Resquicios de luna de miel
Desde que volví de mi viaje de novios en Cuba, he fantaseado muchas veces con Maite, una chica que conocimos allí.
Tanto mi mujer como yo, enseguida hicimos buenas migas con Maite y con Alfredo, pues teníamos muchas cosas en común, también estaban de luna de miel y además eran de muy cerca de donde somos nosotros.
Yo me sentí atraído desde el primer momento por ella, pues era dulce, cariñosa y muy muy coqueta.
Físicamente distaba bastante de María, mi mujer, pues al contrario de la exuberante figura que luce mi mujer (100-80-93), así como de su altura,( casi 1,80 m), Maite debía usar una talla 85 de sujetador, tenía una cinturita muy definida, y sus caderas apenas resaltaban, sin embargo en bikini, con su esplendido moreno, el pequeño tatuaje de un delfín asomando por el escote del minúsculo sujetador, y el brillante piercing que lucía en el ombligo, estaba arrebatadora.
Desde la vuelta del viaje, yo recordaba aquel cuerpo casi a diario.
Después de seis meses, quedamos un fin de semana largo para esquiar, y así vernos, pues aunque María y Maite se llamaban casi a diario, no nos habíamos vuelto a ver.
Cuando llegamos a la cabaña, su coche estaba aparcado delante.
No me dio tiempo a apagar el motor, y ya habían salido a recibirnos. Tras dos horas de charla, intercambiando anécdotas de recién casados, decidimos pedir unas pizzas para cenar, y poder así seguir charlando toda la noche.
Alfredo hecho mas leña al fuego mientras yo llamaba, y las chicas se iban a poner más cómodas.
Maite salió del cuarto con una camiseta de manga larga de licra, muy ajustada, que insinuaba mucho sus duros pezones, pues era palpable que no llevaba sujetador, y unas mallas blancas muy ajustadas también, que marcaban su precioso y duro culo, así como la delgada línea de tela del minúsculo tanga que debía de llevar puesto.
Mi mujer llevaba un vaquero bastante ajustado, y una camisa blanca, con varios botones desabrochados, que dejaban ver una generosa parte de sus tetas.
Yo me quede casi sin habla, pero Alfredo soltó un silbido en plan de aprobación y no quitaba ojo de mi mujer.
Un par de pizzas después, dos botellas de vino, y casi media botella de licor, estábamos hablando sin ningún pudor de nuestras respectivas vidas sexuales.
Cuando conté que yo había propuesto un par de veces el sexo anal, pero que a María le dolió en las dos ocasiones, Maite me miró muy pícara y me dijo:
¿Ves bien este pequeño culo?, pues se lo traga absolutamente todo
Yo quedé un poco confuso, y observé que María se había ruborizado un poco. En ese momento Mario se acercó a ella, le acarició el muslo y le dijo que si su mujer le ayudaba, conseguiría disfrutar a tope del sexo anal, pues era una experta.
María me miró, y yo no daba crédito a mis ojos, cuando asintiendo con la cabeza, se dirigió a Maite y le pidió que le enseñara.
Sin más preámbulos, Maite y Mario comenzaron a desnudar a mi mujer dejándola solo con las bragas puestas.
Mario comenzó a sobar las tetas de mi mujer, diciendo que no había dejado de pensar en ellas desde Cuba.
Entretanto, Maite se había desnudado por completo, mostrando sin ningún pudor su perfecto cuerpo.
Tenía su coñito completamente depilado, y ninguna marca de bañador, pero si un estupendo bronceado. Mi pene no me cabía ya entre los pantalones.
Quitaron las bragas a mi mujer, dejando a la vista su peludo monte de Venus, que yo tanto insistía en que se depilara, lo cual también sugirió Mario.
Al momento, Maite se afanaba con un pequeño cortapelos a pilas a rasurar a mi mujer, terminando el trabajo muy rápido. Ahora si que lucia radiante toda aquella exuberancia.
Acto seguido, la arrodillaron en el suelo, con la cara apoyada en él, ofreciendo una visión embriagadora de sus dos agujeros.
Maite comenzó a lamer el ano de María, para luego extender la abundante saliva con los dedos, comenzando a penetrarla con ellos.
Mario a su vez hurgaba en su clítoris, y amasaba con cierta rudeza los enormes pechos de mi esposa a la vez que me indicaba el culo de la suya.
No me hice de rogar, y allí estaba yo, recorriendo sus agujeros con mi lengua, introduciéndola en ellos cuanto podía.
Nos levantamos y llevaron a María a la sala. La echaron boca abajo en la mesa, y separando sus piernas al máximo, ataron una a cada pata de la mesa, haciendo lo mismo con los brazos.
La mesa apenas dejaba apoyar su vientre, por lo que las majestosas tetas colgaban como si se fuese a desprender del cuerpo.
Mario se puso tras ella, y tras untarle el culo con aceite solar, comenzó a forzar la entrada con su pene, que era un poco más corto que el mío, pero bastante más grueso, sobre todo en la base.
Yo note un enorme placer de repente, pues Maite, arrodillada ante mi, había tragado toda mi polla, y me estaba haciendo una increíble mamada. Notaba como mi glande, rozaba a lo largo de su garganta, y me volvía loco.
Mientras media polla de Mario estaba dentro de María, que gemía, pero de placer, a la vez que él la penetraba, acariciaba su clítoris y estiraba sus pezones como si se los fuera a arrancar.
Se separó de ella, dejando a la vista un dilatado esfínter, capaz de albergar casi cualquier polla, muy lejos de lo que yo jamás hubiera imaginado.
Sin embargo, cuando Maite le introdujo dos cubitos de hielo, este se cerró de nuevo, como respuesta al frío.
Mi mujer se retorcía de placer, gemía como una posesa he intentaba imprimir un movimiento rítmico a sus caderas, pero las ataduras se lo impedían.
Me coloqué tras su culo, lo chupé y hurgué con mi lengua en él, y asombrosamente, comenzó a dilatarse de nuevo.
Comencé a penetrarla con bastante fuerza, por lo qué gritó un par de veces de dolor, pero los gritos fueron acallados por la polla de Mario, que se la introdujo en la boca, mientras María le comía con verdadera maestría la concha.
Tardé muy poco en correrme, inundando su virgen culo de leche.
En ese momento, Maite se la cogió de nuevo con la boca, limpiando profundamente mi polla, dejándola como nueva.
Mario se situó de nuevo en el culo de mi mujer, y al poco se corría también en él, haciendo su mujer lo mismo que conmigo.
Blancos hilos de tibia leche, resbalaban por los muslos de María. Tras desatarla, Mario y yo nos sentamos en el sofá, mientras las chicas se ocupaban de ponernos otra vez en forma, lo que consiguieron rápidamente.
Maite se sentó sobre mí, de espaldas, introduciendo hábilmente mi polla en su depilado y caliente chochito.
Se movía rápidamente arriba y abajo, mientras mis manos agarraban con fuerza sus tetas, pellizcando sus grandes y duros pezones.
Entretanto, María se había tumbado a mi lado, y Mario se la estaba tirando con verdadero deseo.
Cada sacudida que le proporcionaba, le arrancaba un sonoro gemido, y a la vez le introducía dos dedos por el culo, pues no quería dejar que se cerrara aun el nuevo boquete abierto en mi mujer.
Maite, se dio la vuelta, poniéndose frente a mí, y continuó su cabalgada, mientras yo le mordía con fuerza los pezones, y le separaba las nalgas, como si la quisiera romper.
Gimió con más fuerza durante un rato, por lo que supuse que se había corrido.
Cuando dejó de moverse, le di la vuelta, escupí en el agujero de su culo, esparcí la saliva con mis dedos, y de un golpe, se la metí hasta el fondo. Gritó, pero al contrario de mi mujer, fue de placer.
Disfrutaba como una loca, gritaba y se retorcía, por lo que yo embestía cada vez más fuerte, animado por ella. Sentí que me venía, por lo que la saqué de su culo, y casi sin tiempo, llegué para correrme en su cara.
Aplicó todo su esmero en chupar todo lo que brotaba de mi polla, pero aun así por buena parte de su pelo y cara, había abundante semen resbalando.
Mario seguía embistiendo a María, que ya había tenido un orgasmo; hizo una pausa, para morderla por todas partes, mientras Maite se empeñaba en ponerme en forma otra vez, lo cual tardo poco en conseguir.
Cuando lo hizo, Mario estaba tendido en el suelo, y mi mujer lo montaba a horcajadas.
Maite se acercó a ella y preparó su culo con esmero. Esa escena me hizo enloquecer, por lo que conseguí una nueva erección.
Me hizo señas para que me acercara, lo cual hice sin miramientos. Me ofrecía el culo de mi mujer completamente abierto. Tanteé un poco la entrada, y la clavé por tercera vez en mi vida en un espléndido culo.
María gritaba con lujuria de placer, mientras follaba a Mario al ritmo de mis embestidas. Los dos se corrieron prácticamente a la vez.
Yo tardé un poco más, y lo hice de nuevo en el culo de mi mujer, dejándole los muslos y toda la entrepierna arrollando de borbotones de mi leche.
Al separarme, Maite, sin dejar a María ponerse de pie, la volteó en el suelo, y comenzó a lamerle el conejito y el culo, recogiendo toda la leche que allí había, mitad mía y mitad de su marido.
Mi mujer que siempre que veía una escena lésbica, se moría de asco, no solo se dejo hacer, sino que se puso a lamer la concha de Maite, llegando las dos a un nuevo orgasmo.
Tras una reparadora ducha, nos fuimos a la cama, cada cual con su pareja, y al día siguiente volvimos a las andadas.
Fue un fin de semana de nieve con todo, menos ski, pero imposible de olvidar.
Desde aquel día siempre que podemos, quedamos para vernos, pues solo intercambiamos parejas entre nosotros.
El próximo fin de semana hemos quedado para ir a la montaña, ya os contaré.