Todo comenzó cuando la empresa de la cual soy vicepresidente, decidió hacer un «retiro espiritual» en un hotel de Alicante.
La idea, (para mí una de esas estupideces a las que el Departamento de Recursos Humanos nos tiene acostumbrados), era compartir un seminario reservado sólo al personal ejecutivo superior y sus familias, como método para incrementar el compromiso de estas en las actividades de la compañía.
Y allí estaba yo, escuchando distraídamente las palabras del Presidente, mientras mi atención se concentraba en las maravillosas y bien torneadas piernas (denotaban largas horas de gimnasio) de la esposa del síndico.
Lucía una corta falda, medias negras, y zapatos negros de tacón muy fino con unos herrajes plateados a modo de detalle en el talón y en el frente. Ese calzado siempre calentó mi interior fetichista.
Una vez, recuerdo que tuve una secretaria que los usaba. Cuando hacíamos el amor la desvestía completamente exceptuando sus zapatos. Me la follaba con ella luciéndolos. Luego, entre polvo y polvo, compartíamos champaña que servíamos dentro de uno de ellos y que ella me administraba con sus propias manos.
Pero volvamos al seminario.
La esposa del síndico tenía las piernas cruzadas y cada tanto invertía la posición con movimientos muy femeninos. La estudié mejor. Aparentaba unos 45 años, un rostro de muñeca por el que tal vez algún bisturí había tallado más juventud, y senos de un tamaño algo mayor de lo normal, que invitaban a probarlos.
Yo contaba entonces con 35 años, y dado que mi esposa se encontraba ausente por razones de su familia, era uno de los pocos asistentes solitarios del evento.
Así que esa situación y la esposa del síndico, me estaban haciendo perder la compostura. La miré más y empecé a imaginar mil y una formas de follarla. Ese monumento, que seguramente era muy hábil a la hora de regalar sexo, me excitaba y me hacía desear en forma irrefrenable, hacer cornudo a su patético marido. Automáticamente me fijé en él.
No pude evitar al verlo, hacer una comparación conmigo. Era de corta talla y yo mido cerca de 1,90 metros. Él era gordo, fofo y calvo. Yo tengo aspecto atlético, con musculatura tonificada por horas de gimnasia diaria y soy de abundante cabello rubio. Él usaba gafas, mientras que yo tengo los ojos verdes y, según sé por antiguas amigas, son un imán irresistible a la hora de intentar un ligue.
Pero aun así, si ella no era tan perra como para ceder a mi calentura, yo era el superior jerárquico de su esposo y podía de un plumazo terminar con su trabajo y con el suculento sueldo que permitía a su bella hembra comprar las ropas que ahora lucía para mi admiración.
Y había algo que me alentaba aún más: ella tenía rostro de perra en celo.
Durante el tiempo en que el seminario continuó, también se prolongó mi éxtasis por ese monumento. Y les confieso que me las vi negras para ocultar la erección que se insinuaba bajo mi pantalón. Al fin, se produjo un » break» para distender el ambiente.
Era el momento que yo estaba esperando, ya que tenía decidido actuar a la primera oportunidad. Todos se acercaron a una mesa, donde se servía café y bocadillos. Y yo decidí que ese era el momento ideal para presentarme a la pareja. El Sr Camacho, así era el nombre del síndico, me saludó tan respetuosamente como se saluda a un superior jerárquico y a continuación me presentó a su esposa Andrea.
Yo extendí mi mano hacia ella y clavé mi mirada en sus ojos para medir el efecto. Pero ella no acusó recibo aparente y eso me desconcertó unos segundos. He tenido antes situaciones parecidas y sé que nunca pasó inadvertido cuando hablo con los ojos. Aunque tal vez su desinterés fuera algo estudiado.
Estuve un rato prestando atención distraídamente a la conversación del síndico, en la que, babosamente, me contaba acerca de sus impresiones del evento y otras estupideces. Siempre detesté la obsecuencia y eso me dio aún más razones para desear joder a su esposa. Durante todo ese rato la actitud de Andrea continuó distante. Si bien prestaba atención a las palabras de su marido, sorbía en silencio su café, no me miraba más de lo estrictamente necesario y sólo pude contentarme con gozar de la perfección de su figura y con gozar su proximidad electrizante.
Todo en ella me decía que era una verdadera puta.
Después del break, cuando los participantes se dispusieron a ocupar nuevamente sus lugares, me di cuenta por sus movimientos, que Andrea iría probablemente al WC durante unos minutos antes de acomodarse para el reinicio. Así que no ocupé mi sitio y me dirigí a la salida para espiar sus movimientos. Mi suerte fue mayúscula. En lugar del WC ella se dirigió con paso felino hacia el ascensor. Tal vez fuera a su suite. Apuré mi paso y pude entrar al ascensor antes de que la puerta se cerrara.
Estábamos solos y Andrea me señaló que su destino era el piso 10. Ella comenzó distraídamente a arreglar su pelo frente al espejo del elevador. Yo me acerqué a su oído y al mismo tiempo que ponía mi mano en su culo le susurré: «estoy recaliente contigo y quiero follarte». Ella no se inmutó. Simplemente retiró mi mano como único gesto de rechazo y salió del ascensor que había parado ya en el piso 10. No me estaba tomando en serio.
Yo, que no podía quitar mis ojos de su culo y de sus piernas, vacilé unos segundos mientras ella se alejaba, y cuando dobló el pasillo saliendo de mi vista, arranqué decidido tras ella. Seguramente pensó que su rechazo en el elevador me desalentaría. Después de todo yo era un alto jerarca en la compañía y no podía exponerme a un escándalo. Pero quizás era otra forma de provocarme. Y estaba dando resultado. De cualquier modo yo estaba ya lanzado y no me detendría.
Le di alcance cuando ella había cruzado ya la entrada de su habitación y se aprestaba a cerrar la puerta. Pero no pudo hacerlo, porque interpuse mi pie a modo de traba y venciendo alguna débil resistencia de su parte, logré ingresar al cuarto y cerrar la puerta tras de mí.
Ella se alejó unos pasos con tranquilidad y, girando su cuerpo para enfrentarme, adoptó una posición de brazos en jarra, con las piernas separadas (¡Mi dios, qué alzada tenía esa hembra!) y me dijo:
«Supongo que ahora pretenderá violarme»
Yo no le contesté. Sólo me quedé quieto. Ella caminó felinamente hacia mí con una sonrisa en su boca. Extendió su mano y tomó mi paquete apretándolo suavemente con su mano.
«No tendrá que hacerlo Sr Vicepresidente. Yo lo deseo y me entrego»
Todo se precipitó entonces. Simplemente la tomé con firmeza de la cintura y empecé a besarla en la boca, cosa que ella aceptó entregándome su lengua con pasión para chocarla con la mía.
Con mi mano comencé a acariciar su duro culo, buscando que penetrara bajo su falda. Así empecé a acariciar sus glúteos con suaves movimientos circulares, mientras mi otra mano desprendía la cremallera de su falda para que ésta se deslizara suavemente por sus caderas hasta el suelo.
Ante mi vista quedó un liguero y unas braguitas negras tan finas como un hilo dental que se metían profundamente en su culo y apenas cubría su depilada rajita.
Luego le quité la blusa y el sostén, con lo que sólo le quedaron las cadenas que pendían de su cuello, y sus parados senos de pezones como roca.
Ella me alejó unos pasos, y abriendo sus piernas para que pudiera observarla bien me dijo:
«Era esto lo que deseaba Sr Vicepresidente».
Tenía un cuerpo de diosa. Sí, era aún más de lo que esperaba. Me acerqué para poder besar sus senos y comencé a chupar y mordisquear sus pezones. Con mi mano exploré su raja y noté su humedad. Su respiración aumentaba el ritmo. Estaba entregada. Mientras hacía todo eso, ella correspondía cada vez con más fuerza a mis besos y liberaba mi polla haciendo caer mi pantalón hasta los tobillos. Luego se arrodilló frente a mí y empezó a mamarla.
«Eso perra, mámala así. Chúpala bien. Hazme gozar…Si quieres conservar el lujo de tu vida tendrás que hacerlo muchas veces de aquí en más.»
Ella chupaba como posesa. Hacía esfuerzos para comérsela entera .Lo hacía como profesional. Antes de acabar la saqué de su boca. Era hora de tomar su culo.
La puse de espaldas y ella, aún de pie, se apoyó en el respaldo de una silla inclinando apenas su cuerpo y dándome la espalda.
Yo me arrodillé y la lamí desde su raja hasta el culo. De esa forma lubricaba su ano con mi saliva y con sus propios jugos, al tiempo que ella liberaba su primer orgasmo y contribuía con sus líquidos a mi trabajo. Luego de unos minutos me incorporé y penetré su culo con mis dedos.
«No por favor, decía ella, me causa mucho dolor y no podré disimularlo en el seminario.»
«No me importa putita. Quiero enterrártela y voy a hacerlo ahora.»
Dicho esto, y ante su débil resistencia, la penetré por su culo hasta el fondo y comencé a bombearla con fuerza haciendo que mis pelotas golpearan sus nalgas.
Ella ahogó un grito de dolor, pero pronto empezó a gozarlo y a pedir más.
Eso hizo salir mi leche para llenar su recto en forma abundante.
Cuando nos relajamos un poco, quité mi pija y tomándola de su rostro con mis manos le dije:
«Esto, putita, es lo que te espera en el futuro. Espero que te haya gustado porque serás mi amante lo quieras o no lo quieras.»
Ella me miró asustada por mi inesperada violencia y me contestó:
«Me ha gustado y más me ha gustado ponerle los cuernos al cabrón de mi marido. Lo he hecho muchas veces, pero nunca con un superior suyo y menos que me atienda como tú lo has hecho»
Esas palabras endurecieron mi polla nuevamente, me pusieron a cien, así que la levanté de las nalgas y enterré mi polla en su raja. Ella tuvo dos orgasmos más de esa forma. Y un tercero cuando, sin parar de bombearla como un animal, le susurré al oído: «Quiero llenarte la panza, perra, y que le cuentes al cabrón que ha sido él quien te ha preñado. Eso lo pondrá contento y rendirá más en su trabajo».
Ella gritaba su placer por mis palabras en mi oído, y eso aceleró mi lechazo en sus entrañas. El morbo de la situación nos había poseído.
Al verla vestirse supe que esa era la mujer justa para dar rienda suelta a mis instintos más bajos. Jamás desposaría una mujer así, pero a esta la conservaría como amante. Seguramente la muy puta guardaría bien el secreto por el dinero y el placer que ese silencio le reportaría.
Tuve aún tiempo y vigor para penetrarla una vez más antes de abandonar la habitación. Esa mujer era una perra hermosa y sofisticada. Me calentaba ver sus movimientos y el gusto que tenía para vestir. Esta vez sólo levanté su falda, aparté el hilo dental de su raja y la clavé sin preocuparme por su orgasmo, que de todas formas vino a acompañar mi lechazo final y que la hizo gritar de placer en mi oído. Luego de esto, se arrodilló ante mí una vez más y lamió mi polla bebiendo todo su jugo para dejarla reluciente.
Al fin, luego de los aproximadamente 20 minutos que todo había durado, salimos separadamente en dirección a la sala de convenciones. Cuando entré ella ya había ocupado su lugar junto a Camacho. No pude dejar de notar su incomodidad por estar sentada. Su culo, sin dudas, aún estaría dolorido, y mi leche seguramente estaría deslizándose por sus torneadísimas piernas.
Y algo más: ella, sabiéndose por mí observada, dio a su marido un beso en la mejilla, con el sabor de mi leche, que aún, seguramente, guardaba en su boca.
Cómo sigue esta historia, se los diré más adelante. Créanme que no tiene desperdicio.