Mi primera vez con una mujer colombiana
Era la segunda vez que se sentaba frente a mi en el vagón del metro camino al trabajo.
Me había mencionado antes donde vivía, y si era cierto, entonces le tomaba como 40 minutos llegar a la estación donde yo tomaba el metro.
Una gran vuelta con pérdida de tiempo para él, lo cual significaba que estaba detrás de mí.
Me sentí halagada.
Mario era un colombiano con un físico que yo describía como típico macho latino.
Mediana estatura, ni delgado ni gordo, piel blanca y cabellos rizos y negros con algunas hebras de canas.
La expresión de sus ojos negros y de todo su cuerpo delataban a lo que se llamaba un tipo bien plantado y enamorado de las mujeres.
Exactamente el prototipo de hombre que yo miraba una vez para vacilarlo, y después borraba completamente de mi mente.
Había conocido demasiados idiotas así, cuya frase mágica para empezar una conversación con una mujer era:
«Qué rica estás, mami!»
Además era casado.
Pero eso no significaba que no me sintiera un poquito más segura en mi feminidad al notar su interés por mi.
Qué le vamos a hacer!? Las mujeres somos narcisistas por naturaleza.
Después de unos cinco minutos de charla tonta sobre el trabajo, el clima, etc, me pregunta si yo conocía a su mujer.
No me esperaba eso.
Supuse que hablaríamos de todo excepto de su mujer, y yo ya estaba preparándome para precisamente contestarle que yo no me metía con hombres casados si, como esperaba, me proponía algo que terminará en la cama, o un lugar parecido.
Claro que conocía a su mujer! Nadie podía olvidar a Maria Teresa después de haberla visto bailar.
Ambos eran muy buenos bailadores y en las pocas fiestas que coincidimos no pude dejar de fijarme en él, y en ella, por lo bien que se movían al compás de cualquier música, sobretodo la cumbia.
Le contesté que sí, que me acordaba de ella.
– Bueno, pues es que yo le hablé a ella de ti y …
– Le hablaste de mi? Y por qué?- mi mala costumbre de interrumpir.
– Techi y yo pensábamos que nos gustaría que tú te acostaras con nosotros. Hace tiempo pensábamos en eso, en traer a una mujer para que acostara con nosotros y como tú me gustas mucho y cuando Techi te vió un día también le gustaste y me decía que le gustaría besarte las teticas y pues pensábamos que si tú querías…
Y es por eso que te pregunto. –
Todo esto lo soltó sin respirar, con acentuado acento colombiano y a toda velocidad. Pensé que había oido mal.
– Acostarme contigo y con tu mujer? Cómo es que ella se llama?
– Maria Teresa. Y sí, qué crees?
Sorpresa absoluta! Sentí cómo la curiosidad ganaba al sentido común, si es que se pudiera llamar así a las reglas morales impuestas que me apreciaba de no tener.
Digamos que la curiosidad le ganó a los escrúpulos de sentirme una puta conmigo misma.
Además hacía años que tenía ganas de saber cómo era hacer el amor con una mujer.
Recordando a Maria Teresa, lo bien que se movía al bailar , no me pareció mala idea. Sentí cómo me excitaba pensar en ella y en mi revolcándonos en una cama.
El único problema era que Mario seguía sin gustarme.
No podía decir que no era atractivo porque lo era indudablemente, al estilo macho latino y bastante divertido.
Pero no me había entrado por los oídos, era un tipo simple que supongo el último libro que abrió fue cuando estaba en la escuela primaria.
Pensé y pensé, pero la curiosidad ganó y decidí tirarme a fondo.
– Okey, me gustaría hacerlo.
El vagón entero debió de darse cuenta de la alegría y excitación que se apoderaron de Mario.
– Pero con una condición.
Se le oscureció el rostro.
– Yo nunca he estado con una mujer y supongo que Maria Teresa tampoco, no?
– No, tampoco.
– Pues me gustaría , si ella quiere, que estemos primero nosotras sin ti para ver si nos gusta y todo eso. Después tú te metes, pero primero solas. Qué tú crees?
Noté que eso no estaba en sus planes.
Se quedó pensando.
Supongo que su fantasía era la de dos mujeres haciendo el amor y él meterse cuando quería para que ellas se dedicaran completamente a él.
La fantasía más común entre los hombres, todavía no entiendo por qué si la mayoría son homofobicos.
Al final se decidió. Contaba con su líbido.
– El sábado te conviene?- me preguntó.
– No tengo nada planeado, así que está bien.
– Yo te llamo hoy para decirte la dirección. Tengo que hablar con Techi. Pero el sábado no hagas planes.
– Iré el sábado, no te preocupes. Es pasado mañana. No es aquí que tienes que bajarte?
– Si, yo te llamo. Tú me gustas muchísimo, desde el primer día que te vi. Chao
– Chao, Mario, nos vemos.
Se fue alegre como un niño con un juguete nuevo.
Y yo me quedé fantaseando el día entero y, lo confieso, también estaba llena de expectativas.
Mario me llamó a medio día para decirme que todo estaba arreglado.
Maria Teresa estaba de acuerdo.
Yo estaba casi segura de que ella iba a aceptar, mi propuesta no dejaba de ser una ventaja sobre el marido, el cual seguro había planeado todo desde el principio.
El sábado Mario tenía que trabajar hasta las cinco de la tarde y ya habían quedado con un familiar de dejar los hijos allá hasta el domingo.
Tenían tres hijos: dos varones y una hembrita.
Yo llegaría al mediodía y Maria Teresa me estaría esperando a la salida del metro.
Solo quedaba esperar el sábado.
Estaba muy nerviosa cuando la mañana del sábado llegó.
Empecé mis preparativos temprano, los mismos que cada mujer hace la primera vez que sale con un hombre por si acaso todo termina en la cama.
Me depilé cuidadosamente, me pinté las uñas de manos y pies, me saqué las cejas, me lavé los cabellos y me dí un largo baño que me dejó como nueva.
Siempre dicen que las mujeres se maquillan y se visten con más cuidado cuando se van a encontrar con otras mujeres que con hombres.
Me acabé de convencer esa mañana.
Escogí ropa interior negra y de encaje y me perfumé los lugares estratégicos del cuerpo, por lo menos los que yo creía estratégicos.
Me maquillé, no mucho para no parecer vulgar a esa hora, y me fui con el corazón que se me quería salir del pecho.
Había hecho mis planes y fantasiado con Maria Teresa, pero no había pensado mucho en que Mario iba a unirse a nosotras después.
Bastante tenía con pensar en que iba a hacer el amor con una mujer por primera vez.
Cuando llegué a la estación la reconocí enseguida.
Una típica criollita: generosa en carnes y curvas. Piel color café con leche y el pelo negro y largo.
Llevaba un pantalón blanco que le quedaba muy bien y el inevitable abrigo negro sueco contra el frío.
Ella también me reconoció a la primera ojeada, y me salió al encuentro saludandome con un beso en la mejilla, al cual correspondí.
Mientras caminábamos hacia su casa le pregunté cuánto tiempo llevaban viviendo en ese municipio, y empezó a contarme sobre su vida y la espera por la residencia que se hacía interminable.
Noté que ella estaba tan o más nerviosa que yo, y eso me alegró porque había temido que ella resultara ser alguien que ha pasado por todo.
El aire de tensión se acrecentó cuando la puerta del apartamento se cerró detrás de nosotras.
Le dí la botella de vino tinto que había traído conmigo y ella, después de dejarme en la sala de estar, se fue a la cocina a abrirla.
Regresó con dos copas, la botella de vino abierta, otra botella más de vodka y un aperitivo de galletas con queso y jamón.
Puso música y se sentó a mi lado en el sofá.
Nos pusimos a conversar de nuestras vidas mientras tomábamos para darnos valor.
A medida que vaciábamos las botellas nos abríamos más.
Yo le hablé de mi fracaso matrimonial, de mi desconfianza y soledad en un país extraño.
Estábamos bastante mareadas cuando decidimos bailar.
Trató de enseñarme a bailar cumbia, y bailamos varios minutos separadas hasta que empezó un son suave y nos abrazamos para bailarlo.
Sentí su cuerpo contra el mío, sus pechos contra los míos, el olor de su piel mezclada con algun perfume, y me empecé a excitar.
Ella también, enseguida lo noté. Nos besamos. Un beso interminable y perfecto. Muy pocas veces había sido besada así, con fuerza y ternura y sin prisas.
Empezamos a desnudarnos mutuamente mientras seguíamos bailando.
El mundo se volvió un calidoscopio de música, deseo y carne.
Al cabo de unos minutos que parecieron interminables, me tomó de la mano y me llevó hasta la cama.
La volví a besar en la boca, jugando con su lengua.
Después empecé a besarla en el cuello, chupándole la carne, mordiéndole el lóbulo de las orejas.
Sentía cómo ella me mordía el cuello y recibía sus besos en todo el rostro.
Entrelazamos las piernas restregandonos vientre contra vientre y pecho contra pecho.
Me gustó hundir mis manos y mi rostro en su largo pelo negro, aspiré con fuerza su olor mientras sentía su lengua dentro de mi oído.
Me desaté del abrazo para besar sus senos chiquitos y un poco caídos, pero en aquel momento, y aún ahora, me parecieron los más hermosos del mundo.
Por primera vez sentí cómo los pezones de una mujer se ponían duros en mi boca.
Los mordí, los chupé, los besé, nada podía separarme del encanto de su carne suave.
Sentía a Maria Teresa gemir de placer y sus gemidos aumentaron en intensidad cuando, después de una pequeña duda, descendí mis labios hacia su vientre.
Abrió los muslos y contemplé por primera vez el coñito de una mujer en todo su esplendor.
Hundí mi boca en él, y busqué con la lengua el clítoris.
Lo encontré escondidito y empecé a acariciarlo con la puntica húmeda de mi lengua.
Maria Teresa me acariciaba la cabeza, halándome de los cabellos con más fuerza a medida que se excitaba más y más con mis caricias.
Empezó a gritar. Sentí el clítoris ponerse duro y me fui a experimentar con la entrada a la vagina.
Me llené la boca con los jugos de excitación de la colombiana, sabía a salado, a mar, a sexo, y me volvió loca. Me gustó, me excitó.
Lamí y chupé, le mordía los muslos y volvía al coñito con más fuerza hasta que la sentí venirse en una serie de orgasmos que parecían que no tenían fin.
Yo no podía más tampoco y entrelacé mis piernas con las de ella para que nuestros coñitos se unieran, empezamos a estregarlos con fuerza uno contra el otro.
Clítoris contra clítoris, labios contra labios, mezclando nuestros jugos vaginales en una orgía de olores cada vez más fuertes.
Sentía cómo los músculos dentro de mi vagina se contraían y se relajaban de orgasmo en orgamo hasta que no pude más y dejé que mi cuerpo se hundiera en el relajamiento final.
Así yacimos las dos un buen rato, recuperándonos, hasta que María Teresa se desató el nudo de nuestras piernas para abrazarme y empezar a besarme.
Me dejé amar por mi colombiana, sentí su boca comerme los senos mientras que su largo pelo desatado se desparramaba a los lados como una manta de seda negra.
Mordí un mechón mientras sentía mis pezones duros ser mordidos por sus dientes.
Abrí mis muslos esperando impaciente la caricia de su boca, y el primer orgasmo llegó, inoportuno, nada más sentí los primeros pasos vacilantes de su lengua.
Me chupó el coñito con fuerzas, con ganas, como si la vida se le fuera en eso. Y yo me sentí desfallecer de placer.
Le dije que se virara, y ofreció su coñito oloroso y mojado a mis labios y a mis ojos.
Nos amamos en un 69 que parecía no tener fin, hasta que nos venció el cansancio y ella se desplomó sobre mi.
Busqué su boca para besarla y nos quedamos dormidas abrazadas y con las piernas entrelazadas.
No sé cuánto tiempo dormimos, yo me desperté primero y ví su boca al lado de la mía.
La besé mientras buscaba con mi mano su coñito húmedo. Maria Teresa se despertó con mis caricias y su mano también buscó mi coñito expectante y todavía insaciable.
Jugamos con nuestros clítoris, excitandonos cada vez más y casi al mismo tiempo que yo le hacía el amor con mis dedos, ella me metía los suyos con fuerza respondiendo a mis caricias.
Nos amámos con nuestros dedos mientras nuestras bocas besaban y mordían cualquier pedazo de carne que quedara al alcance.
Nos rendimos de cansancio y orgasmos y nos quedamos abrazadas, sudorosas y pegajosas con nuestros propios jugos.
Me había quedado de nuevo media dormida cuando sentí la puerta de entrada abrirse, Maria Teresa la sintió también y se levantó rápidamente y medio asustada.
Le pregunté y me dijo que quizás eran sus hijos que regresaban sin avisar. No, era el marido que regresaba del trabajo.
No tuve ni tiempo para taparme con una sábana o preguntarme qué hacer, cuando lo ví entrando en el dormitorio abrazando a la mujer y desnudándose al mismo tiempo.
Estaba muy excitado y se metió en la cama enseguida.
Me empezó a acariciar y yo no sabía qué hacer porque no había tenido tiempo de sentir si tenía deseos de estar con él.
Pero empecé a excitarme con sus caricias y me dije «okey, pa’ allá va eso».
Empecé a responderle cuando María Teresa se mete en el medio y lo obliga a penetrarla en la posición del misionero.
Yo me quedé un rato mirándolos hasta que poco a poco dejé la cama y me metí en el baño.
Desde allá seguí oyéndolos hacer el amor un buen rato, hasta que solo oí los ronquidos de Mario.
Maria Teresa me fue a buscar en el baño para decirme que Mario se había quedado dormido.
Le pregunté por qué no había permitido a Mario hacerme el amor, si ese era la idea desde el principio y me asombré muchísimo cuando me respondió que sintió celos de él y de mi.
Nos bañamos juntas mientras hablábamos de lo bien que lo habíamos pasado, de lo rico que fue comernos mutuamente el coñito.
Nos besámos y volvímos a amarnos en la ducha, con nuestras manos.
No nos podíamos saciar de nuestros cuerpos.
Al final me vestí y dándole un beso, el último, me escabullí del apartamento.
Habíamos quedado de acuerdo en que ella me llamaría al día siguiente.
No lo hizo. Ellos no tenían teléfono y la única forma de comunicarme con ella era a través de Mario, así que ni lo intenté.
Pasó el tiempo y la próxima vez que me los encontré, ya el encanto se había perdido y nos saludamos como si no hubiera pasado nada entre nosotros.
Me quedó el gusto por la cumbia, y me sonrió en mis recuerdos cada vez que veo alguna colombiana bailar.