Con motivo de las fiestas de un barrio céntrico se organizó un partido de fútbol entre el equipo oficial del barrio y el equipo femenino. Quizá no llamara tanto la atención como un partido contra un equipo profesional, pero lo cierto es que un halo de curiosidad se extendió por los barrios colindantes.

La confianza inicial que tenía el equipo local se disipó cuando vieron que las chicas no eran precisamente malas. El resultado al descanso era de 0 – 2 para ellas y no tenía pinta de cambiar la cosa a pesar de la desesperación del entrenador local.

– ¡Joder, qué paliza nos están dando! – Se comentaba en el vestuario.

– Ni siquiera hemos olido la pelota.

– Yo lo único que he olido son chuminos por todas partes.

– Jajjaja – Rieron todos menos el entrenador.

– Tú, a tomar por culo a la ducha. Y al próximo gilipollas que se esté rascando las bolas, ya se sabe el camino. Si jugáis, jugáis. ¿Qué ostias pasa aquí? Sois más malos que el hambre. ¿Joder, ni con una panda de tías vais a poder? Como no remontéis el partido vamos a ser el puto hazmerreir de toda la puta liga.

La sonrisa desapareció por completo de la cara de los jugadores, que salieron al campo convencidos de remontar el partido. Pero el resultado fue bien distinto, si bien se notó cierta mejoría.

El marcador marcaba 2 – 3 para el equipo visitante cuando el equipo femenino realizó sus últimos cambios.

Esther, autora de uno de los goles y Patricia fueron sustituidas por Ana y Eva. El partido continuó su transcurso y finalmente Ana, una de las recién llegadas, marcó el definitivo 2 – 4.

Entre improperios del entrenador y una mezcla de amargura en un equipo y felicidad en el otro, se fueron todos a los vestuarios.

Las chicas entraron en el vestuario visitante y cuando echaron un vistazo a las duchas vieron un espectáculo bastante esperado por otro lado. Patricia estaba de pie apoyada en la pared mientras Esther le practicaba una comida de coño.

– Joder, es que no os cortáis ni cuando jugamos fuera – Apenas hicieron caso al comentario de Ruth, la portera.

Otras directamente ni les hicieron caso, pues la verdad es que ya era algo muy habitual. Así que los comentarios se centraron en el partido, en lo bien que habían jugado, en la victoria, en las caras que habían puesto cada vez que marcaban un gol… Elena comentó el excesivo “marcaje” del que había sido víctima.

– Claro, tía, es que estás muy buena, jajaja. Quiero decir, que eres muy buena, jajaja.

Elena era la delantero centro del equipo. Dos goles fueron obra suya. Y ambas cosas eran ciertas. Era muy buena jugando al fútbol y estaba muy buena. Alta, melena rubia, ojos azules, tetas imponentes, culo de infarto… un 10 en todos los sentidos.

Algunas comenzaban ya a desnudarse para entrar a las duchas. Mientras tanto, en el otro vestuario se comentaban diversos aspectos del partido:

– El míster dirá lo que quiera, pero lo que no se puede es correr empalmado, ostias.

– Jajaja. No, la verdad es que tienes razón. Había cada una que… ya le retaba yo a un “1 contra 1” que se iba a enterar.

– Eehhh, tíos! Tengo una idea. Alfredo, tus padres no están en tu casa, ¿verdad?

– ¿Ande vas, machote?. Que yo no os meto en mi casa ni loco. La última vez mi padre se enteró de todo y estuve bien jodido durante más de un mes.

– Ya… Bueno, como quieras. Si no quieres follar… buscaremos otra casa.

– Uhmmm, espera. Por oírlo tampoco pasa nada…

– Jejeje, así me gusta. Pues verás, podríamos invitarlas a una fiesta. Y luego allí intentamos emborracharlas y a ver los que surge.

– Buah! – Exclamó uno.

– Vaya mierda de plan.

– Eso no cuela, te lo digo yo por experiencia – Dijo otro.

– Joder, pues a ver los listos.

– Mirad, de momento vamos a invitarlas y luego ya veremos. ¡¡Pero yo me pido a la rubia!!

– Y una mierda!

– Bueno, bueno, a ver, ¿primero habrá que ir a decírselo no? No os montéis pajas mentales sin saber si van a querer.

– Ah, pues yo paso, que estoy ya en bolas.

– A mí se me da muy mal hablar en público.

– Pues yo…

– Hay que joderse como sois! ¡Joder, por lo menos alguno que me acompañe!

Finalmente, dos de los individuos se dirigieron al vestuario visitante, en el que Ainhoa estaba echando a Esther y Patricia de las duchas.

– Venga, iros ya a tomar por culo y dejarnos las duchas.

Justo en ese momento llamaban a la puerta los chicos. Les abrió Esther.

– Hola chicos! ¿Qué queréis?

Ambos se quedaron con la boca abierta, mirando el cuerpo chorreante de aquella chica. De inmediato aparecieron dos enormes bultos bajo sus pantalones cortos.

– Y bien?

– Ehh… Bueno, sí, esto… Veníamos a preguntaros si querríais… o sea, si os gustaría … ehh… venir a una… una fiesta, que vamos a dar luego.

– Ah! ¡Qué detalle! ¡Por mí encantada! Bueno, pasad y se lo preguntáis a las demás – En ese momento apareció Patricia detrás de Esther y se colgó de su cuello, besándola en el mismo, terminando de descentrar a los chicos.

– Cuenta conmigo también – Comentó Patricia.

– Ehh… vale, entonces no hará falta que… pasemos. Vosotras ya les comentáis…

– No, hombre, ¿qué clase de anfitrión eres? Pasa y pregúntale a las demás. Venga, pasad, no vaya a ser que nos vea alguien medio en cueros, jejeje.

“Medio en cueros?” pensó fugazmente Guillermo mientras pasaba al interior del vestuario. Habiendo visto a aquellas dos se esperaba dentro una verdadera orgía lésbica entre todas aquellas chicas, de modo que fue una desilusión ver que la mayoría estaba todavía vestida o en ropa interior o, como mucho, duchándose, pero por separado sin ningún tipo de ánimo sexual. Jorge tomó de nuevo la iniciativa.

– Ho..hola chicas! Le decía a vuestra amiga que …

– Esa no es nuestra amiga! – Dijo alguien desde la ducha -. Es sólo una zorrita que conocemos, pero de amiga nada, jajjaja.

– Vale. Pues le decía que íbamos a dar una fiesta y que a lo mejor os gustaría venir a tomar algo o bailar un poco, ¿no?

– Sí, bueno, ¿por qué no? – Respondió una chica que estaba sentada en un banco con tan sólo un pequeño tanguita por vestimenta -. ¿Nunca viene mal darle una alegría al cuerpo – “A qué se referirá?” pensaba Jorge.

– Vale, pues entonces, quedamos a las…

– ¡Oye, tú! – Guillermo, que había permanecido callado todo el rato se volvió sorprendido – Sí, tú. Deja ya de mirarme, ¿no?

– Yo? Pe..pe..pero si yo no.

– No te hagas el tonto. ¿Me vas a decir que no estabas mirándome estas? – Preguntó agitando sus tetas con las manos atrayendo su mirada.

– Sí, bueno, no. Yo no…

– Ah – Respondió con cara defraudada -. Vaya. Y yo que pensaba que… Oye, no seréis gays, ¿verdad?

– Qué?!?! – Exclamaron ambos.

– Sí, gays. ¿Es que… joder, no vais a ser capaces de hacer nada? Coño, que os ofrezco mis tetas y os ponéis a mirar al suelo.

– No era mi intención… Yo…

– Perdona, disculpa a mi amigo. Es que es muy tímido – Jorge, que era quien llevaba la voz dominante, tomó las riendas viendo que podían salir bien parados de allí -. Pero te aseguro que no somos gays. De hecho, yo, si quieres, me ofrezco personalmente para…

– No sé. No me convence. Sois muy pocos, ¿no?

– Bueno, nosotros podríamos ir a llamar a nuestros colegas… por eso decíamos que si queríais veniros a la fiesta…

Susana, que era la chica que había estado hablando, se acercó a él y le puso una mano en el paquete, apretando. Acercó su boca al cuello del chico y le dijo:

– ¿Bueno, podemos ir a esa fiesta… pero antes os invitamos a otra fiestecita aquí… qué me dices?

– Que… que vale. Que ahora mismito va mi colega a llamar al resto. Venga, Guille. Ve a avisarlos.

– Y por qué yo?

– Porque sí, ostias, no discutas ahora.

El chico tímido se marchó, aunque a duras penas, porque algunas empezaron a tocarle por todas partes mientras intentaba marcharse. Salió disparado hacia el otro vestuario y entró jadeando.

– Chicos, venga, rápido, venid conmigo.

– Pero qué cojones pasa?

– Algo increíble, no hay tiempo para explicaciones. Rápido, joder.

– Le pasa algo a Jorge?

– ¡¡¡Algo maravilloso, vamos!!!

Salió corriendo y los demás le siguieron, aunque no muy convencidos. Cuando llegaron al vestuario, sin siquiera llamar a la puerta, abrieron Esther y Patricia, las dos muy juntitas y fueron pasando.

Su compañero se encontraba agachado delante de dos chicas que estaban sentadas en un banco: una era Susana y la otra era Sara, y les chupaba alternativamente las tetas a ambas. Todos se quedaron atónitos ante lo que estaba ocurriendo allí.

Raúl, que era de los últimos que había entrado, un chico bajito pero musculoso, con el pelo rizado y ojos azules, se acercó a las chicas que les habían abierto la puerta:

– Hola, chicas, ¿necesitáis compañía?

– Jejeje, no te preocupes por nosotras. Nos tenemos la una a la otra.

– Y no os gustaría incluir a alguien más?

– No, a nosotras no nos va la carne, nos gusta más el marisco jugoso, jijiji – Le respondió Patricia.

– Oh, vaya.

– ¿Pero mira, ves aquella que está en la ducha? Se llama Ainhoa y a ella sí que le gusta mucho la carne, jejeje.

– ¡¡¡Y los lácteos, no veas cómo le gustan!!!

– Jajaja, es verdad.

– Bueno, gracias guapetonas de todas formas, aunque, sinceramente, vosotras estáis mejor. Pero ya me voy…

– Jejeje, ¿qué majo verdad?

Se dirigió a la ducha donde estaba Ainhoa, una morenaza con el pelo largo y caderas anchas. Estaba ya a menos de tres metros cuando se le adelantó Emilio. “Vaya puta mala suerte!” pensó Raúl. Vio entonces a una rubita con coletas que también estaba sola sentada en un rincón y abierta de piernas acariciándose la vulva.

Comenzó a acercarse, pero se le adelantaron otra vez, esta vez el Charlie. “Mierda! Pero a la tercera va la vencida” y se dio la vuelta y fue en dirección a la portera, que todavía tenía puestos los pantalones.

Su pelo castaño apenas le llegaba a los hombros y sus tetas, aunque pequeñitas iban provistas de dos pezones que semejaban chupetes.

– Hola encanto! – Decía ya cuando se acercó el Manu y le estampó un beso tremendo mientras sus manos cubrían sus tetitas. “¡¿Dios, qué cojones me pasa hoy?!”. Entonces alguien le saltó a la espalda y le montó a caballito.

– Jajaja – La aguda voz femenina le reanimó y más aún lo hizo cuando empezó a palparle el torso y a besarle todo el cuello. – Estabas solito, ¿¿eh?? Jajaja.

– Pues sí.

– Venga, vamos a divertirnos.

La chica no era precisamente guapa. ¡Se podría decir que le había tocado bailar con la más fea, pero madre mía cómo iba aquella gachí! Estaba salida total.

Le comía la boca con ansia, le sobaba todo el cuerpo y apenas tardó dos minutos en agacharse y comerle la polla como nunca nadie se lo había hecho.

Se la introducía enterita hasta la garganta, y eso que el chico no iba mal provisto. Apretaba con los labios, dulce pero fuertemente.

La lengua se movía como la cola cortada de una lagartija, a toda velocidad de un lado para otro.

Con la mano izquierda le tocaba los huevos, dándoles un buen masaje, estirándolos, apretándolos, acariciándolos y de golpe y porrazo, la otra mano, que estaba entonces apoyada en su nalga, se acercó a su ano y le metió un dedo.

La mezcla de dolor y sorpresa se tintó rápidamente de placer y Raúl acabó derramándose en la boca de la chica en una impresionante explosión de leche. No llegó a ver ni una gota de semen en su boca o labios, y eso que estaba seguro de que en la vida había eyaculado tanto.

– Jijiji, cambio! – Gritó la chica y se puso de pie de un salto -. Ana! Ana! ¡Cambio! Jijiji – Dieron una palmada en el aire, como pasándose el relevo y cambiaron de pareja.

– Hola, guapetón, a que vas a comerme el chochete, ¿a que sí? Además, seguro que Noe ya te ha sacado la munición, jjeje.

– Sí, sí, claro, vamos.

Y se acercaron a uno de los banquitos, donde se sentó Ana apoyando la espalda en la pared. Raúl se agachó y comenzó a lamer el sabroso coñito depilado de la chica, aunque le daba la impresión de que algo ya había entrado ahí momentos antes, no podía negarse a nada en aquel momento.

Ana pronto se dejó llevar por el placer, le puso las piernas sobre los hombros y se recostó un poco más. Cerró los ojos y empezó a disfrutar de las maravillas del sexo oral.

Esther y Patricia observaban la acción desde un extremo del vestuario. Estaban abrazadas tranquilamente tocándose con dulzura, descansando de la frenética actividad que habían mantenido antes en las duchas.

– Mira, mira a esos – Dijo Patricia señalando a dos chicos que se afanaban en hacer gozar a su compañera Leticia. Esta los tenía bien agarrados por el mango, masturbándolos mientras uno de ellos jugueteaba con sus dedos en su moreno coño y el otro hacía ejercicios linguales con sus tetas.

– Leti siempre ha sido una avariciosa. Sería de capaz de quedárselos a todos para ella solita. Jajaja. Uy, mira a Ruth. Tanto presumir de que no le meten goles, jejeje, ahora mismo le están metiendo uno, jejeje.

Ruth estaba ya follando con un chico alto y moreno.

Estaba sentada encima de él, dando botes, recibiendo penetraciones muy profundas. Sus pequeñas tetitas apenas botaban a pesar del desgaste de la portera. Sus gruesos pezones, eso sí, era succionados y en ocasiones mordidos por Manu, que era así como se llamaba su amante temporal.

En un momento se soltó de su cuello y se dejó caer hacia atrás, casi horizontal, sujetada sólo por sus piernas y los brazos de Manu que le mantenían la espalda recta. Se le notaba en la cara el esfuerzo que hacía en cada una de las penetraciones, que venían acompasadas con los jadeos de Ruth.

En esta postura digna del Kama Sutra aguantaron durante unos 5 minutos, momento en el que la vagina de Ruth comenzó a contraerse y la propia Ruth se convulsionaba sujetada por los fuertes brazos de Manu debido al orgasmo que estaba recibiendo. Manu, incapaz de aguantar más comenzó a correrse en el interior de la chica mientras su vagina apretaba en pequeños intervalos toda su polla.

En el suelo también había múltiples parejas. Elena se encontraba montada encima de Sergio, un chico alto, moreno con el pelo muy corto y unos ojos verdes de impresión.

El resto de su cuerpo brillaba en consonancia: músculos fuertes, abdominales marcados, un culo de ensueño (y sueño de muchas) y lo culminaba todo con un generoso rabo, no excesivo, pero sí superior a la media.

Elena miraba fijamente sus ojos verdes mientras su duro miembro la invadía poco a poco hasta el fondo. Fue ella misma la que comenzó a aumentar el ritmo pasando de un suave trote sobre sus caderas a un agitado galope.

Él, desde abajo, le sujetaba por sus prominentes pechos, evitando que saliera despedida de la montura.

Justo a su lado se encontraba Verónica, una chica esbelta con el pelo castaño no demasiado largo. La pobre chica no daba abasto, con dos pollas metidas en la boca.

El sentido común podría llevar a pensar en chupar una y luego la otra, pero sabe dios por qué, tenía las dos a la vez dentro de su boca. Esto no sólo daba nuevas experiencias a la felatriz sino también a los dos chavales, los cuales sentían, no sin cierta reticencia, una excitación especial debida al roce entre las puntas de sus miembros.

Así, cuando uno de ellos notó que su instrumento se tensaba más de lo habitual, lo sacó lo justo para empezar a eyacular sobre la boca de Verónica y sobre el pene de su compañero que todavía se encontraba enterrado en aquella boca.

Incluso invadido por un asco inicial al ser manchado por el semen de otro hombre, la excitación fue tan terrible que comenzó a correrse sin control sobre la chica que, previsora, cerró los ojos ante lo que se le venía encima.

A su lado, Sergio no pudo evitar mirar la escenita e inmediatamente se salió de Elena para correrse también sobre ella. Elena, disgustada por el “plantón” de su compañero de juegos echó un vistazo alrededor buscando alguien con quien arrejuntarse.

En un rincón vio a un chico solo que se masturbaba lentamente. Su mano derecha subía y bajaba lentamente por todo su tallo mientras con la izquierda se tocaba las pelotas. Elena se le acercó e hizo ademán de ayudarle, pero el chico la rechazó.

– Pero bueno! ¿No prefieres que haga yo eso?

– No.

– Y eso?

– No me gusta.

– Uhmmm. ¿Y esto? – Se puso en cuclillas con las piernas abiertas mostrándole un conejo chorreante y abierto -. ¿Mejor?

– No.

– Vaya! Eres duro de roer, pero… – Elena se giró y se colocó a cuatro patas agachando un poco la cabeza mientras miraba atrás y agitaba su culito respingón provocadoramente -. ¿A que ahora sí?

– Nnno – Titubeó un poco, lo justo para mostrarle su punto débil a Elena.

– Ahhh!! Picaruelo, por supuesto que no te gusta, perdóname, aunque esto no se aleja mucho peeero… bueno, busquemos alguien para ti, ¿no? Al fin y al cabo, esto es una fiesta para gozar – El chico la miró sorprendido. ¿Podía esperar muchas respuestas, pero nunca esa – ¿Veamos, qué culito quieres para ti?

– No, yo no…

– Cómo qué no?

– Ellos no saben que…

– Mira, te ofrezco la oportunidad de tu vida y me la rechazas… tú mismo – Elena se levantó y ya se marchaba cuando la sujetó por el brazo.

– Vale.

– A quién?

– A Sergio.

– Jeje, no tienes mal gusto jodío. Vale, aguanta un poco, es que acaba de correrse. Ahora te aviso.

Elena urdió con rapidez un plan. Se acercó a Sara, que estaba terminando de correrse bajo la lengua de un chico ancho de espaldas y muy fuerte, pero el cual lucía una polla flácida en ese momento dado que ya había tenido su oportunidad de descargar.

Se acercó cariñosamente al oído de la joven morenita y le susurró su idea. Sara esbozó una sonrisa al instante y al final no pudo reprimirse una pequeña carcajada. Todo estaba listo.

Elena y Sara comenzaron a acercarse a Sergio, el cual se encontraba tendido en el suelo descansando de su anterior corrida observando como otros chicos se sumaban a la corrida global sobre Verónica, que poco a poco iba siendo cubierta casi al completo por una espesa capa de leche masculina. Al llegar a su lado, comenzaron a acariciarle y Elena empezó a tocar su blanda polla.

– Te presento a mi amiga Sarita. Le he hablado de ti y quiere probarte.

– Uhmm, sí.

Elena se puso de rodillas sobre el suelo y comenzó a practicarle una mamada. Mientras se le iba endureciendo la verga Sara era explorada por Sergio, que aprovechaba para comerle las tetas a destajo e introducir algún dedito en su tierna rajita. Una vez que hubo recobrado la erección, Sara se tumbó en el suelo y separó sus piernas.

Le miró con sus dos ojitos color avellana y con el dedo índice le indicó que se acercara. Como hombre que era, no pudo resistirse ante tal ofrecimiento y se lanzó sobre la chica.

Aunque las primeras penetraciones fueron muy rápidas, pronto reguló el ritmo y comenzó a disfrutar del polvo. Elena entonces comenzó a acariciar sus nalgas. Las apretaba, las estrujaba y las besaba. Luego comenzó a lamerle el ano e incluso a introducirle un dedo. Sergio, sorprendido, echó la cabeza hacia atrás, pero ella supo tranquilizarlo con su mirada.

– Tú déjame a mí, ya verás como te gusta…

En efecto, se olvidó de ella y siguió culeando sobre el cuerpo de Sara. Tras un rato de jugueteo, Elena se ausentó un momento y volvió con un vibrador que guardaba Esther en su bolsa de deporte. Se lo enseñó fugazmente a Sergio:

– Tengo los dedos pequeños, cariño, pero ya verás…

Elena se colocó encima de Sergio. No era un gran peso, por lo que podría habérsela quitado de encima fácilmente, pero no lo hizo y se dejó hacer.

El vibrador plateado no llegó a entrar por la puerta trasera de Sergio, sino que, astutamente, hubo un pequeño cambiazo y José se colocó detrás de Sergio.

Los masajes anteriores de Elena no habían sido suficientes naturalmente, así que tuvo que empujar bastante para poder entrar dentro de su compañero de equipo. Sergio estuvo a punto de gritar de dolor, pero Sara le había metido la lengua en la boca mientras seguían follando. Podía notar sin demasiada dificultad la humedad del coño de Elena en su nuca y sus tetas agolparse sobre la parte baja de su espalda. Pero todo eso era superfluo ante la dura intromisión de su parte más privada. Sin embargo, se dejó hacer.

Puede sonar extraño decir que nadie se percataba del acto de sodomización, pero los chicos tenían otras cosas a las que prestar atención, pues las chicas estaban sedientas de placer y sexo. Sergio, por su parte, notaba arder su culo. Le dolía intensamente a la vez que le reportaba un tibio, aunque lejano placer.

Pero el estar follándose a Sara equilibraba la balanza y, posiblemente, las hacía caer de su lado. El peculiar sándwich sexual pasaba inadvertido excepto para Esther y Patricia que sintieron renacer la calentura de sus cuerpos y comenzaron a masturbarse la una a la otra mientras observaban atónitas la escena.

Elena animaba a Sergio con sutilezas sobre su culo, aunque en realidad lo que hacía era espolear a José, que no podía creerse que por fin estuviera haciendo aquello. Finalmente, no pudo resistir la excitación y su polla comenzó a agitarse en el recto de Sergio.

Elena le dijo que se corriera fuera para que no sospechara nada y el esperma fue a parar al suelo del vestuario. Apenas cinco segundos después del último chorro de José, la otra pareja comenzó a correrse también: primero ella y después él.

Elena desmontó y mientras pisoteaba el charco de esperma le hizo señas a José para que se esfumara.

– Qué te ha parecido? Ha sido bestial, ¿verdad?

– Jooder, tía. ¡Cómo duele! Pero cuando has encendido el vibrador ha sido caótico. No entiendo porque no lo dejaste más tiempo.

– Poquito a poco, campeón – Respondió Elena mientras se reía a coro con Sara.

Recayeron en ese momento en el pastel de crema gigante que se levantaba como una columna en el centro del vestuario. La crema no era más que el esperma acumulado en el cuerpo de Verónica de un montón de chicos.

Muchos de ellos yacían agotados por el suelo y algunos sentados de mala manera sobre los bancos, aunque estos eran los menos. Auténticos ríos de leche discurrían por el valle que formaban las tetas de Verónica hasta llegar a su ombligo donde se acumulaba como si de una presa se tratase y luego seguía su curso hasta llegar a su poblado pubis.

Algunos admiraban, no sin cierta repugnancia, tan “lindo” espectáculo. Otros sin embargo continuaban con sus tareas y seguían enzarzados en disputas sexuales. Tal era el caso de Esther y Patricia, que rivalizaban en un majestuoso 69 repartiéndose orgasmos la una a la otra y la otra a la una en un juego sin fin alguno aparte de gozar hasta límites más allá de la resistencia física.

Cualquiera podría haber observado (si no hubiera estado ocupado en otras tareas) cómo Esther llegaba incluso a morder los labios vaginales de su compañera de juegos mientras ésta se retorcía como una culebra; cómo Patricia metía un dedo en la rajita de su amiga y otro en su ano, y pasaba su caliente lengua por todo el peritoneo cuando no daba lametones en su pubis depilado; cómo Esther llegaba a meter tres dedos por el culito de su amante, no sin antes haber apresado su clítoris con sus labios; o simple y llanamente, los besos de puro amor que se daban la una a la otra en sus respectivas vaginas cuando no se torturaban de cualquier otro modo.

Cuando un último orgasmo las sacudió a ambas a la vez decidieron dar por terminada aquella batalla (luego en el recuento se darían cuenta de que había ganado Patricia por un apretado 5-4) pero desde luego no la guerra.

Una vez hubo terminado la única pareja homosexual de la fiesta, tan sólo restaban 3 parejas más: Ana, la pelirroja de culo notable y piernas sobresalientes, y Jorge, el chico lanzado y desgarbado que había iniciado todo aquello; Lucía y Aitor; y Ainoa y Gonzalo, que se debatían en otra frenética sodomización.

Esther y Patricia observaron el panorama y se acercaron a Elena que contemplaba cómo Ainoa era penetraba por detrás a un ritmo infernal. No pudieron pasar por alto el inmenso pastel, sostenido por dos chicos por los brazos.

Fue a Esther a quien se le ocurrió el final de aquella gran orgía. Justo cuando se la comentaba a las demás chicas a su alrededor Gonzalo explotaba en la espalda de Ainoa, la cual tuvo que recurrir a una rápida masturbación para poder terminar también. Ya sólo quedaban dos parejas.

Ana estaba de cuclillas subiendo y bajando sobre la polla enrojecida de Jorge, el cual afrontaba (como muchos) un duro cuarto asalto. Un aguante inhumano sugería la expresión de su cara y sus ojos cerrados.

Llevado hasta el borde del placer por la muchacha pelirroja que se agitaba encima suyo dándole la espalda, o, mejor dicho, dándole ese genial culo redondito al que palmoteaba de vez en cuando pero que ella misma le había negado un rato antes cuando le había pedido penetrárselo. En el momento en que Ana se derrumbó cayendo sobre las rodillas de Jorge y apoyando las manos en el suelo mojado de vaya usted a saber qué, por fin pudo Jorge soltar un largo gemido al tiempo que movía la cadera hacia arriba.

Patricia giró la cabeza buscando a la última pareja que quedaba en acción: Lucía y Aitor, pero descubrió apenada que se había concentrado demasiado en el coito de Ana y Jorge y que éstos habían sido los últimos en realidad. En ese momento Esther alzó la voz para comunicar al resto de la gente el broche final.

– Bien. Creo que ya podemos declarar por finalizada nuestra fiesta. Pero como todo gran acto, necesitamos algo que declare el final y ya que tenemos un pastel aquí… – Mostró una sonrisita al tiempo que miraba a uno de los chicos en particular. Si no hubieran centrado todos su mirada en Esther se habrían dado cuenta de que cada chica miraba a uno de ellos en particular. -. Pues qué mejor que repartirlo entre todas, así que chicas… tomad cada una un pedacito.

Entre risitas y empujones todas y cada una de ellas dio un lametón a Verónica recogiendo parte de la crema con su lengua y manteniéndola en sus bocas cerradas. De forma desordenada cada una fue colocándose al lado del chico elegido, los cuales estaban prácticamente en su mayoría con la boca abierta, y en el momento en que todas estuvieron colocadas, compartieron el semen recogido con el chico escogido en besos a cada cual más apasionado.

– ¡Y ahora sí – ¡Dijo Esther entre risas -, declaró finalizada esta fiesta!

Y todos aplaudieron con entusiasmo, aunque quizá no tanto como el que mostraron al principio.