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Tengo que decirte algo II

Tengo que decirte algo II

Después de haber hecho el amor mientras mi mujer me contaba cómo había sido su aventura con Diego y pese a que estábamos muy cansados, no podíamos darnos la vuelta sin más y dormirnos.

Sin dejar de acariciarnos, le pregunté cómo se había despedido de él.

Me dijo que ella se duchó la primera y que antes de que él se fuera a la ducha le dio su tarjeta y le dijo que le llamara, que estaría bien volver a verse.

Mi mujer aprovechó a que él se duchara para largarse porque se sentía cada vez peor y no tirar su tarjeta la hacía sentir despreciable.

– Dime la verdad, si por ti fuera, ¿le llamarías para volver a acostarte con él?

– No, ya no me acostaré con él, te lo prometo.

– Pero imagínate que te doy permiso. ¿Te acostarías con él? Sé sincera. ¿Tú crees que ya has satisfecho tu deseo con él, o si volviera a besarte volvería a arrebatarte?

– Pero yo te quiero…

– Ya lo sé y me lo has demostrado. Pero si sólo fuera sexo…

– No sé… ¿Me estás haciendo alguna proposición indecente?

El tono de esta pregunta ya fue de cachondeo, pero me puse todo lo serio que pude y le dije que había entendido que mientras fuera recta conmigo yo confiaría en ella, y que comprendería que buscara otras cosas en relaciones sexuales con otros, que yo lo que quería era que ella disfrutara y sintiera el máximo placer posible, siempre que no acabara acostándose con el primero que viera o que le gustara y siempre que no me mintiera. Entonces se atrevió a decirme que deseaba volver a encontrarse con Diego.

Es raro lo que sientes cuando tu mujer te confiesa que desea acostarse con otro hombre. Excitación, morbo, dolor, ego herido, muchas cosas.

Yo le confesé que me excitaba la idea de verla con otro hombre, aunque también me dolía. Le dije también que me daba miedo que yo no pudiera satisfacerla del todo y que me dejara por él, pero ella me aseguró que nunca dejaría de amarme y que si no la permitía volver a verle nunca lo haría.

No hablamos del tema varios días seguidos, sobre todo porque disfrutábamos del sexo como hacía mucho tiempo no nos pasaba, aunque la verdad es que sacar el tema de Diego era como un afrodisíaco para ambos, pero siempre rondaba aquella presencia y si no era yo era ella.

A los pocos días mi mujer me llamó al trabajo y me dijo que Diego la había llamado. Mi corazón se disparó y le pregunté qué había pasado.

Él recordaba la noche juntos y quería repetir y temía que ella no hubiera disfrutado tanto como creyó entonces porque no le había llamado.

Mi mujer le reconoció que había estado genial, pero que me quería y por eso no le había llamado. Diego le preguntó si había alguna opción a volver a repetir lo de la otra vez y ella le dijo que necesitaba pensarlo. Y ahora me preguntó a mí. La cité para comer en un restaurante y así seguir hablando.

– ¿A ti qué te parece?

– Ya te he dicho que si quieres acostarte con él no me opongo. Pero…

– Pero ¿qué?

– Vas a pensar que soy un degenerado, pero me ronda la cabeza la idea de poder verte, ya que tú le deseas y parece inevitable que le vuelvas a ver.

– Si le digo a Diego que estarás de mirón no sé cómo se lo va a tomar.

– No tiene por qué enterarse. Le citas en casa y yo me escondo. ¿O estarías demasiado incómoda?

– Es un poco raro… Que me vaya a correr sabiendo que mi marido está viéndome la cara de viciosa…

– Piensa que así hay más morbo…

– La verdad es que me excita mucho la idea.

Estábamos en el restaurante sobándonos con los pies, ella en mi paquete y yo jugando sobre sus medias y acariciándole las bragas. La mesa era pequeña y me moví a un lado acercándome más a ella.

Me preguntó por qué me excitaba la idea de verme con otro. Le dije que no sabía, que era un poco masoquista, pero suponía que era una fantasía muy común el imaginar a tu mujer en brazos de otro mientras te mueres de celos y de deseo.

Ya había metido mi mano en su braga y la estaba masturbando, así como ella me había sacado la verga y hacía lo mismo. No sé qué pensaría la gente a nuestro alrededor viendo movimientos sospechosos bajo el mantel, viendo nuestras caras de sofoco y excitación y cómo conteníamos nuestros gritos a duras penas.

Cuando llamó a Diego, yo estaba con mi mujer. Le dijo que aceptaba su propuesta y que el viernes no estaría yo en casa, más fácil imposible. Quedaron para la noche y pude oír la odiosa voz de aquel hombre.

Era muy varonil y grave y noté la alegría que le produjo saber que podría gozar de nuevo de ella. Sentí más celos que nunca, no así mi mujer, que cada vez que se acercaba la fecha estaba más cachonda.

Estuve a punto de arrepentirme y prohibirle a mi mujer que se viera con aquel bastardo, pero hubiera quedado como un imbécil. Eso sí, me odié a mí mismo por haber sido yo mismo el que la había dado carta blanca.

Fue mi propia mujer la que me buscó un buen escondite donde poderlo ver todo. La habitación quedaría un poco en penumbra para que Diego no pudiera verme en el hueco del armario, en un altillo, con una vista lateral de la cama. Cuando sonó el timbre de la puerta me besó en la boca con emoción y nerviosismo.

Por más que no quería, tenía la polla levantada antes de que mi mujer abriera porque dentro de poco iba a presenciar como ella sería la que se abriese. Busqué mi cámara de vídeo y me metí detrás de la puerta de la habitación.

Apenas pude oír lo que dijeron en el recibidor. Les vi besándose cuando me asomé. Al parecer él entró a saco desde el principio. Era bastante alto, vestía unos pantalones vaqueros y una camiseta ajustada y era cierto que su cuerpo estaba bastante bien trabajado en el gimnasio.

Con el zoom comprobé que además tenía la típica cara que vuelve locas a las mujeres. Tenía a ese seductor, a ese gigoló, en mi casa y yo grabando con una erección de caballo.

Mi mujer le invitó a tomar una copa en el salón y él aceptó. Hablaron de varias cosas, de mí por ejemplo, ella le preguntaba bastante interesada en él, que no le apartaba el ojo de encima.

Desde la puerta, grabándoles de perfil, centré el objetivo en ella y la verdad es que estaba arrebatadora: una simple falda corta, una camiseta blanca anudada por encima del ombligo y que marcaba sus pezones bastaba para desearla hasta la locura.

En seguida él apartó la copa y se sentó en el sofá acercándose sin hablar a mi esposa. Le dijo que quería aprovechar toda la noche para disfrutar de ella y la besó, primero lentamente, luego correspondido por mi mujer moviéndose desenfrenadamente de un lado a otro, mezclando las lenguas de tal modo que podía oír cómo se entrechocaban. Quería desnudarla allí mismo, pero mi mujer le dijo que mejor en el dormitorio.

Antes de que se levantaran, me dirigí a mi escondite.

Entraron besándose, cómo no. Justo al entrar por la puerta él se despojó de la camiseta y ella de la suya. Los pantalones duraron poco también, así como la falda. Ambos en ropa interior se acostaron delante de mí, él encima de ella, ambos fundidos en un beso interminable y palpándose los costados y los muslos.

Creí que pasarían a follar sin más porque él, con el slip puesto, hacía como si le follara y ella gemía como si fuera así.

Él le repetía cuando despegaba sus labios que era fabulosa y que la iba a matar a polvos toda la noche y ella se dejaba hacer y le pedía que así lo hiciera. La voz de mi esposa estaba desfigurada de la excitación.

Parecía como si Diego tuviera prisa. De rodillas abierto sobre mi mujer, se bajó el slip. Estaba su estómago y gateó un poco hasta acercarle su polla hasta la boca de ella, que no dudó en acariciarla, besarla y jugar con sus testículos.

Aún no estaba del todo palo, pero aún así comprobé una pequeña mentira piadosa que ella me había contado: que su verga era un poco más grande que la mía, cuando era un pollón al menos 5 centímetros mayor, por no hablar de su grosor. Parecía un actor porno y aunque me doliese mucho, no me extrañaba que ella paladease desenfrenadamente aquella barra erecta.

Mi verga estaba que reventaba, aunque no quería masturbarme mirándolos y me esforzaba por quitar de mi mente la idea de grabar con la derecha y con la izquierda consolarme.

Grabé cuando él se apartó y fue desnudando del todo a mi esposa. Lo hizo lentamente, disfrutando de la vista y masajeando con avaricia lo que tenía delante. Luego recorrió con la boca todo su cuerpo, besándola y chupándola desde los pies hasta su coño.

Vi cómo ella se corría ante la lengua experta de aquel tipo y que no dejaba de disfrutar incluso con las babas que le dejaba en los pechos, en los hombros y en el cuello.

-Y ahora te voy a follar.

Yo pensaba entonces que se iba a poner el condón, pero fue directo y sin más a la entrada de su vagina y enterró ese pedazo de instrumento de un golpe dentro de ella sin que ésta se quejara por la falta de protección. Aulló como una loca, pero de placer.

Y después vi un sinfín de posturas ante las que mi mujer no dejaba de correrse. Aunque estaba desfallecida, la mayoría de las veces Diego la sostenía entre sus músculos, ya bien de sus piernas o de sus brazos.

Estaba contemplando un recital de potencia y fuerza.

Ella, ante los requerimientos de él, gritaba que no había probado una verga como la suya, que quería que la follara desesperadamente, que era suya… Y aquel tipo entrando y saliendo de la maravillosa vagina de mi mujer sin inmutarse, sudando y apenas resoplando. Al fin su cuerpo se contrajo y derramó todo su semen dentro de mi mujer.

Ambos se tumbaron con los cuerpos bañados en sudor. La habitación apestaba a semen y a flujos vaginales.

Diego se levantó y se fue al baño a mear. Mi esposa no se movió hasta que volvió. Lo hizo con mi bote de espuma de afeitar y una de mis cuchillas. Le dijo que no se asustara, que la iba a afeitar el coño para dejárselo como a él más le gustaba.

“Le dices a tu marido que querías darle una sorpresa y ni se entera”. El pedazo de cabrón… Mi mujer se dejó hacer, por supuesto. Fue excitante ver cómo la cuchilla rasuraba su triángulo y tanto mi polla como la suya se volvieron a levantar y ponerse duras.

Lo hacía con mucho cuidado. Le dejó una línea vertical y la llevó al baño para lavarla. Salí de mi escondite a tiempo de ver cómo la volvía a obsequiar otra mamada allí.

En el mismo baño la levantó y la penetró. Ella se echaba para atrás y disfrutaba con los arreones que le daba aquella bestia que la sostenía. Luego la tomó en brazos y la trajo de nuevo al cuarto, aunque él se fue, aunque para mi desgracia volvió en seguida con una botella de champán, que derramó sobre sus pechos y bebió de sus pezones.

Luego hizo lo mismo en su vagina hirviente y le pidió que ahora ella bebiese champán. Se echó sobre su glande y ella bebió. Tras estos juegos, volvieron a follar, esta vez ella a cuatro patas y él haciendo balancear sus pechos con sus embestidas.

Antes de correrse, salió de ella y se masturbó sobre su cara, corriéndose ante ella. Montones de chorros viscosos salieron proyectados hacia la boca, el pelo, la cara, los pechos de mi mujer, que no contenta con esta humillación se empezó a restregar el semen de su semental sobre sus pechos.

Llegó la calma y yo pensé que ya habían tenido sesión de sexo para rato. Mi mujer al menos estaba destrozada y besaba a Diego dejándose llevar.

Entonces le pidió darla por culo. Ella fue reacia al principio, porque no le producía placer el sexo anal (si lo sabré yo), pero él le aseguró que no le dolería para nada y ella concluyó con un “soy tuya y puedes hacer lo que quieras con mi cuerpo” contundente. Preguntó si había vaselina en alguna parte y ella salió a buscarla.

Ahí estábamos los dos solos, yo mirándole con odio y él sin saber que yo estaba allí excitado, con mi polla lleno de jugos preseminales bajo mis calzones.

Estaba expectante por ver hasta donde llegaba la sodomización que tenía proyectada. Regresó mi hasta hace poco recatada mujer sin avergonzarse como casi siempre le ocurría de andar desnuda por la casa y se lo entregó. Diego había estado preparando los cojines para que ella se acomodara.

Empezó a lamerle la vagina por detrás y luego hizo lo mismo con el ano. Luego se untó los dedos de vaselina y le metió dos en el recto.

Los masajes que le hizo se me hicieron interminables, aunque vi que a mi mujer le estaban produciendo un gran placer. Tras lubricarla la entrada, se untó sobre su verga y la avisó de que iba a entrar, que se relajara, que entraría fácil y sentiría mucho placer.

Aquel enorme falo, aquel glande redondo y grueso, desapareció en las nalgas de mi esposa. Poco a poco su tronco fue desapareciendo de mi vista hasta que sus dos cuerpos quedaron unidos sin separación entre ambos.

Diego repitió la operación con la misma lentitud varias veces, sacando su verga del todo y volviéndola a penetrar hasta los riñones una y otra vez, diciendo que su culo era delicioso, hasta que empezó el mete y saca a coger velocidad. Mi mujer desde el principio no paró de gritar de placer: “Cabrón, que pollón tienes, párteme por la mitad, jódeme el culo, párteme en dos, dame más por culo, más, más”.

La verdad es que me tenía sorprendido, con lo recatada y educada que era y el corte que me daba decirle groserías por si le ofendían…

Diego se separó de ella y le pidió que se sentara sobre él. “Así no, dame la espalda”. Y ella, rápidamente, como si tuviera la necesidad de sentirse poseída por aquella verga, se sentó gimiendo sobre él.

Se relamió dando movimientos circulares y entonces se desató dando saltos como una posesa, con sus tetas desbocadas.

Y el polvo acabó ella de nueva a cuatro patas y él entrando y saliendo de su agujero negro y palmeándole las nalgas e insultándola, cosas como “mi puta, traga falo, di que te gusta, grita que quieres que siempre te dé por culo, di que te gusta, di que disfrutas, cuál es tu verga, dime, cuál es la verga que tú prefieres” y ella “la tuya, amor, la tuya”. Ya no sé si me dolía más lo que ella decía o si mi erección.

Cuando se apartó de ella, vi que el ano de mi esposa estaba rezumando semen.

Él le dijo (más bien le ordenó) que le limpiara la verga y ella, mostrándome el culo en pompa, le dejó la verga reluciente. Yo me había corrido sin haberme tocado y la batería del vídeo llegaba a su fin.

Diego se fue a duchar, tras darle un tierno beso a mi esposa y cuando oí el sonido de la ducha, salí de mi escondite.

Estaba fuera de mí. Me bajé los pantalones y los calzones y me eché la piel hacia atrás dejando caer los últimos goterones de mi corrida. Mi esposa estaba derrotada, pero mirándome con satisfacción.

Se acercó a mí y me succionó la verga mirándome hacia arriba como una ramera, sonriendo pícaramente.

Le dije que pusiera su culo en pompa otra vez y ella protestó diciendo que estaba muerta.

Quería follarla desesperadamente y me situé tras ella. Mi verga entró de un golpe hasta el fondo.

Mi mujer me insultó, pese a que entró fácil y no debió dolerla. Sólo buscaba satisfacerme y la di por culo desesperadamente hasta que me corrí dentro de ella. “¿Ya estás contento? Anda, métete en tu sitio”.

Obedecí humillado sus órdenes y volví a quedarme a solas con aquel tipo cuando mi mujer se fue a lavarse. Diego se vistió y entró en el baño.

Me asomé y vi a mi mujer enfundada en una toalla. Le dijo que había estado genial, la besó y la emplazó para otra cita.

Cuando se fue regresó a la habitación. Al ver la cámara en mi mano, me preguntó que si había disfrutado.

Al ver mi cara, dejó de burlarse. Le pregunté si volvería a verle y ella me repitió que si yo no quería, dejaría de hacerlo.

No quería quedar mal con ella y no le prohibí volver a verle.

Eso sí, ya nunca más he vuelto a querer presenciar nada y me conformo con que ella me cuente los momentos más calientes cuando follamos.

Espero que pronto se cansé de aquel tipo y vuelva a ser sólo mía.

Continúa la serie << Tengo que decirte algo I

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