Fiesta de graduación
El episodio que voy a relatar ocurrió hace unos 6 años y por culpa de lo que pasó aquella vez tuve que dejar mi casa y mi ciudad y venir a vivir a Buenos Aires.
Yo vivía en una ciudad de provincia y a pesar que pasaron 6 años, todavía cuando vuelvo a mi casa para las fiestas por ejemplo, los que me conocen de entonces me señalan con el dedo.
Había terminado el secundario.
Los chicos del Colegio Nacional (de varones) adonde había estudiado mi hermano unos años antes decidieron festejarlo en la quinta de los padres de uno de ellos y nos invitaron a las chicas del Sagrado Corazón (de chicas) a compartir el festejo.
Era un sábado de diciembre y en la quinta, que estaba bastante lejos del centro, estábamos solamente los 25 varones del Colegio y unas 8 o 10 chicas.
Pasamos todo el día nadando en la pileta, tomando sol, charlando de pavadas como hacen los adolescentes, comiendo, riendo, escuchando música y jugando esos juegos de «mírame y no me toques» que no hacían más que calentarnos.
Algunos, no todos, tomaban alcohol y se fumaban un porrito.
Cuando empezaba a caer la tarde algunos se volvieron para tener tiempo de arreglarse para ir a bailar a la noche, sobre todo las chicas.
Yo me quedé hasta el final porque mi vecino se ofreció a llevarme a casa en el auto que le había prestado su padre.
Quedábamos unos 10 o 12 chicos y yo. A la mayoría los conocía, en una ciudad chica todos nos conocemos.
Estábamos en el parque de la quinta jugando a uno de esos juegos tipo «verdad o consecuencia» en los que hay que cumplir algunas prendas.
Después me di cuenta que se habían puesto de acuerdo para hacerme perder y tener que cumplirla. Tenía por prenda quitarme la ropa.
Como pensé que era una broma empecé a hacer un simulacro de streep tease.
Me quité lentamente y con movimientos eróticos como hacen las streepers la remera que llevaba puesta, una remera gris de algodón con el dibujo de Mickey mientras los chicos que habían formado un círculo a mi alrededor aplaudían y tarareaban la música de 9 semanas y media (puedes dejarte el sombrero puesto).
Estaban medio alteraditos después de todo un día de franeleo.
Silbaban y pegaban alaridos. Hice que me quitaba el corpiño de la malla y la bombacha y listo. Los chicos se enfurecieron, querían que cumpliera la prenda.
Yo les decía que estaban locos, que de ninguna manera me quitaría la malla.
Gritando se fueron acercando, uno de ellos había puesto la música a todo volumen, me rodearon y me empezaron a toquetear y me quitaron la malla.
Yo gritaba y lloraba pero no dejaban de manosearme y por más que intentaba cubrirme, sentía manos por todos lados, los pechos, la cola, la vagina, algunos hasta llegaban a besarme en el cuello y en la espalda por ejemplo.
Hasta que uno de ellos, el dueño de casa, se interpuso y los calmó. Les dijo que así no era la cosa, que me estaban lastimando.
Yo me sentí aliviada de no tener tantas manos encima.
El chico me tomó del hombro y me calmó.
Tomó del suelo el corpiño y la bombacha de la malla, yo pensé que era para que me la pusiera y con rapidez sin darme tiempo a reaccionar me tomó los brazos por la espalda y con el corpiño ató mis muñecas y la bombacha la puso en mi boca para que no gritara.
Yo escuchaba a los demás aplaudir, estaban enloquecidos.
El chico me cargó en sus brazos y me llevó hasta el dormitorio principal.
Me tendió en la cama boca arriba y se sentó a mi lado al borde de la cama mientras los demás observaban dentro de la habitación.
Nunca me había sentido así de humillada, sentía vergüenza, temor, bronca, dolor, todo junto y también un poquitito de curiosidad por ver qué iban a hacer, hasta dónde irían a llegar.
El chico me habló pausadamente y con firmeza: mira, los chicos están muy calientes y tú los calentaste, así que relájate que te vamos a coger.
Si colaboras va a salir todo bien y nadie se va a enterar, si no, se van a enterar todos de lo que hiciste.
Yo no salía de mi asombro, encima que me humillaba, me amenazaba y me chantajeaba.
Me quitó la bombacha de la boca mientras me decía que si gritaba me la volvía a poner. Cuando pude hablar les dije que estaban todos locos, que era terrible lo que iban a hacer y el chico me tapó la boca con la mano y no me dejó terminar la frase.
Mira Ceci, dijo, te vamos a coger igual digas lo que digas, además vos eres una putita, todos lo sabemos y también sabemos que te gusta, por algo te quedaste ¿o no?.
Tomó un pañuelo y me tapó los ojos.
Antes que me tapara los ojos alcancé a ver que se estaban quitando la ropa y algunos ya se estaban masturbando.
Se vino el primero, no podía saber quien era.
Se montó encima de mí e intentó penetrarme lastimándome. Le grité: para boludo que está seca, tenéis que lubricarla.
No pude saber si era el mismo u otro que empezó a pasarme la lengua y los dedos por la vagina.
Yo estaba furiosa y lo que menos hacía era mojarme, entonces se ve que se avivó y me pasó saliva.
Ahí me penetró con fuerza y se ve que hacía tiempo que necesitaba descargar porque acabó enseguida y bastante leche.
Enseguida me lo sacaron de encima y le tocó el turno al segundo, la misma rutina. Yo me mordía los labios de la bronca, así siguieron dos más.
Iban cuatro, como los presos iba tachando los que faltaban y mi mayor interés era tratar de identificar por algún rasgo o por el olor, quien me estaba cogiendo.
Eso me entretenía y hasta me excitaba imaginarme las caras, porque solo escuchaba algún gemido, o un resoplido, sentía el peso encima y los movimientos casi calcados, hasta que empecé a diferenciarlos y tratar de relacionarlos con las caras, porque sabía pocos nombres.
Hasta que llegó el quinto. Ese fue diferente.
Me habló al oído. Me dijo que no me iba a sacar el pañuelo porque así sentía más y que me desde ese momento me iban a tratar como a mí me gustaba.
Mientras me desataba las manos seguía hablándome al oído.
Me dijo que me desataba para que tuviera las manos libres y pudiera jugar con su miembro.
Me obligó a sentarme al borde de la cama tirándome del cabello y guió mis manos hasta que agarré su pija.
No hizo falta que me lo dijera para que me lo llevara a la boca y empezara a chupárselo. Entonces se acercó otro y también me puso la pija en la boca.
Yo trataba de chupársela a los dos, primero a uno y luego a otro y cambiaba y también trataba de meterme las dos juntas en la boca.
Estaba como loca, me había olvidado de donde estaba.
Fue un rato hasta que me llenaron la boca y la cara de leche casi al mismo tiempo.
No la sacaron de mi boca hasta que limpié la última gota con mi lengua.
Entonces me dieron mi propia remera para que me limpie la cara.
Estaba empezando a disfrutar.
El mismo que me hablaba al oído me ordenó que montara al chico que se había acostado boca arriba y que lo cogiera y que no parara hasta que el chico acabara.
Me monté encima del chico con mis piernas a los costados de su cuerpo y lo cabalgué hasta que al final de un buen rato en que yo ya había tenido dos orgasmos, por fin pudo acabar. Ya no daba más, pensé que nunca acabaría.
Enseguida otra vez la mano que me guía, esta vez en mi hombro me ordena que me recueste encima del chico, todavía tenía su pija adentro y entonces siento un par de manos que empiezan a jugar con mi cola.
Me gustaba y me provocaba placer, se ve que le había llegado el turno a los que sabían. Recién ahí caí que no se habían metido con mi cola hasta ese momento.
Primero las manos jugando con los cachetes y luego los dedos ensalivados que entran y salen de mi culito.
Cuando estuvo dilatado el que estaba jugando con mi culito supongo, me metió su pija hasta el fondo de una vez y empezó a cabalgarme.
Estaba llena, de adelante y de atrás y encima algunos de los que quedaban o tal vez ya me habían cogido, me acercaban sus pijas a la boca mientras se masturbaban y yo como podía les pasaba la lengua.
Cuando el chico que me cogía por el culo acabó, una catarata de leche me llenó la cara, no se cuantos me estaban acabando en ese mismo momento.
Se salieron los que me cogían y otros dos ocuparon las posiciones para cogerme al mismo tiempo por atrás y por adelante. Así, por lo menos pasó tres o cuatro veces más.
Alguno le tocó cogerme como tres veces.
Quedamos todos, sobre todo yo, exhaustos.
Me ayudaron a lavarme y a vestirme y el vecino y otros dos más me llevaron hasta casa.
Eran las 2 de la mañana y mis padres estaban súper preocupados.
No les pude explicar nada, me fui a dormir.
Al otro día todos sabían lo que había pasado.
Mi papá no quería ni hablarme y no creía que yo no tenía la culpa.
Me metieron en un ómnibus y me mandaron a Buenos Aires a la casa de una tía que apenas conocía.