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Rubia y morena

Rubia y morena

Verán, me llamo Enrique (Quique para los amigos) y tengo 32 años.

Quiero mucho a mi esposa (guapa, inteligente, mi media naranja) y funcionamos muy bien en la cama.

Desde hace unos meses se instalaron abajo dos chicas: una rubia y otra morena escandalosamente buenas, son de esas mujeres que incluso vestidas hacen que tu picha se levante.

Ambas son altas y preciosas, no por algo trabajan como modelos. Patricia es la rubia (aunque teñida, se nota por sus cejas oscuras y por las raíces igualmente oscuras, pero da igual, le queda de cine), de melena larga y lisa.

Su acento canario me vuelve loco.

Tiene una carita angelical, con esos ojazos azules que a veces miran pícaros y a veces como corderitos y una cara perfecta, con el punto de su piercing debajo del labio.

Y si la cara es una locura, su cuerpo no le va a la zaga: piernas largas, vientre liso, tipazo, pechos en su justísima medida. La pena es que viste demasiado recatada, aunque siempre con estilo.

Cristina es la morena y está más rellenita que Patricia, más delgada.

Ojo, eso no quiere decir que no tenga otro tipazo.

Es morena de piel, tiene una melena leonina, muy rizada, que a veces se lo junta en un moño y deja ver un apetecible y sensual cuello.

Ojos color miel y unos labios carnosos hacen de ella una mujer muy lasciva, aunque la dulzura y candidez cuando habla hace que rebaje esa imagen de mujer fatal.

Cristina viste más sexy y luce unos escotes bastante considerables, aunque eso es mérito a sus pechos, no a las camisetas, que tampoco son tan atrevidas. Pero es que ese par de lolas se escapan de cualquier sitio.

Me gusta mucho también su culo, siempre apretado en ceñidos pantalones.

Me cuesta mucho fingir delante de mi esposa que las miro con indiferencia. Por suerte ella se lleva bien con las vecinas y no me reprocha nada.

Ambas son muy educadas y ni por asomo he podido ver un pechito de más o un poquito de ropa interior. Luego no sé si tendrán pareja, pero si la tienen lo llevan con mucho disimulo.

Por suerte son muy niñeras y mi chico pequeño llamó su atención y en seguida se hizo amigo de esas dos bellezas, encantadas con Kiko.

A través de él pasamos a algo más que los típicos saludos de rigor. Muchas veces mi mujer y yo nos vamos y le dejamos con ellas.

El caso es que llegó el verano y yo dejé de tener que ir tanto a trabajar, no así mi mujer. Un día el niño se encaprichó con la piscina de la azotea y mis dos monumentos nos acompañaron. Buf, Patricia con un bikini gris plateado, de cordel por la espalda y Cristina con uno negro.

Bastante discretos, pero que en sus cuerpos eran una maravilla.

Al principio nos bañamos todos y jugamos un poco con el crío. Ya para entonces la mayoría de los vecinos se habían ido de vacaciones y los que quedaban eran los viejos, que no se acercaban a la piscina, por lo que estábamos solos.

Luego ellas se fueron a tomar el sol. A Kiko le causó curiosidad ver cómo se echaban cosas en la piel y se fue para allá. Yo detrás, con los ojos fuera de mis órbitas. Nos pidieron echarlas el bronceador por la espalda y yo hice de maestro con mi hijo.

Me fui con Patricia y le desaté el nudo por detrás. Su majestuosa espalda estaba desnuda para mí… Mi cosa no aguantó más y se puso dura como una estaca.

Mi bañador parecía una tienda de campaña. Me acerqué también a Cristina y le desabroché su sujetador. Otra espalda desnuda… Luego le fui guiando a Kiko.

Echar crema en las manos y extenderla en la espalda. ¡Qué piel más suave y tersa! Luego las piernas… Yo pinocho total. Luego fui a enmendar el destrozo de mi hijo sobre Cristina y también comprobé que su piel no dejaba nada que desear con la de Patricia.

Después nos tumbamos nosotros, pero eso sí, a la sombra. Kiko se quedó dormido y yo traté de quitarme de la cabeza esas espaldas y esas piernas, pero pasaba el tiempo y no podía y tenía que tumbarme boca abajo.

Al final decidí irme al agua y traté de calmarme con bruscos movimientos submarinos. Mi hijo se despertó por desgracia y al poco le tenía con los manguitos lanzándose al agua con estrépito.

Patricia y Cristina se incorporaron con las manos sujetando sus sujetadores, qué erótica visión intuir sus bustos y ver sus hombros desnudos… Mi pene casi explotó al ver cómo Patricia, de perfil, le abrochó el sostén a Cristina.

Vi un pecho de refilón, un pezón sonrosado… Luego Cristina le anudó el de Patricia y vinieron al agua. Yo trataba por todos los medios de que no me rozaran y creo que lo conseguí, así como pasar desapercibido al salir, pues fui el primero y traté de taparme.

Por la noche, mi mujer pagó tanta tensión reprimida. Eso sí, ella no es tonta y sabía lo de la piscina. Me dejó sin respuesta cuando me comentó lo bien que me había sentado la jornada de piscina.

No sé si era porque aún continuaba la calentura, pero me dijo que si le iba a plantar una cornamenta quería que se lo contara, que lo que no aguantaría sería quedarse con la cara de gilipollas. Yo le soltaba el típico discurso de “yo te quiero mucho”, etc., pero ella no lo aceptó y siguió en sus trece.

“Júrame que me lo dices el mismo día”. Entonces le dije con sinceridad que no tenía ninguna posibilidad, que yo era míster normalidad y ellas ni se fijaban en mí más allá de ser el padre de Kiko.

Ella me dijo que yo era tonto. Ellas estaban aburridas y hartas de que los hombres no se acercaran a ellas al verlas como.

Le habían dicho que hacía mucho no tenían una buena jornada de sexo e incluso habían hablado de mí y mi propia mujer me había alabado como amante… No le respondí nada, pero hicimos de nuevo el amor, con más fogosidad si cabe que antes.

Ahora cada vez que las veía me entraba una erección sólo con pensar en que podía tirármelas. Pero yo no me atrevía y ellas no insinuaban nada, así que todo seguía igual.

Hasta que una semana ambos teníamos que salir fuera y le dejamos al niño con ellas. Yo vendría al día siguiente por la tarde y mi esposa tardaría un día más en llegar. Cuando yo lo hice, Kiko se empeñó en que Cristina y Patricia se quedaran en nuestra casa a dormir.

Ellas aceptaron y desde que entraron en casa mi polla estuvo en alto, sobre todo cuando mi hijo me comentó, entre otras cosas, que se había bañado junto a las dos chicas. Brrrrr…. Y cuando Cristina se fue a duchar…

Me lamenté de no haber dejado la cámara encendida en el baño y cuando la vi entrar con la toalla enrollada a su cuerpo ya no podía más…

Luego fue Patricia la que se duchó y la que volvió con otra toalla de marras, esta más pequeña incluso que la de Cristina. Ambas jugando con el pelo mojado junto a Kiko como si nada, como si no me excitaran viendo el nacimiento de esos apetecibles pechos o esos mojados muslos.

El siguiente en irse a la ducha fui yo y se empeñó mi hijo en acompañarme. No pude quitármelo de encima y no pude masturbarme como era mi intención.

Por suerte, estar lejos de Patri y Cris me alivió la erección y nos duchamos. Luego descubrimos que no habían toallas.

Kiko las llamó para que trajeran una toalla. Desde la mampara le dije a Patricia que había más en el armarito de al lado. Kiko de pronto corrió la puerta y alargó las manos para recogerlas.

Dejó a Patricia con el movimiento de arrojarla por encima y no rehuyó la mirada ante mi desnudez. Ella estaba con una camiseta larga. Mi pene reaccionó al cruce de miradas y me puse colorado.

Por suerte, Patricia se marchó y me tapé rápidamente para que Kiko no empezara a hacer preguntas por el cambio sufrido en mi entrepierna.

Vimos la tele hasta que Kiko se durmió y lo llevamos a su cuarto.

Cristina llevaba otra camiseta como la de Patricia, pero de color gris. Yo intentaba tranquilizarme, pues con mi pantalón corto se notaría demasiado, pese a que debajo me puse unos apretados slips (yo habitualmente duermo en bolas, como mi mujer).

Hablábamos en bajo, sin prestar atención a la tele, yo evitando ahora mirar menos a sus piernas y seguíamos bebiendo cerveza fresca porque hacía un calor de mil demonios.

Cerca de la una les dije que ellas durmieran juntas en la cama de matrimonio y que yo me iría a la habitación de invitados y aunque se negaron acabé convenciéndolas.

¿Ya te quieres acostar? ¿Te aburres o tienes sueño?, me dijo Cristina.

Yo negué y dije que era para cuando tuvieran sueño.

Pronto cambié de tema, aunque no dejaba de pensar si no había una segunda intención en lo que Cris había dicho. Salió el tema del calor. Los tres teníamos ya una fina capa de sudor en nuestras frentes.

Patricia me preguntó si yo dormía en pijama habitualmente. Me puse colorado y les dije que no. Mi pene despertó de su letargo. Me dijeron que ellas tampoco y lo hicieron de una manera muy sensual. Ellas me miraban fijamente a los ojos y yo alternaba de las piernas de una a las de la otra.

“Nos gusta que seas tan tímido. Pero sabemos que te gustamos. En la piscina y en la ducha hemos visto que te excitamos mucho”.

Entonces Patricia se puso de pie y se quitó la camiseta. Un sujetador de encaje negro y unas bragas del mismo color quedaron como su única ropa.

Luego Cristina hizo lo mismo y pude ver su tanga blanco (lo vi cuando ella se dio la vuelta) y un sostén del mismo color.

Esas prendas desaparecieron en seguida y vi dos hembras fascinantes, cada una con unos encantos únicos. Ambas se acercaron a mí y se arrodillaron. Cristina me besó en la boca y Patricia me bajó el pantalón y el slip de un tirón. Mi erección era más grande que de costumbre y sus labios en mi verga no aliviaron mi dureza, sino al contrario. Y mientras Cristina dejándome acariciarla sus tetas.

No podría imaginar nada mejor: yo chupándole los pezones a Cristina y luego su cuidadosamente depilada almejita y Patricia trabajándome con su lengua mi verga.

Yo estaba tumbado con el coño de Cris sobre mí, tragándome sus flujos y sintiendo cómo Patri me hacía llegar a mi orgasmo, casi a la vez que Cristina, que se tumbó en la cama. Patricia se tumbó a su lado y yo luego.

Le bajé las bragas a Patricia y empecé a trabajarla como había hecho con Cristina. Ahora Cristina intentaba reanimarme mi polla con su mano y luego con su boca.

No hizo falta mucho esfuerzo para ello. Patricia llegó al orgasmo muy pronto.

Yo me separé de Cristina y les dije que terminaran de desnudarse.

Me abalancé alternativamente a sus tetas y mi polla no sabía dónde introducirse.

Nunca había visto tanta belleza junta.

Ellas decidieron ponerse a cuatro patas y fui metiendo y sacando mi verga de una vagina a otra.

Cuando sentí que me iba a correr, les dije que se dieran la vuelta y descargué sobre ellas.

Estaba en la gloria, pero agotado y cerré los ojos.

Cuando oí la voz de mi mujer creí que estaba soñando:

-¿Te ha gustado, cabroncete?

Creí que ahora vendría una gran bronca, pero la verdad es que no la hubo, sino al contrario.

Eso sí, las siguientes semanas fui de lo más servicial con ella y con Patricia y Cristina, por desgracia, sólo hubo entre nosotros una bonita amistad.

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