Capítulo 4

Hogar dulce hogar IV

Y así que todas las mañanas, una vez que la he despertado, como todos los días, lamiéndole el culo, y que ella se ha terminado su desayuno que yo le he llevado a la cama, retiro la bandeja, me la llevo a la cocina y vuelvo a su habitación para arrodillarme a su vera, y realizar ante ella lo que llama mi profesión de fe, la convalidación de mis deseos de sumisión y humillación, de mi fe cornuda.

– ¿Deseas seguir siendo durante el día de hoy mi cornudo sumiso?

– Sí, ama.

– ¿Sí, qué?

– Que sí deseo seguir siendo tu cornudo humillado

– ¿Sólo deseo?

– No, ansia, anhelo, pasión, fervor.

– ¿Fervor de qué?

– De ser tu cornudo sumiso humillado

– No te oigo

– Fervor y pasión de ser tu cornudo.

– Más fuerte, quiero que lo oigan los vecinos

– Que quiero seguir siendo tu cornudo.

– ¿Sólo ser cornudo?

– No, y que me humilles con ello

– No te oigo

– Que me hagas cornudo y que me humilles

– Más fuerte, los vecinos no te oyen

– ¡Que quiero que me hagas cornudo y que me humilles! –grito.

– Suplícamelo

– Te suplico que me hagas cornudo y que me humilles

– Grítaselo a los vecinos

– ¡Te suplico que me humilles y que me hagas cornudo! –vuelvo a gritar con fuerza.

Y entonces ella me besa con mucha ternura, lame mis labios, me besa con pasión, me chupa la lengua y me dice que me quiere.

Y mucho.

Y sé que es verdad y que lo dice de corazón, porque ella es muy inteligente y sabe, sin tener que explicárselo, que una relación tan especial, de estas características, necesita atención, cuidado y mimo para que cada día prospero más y no se muera.

Antes no; antes había tenido alguna relación con alguna chica que no había cuajado porque ellas creían que todo consistía en pegar cuatro gritos, hacérselo de duras y ponerse en plan difícil e inaccesible, no contestando a tus correos, no atendiendo tus llamadas de teléfonos, etc, etc, porque andaban convencidas según los estereotipos peliculeros de que la cosa iba de hacérselo de dura, de hacer sufrir por sufrir.

De confundir la sumisión con el desprecio que es en lo que caen todas las amillas de pacotilla aficionadas, que no saben de qué va esta historia.

Y nada más alejado de la realidad porque, aunque no lo parezca, esta historia va de amor, y por eso mi querida Carolina, lo había comprendido desde el principio y pese a la sumisión y a la humillación, me daba mucho cariño, ternura y amor, y se cuidaba de mí, de que nunca estuviese falto de afectos y de cariño.

Incluso en los momentos más delicados, cuando gozaba con su macho y me humillaba, dejaba caer la mano hacía donde yo me arrodillaba y me acariciaba con ternura el pelo, la nuca y las mejillas y me sonreía para darme a entender que me quería.

Ella nunca confundió la humillación con el desprecio, que es otra amargura, desde luego y no entra en este juego de cariño, ternura y humillación, aunque no lo parezca.

Así es que también la amé pronto y la sigo amando cada día más con todo los poros de mi piel y cuando ella me dijo que también habría de manifestarle mi consideración y respeto cuando ella entrara en casa, yo comprendí en seguida lo que quería decir.

Y por eso, la siguiente vez que oí la puerta de la calle, me acerqué de inmediato, esperé a que ella se descalzara y cuando caminó por el piso yo fui detrás de ella besando el suelo que ella pisaba.

Dice que es una forma de demostrarle, literalmente, aquello que le dije de que estaba dispuesto a besar el suelo que ella pisaba.

– Te he tomado la palabra cariño y a partir de ahora quiero que lo hagas.

Y yo le dije que sí, claro. Faltaría más, porque además sé que cuando llegue a su habitación me va a dejar que la desvista, que le coloque sus ropas en los armarios y que la bese en su coño para darle la bienvenido a nuestro hogar, dulce hogar, mientras le digo que la amo por encima del bien y del mal, y que me gustaría estar tan unido a ella que con una sola mirada de ella pueda anticiparme a sus deseos.

Y entonces, mientras arrodillado le lamo el coño de arriba a abajo y de abajo a arriba, le digo que la amo con toda mi alma porque jamás había sentido esta sensación de felicidad, de sosiego y de paz interior al entregarme a ella, al humillarme ante ella, porque siento un sosiego espiritual, una serena quietud de monje cuando me sé tuyo, le digo.

Completamente tuyo –añado-, y por ello, humillado, sumiso y cornudo, muy cornudo.

Porque me dominas tanto físicamente como psicológicamente y me das un sosiego y una paz interior que jamás he conocido.

Ni con las drogas. Y te quiero como no te puedes ni imaginar, amor mío, por eso te suplico que hagas conmigo lo que quieras.

Y ella al oírme, y quizás al sentir mis lamidas en su coño, se corre sobre mi cara y me la llena de sus jugos que yo lamo y lamo con frenesí porque saben a ella, a la mujer que amo sobre todas las cosas.

A así, hasta que un día decidió que le tendría que pedir la mano a sus padres, para hacer oficial el noviazgo.

Pero antes de acudir a su casa a hablar con sus padres pasamos por un hotel en el que se folló a un tío y me hizo cornudo.

Luego, yo me marché a casa de sus padres mientras ellos se quedaban allí follando y mientras hablaba con ellos y les pedía la mano de su hija, yo sabía que en esos momentos ella estaba follando con otro y haciéndome cornudo.

Y una vez que me concedieron su mano volví al hotel donde me arrodille a los pies de la cama con mis manos en la espalda para seguir asistiendo, consentidor, a cómo ella me seguía haciendo cornudo, ya oficialmente, con la bendición de sus padres.

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