Circulaba por la ruta a velocidad normal, el paisaje era como para pararse a admirarlo por lo bello.
Una carretera extensa, prolija, lisa como una mesa de billar.
El cielo traía desde el oeste amenazantes nubarrones de tormenta.
En el estéreo del auto escuchaba música ballenato, antiguos temas que no me costaban mucho conseguir en las disqueras de Valledupar.
De pronto, pasando una curva veo algo imposible de creer, una señorita parada al costado del camino haciéndome señas para que me detuviese.
Dudé un momento, ya que podría tratarse de una trampa y caer en una emboscada de mal vivientes.
Lentamente fui llevando el auto hacia la banquina y me detuve unos metros más adelante.
Ella comenzó a caminar a paso rápido hacia donde yo me hallaba estacionado. Me encontraba nervioso por lo que pudiese suceder, pero aun así decidí continuar con la «aventura» de subir a una niña en un desolado sitio.
Cuando llegó a estar a la par de la ventanilla del acompañante me preguntó si la podía llevar, por supuesto le contesté afirmativamente, abrí la puerta y se sentó a mi lado.
No podía creer lo que estaba viendo, tendría unos 17 años, estaba vestida con uniforme de estudiante, blusa blanca y pollera tableada verde, con un ancho cinturón que circundaba su delicada cinturita.
Era alta, sus piernas casi tocaban el tablero, no llevaba medias, se notaba la tersura de sus firmes muslos.
Sus pechos no eran demasiado evidentes debajo de su holgada blusa blanca. Su rostro era juvenil, esas niñas que mientras crecen mantienen las facciones infantiles.
Le pregunté qué hacía sola en ese lugar, a merced de cualquier depravado. (Mientras le hablaba, lentamente partimos de aquel sitio) Me dijo que había viajado hasta ahí con un amigo, el que quiso «propasarse» y al no querer ella acceder a sus propuestas, dicha persona la había obligado a bajarse de su vehículo. (Al oír esto mis esperanzas de que pudiese suceder algo con ella se fueron esfumando, ya que la imaginé una puritana) Pero comenzó a contarme detalladamente lo que ocurrió con su amigo hacía muy poco rato. A continuación su relato:
-Estábamos charlando animosamente dentro del auto cuando Jaime, que así se llamaba mi amigo, comenzó a acariciarme las manos mientras me hablaba de sus fantasías. Yo lo escuchaba atentamente, estaba poniéndome cachonda pero no quería demostrarlo. De pronto el sacó su miembro y me dijo así… directamente… que se lo chupara. Por supuesto que me negué, si por lo menos antes me hubiese besado… pero no… Quería saltar etapas. Ante mi negativa se enojó, abrió la puerta del acompañante y me obligó a que me bajase. Esa fue la historia por la cual me encontraste en ese lugar.
Yo le dije que no podía creer que hubiese personas tan estúpidas como para desperdiciar una oportunidad así, de hacer el amor con una bella niña como vos.
-Encima me dejó caliente- me contestó.
Yo seguí manejando mirando la carretera pero la realidad es que veía todo borroso, me temblaba la voz, estaba en una situación extraña. Con mis treinta años de vida jamás había pensado que me podía suceder algo así.
Sin apartar la vista del camino le dije que me ofrecía a hacer todo lo posible como para solucionar su problema. A lo que ella me contestó no con palabras sino con un leve toque de su mano sobre la mía que se hallaba en ese momento sobre la palanca de cambios.
Entendí la respuesta, nos mantuvimos en silencio por largo rato. Lo único que le pregunté fue donde vivía y si estaba apurada por llegar a su casa. Resultó que su casa estaba a pocas cuadras de la mía y como sus padres esa noche saldrían a una fiesta, ella no tenía problemas con la hora del regreso. Además me dijo que su nombre era Bibiana. Yo le dije el mío, Roberto.
Luego de eso, al llegar a un cruce bien conocido por mí, me desvié por un camino secundario y me dirigí hacia un sitio especial para hacer el amor dentro del auto. Excepcional ya que se encuentra sobre una colina que domina toda la zona, de haber alguien que se acerque se lo divisa cuando está a lo lejos, así que no hay que pensar que podríamos ser sorprendidos por miradas indiscretas. Además en ese lugar hay unos frondosos árboles que producen una sombra refrescante dentro del habitáculo del auto.
-¿Se reclinan estos asientos?- Preguntó Bibianita.
-Si- Le respondí mientras bajando una palanquita debajo del suyo éste comenzó a deslizarse hacia delante mientras el respaldo se ponía a nivel del asiento trasero, cuando estuvo en posición de cama se recostó de costado sin molestarse por su pollera que dejaba ver hasta casi el principio de su bombachita.
Se me hacía muy difícil manejar con semejante visión a mi lado. El trayecto lo hice velozmente, deseando estar en el sitio elegido lo antes posible.
Ella canturreaba quedamente mientras tenía sus dos manitos entre sus piernas, sus ojitos los mantenía entrecerrados. Todo esto yo lo observaba en fugaces movimientos de cabeza hacia su lado.
Al llegar al lugar frené debajo del árbol más frondoso, del que caían las ramas formando un fresco túnel donde había una agradable temperatura.
Recliné mi asiento y ahora sí, me dediqué primero a observarla como si fuese un regalo que me hacía la naturaleza en ese día.
No tuve yo que acercarme a ella. Impulsada por sus ganas reprimidas anteriormente me abrazó fuertemente acercando su monte de venus a mí ya abultada entrepierna.
Nos entrelazamos en un apretado abrazo mientras nuestras bocas se abrían para dar paso a las juguetonas lenguas. Le subí la pollera hasta dejar a la vista su hermosas piernas y su diminuta bombachita negra.
En el silencio de la cabina del auto solo se oían nuestros jadeos. El estéreo ya hacía tiempo lo había apagado. Me decía que la desnude, que la ropa le molestaba en esa situación.
Así lo hice, le saqué la blusa, aparecieron dos bellas y grandes tetas aprisionadas por un transparente corpiño, el que se lo saqué inmediatamente. Dejando en libertad sus duros senos, coronados por grandes flores rojo oscuro, con duras puntitas deseosas de ser chupadas.
Me saqué las zapatillas, el pantalón y la camisa, quedando solo en calzoncillos. Ella, mientras tanto se quitaba la diminuta bombachita y yo también hacía lo mismo con mi última prenda.
El abrazo de nuestros cuerpos desnudos fue desesperado. Sus piernas se abrían a más no poder, mi miembro pugnaba por ingresar en su caliente cuevita, pero no quería penetrarla todavía.
Quería hacerle unos juegos amorosos antes de hacerla totalmente mía. Le chupé las tetas como si fuese un bebé hambriento, mientras tanto Bibiana me masturbaba lentamente.
Luego de regodearme con sus pezones fui bajando lentamente por su dura pancita y ella comenzó a sentirse inquieta, se puso un tanto nerviosa y no dejaba que mi boca se desplazara hacia su conchita. Le pregunté qué sucedía y me dijo que no se la chupara, que le daba vergüenza… le daba vergüenza lo que tenía entre las piernas.
En un momento me preocupé, ¿sería un travesti? No podía ser, el cuerpo era de una niña, imposible equivocarme. Comencé a tocarla y sentí algo raro, no era un pene… ¡era su clítoris! ¡Enormemente desarrollado! Muy finito, muy durito, de unos cinco centímetros de longitud y unos cuatro milímetros de grosor. (Por supuesto que no estaba como para tomar medidas con una regla en ese momento, saqué esas medidas calculando a ojo) Era como una rosada lombricita que le salía de la parte superior de sus labios vaginales. Se tapó con la mano en un reflejo de vergüenza.
Le dije que me gustaba vérselo y apartó sus manitas colocándomelas en la nuca y atrayéndome hacia ese increíble y extraño miembro femenino.
Era chico para ser un pene, y grande para clítoris. (Luego me enteré que una entre un millón de mujeres es poseedora de dicho miembro, aunque no se las puede considerar hermafroditas) Acerqué mi boca a ese insólito miembro y me lo introduje en la boca. Lo sentía firme, duro, paradito… En un momento pensé si no sería una atracción homosexual la que sentía por ese pedacito de carne, pero no… Era un verdadero clítoris, solo que inmenso. Se lo chupé subiendo y bajando la cabeza como lo hacen las mujeres con el miembro del hombre.
Ella se revolcaba y gritaba como desesperada. Al mismo tiempo hundía mis dedos en su húmeda vagina.
Mi lengua jugueteaba sobre todo el hermoso aparatito de mi extraña compañera. Acabó de una forma feroz, casi animal. Sus jadeos y suspiros eran como de otro mundo, su voz se había puesto ronca, me decía que no parase, que siguiera chupándole el pitilín, (Así ella lo denominaba) Sus manos se enredaban en mis cabellos haciendo mis movimientos sobre su concha aún más frenéticos.
Estuvimos así más de media hora, en la cual fueron incontables sus orgasmos. Cuando se me cansó la boca de tanto succionar recorrí el camino inverso, pasando primero por su ombliguito, sus tetas y al llegar a su hermosa boquita nos fundimos en un apasionado beso profundo mientras mi pija la penetraba naturalmente. En unos pocos movimientos llegué al que sería el primer orgasmo de esa tarde.
Luego de ese apasionado juego amoroso nos pusimos a conversar sobre la situación. Me dijo que cuando nació sus padres se preocuparon mucho por el tamaño de su clítoris.
Yo mientras era niñita no me preocupaba mucho por el tema, pero al desarrollarme y descubrir la masturbación, me sorprendí al descubrirme distintas a mis amigas.
Recuerdo que una vez, estando interna en una escuela de monjas me había hecho muy compinche de una compañerita que no gustaba mucho de los hombres…
Continuará…