una nalga, me empujaba hacia ella y me apretujaba.
En el otro extremo del cuarto Esteban y Carlos habían puesto en cuatro patas a la flaca, quien le seguía mamando la paloma al primero y se dejaba clavar desde atrás por el segundo.
Carlos le metía y le sacaba afanosamente su miembro y ella intentaba gritar pero tenía el güevo de Estaban en la bocota, por lo que le emitía un sonido gutural ininteligible, que excitaba más a todos los miembros de la ronda.
Cheo había abandonado sus intentos por que se le parara y se había sentado despaturrado en una de las sillas, en donde se daba con la mano derecha en su triste verga, renuente a una erección.
Jorge que gritaba «¡uff, uff!» con la mamada de la gordita, de pronto sacó su miembro de la boca de ella, se hizo la paja velozmente diciendo «coño, coño, coño», le gritó: «Trágatelo, trágatelo», y explotó en una súper eyaculación que fue a parar a los cachetes corolados, la boca y las tetas de Helena, que se regó la leche con las manos por los senos.
Para entonces, yo seguía disfrutando la estupenda felación que me hacía Tatiana, quien no se cansaba y gozaba que yo le tocara los senos, donde sentía mucho placer, a juzgar por las expresiones de su cara.
«Vamos a pasar a algo más divertido», me dijo echándose de espaldas sobre el suelo frío y abriendo las piernas totalmente. Dos ambas manos se abrió la totonota rosada intenso y le dijo: «Métemela, papito».
Yo obedecía sus órdenes y le hundí los 18 centímetros de un solo golpe que ella sintió a fondo con un «haggg!!!» que le salió de su garganta profunda.
Quería montarla primero suavemente, pero estaba ella tan mojada y se contoneaba de tal forma que tuve que hacer un esfuerzo por no acabar.
Mi estrategia fue detenerla un poco. «Para, para, para; más despacio nena para gozarte bien», le comenté a la bicha. Sus caderas se meneaban, la muy puta, en redondo, haciendo que las tetas se le movieran como gelatina. Los pezones los tenía paraditos y se vez en cuando se los pellizcaba ella misma.
Levanté la mirada y pude ver como el amigo Jorge, Carlos y Esteban tenían rodeada a la flaca para lanzarle como misiles los fluidos de sus respectivos penes.
Como carajitos, jugaban a ver quien le echaba la leche más rápido y en mayor cantidad. La Penélope, de rodillas y mamando alternadamente los penes de mis amigos, aguardaba ansiosa el baño viscoso y blanco que en pocos segundos arribó a su cara y sus teticas. «¡Aaayyy!», gritaba uno mientras se gozaba un orgasmo enorme, y «¡ya, ya, ya!» decía otro dejándose correr sobre la cara de la puta cubierta ya de una mascarilla de semen.
Ver eso me excitó tanto que no tuve que arremeter con más fuerza para desparramarme en un orgasmo que me estremeció hasta los dedos de los pies y le regué sobre su sexo y su ombligo.
Jorge, luego de beberse otro roncito con limón y fumarse un cigarrillo, se tiró a la flaca en un baño. Carlos agarró a la gordita y la puso a mamar (lo mejor que hacía), sobre una lavadora que había en la cocina. Helena no se cansaba de hacerlo.
Seguía resoplando güevos como si fuera la primera vez. Esteban, que ya sabía que «lo hacía bien», se paró en la puerta y apuraba:
–¡Coño, apúrate, cabrón!, que yo también quiero que me lo mame.
–Ya… va… ya… haggg, haggg, sigue, sigue, balbuceaba Carlos moviéndole con las dos manos la cabeza a la muchacha.
Del baño salió Jorge con la pinga ya desfallecida de haberse cogido a la flaca Penélope y preguntaba, el muy hijo de puta: «¿Quién sigue? Porque va a tener que limpiarle el lechero que le dejé a esta».
Así siguió toda la noche.
La gordita recibió se comió los güevos de los cinco, a excepción del de Cheo, que nunca llegó a parársele, de los nervios, creo.
La morena recibió doble tanda y hasta llegaron a penetrarla por el culo y por la cuchara al mismo tiempo. Y la flaca terminó con los ojos pegados de tanto semen que llevó sobre su cara.
Al final, ni cobraron nada».
El relato de mi amigo me había dejado totalmente anonadado. «Coño, cómo me perdí esa fiesta», me lamentaba en mis pensamientos.
El día de la boda los amigos tuvimos un momento para charlar aparte. Nadie sacó a relucir el tema, pero en un momento Esteban bromeó con Cheo: «Te casas pronto, ¿no? ¡Tenemos que hacerte un regalo, amigo!».