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Tengo que decirte algo I

Tengo que decirte algo I

– Tengo que decirte algo… Anoche me acosté con otro y quería pedirte perdón. Yo no quería engañarte, pero no supe negarme y me dejé arrastrar por el deseo. Ya sé que ahora estarás sorprendido y ofendido, pero espero que puedas perdonarme y que no me abandones. No podrás creerme, pero yo te amo a ti y sin ti no podría vivir. Espero que perdones mi momento de debilidad y me creas cuando te digo que lo siento y que no volverá a pasar. Podría callarme y no decirte nada porque aún no habías llegado a casa cuando llegué, pero prefiero ser honesta contigo.

No podía ser verdad lo que estaba oyendo. No pude contestarla. No me creía lo que me estaba diciendo. Mi fiel esposa ya no lo era. Se había acostado con otro hombre. Me decía que me quería pero había estado con otro. Miraba su pelo corto y oscuro, su preciosa cara, sus ojos marrones que habían deseado a otro, sus finos labios que habían besado otros labios, su cuerpo frágil y espléndido que otro había disfrutado, su piel canela y suave que otro había acariciado, veía su imagen desnuda y otro la había poseído y penetrado y me mortificaba.

A pesar de sus lágrimas, me marché sin contestarla al trabajo. No hacía más que preguntarme por qué había pasado esto. Yo creía que nuestro matrimonio era ejemplar y que ella estaba satisfecha conmigo en todos los aspectos.

Ambos aún somos jóvenes y fogosos y aunque en nuestros trabajos siempre hemos estado expuestos a estar con otras personas nunca lo habíamos hecho: ella es modista y aunque dicen que es un mundo de mujeres y gays, la realidad es que hay muchos desfiles y fiestas y sé que mi mujer es muy deseada y la hacen todo tipo de insinuaciones, pero hasta ahora yo disfrutaba sabiendo y viendo cómo negaba todas las propuestas que le hacían. Y yo soy un manager musical y tampoco me han faltado oportunidades para serle infiel, aunque nunca me lo he planteado.

No pude hacer nada en el despacho. Le daba vueltas y vueltas a todo. Pensé incluso hacerle una propuesta indecente a mi secretaria, una chica espigada y mona, pero no era justo para nadie.

Poco a poco me iba imaginando a mi esposa en brazos de otro, deseándolo, gimiendo, desnuda abierta ante él, diciendo obscenidades para ponerse cachonda, acariciándolo, sintiendo algún orgasmo increíble…

Me calenté tanto que tuve que sacarme la polla del pantalón y me masturbé con furia y desesperación y cuando entró mi secretaria me notaba encendido y mi polla me pedía a gritos que no parara, aunque al mismo tiempo me sentía apurado porque mi aroma era muy fuerte y mi agitación parecería sospechosa.

Ahí estaba con la chorra fuera del pantalón haciendo como que atendía lo que me decía mi secretaria. Cuando se fue seguí manos a la obra.

Me sentía culpable por estar cascándomela pensando en mi mujer con otro, a lo mejor yo era otro degenerado y no quería a mi esposa tanto como creía, pero no pude parar hasta que eyaculé en mi mano.

Me lavé y regresé a casa dispuesto a perdonarla porque al fin y al cabo me lo había contado todo y me había dicho que me quería. Y todos podemos sufrir deslices.

Llegué a casa y la llamé. Estaba preciosa con esa cara triste y su camisón blanco.

No había ido a trabajar y había llorado. Le dije que la perdonaba, que me había hecho daño pero que no íbamos a tirar a la basura todos los años felices que habíamos pasado juntos. La hice jurar que siempre me contara la verdad y entre apasionados besos me dijo que sí.

La deseaba más que nunca y los besos dieron paso a apretones de nuestras manos sobre nuestra ropa. Ella me bajó la bragueta mientras que yo le subía las faldillas y le bajaba sus bragas.

La penetré contra la pared como si fuera la primera vez que me la tiraba.

Ella también jadeaba como hacía mucho que no la escuchaba.

Entendí que la pasión entre nosotros, sin darnos cuenta, se había ido marchitando y mientras entraba y salía de ella le decía que nunca más iba a dejar de desearla y de amarla con delirio.

Me corrí dentro de ella y sentí que ella también se corría. Me dio miedo pensar que hubiera fingido su orgasmo y ella se rió de mí y me dijo que nunca fingía nada.

Un poco más calmados, le pedí que me contara cómo había sido y aunque ella no quería hablar de eso, le dije que me dejaría más calmado saberlo todo.

Si había hecho que no se sintiera deseada quería que me lo contara. Ella empezó a contármelo todo:

– Todo sucedió naturalmente. En la fiesta había bebido quizá más de la cuenta y me presentaron a Diego. Era muy simpático y agradable y estaba muy bueno. Conectamos muy bien y digamos que pensé que estaría genial echarle un buen polvo. Pero son estas cosas que se piensan y no se llevan a cabo. Eso sí, me gustó que entre tanta tía buena se fijara en mí y me colmara de atenciones.

– ¿Te excitaba?

– Es que el smoking le sentaba como a pocos hombres le he visto. Era moreno, alto y fuerte. Ojazos verdes y una boca arrebatadora.

Me dolía oír lo mucho que aquel hombre le había gustado, pero no dejé que se parara y le agradecí que fuera tan sincera.

– El caso es que me dolía un poco la cabeza y me excusé con los invitados y tomé el ascensor para marcharme. Quizá me daba un poco de miedo que aquel hombre me gustara tanto y quería huir, no sé. Cuando las puertas se estaban cerrando, apareció Diego y me dijo que estaba cansado de la fiesta y que no podía dejar escapar a la mujer más interesante del lugar. Decía las cosas de tal modo que no molestaban, era una especie de galanteo educado que no daba la impresión de pretender nada más.

“Charlamos un poco mientras bajábamos y mientras fuimos al parking. Me acompañó hasta mi coche y cuando me iba a marchar, me tomó de la muñeca con firmeza y me asustó un poco, porque me miró de tal modo que creí incluso que me violaría. Me dijo que me había deseado desde que me había visto y que no se perdonaría no pedirme que hiciéramos el amor. Le dije que yo era una mujer casada y que quería a mi marido, pero cuando me besó sentí un ardor dentro de mí y no pude apartarle. Si te soy sincera, sólo con ese beso mojé las bragas. Sus labios eran como una droga para mí, sabía que era algo malo pero no podía dejar de besarle y desearle.

“Me dijo que conocía un motel donde podríamos hacer el amor y subimos a mi coche. Ya no podía pensar, sobre todo porque en el camino mientras me guiaba me estaba masturbando deliciosamente y estaba a mil por hora, más caliente que nunca. Quizá porque sabía que lo que estaba haciendo era prohibido mis emociones estaban desatadas.

“Antes de abrir la puerta de nuestra habitación nos habíamos morreado y metido mano a base de bien. Él me decía lo mucho que me deseaba verme desnuda y follarme y sólo con oír su voz yo me corría y no dejaba de pensar que era una puta. Nos quitamos la ropa y comprobé lo bueno que estaba. También pensaba que no podríamos estar demasiado tiempo, porque a lo mejor llegabas antes y no podría mentirte.

Mientras mi mujer me decía esto, y al ver mi erección ante su relato, se había sentado sobre mi polla y me cabalgaba lenta y profundamente, en círculos deliciosos.

Fue describiendo su cuerpo mientras me acariciaba en las zonas que describía del otro:

– Su estómago estaba perfectamente musculado y sus abdominales eran impecables y bien marcados; su torso y su pecho estaba duro y sus pectorales eran increíbles, así como sus muslos y su culo, levantado y firme… Lo acariciaba y besaba y luego el resto ya te lo puedes imaginar…

– No te pares ahora, no te dé vergüenza. Quiero saberlo todo. ¿Su polla era más grande que la mía?

– Un poco más. Sobre todo tenía un buen grosor. Además estaba circuncidado y su glande era un poco más oscuro que el tuyo.

– ¿Estaba empalmado cuando se bajó el calzón?

– Se lo bajé yo y aún no estaba empalmado del todo, aún la tenía algo flácida. De todas formas ya su tamaño era considerable.

– ¿Te gustó su polla?

No quería contestar, pero los movimientos pélvicos y los movimientos sugerentes en los que estaba cabalgándome la habían calentado muchísimo y ya no ponía tantas pegas para contestarme todo.

Es más, así como lo que me estaba contando me excitaba a mí, a ella también. Supongo que de alguna manera a veces pensaría que estaba follando con aquel hombre y no conmigo.

– Sí, la deseé tanto que me arrodillé frente a su verga y le besé su cabeza. Así como tu glande es digamos que más plano, el suyo es más redondo y casi parecen unos labios de boca, además era duro pero suave a la vez. Después de besárselo, le lamí con la punta de la lengua desde la punta hasta la base y los testículos, uno por uno, ¡vaya par tenía!, parecía un semental, quería hacerle sufrir, aunque no podía reprimirme a morderle juguetonamente por los lados ese tronco duro como una roca, subiendo de nuevo y ensalivándole más que cuando bajé. Le mordí suavemente el glande y me lo metí en la boca, moviendo mi lengua y limpiándole sus líquidos a la vez que miraba hacia arriba sensualmente para que viera lo puta que era. Quería tragarme todo su falo entero, pero no pude del todo de lo grande y gordo que era. Él empezó a follarme la boca agarrándome de la cabeza, ya de forma más brusca de lo que hasta entonces había hecho.

“Me avisó de que se iba a correr y fui yo la que aumentó el ritmo de la mamada porque quería su leche dentro de mi boca y él cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás gimiendo desesperadamente. Pude tragarme casi todo su semen e incluso un goterón que se me escurrió por la barbilla lo tomé con el dedo y lo saboreé como si fuera un manjar.

A pesar de la excitación de ambos, se fijó en que me había puesto más serio oyendo esto y me pidió que no me enfadara con ella.

Protesté un poco porque a mí nunca me había dejado correrme en su boca porque le daba mucho asco el sabor y el olor del semen.

Me dijo que ya me compensaría porque se había dado cuenta de que estaba equivocada, que no fuera celoso por no haber sido su semen el primero que había probado. Le pedí que siguiera.

– Entonces fue él el que fue recorriendo mi cuerpo, besando mis pezones y diciéndome lo fabulosos que eran, amasando mis senos y enterrándolos con sus enormes manos, se arrodilló frente a mí y contempló mi conejo. Se quejó de que no lo tuviera más depilado y recortado, pero llevó su nariz a mi vagina e inspiró y dijo que nunca había olido nada más rico. Me hablaba echándome el aliento y eso me producía un placer indescriptible. Sólo con rozarme con su lengua me corrí otra vez. Él siguió con su mamada y se tragaba todos mis jugos. Y todo esto sin olvidarse de mi clítoris…

– ¿Te lo hacía mejor que yo?

– No, pero lo hacía distinto, y también era muy placentero. Ya sabes que a mí me pierde que me besen y chupen el coño…

Estábamos gozando de la cabalgada los dos como hacía mucho que no hacíamos y aunque a ella le costaba hablar y le salían suspiros y gritos contenidos, yo le pedía que siguiera, ella jugó entonces un poco con mi orgullo preguntándome si es que me gustaba saber todos los detalles de la follada que le habían pegado y yo, caliente como nunca, le decía que sí, que siguiese, que me calentaba oír cómo había follado con otro, que antes me había hecho una paja pensándolo y que quería saberlo todo:

– Me tomó de las piernas tras otro orgasmo mío y me arrojó a la cama. Él seguía empalmado, creo que no había perdido su erección pese a haberse corrido antes. Se puso un preservativo. Yo estaba echada a un lado, de costado y él se puso a amagar la entrada de su polla dentro de mí, me rozaba pero no entraba y yo le pedía que me follase de una vez, me hizo decir que le deseaba, que quería que me tomara, que quería ser suya y entonces de improviso me penetró bruscamente. En nuestra posición no podía penetrarme hasta el fondo, pero sentí cómo mi conducto se llenaba.

“No dejamos de besarnos mientras entraba y salía de mi coño. A veces nos revolcábamos y buscábamos otras posturas. Él resistía un montón y mientras que yo ya estaba casi desfallecida con tanta embestida, él no acababa de correrse y eso que estábamos ya bañados en sudor y saliva. Por fin, cuando yo tenía mi muslo en su hombro y él me metía su rabo hasta el fondo, hasta ocuparme por completo, noté sus espasmos. Cuando se retiró su condón estaba bien repleto.

Oyendo el relato yo estaba al borde de correrme de nuevo, al igual que mi mujer.

Quería acabar al mismo tiempo que ella y pude controlarme un poco hasta que los dos empezamos a convulsionarnos.

Había sido un polvo fabuloso. Le confesé que hacía tiempo que no había disfrutado tanto del sexo, ahora entendía mejor por qué había sucumbido ante otro hombre…

Continuará…

Continúa la serie Tengo que decirte algo II >>

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