Juan y Rolando
Esto fue hace como diez años. Me llamo Rolando, soy venezolano y ahora tengo 35 años de edad.
En aquel entonces, llevaba un negocio con un amigo llamado Juan.
Nos dedicábamos a estampar camisas en un local de Sabana Grande ubicado en un sótano.
Siempre los fines de semana jodíamos mucho, bebíamos cervezas hasta amanecer en el local con otros panas, y a veces con mujeres.
Nos encantaba la singadera, y lo hacíamos allí en el local.
Un día Juan y yo nos fuimos un sábado a playa Pantaleta.
Tiramos las toallas en la arena, nos compramos unas birritas bien frías, y al rato empezamos a ver las muchachas.
Al lado nuestro había un par de morenas más o menos.
Tenían pinta de bichitas. La más bajita, como de 1,60 metros de altura, se gastaba un culo impresionante, al punto que se le metía el traje de baño y debía sacárselo todo el tiempo.
También tenía un par de lolas del carajo, grandotas y con buenos pezones que se marcaban en sostén del traje de baño. La otra, mucho más alta, más oscurita, estaba bien proporcionada: un culito respetable, una tetas grandecitas y un tremendo cuerpo.
Al cabo de un rato le buscamos conversación.
A simple vista se veía que estaban fáciles. Les empezamos a brindar cervezas y hablando pajita fuimos haciendo el terreno. Juan se metió en el agua con la grandota y se dieron unos besos.
Yo tuve que ponerme de cara a la arena porque ya se me estaba parando al palo de morbosearme a la morenita. Juan y Carolina, así se llamaba la alta, volvieron de la playa y siguiendo su morrongueadera. Ya se le notaba a mi amigo su erección.
Yuleimi, la otra, no dejaba de morbosearme. Tengo un cuerpo atlético, nada de grasa, aunque tampoco luzco como un fisicoculturista.
Acabamos las últimas birras y nos fuimos al carro de Juan, un Celebrity todo esperolao, pero que rodaba. Carolina se sentó adelante, con Juan al volante; y yo iba atrás con Yuleimi a mi lado.
Compramos otras seis cervezas de regreso a Caracas y no habíamos pasado el primer boquerón cuando ya Carolina le empezó a mamar el güevo al amigo, que manejaba despacito por el canal lento. Eso me puso a millón y el empecé a chupar las inmensas tetas a Yuleimi, quien no opuso mayor resistencia. Las tenía saladitas del agua de mar y los pezones morenos estaban duritos.
A mí se me salió la paloma del traje de baño de la parazón que tenía hace rato. Me gasto 20 centímetros y, como comprenderán, ese tamaño no se podía estar quieto mucho rato.
Yuleimi me agarró el palo con la mano y, mientras me hacía la paja lentamente, comenzó a lamerlo. Primero la cabeza, luego me repasaba arriba y abajo con su lengua, al final se lo metió en la boca y subía y bajaba. Yo estaba que ya no podía.
Ya íbamos más allá del túnel largo y Yuleimi seguía pegada allí. Los gemidos de Juan se oían y eso que llevábamos la radio encendida a volumen alto. Recuerdo que sonaba una salsa erótica: «Desnúdate mujer, así te quiero ver…».
La mamada se hizo más rápida.
La Yuleimi sabía mamar güevo como las buenas. Al final, viéndome los ojos puyúos, abrió la bocota y me comenzó a hacer la paja más rápido, dándome lenguetazos de cuando en cuando.
Yo le dije: «Te voy a acabá en la cara», hasta que solté un chorro de leche directo a su boca, y luego otros más seguidos que la muy puta se tragó, diciéndome: «Dame más, papito, así, así».
La Carolina también se había bebido los líquidos de mi amigo y de pronto volteó, hacia nosotros, con la cara llena de semen.
Nos vio, a ella sin la parte de arriba del traje de baño y a mi con el short por las rodillas y mi paloma desfalleciendo. Las dos se echaron una mirada cómplice y luego se cagaron de la risa estruendosamente.
Se limpiaron con una toalla –a mi me limpió el palo- y casi llegando a Caracas Yuleimi se puso una franela, sin nada abajo, dejándole los pezones marcados a simple vista.
La historia no termina acá. Juan tomó rumbo acelerado al local. Llegamos, estacionamos, nos bajamos y caminamos rápido hacia el local. Juan abrió los candados y entramos los cuatro. Abajo pusimos música y hablamos mientras mi amigo fue a comprar una botella de ron, a una licorería cercana.
Al regreso sirvió unos palitos y Juan empezó de nuevo con la vaina:
-Anda, negrita, muéstrale las tetas a Rolando, le dijo a Carolina.
Eso me puso de nuevo a millón porque sabía que lo que venía era candela. Carolina miró pícaramente a su amiga Yuleimi y comenzó a hacer un streaptease.
Se desanudó primero la parte de arriba del traje de baño, que aún conservaba, y salieron esas dos teticas bellas. A mi se me paró totalmente en el acto, y Juan ya tenía el palo suyo afuera. Era bastante normal, aunque no descomunal.
Como de unos 14 centímetros flácido. Carola se terminó de quitar el sostén que lanzó a un lado, mientras todos reíamos y aplaudíamos.
Luego se fue bajando de laíto el bikini: un poquito por la derecha, otro poquito por la izquierda, hasta que se le vio totalmente el pelero. Juan le gritó: «Quítate toda esa vaina, no joda!».
Carolina quedó en pelota y se veía toda su figurita. De verdad que la morena estaba buenísima. Yo seguía con mi súper erección y Juan terminó de levantar unos centímetros más, como hasta los 18, creo.
La puta de Yuleimi se fue gateando hasta donde Juan y le agarró la paloma para iniciar otra de sus monumentales mamadas. Carolina me hacía con los dedos índices una señal para que fuera hasta ella. Obedecí ciegamente mientras ella caminaba hacia atrás, riéndose bajito.
Caminé despacio, con mi miembro erecto, hasta que Carolina llegó a una pared e hizo un gesto como de «ay! No tengo escapatoria!». Allí la agarré y comencé a mamarle las tetas. Ella, que le producía una gran excitación mi lengua sobre sus pezones paraditos, se puso de rodillas y me mamó el güevo lentamente. ¡Mira que también sabía hacerlo!
Pajeaba suave y metía y sacaba mi miembro de su boca rítmicamente. Estuvo un rato y luego me llevó al otro extremo del salón. Pasamos al lado de Juan y Yuleimi que ya estaban tirando como los buenos: Ella arriba. Carolina me metió en un bañito pequeño, que sólo tenía un lavamanos y una poceta.
Me sentó sobre la tapa y siguió mamando. «¡Uff, sigue morena, sigue»! le decía yo, mientras se me ponía más tieso. Como el dicho aquel, que es verdad: «Mientras más me lo mamas, más me crece».
Cuando ya lo tenía súper, pero súper parao, le agarré la cabeza y la volteé para cogérmela por detrás, pero dándole por la totona. Yo sentado y ella arriba de mí, dándome la espalda. Mi palo se metía fácil en su cuquita húmeda.
Estuvimos un rato así cuando de repente se aparecieron Yuleimi y Juan, a vernos. Nosotros no nos percatamos sino hasta que Yuleimi soltó la risa. Yo, que estaba dándole duro, me sorprendí de que estuvieran allí.
-¡Vamos a ampliar el círculo!, dijo Juan riéndose y poniéndose de frente a Carolina para que le mamara el chaparo mientras yo me la tiraba. Yuleimi se agachó entre Juan y Yuleimi para lamerle las bolas a mi amigo. Así estuvimos un buen rato, cuando dije: «¡Cambio!»
Juan tomó a Carolina de nuevo y la montó sobre una mesa de planchar con las piernas bien abiertas. Entonces la clavó por la totona fuertemente, mientras se le movían las tetas hacia arriba y hacia abajo.
Yo agarré una silla y puse a Yuleimi con las manos sobre el respaldar, de cara a éste.
De pie y con el culote ese que se gastaba para afuera. Le rogué: «¡Déjame darte por el culito!» Ella medio lo dudó pero luego condescendió: «Está bien, pero despacito, no me lo vayas a romper»: Así, en esa posición, le metí la cabecita un poquito.
Igual de tanta secreción vaginal ya tenía el hoyo húmedo. Poquito a poquito mi enorme falo se fue metiendo en su ano, mientras ella gemía, a veces de dolor y a veces de placer. Como a los cinco minutos ya mi pene entraba y salía con facilidad.
Ella era experta. Se veía que ya antes la habían cogido por el trasero, porque sabía menearse. Lo hacía en redondo, apretaba, aflojaba, le daba duro. Le di por ese culo divino hasta que ya no podía más. Ella gemía, lloraba, decía «¡ahggg!».
Creo que acabó varias veces, según me contó luego. Y yo llegué aun momento en que grité: «Voy a acabar». En eso la volteé hacia mí, la senté de culo en la silla y yo, que pensaba que no iba a tener más esperma, le eché borbotones de leche sobre las tetas sudorosas.
Cuando ya no tuve más carga y el pene se me fue aflojando, ella terminó de exprimirlo con una pajita suave, hasta que boté la última gota.
Me senté en el suelo, agotado, pero al fondo se oían los gemidos de la otra parejita. Juan la montaba arrechamente por el culo, mientras ella se daba con la mano derecha en la rajita. ¿Coño’e la madre, acabo, acaaabooo!», gritó Juan, y ella le daba más duro y más duro, como echando para atrás. Entonces, mi amigo la echó hacia delante y sacó su güevo para rociarla en la espalda y las nalgas. Fueron, si mi vista no me engaña, como cinco o seis tacos. Y al final se le fue encima de la espalda donde quedó jadeando.
Yo me paré y fui a una neverita a busca agua, mucho agua. Traje cuatro vasitos plásticos y una garrafa que bebimos todos, así, desnudos, totalmente desinhibidos.
-Estuvo bueno, ¿no?, alcanzó a comentar Juan, aún cansado.
-Uff!!, respondió Yuleimi. El pana -dijo señalándome hacia el pene- sabe mover lo suyo, ja, ja, ja…
Todos nos reímos y luego seguimos así, desnudos, hablando de otras cosas.
Como no había ducha en el local, las muchachas se limpiaron en el lavamanos con sus toallas.
Se vistieron rápidamente y se despidieron de nosotros. Les ofrecimos la cola pero dijeron que preferían irse en metro.
A la semana siguiente, Juan y yo regresamos a esa playa. Estábamos instalándonos en la arena cuando de pronto Juan me dio un codazo: «¡Mira, mira, allá están las bichitas!».
Efectivamente, como a cinco puestos de esos de la playa estaban Yuleimi y Carolina mostrando sus encantos… ¡pero a dos catires que se habían encontrado! «Tremendas ratas», pensé yo. Al cabo de un rato, volteé hacia mi derecha y Yuleimi abrazaba a uno de ellos, ambos sobre la toalla. Ella se percató de mi mirada, me sonrió y me picó el ojo.
Más nunca las volvimos a ver. Y más nunca me he cogido un culo así. Y mira que he cogido muchos culos, historias de las cuales les contaré próximamente.