La mirada de sus ojos
Me llamo Maribel. Soy de Pamplona. Tengo 27 años. Soy físicamente impresionante.
Rubia, de ojos azules, pechos grandes y redondos, cintura bien marcada, muslos torneados.
Es decir que soy tan bella como cualquier chica de playboy. Si me hubiese presentado a cualquier concurso de belleza o una pose de revistas estoy segura de que me habrían premiado.
No hay hombre que se me resista. Ninguna. Soy más fuerte que ellos. Los destrozo. Hago lo que quiero con ellos. Parezco muy tierna pero luego no lo soy.
Bueno a veces si me compadezco de mis víctimas pero si que alegro mucho cuando cae algún que otro Don Juan. Quizás les obligo a cambiar de profesión.
Hasta que me encontré a alguien más fuerte que yo.
Es curioso como puedes pasar conviviendo con compañeros de trabajo durante años y de pronto descubrir un buen día que te sientes atraída por ellos, o que te han sabido seducir.
Yo conocía a Isabel desde hace dos años. Es una mujer de 32 años. Es muy guapa. ¡Hombre no tan exuberante como yo!.
Esta muy bien formada porque hace gimnasia, natación, footing. Su pelo es castaño teñido.
El trato que tenía con ella nunca fue demasiado íntimo y yo la tenía como un poco callada a diferencia de mí que soy muy extrovertida.
Así que algunas veces me metía con ella y no contestaba. Pero a la vez me parecía misteriosa como si escondiese algo.
Todavía no se la razón porque dos personas tan diferentes quedamos un fin de semana en un chalet de un amigo, en un pueblo. Las dos solas.
Era absurdo porque apenas nos conocíamos. Salíamos por la noche a ver a «los mozos del lugar» pero la verdad es que aquello no estaba muy concurrido.
Fuimos a diferentes discotecas donde no había ni pesados y los cubatas nos hacían que nuestros parpados se cerrasen.
A pesar de estar piripis seguíamos hablando de cosas superficiales, sin conocernos.
Al día siguiente estaba hecha polvo. Las resacas me sientan muy mal. Y me ponen muy salida. Siempre necesito follar. Y sólo estaba ella.
Necesitaba que ella no se diese cuenta de mi debilidad y me propuse seducirla. Me mostré ante ella con mi cuerpo delicioso y sensacional.
La excusa fue el probarnos unos vestidos míos para ver que tal le quedaban a ella. Me desnudaba y se lo daba y yo me probaba los suyos.
La verdad es que el cuerpo de ella era sensacional. Atlético. Pero no tenía miedo. Ya me he enfrentado a hombres que estaban buenísimos.
Me rozaba con ella. Le hacía oler mi perfume. Se me disparaban los ojillos. Hablaba de forma insinuante.
Entonces le miré a los ojos y vi que los tenía firmes. Mi corazón se aceleró. Los hombres siempre los tienen de cordero. Pero lo entendí perfectamente. Ella era una mujer y no un hombre. Y no le gustaban las mujeres.
Yo llevaba sólo unas braguitas mostrando mis estupendos senos. Cuando me iba a poner otra vez mi vestido note un palmetazo en mis nalgas. Me lo dio Isabel. Me cogió de un brazo con fuerza y me tiró contra la cama. Ella estaba también casi desnuda. Volví a mirar sus ojos. Duros como piedras.
Me quitó las bragas y se puso a darme cachetes en los muslos dejándome la piel roja. Me hacía daño. Mi corazón se aceleró y me di cuenta de que acababa de perder mi autocontrol.
Había caído en una trampa. La embaucadora, la fuerte había sido engañada por la débil. Aparte de mí a aquella viciosa y me fui a mi habitación.
Daba vueltas y vueltas en la cama. Me sentía perdida. Sin confianza en mi misma. Deseaba locamente a aquella mujer.
Regresé a su habitación . Me tumbé a su lado. Volvió a golpear mis muslos con más fuerza si cabe y sin ningún destello de lujuria en sus ojos. Me quito las bragas y me introdujo sus dedos provocándome un orgasmo instantáneo.
Y me daba pequeños cachetitos en el clítoris. Yo le quité sus braga y le chupé su vagina. Y ella me hizo lo mismo. Notaba su lengua muy despacio primero y luego de forma vertiginosa.
De pronto explotó. Se quitó su caparazón y se convirtió en una loca nerviosa. Se dio la vuelta y se puso a azotarme las nalgas con furia maniaca. Aquello me producía orgasmos continuos como no había sentido nunca. Intente luchar. Nuestros cuerpos chocaron.
Nuestras tetas. Le metí un dedo en el culo. Pero ella era más fuerte. Me giró y me lamió el culo produciéndome una corrida nerviosa. Luego me metió dos dedos.
Parecían una polla. Finalmente terminamos haciendo un 69 ella debajo y yo arriba. Pero me obligó a cambiar. Arriba ella y yo debajo como en una posesión. Yo ya no podía hacerle nada. Sentía tal vértigo de placer.
Me dejo que por unos instantes le lamiera el coño y se puso una polla artificial sujeta por un cinturón a su cintura.
No era muy grande pero tenia nervios que se marcaban. Me la metió muy despacio y luego comenzó a gran velocidad, cada vez más rápido como una locomotora.
Esa mujer enloquecía y me azotaba el trasero produciéndome cardenales.
Mis orgasmos no se acababan nunca. Hasta que tuve una sensación en la cabeza y se me estremeció todo el cuerpo. A eso creo que le llaman orgasmo cósmico.
Jamás he sentido nada igual. Palpitaciones en las manos, los dedos, la lengua, los pezones.
Y después de la tempestad, la calma.
Isabel me posee.
Yo la deseo.
La amo hasta la locura.
Soy su esclava.
Es la más fuerte.
Es una psicótica. Y yo también.