Un paseo montado en bicicleta
Aquel era el primer día de aquel verano en el que el sol no brillaba con justicia, era el primer día agradable de aquel verano. Y quise aprovechar ese día para salir a hacer un poco de bicicleta.
Yo no conocía los alrededores de aquella población turística, era la primera vez que iba a veranear allí.
Me enfundé mi maglia rosa y mi culotte ceñido (que ciertamente me favorecía), cogí la bicicleta y partí sin dirección determinada.
«Algo se improvisará» pensé.
Todavía no había salido a la carretera cuando por detrás se me acopló un par de ciclista, yo no les presté demasiada atención en aquellos primeros momentos.
Una vez en la carretera uno de ellos me adelantó y me quedé sorprendido cuando vi que aquel ciclista era en realidad una ciclista, ¡y vaya ciclista!
Con cada pedalada se le marcaban las nalgas de manera realmente provocativa, excitandome de tal manera que mi pene me llegó a doler debajo del culotte.
Y entonces me adelantó el otro ciclista, otra chica, todavía más exuberante que la primera. Me puse malo, aquello era mucho más de lo que yo me creía capaz de soportar.
La primera volvió la cabeza, llevaba un casco aerodinámico y gafas de sol pero las facciones resultaban agradables y me dijo, en voz alta, que las siguiese; aquello fue suficiente para percatarme de que eran extranjeras.
A mí la perspectiva de irme con ellas me pareció inmejorable; no tenía ninguna ruta prevista y con compañías como aquella yo me iría al fin del mundo.
Mi vida sentimental se había visto sometida a muchas tensiones que habían acabado con la ruptura con mi novia de toda la vida apenas un par de semanas antes de las vacaciones. Y un poco de excitación de tanto en tanto no le hace daño a nadie.
Asentí con la cabeza y me puse a rueda. Ciertamente me resultó difícil mantener su ritmo, por un lado ellas iban muy rápido y por otro lado se me hacía muy incómodo pedalear con aquel dolor entre las piernas.
Tomamos un desvío de la carretera principal que nos dejó en mitad de un paraje mucho más acogedor, hierba y flores a ambos lados del río de asfalto. Bajamos un poco de ritmo y de repente una cuesta apareció delante de nuestros ojos.
Ellas se tuvieron que incorporar sobre sus sillines para poder subirla, aquella imagen era absolutamente deliciosa, el movimiento de los culos ampliados por aquellos ceñidos culottes e incluso el ligero bamboleo de sus pechos.
Yo no me levanté, podía subir aquella cuesta sentado. Eso sí, aquella ascensión se me hizo eterna aunque yo estaba habituado a subidas mucho más duras…
Una vez que llegamos arriba, y con un paisaje absolutamente maravilloso, lleno del verde por el que habíamos pasado, la mar al fondo, enfurecida por el viento, golpeando contra las playas en las que yo había tomado el justiciero sol los días anteriores, ellas se detuvieron a un lado de la estrecha carretera. Yo las imité.
Los tres bajamos de nuestros caballitos de metal, y me di cuenta de que todas mis percepciones previas con relación a su belleza se había quedado cortas, muy cortas.
Ambas tenían cuerpo grandes pero de delicadas proporciones, cuando se quitaron los cascos el par de melenas rubias más bonito que yo hubiese visto en mi vida se presentó a mis ojos; una tenía los ojos de un azul tan intenso como el cielo, mientras que la otra, con la cara algo más maliciosa, los tenia del color verde de la mar tranquila.
También les imité y me quité el casco y las gafas. Ellas habían dejado en el suelo sus respectivas mochilas.
Se me acercó una de ellas, la de los ojos azules y me besó suave y tiernamente.
Cuando me recuperé de la sorpresa inicial, mi boca respondió con entusiasmo.
Su amiga le acariciaba el cuerpo mientras tanto. Cuando acabamos con aquel beso era la de los ojos verdes la que quería su ración.
Y yo más que encantado aunque mi erección estaba a punto de hacer estallar mi culotte.
Se dejaron caer sobre la húmeda hierba y gesticulando me indicaron que me uniese a ella, me habían dejado sitio entre ellas…
Yo obedecí, encantado de la vida.
Y empezaron a acariciarme, aquellas manos suaves me recorrieron todo el cuerpo por encima del maillot con especial cuidado de no entrar en contacto con mi descomunal erección.
Una de ellas, la de los ojos azules, se paró un momento para quitarse el maillot, no llevaba sujetador; tenía unos pechos auténticamente deliciosos.
Mientras su compañera continuaba acariciándome ella se puso de tal manera que me resultó imposible no chupar aquellos deliciosos pechos de grandes y erectos pezones. Ella gemía de placer.
Parece que la de los ojos verdes se sintió celoso y decidió cambiar aquella situación.
No sé muy bien cómo, yo estaba demasiado ocupado con aquellos dulces pechos, pero el caso es que me quitó el culotte y los calzoncillos y se sentó sobre mi erección, metiéndosela entera dentro de su calentito nido.
Empezó a subir y a bajar, sabía cómo utilizar los músculos de su vagina a juzgar por cómo variaba la intensidad de la presión que ejercía contra mi pene.
La de los ojos azules retiró sus pechos y volvimos a besarnos mientras ella se deshacía de su culotte.
Y se sentó sobre mi cara dejando camino libre a mi lengua entre sus piernas.
Tenía en el coño afeitado, muy excitante; comencé a comérselo mientras los movimientos de la otra se tornaron más y más frenéticos y yo hacía todo lo posible para mantener el control de mi cuerpo, no quería que aquello terminase tan pronto, si fuese por mi voluntad me estaría así toda la vida…
Pero finalmente no pude más y me corrí, ligeramente avergonzado por no haber satisfecho por completo a quien me había hecho pasar un rato tan absolutamente agradable.
La de los ojos azules se levantó y dejó su lugar a su compañera, a quien le goteaba del coño una deliciosa mezcla de sus jugos y los míos; estaba a punto de caramelo.
Le comí el coño como si me fuese la vida en aquel envite, quería arrancarle no uno sino un millar de orgasmos para agradecerle aquel inolvidable rato.
La otra se metió mi flácido pene en su boca e intentó devolverlo al mundo de los vivos mientras se acariciaba el nido para no perder del todo las sensaciones que mi boca había despertado.
No tardó mucho en conseguirlo y empezó a galopar sobre mi erección mientras el primer orgasmo recorrí como un rayo el cuerpo de su compañera de fatigas.
Después de haberme corrido antes, en aquellos momentos duré mucho más rato, más que suficiente para satisfacer a la de los ojos azules, ¿cuál sería su nombre? mientras la otra ya se había perdido bajo las atenciones de mi lengua en el cuarto o en el quinto de aquellos ruidosos y muy húmedos orgasmos.
Me volví a correr y caí plácidamente dormido en los brazos de Morfeo.
Cuando me desperté la situación había cambiado de manera drástica.
Tenía las manos atadas a la espalda y alguna cosa en la boca, supongo que las bragas de una de ellas a juzgar por el intenso y agradable sabor.
Pero, con diferencia, lo más grave de todo aquella era que allí estaban ambas llevando atados a la entrepierna unos obscenos, y muy grandes y gruesos, falos.
Me dedicaron una sonrisa y yo me percaté de lo que iba a pasar.
La de los ojos verdes, la más maliciosa, me metió un dedo en el culo y comprobó mi resistencia anal. Cogió un bote de crema, en aquellas mochilas había de todo, y me lubricó el ano y también aquel terrible penis artificial que colocó a la puerta de mi virgen orificio.
Mi ano resistió numantinamente tanto como pudo pero, finalmente, y en medio de terribles dolores, la punta de aquel infernal aparato consiguió entrar.
Del resto, mejor ni hablar. No tenía piedad ni la conocía, me violó el culo sin miramientos, eso si, su compañera me masturbaba con suavidad, las muy hijas de puta querían que me corriese en aquellas circunstancias. Y el problema de los penes artificiales es que las erecciones no se agotan nunca…
Cuando mi violadora se sintió satisfecha le ofreció su lugar a la otra quien aceptó de inmediato.
Me folló de la misma cruel forma, pero, y eso no se lo digáis a nadie, aquello me empezaba a gustar.
La de los ojos verdes me quitó las bragas de la boca pero no me dio tiempo ni a decir que esa boca era mía porque me metió aquel asqueroso pene, sin comentarios sobre su lamentable estado estético, en la boca y me obligó a practicarle una felación.
Yo tenía una considerable erección, y cuando, sin quererlo ni desearlo eyaculó ambas rieron y pararon. Parecía que aquello era todo lo que querían…
Me desataron las manos y volvieron a besarme.
Empecé a vestirme, avergonzado pero antes de que me pusiera los calzoncillos me metieron en el culo un consolador de considerables dimensiones.
Y me terminaron de vestir.
Ellas también se metieron consoladores como el mío en sus culos con toda facilidad y también se vistieron.
Una de ellas ligó un cigarrillo de maria que compartieron conmigo y de esa guisa volvimos los tres; debo reconocer que pedalear en esas condiciones no resulta nada, pero nada, cómodo…
Aquel verano salimos juntos todos los días, no olvidaré jamás aquel verano aunque ahora vivo con ellas en Holanda y el consolador anal es una parte más de mi cuerpo…