Capítulo 1
- Mis vacaciones laborales I
- Mis vacaciones laborales II
Lo que voy a contarles me ocurrió a mediados del año 93’. En esas fechas, en Perú, tenemos vacaciones escolares y algunas empresas aprovechan también para dar vacaciones. Mi esposa Pamela de aquel entonces y yo habíamos planeado viajar a México con nuestros dos hijos. En ese momento yo trabajaba como ingeniero en una empresa muy reconocida en Lima.
Recuerdo que acababa de comprar los pasajes en la misma oficina cuando recibí una llamada.
Pamela: Amor, ¿estás ocupado?
Yo: Un poco… justo compré los boletos para el viaje, ¿por qué?
Pamela: Me llamó Rodrigo. Dice que no dejará que Claudia viaje con nosotros. Según él, ya tenía planeado pasar estas vacaciones con ella.
Aclaro aquí algo importante: años atrás, Pamela me confesó que Claudia, nuestra hija, no era mía. Era de Rodrigo. Me lo contó porque decía que él quería estar presente en la vida de la niña, aunque en el fondo sabía que su intención siempre había sido otra: estar con Pamela.
Yo: ¿En serio? ¿Ya le explicaste que esto lo planeamos por los chicos?
Pamela: ¡Claro que se lo dije! Pero ya sabes cómo es… y las últimas vacaciones las pasó con nosotros. Tal vez debimos avisarle antes.
Yo: Y ahora, ¿qué hacemos?…
Pasé el resto de la tarde pensando cómo resolverlo. Justo, a pocos minutos de terminar mi jornada, apareció en mi oficina el Don Teodoro, mi jefe. Un hombre mayor, serio, pero de esos que sabían ganarse el respeto en la oficina.
Don Teodoro: Saúl, ¿cómo vas, hijo? ¿Te agarro en mal momento?
Yo: Para nada, Don Teodoro. Dígame.
Don Teodoro: Saulito, me enteré que te vas a México. ¿Cuándo partes?
Yo: Sí, en estos días. Toca distraer a la familia.
Don Teodoro: Muy bien hijo me alegra oír eso. Ahora ya que estarás allá, me harás un favor, necesito que te lleves a Julio para que vean un trato, no les tomará mucho, es negocio de un día.
Yo: Don Teodoro ya conoce la situación. No puedo…
Don Teodoro: Lo sé, pero en este caso no habrá discusión. Te recompensaré por esto, ¿sí? Julio ya está al tanto de los detalles. Ustedes solo coordinen el viaje.
Julio era arquitecto. Un mal tipo con el que no solo tuve problemas en el trabajo, además, se había metido con mi esposa en más de una ocasión. Sí, más de una. Y Don Teodoro lo sabía. Por eso entendí la seriedad del pedido, no podía negarme. Don Teodoro siempre me había respaldado en los peores momentos.
Así que lo asumí: estas “vacaciones” empezaban a torcerse.
En casa, encontré a Pamela hablando con Claudia, una niña de 6 años que soltaba lágrimas discretas. Rodrigo ya había marcado territorio, Pamela me dijo llamó y no quería hablar conmigo.
Pamela: Mejor pidamos el reembolso y algo hacemos aquí.
Yo: ¿Qué sentido tiene? Claudia se va a ir con Rodrigo igual. Además, Don Teodoro me pidió un favor… ir con Julio a México.
Su expresión cambió. Pasó de preocuparse por Claudia a soltar una mirada cargada de miedo. Ella creía que yo solo sabía de “aquella vez” con Julio – la vez que los confronté -, pero la verdad era que estaba al tanto de más encuentros. Eso fue algo que siempre me ocultó.
Me miró bajando los ojos, midiendo cuánto podía dolerme.
Pamela: Y Julio… ¿qué dice? ¿Por qué quiere el señor Teodoro incluirlo? –preguntó con voz medida-.
Le tomé la mano con intención de calmarla.
Yo: Tranquila –respondí en voz baja-. Es algo del trabajo, después él se regresa; yo voy a estar con él…
Ja, debió causarle gracia, las veces que estuvieron juntos yo estuve ahí cerca.
Pamela: Bueno si es así… ni modo. Igual las maletas están ya hechas.
Esa noche la vi pensativa. Como recordando. No era difícil adivinar qué, y eso me carcomía. La mañana siguiente, mientras desayunábamos solos -los chicos aún dormían-, Pamela soltó la idea:
Pamela: ¿Y sí dejamos a Rodriguito con tu mamá? Sabes lo mucho que le gusta tenerlo cerca.
Yo: ¿Por qué haríamos eso? Se supone que son vacaciones familiares.
Pamela: ¿Familiares? Claudia no va a ir, y Rodrigo es muy pequeño, ni recordará nada. Seremos prácticamente tú y yo… mejor lo dejamos con tu mamá.
Tenía un punto. Llamar a esto “vacaciones familiares” ya sonaba ridículo.
Yo: Tienes razón… pero no sé si debamos dejarlo con mi madre.
Pamela: Por favor, Saúl. Ya hicieron las paces. Esto puede ser una señal de confianza otra vez.
Yo: Bueno… supongo que se comportará estando al cuidado de Rodri.
La llamé esa tarde. Mi madre aceptó encantada. Así que llevaría al niño antes de ir al aeropuerto.
Faltaba lo peor. Hablar con Julio.
Julio: ¡Saulito! ¿Cómo estás? ¿A qué se debe la llamada?
Odiaba lo fresco que era.
Yo: ¿Cómo? ¿Don Teodoro no te comentó sobre México?
Julio: Jajaja claro… solo estaba siendo cordial, hombre.
Yo: Pues te llamo porque me sorprende que no lo hayas hecho tú. Los pasajes los tengo yo, y no hemos coordinado nada.
Julio: Nah, confiaba en que ibas a llamarme. ¿Cuándo salimos?
Yo: Tenemos que estar en el aeropuerto a las 4 mañana. Te espero en mi casa al mediodía, porque antes dejaré a mi hijo con mi madre.
Julio: Copiado… ahora estoy ocupado, Saulito. Mañana afinamos.
Me colgó sin más. Queriendo mostrar siempre esa superioridad suya. Afortunadamente, solo sería un día.
La mañana del viaje, Rodrigo llegó por Claudia. Yo alistaba a mi hijo para dejarlo con mi madre. Todo en orden. Mi madre, incluso, tenía nueva pareja; el anterior había sido un payaso, por no decir otra cosa, pero no me quedé mucho tiempo a preguntar.
Regresé a casa a eso de las 11:30. Julio debía estar llegando. Pero al abrir la puerta, ya estaba ahí. Conversaba con Pamela amenamente. Y al fondo, se escuchaba el agua de la ducha.
No hice ruido. Intenté escuchar. De pronto, Julio calló. – Era la misma situación en la que los descubrí esa vez, aunque en ese entonces lo negué frente a ellos -.
Así que entré como si recién hubiese llegado.
Yo: Julio, hola. Pensé que te había dicho mediodía…
Julio: Sí, lo sé – me puso una mano en el hombro-. ¿Ya estás listo?
Con esa sonrisita de siempre, queriendo ponerse por encima.
Yo: Si… – en ese momento me percaté de la ducha– ¿por qué la ducha está corriendo?
Pamela: Ah, sí… estaba por bañarme, no tardo.
¿De verdad pensaba ducharse tranquila mientras Julio estaba en casa? No podía creerlo.
Julio no me soltaba la mirada.
Julio: Vamos a sentarnos. Dejemos que Pame se ponga guapa, tú y yo vemos cómo nos arreglamos… como las otras veces.
Yo: ¿De qué hablas? El tiempo que estuviste con ella ya se terminó Julio.
Julio: – sonriendo con cinismo – ¿Qué tiempo, Saúl?… ¿De qué me hablas? – me soltó mirándome fijo, como si disfrutara mi reacción –. Bah, hombre, solo fue una vez.
Me quedé frío. Pero lo peor vino después.
Julio: Jajaja, tranquilo, hermano, hablo del viaje. No te pongas tan serio… pero tú sabes cómo pueden arder los recuerdos.
No me hizo ninguna gracia. Todos me conocen por ser tranquilo, manso… pero estaba a punto de estallar. Y Julio lo notó.
Julio: Relájate, hombre, es broma. Ya pasó. Ustedes siguen juntos y eso es lo que importa, ¿no?
Pamela salió apurada del baño. Se quedó callada, claramente queriendo escuchar lo que hablábamos.
De ahí, directo al aeropuerto. Tensión pura.
El resto del vuelo fue silencio. Nada importante. Excepto por un detalle.
Pamela: Amor, ¿sabes si donde nos hospedaremos se pueden hacer llamadas internacionales? Quiero estar al tanto de los chicos.
Ese detalle… lo había olvidado. No tenía reserva hecha. Toda esta situación con Rodrigo y con Julio me tenía la cabeza en otro lado, y mi cara me delató.
Julio No me digas que no arreglaste dónde quedarnos.
Yo: No sé dónde te vayas a quedar tú, pero no. Con todo esto, no tuve cabeza.
Julio: Ay, Saulito… Bueno, yo muevo algo. Déjame llamar a alguien.
Pamela: Por favor, Julio. Ya vamos a aterrizar. No puedo creer que no se pensara en eso.
Aunque hablaba con él, me miraba a mí.
Yo: No, Julio, espera. Yo lo resuelvo al llegar.
Julio: Dejaste claro que no soy bienvenido, jaja. Pero tranquilo, yo lo arreglo.
Al aterriza empecé a buscar hoteles. Algunos tenían solo suites caras, otros solo camas separadas, y la mayoría ya estaban reservados.
Julio: Buenas noticias. Tengo un amigo que tiene su hotel a 40 minutos de acá.
Yo: Está lejos, y aún más de donde tenemos la reunión.
Pamela: ¿Qué opción tenemos ya, Saúl? Por lo menos nos ayudará por una noche.
No quería aceptar nada que viniera de Julio, pero ¿qué opción tenía?
Fuimos al hotel. Y para ser sincero, era de los más lindos que he visto en México.
Julio: ¡Sergio, güey! ¿Cómo estás? Jajaja. –decía mientras se acercaba aquel amigo suyo–
Sergio: ¡Juliooo, compadre! ¿Qué onda, güey? Me dijiste que andabas en aprietos, ¿no?
Julio: Sí, mi carnal. Te presento a mis amigos, Saúl y Pamela. Pasa que Saúl olvidó reservar habitaciones… pero solo serán unos días, no te preocupes.
Sergio: No pasa nada, hermano. Tú sabes que aquí tienes tu casa, ¿va?
Estaba algo avergonzado y cansado… Yo solo quería acostarme. Eran cerca de las diez de la noche, pero parecía que Sergio tenía planes para darnos un recorrido. A Pamela y Julio los animaba la idea, así que no me quedó más que seguir.
Mientras Julio y yo llevábamos las maletas al lobby, Pamela hablaba con Sergio más adelante. De pronto escuché que alguien gritaba mi nombre
…: ¡Saúl!
Volteé y me encontré con un viejo compañero del colegio: Ernesto. Estaba con su esposa, con quién también había estudiado.
Yo: ¿Ernesto? Caramba, qué sorpresa.
Ernesto: ¿¡Cierto!? Jaja que gusto verte, amigo.
Bueno, sinceramente no sé qué tan ‘amigo’ era. No éramos cercanos. Tampoco era alguien que me molestara más allá de lo típico: hacer bromas de ‘lorna’ o ‘pavo’, a diferencia de su esposa, Grecia, que, solía estar en ese grupo que me hacía odiar ir a clases.
Ernesto: Ven, ven. Estoy con Grecia, ¿la recuerdas?
Sí, claro que me acuerdo…
Me senté con ellos en una mesa del lobby. Era justo lo que necesitaba. Un momento de descanso. Mientras tanto, Pamela, Julio y Sergio seguían conversando a unos 30 metros.
Pasaron cinco minutos hasta que Pamela se acercó.
Yo: Amor, te presento a Ernesto y su esposa Grecia. Fuimos compañeros del colegio.
Pamela: Mucho gusto, soy Pamela, la esposa de Saúl.
Ernesto: Igualmente, Pamela, un gusto.
Pamela: Amor, ¿no vienes? Sergio nos va a mostrar un poco del hotel mientras nos asignan una habitación.
Yo: ¿Eso era lo que estábamos esperando? ¿A dónde irán?
Pamela: Solo por el primer piso, no será mucho rato.
Yo: Bueno, los espero acá entonces. Van a volver, ¿no?
Pamela: Sí, claro. – Luego, dirigiéndose a Ernesto y Grecia – Fue un gusto.
No pasó ni un minuto cuando Ernesto me pidió que lo acompañe a comprar cigarros cerca al hotel. Acepté, y le pedí a Grecia que le avisara a Pamela que me espere de regresar antes.
Al volver, Pamela, Julio y Sergio también regresaban por el otro lado del lobby. Venían animados, Pamela en medio de los dos.
Se detuvieron en recepción, al parecer todavía sin habitación asignada. Yo seguía conversando con Ernesto y Grecia, pero de rato en rato los observaba. Una situación me llamó la atención: Sergio, estando detrás de Pamela, la abrazó pasándole un brazo por el cuello mientras reía junto a Julio. De lejos podía parecer un gesto amistoso… pero algo en la naturalidad de Pamela me inquietó. Como si no le molestara que la abrazara así.
La conversación con Ernesto fluyó, me distraje tanto que cuando levanté la mirada, ya no vi a ninguno de los tres. “Otra pequeña vuelta hasta esperar la habitación”, pensé.
Pasaron 20, 30 minutos. Seguía sin verlos. Pensé que por fin les habían dado la habitación. Pero… ¿por qué no me avisaron? No sabía ni en qué piso estaban. Me limité a seguir conversando mientras esperaba.
Unos 15 minutos más tarde vi la cara de Julio bajando por las escaleras.
Julio: ¡Saúl! Ahí estás… Nos acaban de dar la habitación, vamos.
Me despedí de Ernesto y Grecia deseándoles lo mejor. Recién ahí me di cuenta de que había pasado casi una hora. No se sintió así, pero aun así no me gustaba nada que justo Julio viniera a buscarme.
Subimos al piso 5 donde se encontraba nuestra habitación. Al llegar, la sorpresa fue inmediata: Sergio y Pamela estaban sentados en el sofá, viendo televisión. Sobre la mesa de centro, un vino a medio tomar y tres copas.
Definitivamente, no los habían llevado recién a la habitación.
Entré y conversamos un momento mientras Pamela sacaba una copa más. Todo parecía bien, aunque notaba cómo Sergio mostraba interés en ella: la miraba con insistencia, le hablaba con una cercanía inusual. Pamela tampoco estaba nada tímida, incluso conmigo ahí presente. Conozco a mi esposa, sé cuándo alguien le atrae. Yo ya estaba incomodado por el viaje, y aquello me incomodaba aún más. Julio, por supuesto, lo notó y me “botó” con la mejor excusa.
Julio: Verdad, Saúl, mañana tenemos la reunión, ¿no?
Yo: Don Teodoro no me comentó nada de eso, pensé que lo había conversado contigo.
Julio: Si hombre, es mañana. ¿Hiciste el contrato?
Yo: No, no sabía que me tocaba hacerlo.
Julio: ¿Y quién más va a hacerlo? –todos rieron–. Ven, cholo, vamos a hacerlo.
Ahora no solo tenía que quedarme más tiempo despierto, sino que debía hacer un contrato, casi a medianoche. Nos levantamos, me excusé con Sergio, quien sonreía con sorna ante mi formalidad, y en una mesa cerca de la cocina nos sentamos a trabajar.
Pasaron unos cinco minutos cuando Julio me preguntó sobre Sergio.
Yo: Parece ser alegre, en exceso tal vez. Pero aun así buen tipo… me sorprende que sea amigo tuyo.
Julio: Sí, sí, claro… aunque esos dos ya están tomando de más. Pero a ti no te preocupa, ¿verdad?
Otra indirecta que me heló. Sospechaba que Julio sabía que yo era consciente de su amorío con Pamela. Me quedé sin respuesta nuevamente.
Julio: Voy a vigilar por allá.
Así, sin más, me quedé haciendo el contrato solo, mientras ellos tres reían y brindaban. Yo solo quería acabar cuanto antes; estaba exhausto. Pero algo de su conversación me sacó de la concentración.
Sergio: Y dime, Pamelita… ¿también eres peruana como este compa?
Pamela: Claro que sí, limeña de nacimiento.
Sergio: ¡Ah, con razón! Las limeñas tienen esa cosa… ese saborcito distinto. –la miró de arriba abajo, sirviéndole otra copa-.
Pamela: – sonriendo, bajando la mirada a la copa– ¿Y cómo sabes tú de eso?
Sergio: Nomás de verte, cualquiera sabe que eres de las que dan ganas de probar despacito.
Julio: ¡Jajajaja! No te pases, cabrón. –lo dijo riendo, pero sin detenerlo-.
Sergio: ¿Qué? Si tú mismo me dijiste que venías con una amiga guapísima… y no mentiste.
Pamela: –con tono juguetón– Amiga guapísima, ¿eh? Vaya presentación la tuya, Julio.
Sergio: –con malicia– Pamelita es muy bella… carita de ángel… aunque de fiera también, quién sabe. – los tres estallaron en risas-.
¿Había escuchado bien? Me pareció un comentario fuera de lugar para alguien que sabían que era casada.
Julio: No, pero eso sí es cierto, carnal… lo de “bella”, ojo. Jajaja.
Con eso confirmé que ya hablaban en doble sentido. Pamela solo reía; no sabía si por cortesía o porque el vino ya le hacía efecto.
Sergio: Ha tenido el privilegio de haber hecho control de calidad mi carnal, me parece. Jajajaja.
Julio: Bueno… – al notar que lo miraba, se detuvo -. No puedo dar detalles. Jajaja.
Sergio: ¿Es cierto? – decía sorprendido, mirando a Pamela que estaba de espaldas a mí-.
Pamela bajó la mirada no respondía, pero algo hizo – un gesto, una sonrisa – … bastó para que los dos estallaran en carcajadas.
Pamela: –se echó hacia atrás en el sofá, riendo con nerviosismo cómplice– Ay, Dios mío… ustedes sí que saben cómo hacer sentir incómoda a una mujer.
Yo alcé la cabeza y Sergio notó mi rostro.
Sergio ¿Por qué la cara, Saulito? ¿Aún no has tenido el privil…?
Antes de que terminara la frase, Julio casi gritó:
Julio: ¡¡¿Cómo vas?!! ¿Ya terminamos?
Entendía que estaba tomado, pero no era excusa para hablar así de mi esposa, y menos delante mío. No iba a hacer un escándalo por solo una noche que nos íbamos a quedar.
Yo: Sí, ya es todo… ¿Mi rostro? Solo estoy cansado – respondí, acercándome -. Agradezco tu hospitalidad, Sergio, pero ya nos iremos a descansar.
En eso Pamela se levanta diciendo que iba al baño.
Sergio: No te preocupes, Saulito. Eres un peruano de portada con ese léxico. Jajaja. Vaya a descansar si está cansado, mi carnal.
Julio: Es qué ya es algo tarde de hecho… y todos iremos a descansar mi carnal.
Julio se me adelantó; sorprendentemente estaba de mi lado en esa.
Sergio: – con una sonrisa -. Bueno, bueno, hágale pues. Yo me voy a mi piso, que está exactamente arriba… por si gustan ir – lo dijo hacia el pasillo del baño -.
La situación fue incómoda y confusa. Me fui directo a la habitación a descansar, al fin a descansar. Pamela pasaba las maletas a nuestro cuarto, había entrado al baño de nuestro cuarto.
Yo: ¿Por qué están separadas nuestras maletas?
Pamela: – algo nerviosa – No lo sé, Sergio acomodó las maletas de los tres… o creo que la recepción cambió el orden.
Yo: ¿Pero no lo hicieron los tres juntos?
Pamela: Ahm… sí, creo… pero lo deben haber cambiado, pues… no sé. Estoy cansada, vamos a dormir.
Entonces cobró sentido: Sergio quizá no sabía que Pamela era mi esposa. Nunca lo mencionamos. Tal vez por eso se atrevía a decir esas cosas.
Ya en cama, a pesar de ser de sueño profundo, recuerdo que las paredes y el techo no lo eran. Al inicio pensé que era Julio con alguien, pero los gemidos venían del piso de arriba… justo donde Sergio decía quedarse. No sé si era él… pero los gemidos eran tan fuertes que parecían burlarse de mi insomnio. Intenté acercarme a Pamela, pero dormía como un bebé.
Ya a la mañana siguiente fui el último en despertar. Pamela justo venía al cuarto, Julio se duchaba afuera. Yo hice lo mismo al levantarme. De pronto, Sergio entró al departamento como si nada. Claro: él era el dueño del hotel, tenía llaves.
Sergio: Ey, mis amigos, ¿cómo durmieron? … – dijo con esa sonrisa confiada-. Y este güey, ¿a dónde tan formal?
Julio: Tenemos que hacer un contrato con Saúl como mencioné ayer.
Sergio: ¡¿Hoy?! –lo dijo incrédulo–
Julio: Sí, ¿qué harás? Te veo fresco, carnal.
Sergio: Pues mira el sol… Tenía planeado que vayamos a la piscina de arriba. A estas horas se llena, hacen competencias de vóley… ¿les late?
Justo entonces, Pamela salió del cuarto en la bata gris con la que había dormido. No transparentaba, pero le llegaba a medio muslo y realzaba su trasero, su mejor atributo.
Pamela: Claro… no son vacaciones si no hay piscina –lo dijo en un tono casi juguetón–
Sergio: ¡Ese es el espíritu! Parece que ya encontré a mi compañera. Jajaja.
Pamela: ¿Quieres que te sirva algo para tomar?
Sergio: Todo lo que me ofrezcas es bienvenido – respondió con tono pícaro, rozando lo atrevido-.
Pamela: –entre risas– veré que puedo hacer… aunque no hay casi nada aquí.
Quise intervenir, así que me puse la camisa, el saco y salí, pero ya no estaban. Pamela se había ido con Sergio.
Yo: ¿Dónde está Pamela?
Julio: Se fue a traer unos huevos donde Sergio. Tenemos que comprar cosas, aquí no hay nada. Me haces recordar en el camino.
Yo: ¿Para qué? Ya mañana me iré con Pamela.
Julio: Claro – con su sonrisa de siempre -. Bueno, vamos andando.
Yo: Tengo que despedirme de Pamela primero. Además, ni he desayunado.
Julio: Quien te manda a dormir como oso.
No le di mucha importancia. Iba a servirme una taza cuando Julio insistió:
Julio: Cenicienta, de verdad te digo… ¡estamos tarde!
Cogió su saco y salió. Yo insistí en despedirme de Pamela, pero Julio apuraba todo. Finalmente cedí. Me causaba extrañeza que Pamela no me avisara nada y que hubiera salido en simple bata.
Ya camino a la empresa, manejando por casi una hora, el calor y el traje eran insoportables. Julio estaba callado al inicio, pero tarde o temprano abriría la boca.
Julio: ¿Te puedo preguntar algo Saulito?
Dios, creo que ya sabía por dónde iba.
Yo: Depen…
Julio: ¿A qué te referías ayer en tu casa, cuando me dijiste lo del tiempo que habías pasado con Pame?
Sí, ahí entendí que la había regado el día anterior.
Yo: Me refería a esa ocasión que me fallaste.
Julio: No te debía nada. Pero no… creo que no te referías a eso.
Nuevamente no sabía que responder, a veces me pasa que no sé qué decir, hasta el día de hoy en ciertas situaciones similares
Julio: – con una gran sonrisa, casi susurrando -. Eres increíble hombrecito.
Yo: ¿Qué dijiste?
Julio: ¿Cómo reaccionaste cuando Pame te contó que Claudia no es tu hija? Amigo, yo me hubiera divorciado. Eres un buen hombre, Saúl… pero eso solo hace que se aprovechen de ti.
Esa conversación se me quedó grabada hasta hoy. En su momento me enfureció, aunque con el tiempo entendí que me había hecho reaccionar.
Yo: No es asunto tuyo, Julio. Y por favor, llama a Pamela por su nombre.
El resto del viaje fue tenso, incluso para él. Al llegar, tocamos el intercomunicador.
Voz del intercomunicador: ¿Qué desea?
Julio: Hola, es Julio Falcón. Venimos de parte de Graña y Montero, para ver el negocio del hotel.
Voz del intercomunicador: Vengan mañana. Hoy no atendemos.
Colgaron. Julio me miró extrañado.
Julio: ¿Qué día es hoy?
Yo: Domingo.
Julio: ¡Carajo! Pensaba que era sábado.
No podía creerlo.
Yo: ¿Cómo no vas a saber que es domingo, Julio?
Julio: Ni modo, hay que regresar mañana – lo decía como si no importara –
Hicimos otro viaje de más de una hora y por nada. Tuve ganas de golpearlo, pero nunca he sido esa persona, desafortunadamente. Regresamos discutiendo gran parte del camino, pero ya no había nada que hacer. Al volver, pasamos por una tienda conocida en la época: Superama, tal vez alguno se acuerde.
Julio: ¡Para el coche!
Frené en seco al oír su grito
Yo: ¿Qué pasa?
Julio salió del auto mientras decía:
Julio: Tenemos que comprar cosas para la habitación.
Yo: Julio, quiero ir al hotel de una vez.
Como era de esperarse, me ignoró. No iba a darle el gusto de bajar con él, pero aun así decidí esperarlo. Pasaron veinte… veinticinco… treinta minutos y no salía. Este tipo es increíble, pensé. Salí a buscarlo. Para mi sorpresa, lo encontré con las manos vacías, solo con el teléfono pegado a la oreja, sonriendo ampliamente. La sonrisa se apagó al verme, y a medida que me acercaba colgó la llamada.
Yo: ¡Oye! Me estás haciendo esperar por las puras, ¿dónde está lo que vas a comprar?
Julio: Pero tú eres el que tiene billetera, la mía la dejé en el cuarto.
Yo: ¿No podías avisar? ¿O al menos ir poniendo las cosas en un carrito?
Julio: Te dije que había que comprar cosas para nosotros. Y sí, tenía las cosas, pero se las llevaron –decía mientras pasaba casi sobre mí-.
Discutir con él era imposible. Cada vez que podía usaba su portento físico para imponerse, pasándome por delante como si nada. Yo siempre fui alguien bajo, y eso le daba más ventaja.
Compramos los alimentos y regresamos al auto. Al llegar, después de casi tres horas de haber salido, entramos al departamento y no había nadie.
Julio: Deben estar en la piscina.
Nos pusimos ropa cómoda – aunque Julio solo se colocó un short – y comenzamos a guardar las cosas. Bueno, yo lo hice, porque Julio llamó a Sergio.
Julio: Ahora regreso para apoyarte. Sergio me pide que le alcance el bloqueador que no se llegó a poner.
Y parece que se lo echó también, porque no regresó. Terminé de guardar todo y eran ya como la una de la tarde. Estaba muerto. El sol ya se había calmado un poco, así que decidí esperarlos. Pestañeé un rato y cuando vi el reloj eran las dos. En eso sonó el teléfono.
Yo: ¿Diga?
Julio: Tienes una suerte… Estaba a punto de no llamar otra vez.
Yo: ¿Dónde estás? Te desapareciste.
Julio: Estoy camino al departamento de Sergio, en el octavo piso.
Yo: Ya voy.
Me dirigí al octavo piso, donde solo había dos departamentos, distintos al resto. Había un enorme buffet y mucha gente. Entre la multitud empecé a buscarlos. Pregunté por Sergio, pero algunos parecían no conocerlo. Seguí insistiendo.
Joven: ¿Sergio? ¿El dueño? ¿Un güey alto, castaño y que no deja de sonreír?
Yo: Sí, ese mismo – aunque me pareció graciosa la descripción, fue precisa -. ¿Lo conoces?
Joven: Claro, ¡el cariñosito! –el apodo generó risas en su grupo-. Está por acá con su güera, más al fondo creo.
Yo: Es bastante grande este piso, será un reto encontrarlo.
Joven: Precisamente para la ocasión ¿no? Jajaja. Tranquilo, yo voy a buscarlo.
Yo: Jajaja es cierto, hay que aprovechar el momento en un lugar como este.
Una chica del grupo intervino.
Chica: Estoy casi segura que no lo hizo – entre risas – Sírvete, Joaquín va a buscarlos.
Yo: Gracias, muero de hambre… Soy Saúl, un gusto. ¿También estuvieron en la piscina?
Mariela: Yo soy Mariela, ya conociste a Joaquín y él es Alberto – señalando al otro joven -. Y no, llegamos tarde. Estuvimos algo ocupados en la mañana, pero llegamos para las competencias.
Me lo decía con un tono juguetón, bastante extraño. No tenían más de veinte años y se insinuaban así.
Yo: Ah bueno. Jaja, provecho… ¿Qué tal estuvo ahí arriba?
Mariela: Divertido como siempre. Competencias, shots… te lo perdiste.
Alberto: El vóley estuvo muy hot.
Mariela: ¡Los cariñosos! Jajajaja, era todo un show.
Yo: ¿Te refieres a Sergio?
Mariela: Con su güera, sí. Cada vez que ganaban un punto, la levantaba como un premio…
Alberto: ¡Y qué levantadas!
Mariela: Con ese trasero tú hubieras hecho peores cosas, güey.
Yo: Pero es natural en una competencia… no es cuestión de cariño.
Alberto: Es que cariñosos anduvieron después de ganar.
En ese momento regresó Joaquín.
Joaquín: ¿Qué onda con esos güeyes? – dijo al volver solo –
Alberto: ¡¿Los encontraste?! ¡Espero no los hayas interrumpido!
Joaquín: No había nadie ya, parece que se fueron, pero me consta que estuvieron acá. ¡El cuarto está hecho un desastre! –todos rieron-.
Yo: Bueno, ni modo. Gracias muchachos.
Joaquín: Búscalo en su departamento.
Yo: ¿No es este el departamento de Sergio?
Joaquín: No, está en el piso seis.
¡Era verdad! Recordé que el mismo Sergio lo mencionó la noche anterior. Qué estúpido de mi parte.
Salí enseguida, dejando el plato a medias, y bajé al sexto piso. La puerta estaba abierta. Entré y los encontré conversando en la cocina. Todo bien… salvo que Pamela cortó en seco la charla al verme, haciéndole notar mi llegada a Julio. Ambos me miraron en silencio durante unos segundos.
Yo: Hola amor… también te extrañé – no me vio en todo el día y ni me saludaba –
Pamela: Amor… – me besa suavemente – Julio me dijo que estabas almorzando, casi subo a buscarte.
Yo: Por cierto, Julio, ¿no me dijiste que el departamento de Sergio estaba en el octavo piso?
Julio: Te dije estaba almorzando en el octavo piso, cholo. Y que me iba al departamento de Sergio.
Yo: Eres un mentiroso – subí un poco la voz – siempre lo has sido y hoy más que nunca.
Pamela: Shhh… – interrumpiéndome, con voz dulce pero firme – Sergio está durmiendo, baja la voz.
Yo: – la miré indignado – No me importa eso Pamela. Desde ayer Julio me viene con mentiras.
Pamela: Está bien… pero podemos hablarlo después, estamos en su departamento y somos sus huéspedes. Vamos abajo, quiero descansar ¿sí?
Tenía razón en cierto modo. No sería buena imagen dar un espectáculo ahí. Además, yo estaba cansado, así que bajamos. Julio se quedó.
Mientras descendíamos, pude hablar con Pamela.
Yo: ¿Dónde estabas en la mañana? No me pude despedir.
Pamela: Salí a comprar para desayunar.
Yo: Pero ya habías tomado desayuno.
Pamela: Sí… pero Sergio me pidió que le preparara algo. Como no hay nada en la cocina, fui a comprar.
Su respuesta me decepcionó. Yo tampoco había desayunado, y ella fue a comprar para atender a Sergio, no a mí.
Yo: ¿No fuiste donde Sergio? – pregunté, recordando lo que me dijo Julio -.
Pamela: Mmm… no – titubeó, queriendo ocultar algo -. ¿Por qué?
Yo: Eso me dijo Julio.
Pamela: Tu mismo lo dijiste… Julio es un mentiroso.
Yo: Sí, es verdad, pero igual… ¿con qué dinero compraste? No creo que acepten soles aquí.
Pamela: Ah no, Sergio me había dado.
Yo: Entonces sí fuiste donde Sergio.
Pamela: Solo para que me dé el dinero y luego fui a comprar.
Yo: ¿Y saliste así en bata?
Pamela: No, ¿cómo crees? – se quedó pensando unos segundos -. Regresé a cambiarme.
Yo: Por cierto, no me gustó que hayas salido a saludar a Sergio en la mañana vestida así.
Pamela: Estaba cubierta, Saúl. Solo es una bata.
Yo: Bueno de igual manera. Ya compré cosas para nosotros.
Pamela: ¿Por qué? Pensé que era nuestro último día acá.
Yo: No lo creo, tenemos todavía un día más acá.
De estar desinteresada que me hablaba, Pamela cambió por completo.
Pamela: ¿De verdad? – sus ojos se abrieron, con una leve sonrisa-.
Yo: Sí, hoy no pudimos cerrar el trato. – Ella apenas escuchó, su cabeza estaba en otra parte -. Te emociona quedarte, parece.
Pamela: – volviendo a sí, intentando aparentar normalidad – Bueno, sí, me ha gustado estar aquí. La gente, la piscina… no hubiera querido irme ya.
Yo: Bueno, parece que tendrás suerte. Prepárate para caer muerta ahora de la piscina.
Pamela: Sí… no descansé mucho. Me desperté a tomar agua y vi a Julio en el departamento. Hablamos un rato hasta que llegaste.
Yo: ¿Estabas durmiendo aquí arriba?
Pamela: Ah, sí… en el sillón.
Yo: ¿Y Sergio no te ofreció la cama? Que poco gentil.
Pamela: Es un buen hombre… estuve con él y su grupo en la piscina. Muy atento.
Yo: ¿Estaba su pareja también?
Pamela: Sergio es soltero, no tiene pareja.
Yo: ¿En serio? Arriba me dijeron que lo vieron con una. Si es tan bueno, ¿por qué no te ofreció la cama? Pensaría que estaba ocupado con su mujer… pero entonces no entiendo por qué te quedaste.
Pamela: Ah, bueno, no sé… – quería cortar el tema -. Tal vez sí tiene, no estuve tooodo el rato con él tampoco.
Ahora tenía más preguntas que respuestas.
Llegamos a nuestro departamento. Pamela enseguida dijo que estaba agotada y se fue a dormir.
Cerré la puerta y fui a la sala a ver televisión. Como sabrán, en esa época “El Chavo del 8” era número uno. Nunca fui fanático, pero no había mucho más que ver. Entre un capítulo y otro me quedé dormido. No sé ustedes, pero yo siempre encontré más cómodo el sillón que la cama.
No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que estaba ya oscuro, pero lo que me despertó realmente fueron unos leves gemidos que provenían de arriba, del piso de Sergio, se escucha lo que imagino sería el sonido del sillón cuando se arrastra la pata, gemidos más intensos por momentos… claramente Sergio la estaba pasando muy bien.
La situación era incómoda, pero a la vez logró excitarme. Pensé en ir a buscar a Pamela, pero al levantarme vi que la puerta de nuestro cuarto seguía cerrada. La de Julio, en cambio, estaba abierta, y él roncaba adentro. Resigné la idea y solo fui por un vaso de agua.
Pasó media hora cuando Julio salió. Justo en ese momento los gemidos regresaron, más intensos todavía. Esta vez los más sonoros eran los de Sergio, gritos de placer que retumbaban por todo el departamento. Julio me miró, yo lo miré… no pudimos evitar sonreír por la situación. Se acercó al rato y me preguntó por Pamela. Le respondí que seguía descansando. Se sentó conmigo un momento y, al rato, dijo que iba a traer algo para cenar.
Media hora después tocaron la puerta. Parecía que Julio no había sacado llave, fui a abrir. Y me quedé helado. Era Pamela. Me saludó y entró como si nada.
Yo: ¡¿Dónde estabas?! Pensé que seguías durmiendo.
Pamela: No amor… fui a recorrer un poco el hotel. Me dijeron que había masajes gratis hoy.
Yo: ¿Y por qué no me dijiste para acompañarte?
Pamela: Porque estabas descansando, y además no iba a tardar… solo fue un ratito.
Yo: Estoy despierto hace más de una hora, pensé que seguías acá.
Pamela: Sí… justo salí más o menos a esa hora. Quizás te desperté al cerrar la puerta.
Yo: No jaja, te aseguro que no fue eso.
Pamela: ¿Entonces?
Yo Nuestro huésped Sergio estuvo dando una buena faena arriba… hasta hace un rato.
Al decir eso noté que Pamela se puso seria, casi preocupada.
Pamela: ¿Por qué lo dices? O sea… hay más personas arriba, ¿no?
Yo: Sí, pero eran los mismos gemidos de anoche. Te vi dormir… supongo que no te enteraste, pero se oía todo.
Pamela: Mmm… bueno, supongo. – Su voz sonaba rara, confundida, incluso casi molesta –.
Yo: ¿Eso te incomoda?
Pamela: No… no debería. ¿Por qué me va a incomodar?
Yo: No sé, te ves incómoda.
Pamela: Es que no quisiera estar escuchando esas cosas, nada más.
Cambié de tema mirando la bolsa que llevaba en la mano.
Yo: ¿Y eso?
Pamela: Ah, son mis cosas de la piscina. Las olvidé cuando regresamos del piso de Sergio.
Yo: ¿Estabas en el departamento de Sergio recién?
Pamela: No, solo pasé a recoger esto. Pero entiendo porque estaba en bata nada más, jaja.
Yo: Qué suerte que no lo agarraste en pleno acto, jajaja.
En ese momento llegó Julio con la cena. Los tres nos sentamos en la cocina. La conversación giró en torno a la piscina y lo que haríamos mañana, aunque Pamela no tenía intención de hablar mucho. Julio, en cambio, se quejaba de lo “estresado” que estaba, como si hubiera hecho mucha cosa. Había estado tomando con Sergio.
Yo: Con razón regresaste a dormir de frente.
Julio: Así es, aunque no tomé mucho. Llegué como a las seis.
Yo: No te vi entrar, seguramente dormía.
Julio: Tú no, pero justo me topé con Pame… perdón, con Pamela, jaja.
Pamela: Soy testigo, es verdad. – Rieron los dos –
Yo: ¿No habías salido solo un rato? – le pregunté a Pamela.
Pamela: Sí, más o menos a esa hora… seis o siete.
Ante las dudas de Pamela, Julio intervino:
Julio: No vi bien la hora, estaba oscuro ya. Creo que tal vez eran las siete.
Yo: Entonces, ¿para qué me preguntaste por Pamela si ya la habías visto?
Julio: No sé, cholo… te dije que había tomado.
Pamela se levantó de inmediato para lavar los platos, cortando la conversación en seco.
Pamela: Bueno amor, ya es hora de descansar.